Ed Sheeran: Dos horas en el pasaje del horror musical
Decepcionante primera entrega de su doble concierto en la capital de España, dentro del Mathematical Tour; asistieron 70.000 personas
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Parece que a Ed Sheeran le sobran los músicos y la misma noción de banda, y que se vale por sí solo ante sus miles de fans si cuenta con siete pantallas gigantes, un escenario circular móvil, asíncronos fuegos artificiales y gratuitas llamaradas de cinco metros de altura. La propuesta de Ed Sheeran es una mezcla de fiesta final de Juegos Olímpicos y mendigo con guitarra. La mezcla, ya ven, funciona.
Ed Sheeran tiene pinta de suplente del Bayern, y al Metropolitano saltó como Pepe Reina cuando le dejaban solo. Lo hace mejor que Pepe Reina, pero no diría uno que haya grandes diferencias esenciales entre ambos animadores. En el Metropolitano la voz de Sheeran sonaba difusa, como cuando te oyes a ti mismo en sueños, y la percusión estaba tan desentonada que todo el rato parecían caerse cosas. Entre medias, una guitarra acústica era lo único sensato.
The Mathematical tour llegaba a Madrid con su aparatoso escenario, seis torres inclinadas de las que colgaban sendas pantallas con forma heráldica, y un escenario central redondo, muy útil para hacer footing infinito, dado que giraba sin parar con sus signos matemáticos inscritos sobre el suelo. La gente era joven, muchas mujeres, muchas ganas de gustarte en el selfie que has pagado a unos cien euros. Si algo promete el show de Ed Sheeran, son buenos selfies.
Porque musicalmente todo se torció desde el principio. Ed tropezó, se rehizo, se puso a cantar de inmediato. La luz del cielo aún impedía a su tinglado eléctrico confundir al público, y el público, si hubiera querido, se habría dado cuenta de lo espantosamente mal que sonaba ya la primera canción.
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La idea de poner a un pelirrojo de baja estatura en medio de un estadio de fútbol y que su música, generalmente íntima y de café bohemio, se estrelle contra la descomunal presencia arquitectónica no es la mejor idea que ha tenido nunca un promotor musical. Sonaban, en las siguientes canciones, guitarras eléctricas, baterías, bajos, en fin, la banda sin banda, y todo quedaba desangelado y fantasmal, como de no saber si eso lo toca alguien o está grabado; y, si está grabado, por qué das conciertos en lugar de quedarte en tu casa.
Muchos músicos, con la crisis (pienso en el español La estrella de David) daban conciertos ellos solos, tocándolo todo, pre.grabando, pues al fin y al cabo les iban a ver cuarenta personas. Ed, sin embargo, tenía delante a 70.000.
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Después de los primeros fuegos artificiales, y de las primeras llamaradas gratuitas (un olor a pólvora cubrió las gradas), las pantallas tuvieron piedad de los músicos que acompañaban a Ed Sheeran, y así supimos que en este concierto había músicos de verdad. Estaban tocando bajo palio, divididos entre dos de las torres inclinadas, como en la ilegalidad.
Esto de no ver la música haciéndose ante tus ojos, pues toda la banda está en un rincón, como castigada por ser guapa, es casi lo mismo que no tocar en directo. Los músicos no se miran, no se sonríen, no se dan de fumar. No se celebra la música como milagro de coordinación grupal, sino que se reduce a una especie de servicio doméstico que me toca la batería y la guitarra, mientras yo me creo cantante en la ducha.
Iba uno comprendiendo que al público todo esto le daba igual, pues, aunque no se mostraba muy animado, el propio precio del evento, la cola para entrar, la hora de viaje en el Metro, amén de la canción famosa o popular que sonará en un rato (tres o cuatro de veinte), le harían pensar muy convincentemente que esto debe de ser lo que llaman un gran concierto.
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Si hay un concierto malo, es aquel al que vas a reconocer las canciones. Y si hay un concierto bueno, es aquel en el que te gustan canciones que no conocías. La única reconocible y disfrutable para alguien que nunca la hubiera escuchado fue Photograph; una canción, debemos proclamar, excepcional.
El resto de la música sonaba a nada; a mí me sonaba a nada. Me parecía estar escuchando el Boom 6, uno de esos discos antológicos de los años 90 donde se amontonaban todos los éxitos del año. Cada canción sonaba contra la canción anterior, como si se cambiara de idea a medio concierto, y se quisiera hacer un concierto distinto. Empezó con Castle on the Hill, pasó por The A Team, llegó a Eyes Closed. Entre canción y canción, Ed daba una turra tremenda, que nadie entendía, porque no sabemos inglés. Y, si sabías, tampoco lo entendías, porque el ingles pelirrojo es complicado, sobre todo si retumba.
Ed Sheeran interpretó una canción que sale la semana que viene, Sapphire, su nuevo single. Fue verdaderamente atroz y el público aplaudió entusiasmado.
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"Quiero que digáis mañana que el show ha estado genial", aleccionó Ed en un momento dado. Tenía tanta gasolina para llamaradas, tanta pólvora para fuegos artificiales, tantas variantes lumínicas y tantos filtros para su imagen en directo (blanco y negro, esmerilado, psicodélico) que la gente, tan joven, debió de pensar que eso era la música en directo: el pasaje del horror en un parque de atracciones cuando no llueve.
Parece que a Ed Sheeran le sobran los músicos y la misma noción de banda, y que se vale por sí solo ante sus miles de fans si cuenta con siete pantallas gigantes, un escenario circular móvil, asíncronos fuegos artificiales y gratuitas llamaradas de cinco metros de altura. La propuesta de Ed Sheeran es una mezcla de fiesta final de Juegos Olímpicos y mendigo con guitarra. La mezcla, ya ven, funciona.