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'La familia de la tele': por fin RTVE refleja la catadura moral de los españoles
Cotillas, envidiosos, difamadores, macarras, embusteros… Los defectos más representativos de nuestro atavismo nacional encuentran al fin su lugar de privilegio en la TV pública
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¡Qué bonito que RTVE, la televisión de "todos y todas", haya abierto sus puertas a la pandilla más emblemática de la telebasura nacional!
Y qué pena que me pille viviendo en Perú y sin madre: la jartada de reír que ella y yo nos pegábamos viendo Sálvame en su época dorada. Espero que La familia de la tele mantenga el nivel de hedor y bazofia de su programa predecesor, aquel padre putativo y putero en Telecinco, y que no rebajen ahora la bilis y vileza del formato en busca de un blanqueamiento de imagen o un corsé constrictor de sus boas: qué divertido era asistir a aquellas lecciones de putrefacción y retorcimiento de los vicios de portería (de porteros, porteras y vecindario: ahí cabemos todos); hasta qué punto cambiaban las tornas cuando la ostentación de "virtudes morales" terminaba en justo lo contrario debido a las ansias de famoseo nesquik.
Y es que para mí, como hijo de un barrio obrero de ciudad dormitorio, resultaba desconcertante comprobar que la sinvergonzonería fuera la virtud idónea para triunfar en esos espacios televisivos: los matones que me escupían y pegaban en el cole y los mafiosos que me estafaban en la vida adulta son, bajo esos focos, las estrellas indiscutibles.
Hay que reírse, qué remedio.
Mamoneo nacional
Y sí, qué carcajadas nos echábamos mi madre y yo contemplando, por ejemplo, a aquellas chavalas de muy respetable liberalidad ("pelandruscas", las llamaba mamá, que al fin y al cabo, probina, heredó la prejuiciosa mirada antipromiscua de nuestro origen humilde) intentando convencer a un plató entero y a toda España de que sí, joder, que sí se habían acostado con tal jugador del Madrid y con aquel otro del Barça; y el chuloputas a sueldo de la cadena jugando contra su propio estereotipo al mostrarse incrédulo, como un agente Mulder de cloaca, azuzándolas al impudor con su escepticismo: "¿Pero qué te vas a haber acostado tú con esa estrella del fútbol, hombre…?». Y la mujer: «Que sí, que sí, que tengo pruebas… y con este otro también… y con este otro…".
O aquel presentador con ínfulas de oficial libidinoso de las SS que, cuando olisqueaba que la peste en el plató era excesiva, se subía a una mesa a patalear rabioso su "Nein, nein, nein!", al ritmo de un discurso político o social de pega, soltando una perorata sectaria y aparentemente tolerante con vistas a legitimarse en lo moral, para a continuación lanzarse el chatín desde su abusona altura a la yugular de alguna pobre figura en lo suyo y destripar a lo Jack y como un pollo cualquier derecho a la privacidad ajena.
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Enseguida descubrí que los mimbres del cotilleo de hoy no difieren tanto de los de toda la vida: así, los amores y miserias de las folclóricas y los toreros continúan siendo lo que más motiva nuestro afán como pueblo por comer mierda ("el país ha casi prohibido las corridas de toros, pero las corridas de sus matadores siguen generando clamor popular", escribí una vez en un cuento titulado Sálvate). Para un escritor, aquel chapuzón diario en las aguas fecales y tifoideas del chafarderismo catódico era oro puro, un buceo impagable en nuestro inconsciente colectivo a pie de subsuelo. Eso sí, yo no aguantaba más de media hora inmerso a pulmón libre en ese picadillo de carne ibérica sin sentir que se me pudría hasta el corazón.
Es curioso: a mí que me han insultado y marginado por denunciar públicamente las innúmeras estafas que he presenciado en el mundo del cine, la literatura y el cómic españoles, ahora constato que el ente público anima a mis compatriotas a que participen ejerciendo la "delación", pero no para buscar la justicia o exponer a delincuentes, sino para violar el derecho a la intimidad del prójimo. ¡Y parece que hasta los recompensa por ello!
Qué país.
¡Pero no caigamos en el error de hablar en serio! Hablar en serio de España provoca cáncer.
Por un plató de lentejas
Me encanta reencontrarme en La familia de la tele con tantos rostros familiares (o vagamente familiares, porque a varios no los reconozco de tanta cirugía estética): ahí vuelve al frente, por ejemplo, esa mujer a la que le late una vena a lo Increíble Hulka cada vez que entra en trompo emocional, que es cada dos segundos; o a la llorona oficial de la prensa rosa, que cuenta chismes como quien rememora en bucle la serie entera de Heidi; o a ese camorrista machistorro que, rara avis de carroña en dicho entorno, no disimula sus ramalazos retrógradas; o a esa cría que crio una cuerva y ahora le saca los ojos; o algunos más de quienes huelga especificar rasgos mayores, pero que en mi escala de la dignidad humana se hallan en el estadio más bajo… digamos que un peldaño inferior al del sótano de la vivienda de Lucifer.
La única persona a la que le tengo fe, mira tú, es a Belén Esteban. Quizá sea ingenuidad mía, pero no le taso el mismo grado de pecado que al resto de la tropa: tal vez porque me recuerda cierta inocencia de andurrial arrabalero como el mío, de los tiempos del palique en el rellano (como cuando mamá le contó en la escalera a la vecina Nita cómo hacían el amor los gays y a la señora, más que cincuentona, casi le da un soponcio), de naturalidad inconsciente y exenta de alevosía. Entre tanto plumífero de rapiña, a ella la presiento como una superviviente sin malicia, como los gatos cuando los ves con una paloma muerta en las fauces. Es la única persona de ese lote a la que no le negaría el saludo.
Y es un símbolo pop. Lo cual para mí restaña cualquier posible iniquidad, en cierto modo.
Fichaje adicional de energúmenos
Lo que me extraña de esta nueva reencarnación de Sálvame financiada por la televisión que todos pagamos es que sus directivos no se hayan planteado ampliar el plantel de colaboradores a carroñeros de otros ámbitos profesionales.
Aquí van algunas ideas:
—Un presidente del gobierno fijo en la emisión de los lunes, para que nos cuente su ristra de embustes, y un líder de la oposición los viernes, para que nos cuente los suyos. Sería un puntazo (y de lo más apropiado) remunerarles en negro.
—Los martes, un presidente de alguna comunidad que tenga sobre su conciencia centenares de cadáveres y al que jamás se la haya ocurrido renunciar a su cargo: dicen que en el idioma de los esquimales hay varias maneras de nombrar la nieve; en el español de España, no hay una sola manera de nombrar a alguien que dimite, porque no se ha dado nunca el caso. Que ese sujeto nos cuente si al final mojó o no mojó mientras sus paisanos se mojaban (y ahogaban) en masa.
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—Los miércoles, un político al que se le haya pillado desviando fondos para irse de putas. Uy, perdón, eso hace inabarcable la selección de candidatos. Se impone un cedazo: limitémoslