Hemos venido al mundo a fracasar y este filósofo tiene las instrucciones
El pensador y ensayista rumano Costica Bradatan dedica su último ensayo al fracaso. "Fue al revés: el fracaso me eligió a mí. Soy el juguete del fracaso desde que tengo uso de razón"
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Cuál es el colmo de… Hay un tipo de chiste que empieza de esta manera y acaba regular. No suele tener mucha gracia y eso, un chiste sin gracia, es uno de los casos más claros de fracaso, de modo que vale para introducir este libro. Porque ¿cuál es el colmo de un libro dedicado al fracaso? Que tenga éxito. No tiene mucha gracia, pero tiene verdad:
Sí, hay algo más irónico. Este libro nació, entre otras cosas, para hacer frente a esa especie literaria “con que trafican los gurúes de la autoayuda”, se lee en sus páginas, esas obras que hablan de fracaso como oportunidad para… lo que sea. “No es ninguna broma”, explica Bradatan para este medio: “El libro ya ha ido a parar a las estanterías de autoayuda. De hecho, a veces ha sido elogiado como una gran contribución a este género, obviamente, sin haberse leído. Esto debe considerarse como uno de sus propios fracasos”.
Le reto a explicar por qué este libro no es uno de esos libros: “Elogio del fracaso no puede ser uno de esos libros porque no concibe el fracaso como un ‘peldaño’ hacia el éxito, como un revés temporal que conduce finalmente a un resultado positivo. El fracaso no conduce necesariamente al éxito; de hecho, puede conducir a más fracasos, a fracasos más abyectos. El fracaso es feo y desagradable, una experiencia profundamente demoledora. Y no va a ninguna parte porque forma parte de lo que somos. Debemos aprender a vivir con el fracaso, igual que debemos aprender a vivir con la mortalidad, con la estupidez, la enfermedad, la vejez y un sinfín de otras imperfecciones humanas. Si la filosofía quiere hacer un trabajo honesto, debe explicar las verdades desagradables, en lugar de vendernos mentiras, por muy bonitas que sean”.
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De modo que tenemos un fracaso total, un fracaso irrevocable que es un fin en sí mismo y que, justo por ello, es mejor aprender a soportar. El libro de Bradatan echa una mano con eso.
La humildad, esa forma de inteligencia
Una de las formas más fáciles a la hora de diferenciar un verdadero fracaso de su remedo, el autoengaño, es que el primero siempre genera humildad. ¿Qué es humildad o en qué sentido hay que entenderla? Iris Murdoch dio una definición sublime, que Bradatan recuerda en el prólogo: “Generoso respeto por la realidad”. Solo en su observancia seremos conscientes de nuestra condición ínfima, de nuestro ser de “tiranos liliputienses”; solo así, finalmente, tendremos ocasión de “ser curados de la soberbia y el egocentrismo, del espejismo y el autoengaño”. No son monsergas. Aquí no se habla de la humildad como virtud o como comportamiento, sino de un modo de ser y estar en el mundo que permite saber. La humildad como método de conocimiento es la propuesta y la apuesta que lanza Bradatan. No se queda ahí, tiene algunas palabras más en el libro sobre la humildad como “contrario de la humillación”. Esta última “supone tosquedad mental (una persona realmente inteligente no humilla a otras), mientras que la humildad es una forma de inteligencia. Se dé cuenta o no, el que humilla es un deficiente”.
El gran fracaso de la democracia
A menudo se cita la participación como piedra de toque de la democracia, pero el autor de este ensayo se fija en otro ángulo: la capacidad de mantener a raya a los engreídos, con sus excesos… La idea de la democracia es razonable, perfecta, pero la han de llevar a cabo gentes que no son ni razonables ni perfectas y que, además, ven refrenado su instinto depredador —de otras ideas— que solo quiere imponerse y mandar a toda costa. Ya lo recuerda el dicho siciliano que consigna Bradatan: “mandar es mejor que joder”. De modo que para mantener a raya a los posibles mandarines, los sabios griegos inventaron una institución valiosa, hecha a imagen y semejanza de las bajas pasiones y altos apetitos de poder de los humanos: el ostracismo, el rinchi político al que se condenaba a los ciudadanos que se consideraban tóxicos para la soberanía popular.
La idea de la democracia es razonable, perfecta, pero la han de llevar a cabo gentes que no son ni razonables ni perfectas
Ese es el retrato de un sistema que conoce y reconoce sus propias limitaciones. Pero ese sistema no se parece al actual y ese es su principal riesgo. “El mayor fracaso de la democracia —declara Bradatan a El Confidencial— es no dejar suficiente espacio para el fracaso. Cuando se ve a sí misma como invencible, invulnerable, irreprochable, entonces la democracia está en grave peligro. Esa arrogancia puede ser fatal. Los atenienses fueron los primeros en comprenderlo, como demuestra la institución del ostracismo que idearon. Sabían que humanos, demasiado humanos como eran, podían caer víctimas de la adulación, el populismo, la demagogia. Mejor alejar el peligro”.
El apagón: cuando todo falla
Hace muy poco tiempo el gran apagón en España y Portugal recordó algo muy importante que se tiende a olvidar o a obviar: las máquinas fracasan, una experiencia vital de primer orden propiciada por un gran fracaso. No lo hacen a menudo, al menos de forma tan estrepitosa, y eso es bueno y necesario, pero también lo es que fallen en ocasiones: cuando nada falla, el ser humano lo llama normalidad y, como escribe Bradatan, “esta misma impecabilidad empieza a producir una seria forma de alienación”.
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Pensar es muchas veces buscar soluciones a problemas; si no hay problemas, si no hay nada que resolver, se corre un serio riesgo de no pensar, algo que se considera definitorio del ser-máquina… El filósofo rumano habla del fracaso de nuestras mentes sin trabajo, de vivir para las máquinas... ¿Cómo salir del bucle, de esas mentes que a fuerza de volcarse con la tecnología, alimentarla y solucionar los problemas de las máquinas se han olvidado de resolver los suyos? “Puede que nunca salgamos de eso”, contesta Bradatan. “Ya en el siglo XVIII, Rousseau decía que la corrupción provocada por la civilización estaba tan avanzada que ya no era posible deshacerla y volver a un ‘estado de naturaleza’. Debemos jugar el resto de la partida con las cartas que tenemos. El ‘muerte a las máquinas’ solo funciona en la ficción y en las malas películas. Puede que no necesitemos matarlas, deberíamos ser capaces de vivir con ellas, pero necesitamos un espacio interior en el que no se les permita —ni se les suponga— entrar”. Sí, pero ¿en la práctica? “Relegarlas al papel de herramientas prácticas —herramientas para ganarnos la vida, atender nuestras necesidades materiales, aumentar el confort en nuestras vidas, etcétera— puede ser un buen comienzo”, prosigue Bradatan en sus respuestas a El Confidencial. “Para ello debemos distinguir claramente entre nuestra vida exterior y práctica, por un lado, y nuestra vida interior y espiritual, por otro, y eso puede ser una tarea más difícil”.
Capitalismo, el juego del fracaso
Al capitalismo como una historia de éxito también le da la vuelta Bradatan. Es más bien al contrario, “es el miedo al fracaso, a hundirse, a ‘quebrar’, lo que mantiene la maquinaria capitalista en perpetuo movimiento. Porque con la ‘quiebra’ llega el aislamiento, la marginación, la muerte social, y nadie quiere eso. Haríamos cualquier cosa por seguir formando parte de la tribu, por disfrutar de su calor y su protección. En los Estados Unidos del siglo XIX, el fracaso significaba precisamente eso: arruinarse, quebrar. Incluso hoy, en italiano, por ejemplo, fallimento significa tanto fracaso como bancarrota”.
Junto con ese terror, el ansia de diferenciación es otro de los grandes motores del sistema. Por mucho que se intente disimular o revestir con los ropajes de un lenguaje que habla y reivindica el idioma de la igualdad, Bradatan habla de castas (sí, sí, como en la India) y de una estratificación basada en el dinero y la clase social: “la gente vive en barrios separados, tiene trabajos diferentes, habla de modo distinto, come de modo diferente, se comporta de diferente manera y se considera a sí misma diferente”.
En esas páginas, al tratar estos asuntos, Bradatan se fija en Calvino e interpreta como un extraño éxito a deshora del teólogo francés la proliferación de la teoría de la predestinación, que, por mucho que se intente ocultar, permite una diferenciación clara y hasta brutal: no basta con ser exitoso, el otro tiene que morder el polvo. “Nuestra victoria solo está segura cuando se refleja en la mirada gacha del derrotado”, escribe Bradatan en Elogio del fracaso.
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Calvino es uno de los personajes de la tercera parte de la obra, que se divide en cuatro. Cada una de ellas tiene un protagonista principal. Son, por orden de aparición, Simone Weil, Gandhi, Emil Cioran y Yukio Mishima. Merece la pena detenerse en estos detalles literarios, estilísticos, porque en ellos reside buena parte del éxito de esta obra dedicada al fracaso. Bradatan trabaja el ensayo como una novela: junto a los mencionados protagonistas, convoca a otros secundarios (de lujo) como Charles Chaplin, Margarete Buber-Neumann, George Orwell, Séneca, Jean Améry… Sus vidas increíbles y sus muertes memorables soportan los argumentos y el ensayo se convierte en un híbrido que combina biografía, historia, ensayo, relato de aventuras… en ordenado frenesí. Hay tramas distintas y estas se entrecruzan, forcejean, avanzan… Aún hay más, porque el autor comparece y tiene una férrea voluntad de estar ahí. Él mismo se convierte en personaje reconocible por medio de aforismos contundentes, provocativos, alborotadores:
Estar con otros es, a menudo, otra forma de fracasar.
No jugamos contra el gran fracaso para ganar, sino para aprender a perder.
La política populista es un caso de fe mal depositada.
El fracaso es como el pecado original de la historia bíblica: lo tiene todo el mundo.
Procedente de la nada y destinada a la nada, la existencia es un estado de excepción.
La muerte en vida es la peor clase de muerte que hay, a causa de su monstruosidad; no es ni muerte ni vida.
La aguda conciencia de nuestra libido dominandi y la interiorizada necesidad de tenerla a raya no es un efecto que se espera de las graduaciones de las universidades modernas.
Nada es más afrodisiaco que el poder.
Nuestra conducta política deberían estudiarla los zoólogos.
En este capítulo es necesario (y justo) mencionar la labor del traductor. Antonio-Prometeo Moya ha trabajado con seguridad y placer, dando golpes de autoridad con palabras precisas, expresivas y bellas. Nunca podremos agradecerle el uso, el hallazgo casi, de esos “boquirrotos”, esos charlatanes, vendehumos que encontró Cioran a su llegada a la Universidad de Bucarest. ¡“Boquirrotos”!, por favor: hay que decirlo más.
Fracaso y biología: la muerte
Si la salud, como apuntó el cirujano francés Tené Leriche, exige el silencio de los órganos, la muerte pasa por su fracaso. No es posible morir de viejo. Ningún médico apuntará eso entre las causas de defunción de una persona: algo ha de colapsar. Se muere uno, una de fracaso.
"Se puede decir que alguien ha vivido una buena vida cuando ha conseguido hacer balance de sí mismo, y así darse cuenta de su imperfección"
En el capítulo final de su ensayo, Bradatan aborda un tema muy querido al que dedicó su anterior libro,
Son ejemplos excesivos seguramente, pero claros a la hora de reflejar que aquí hemos venido a fracasar, a morir, y que eso es lo que nos constituye. Mejor que hagamos buenas migas con esas realidades: “Se puede decir que alguien ha vivido una buena vida cuando ha conseguido hacer balance de sí mismo, y así darse cuenta de su fragilidad e imperfección, de la precariedad fundamental de su situación en el mundo. Una vez hecho eso, aceptar el fracaso deja de ser un problema. Somos criaturas impulsadas por el fracaso, y reconocerlo, e incorporar ese reconocimiento a nuestro comportamiento cotidiano, sería lo más decente. Vivir una buena vida es, en última instancia, una cuestión de realismo. Pero el realismo es una de las cosas más difíciles de alcanzar en este mundo”, declara Bradatan.
Cuál es el colmo de… Hay un tipo de chiste que empieza de esta manera y acaba regular. No suele tener mucha gracia y eso, un chiste sin gracia, es uno de los casos más claros de fracaso, de modo que vale para introducir este libro. Porque ¿cuál es el colmo de un libro dedicado al fracaso? Que tenga éxito. No tiene mucha gracia, pero tiene verdad: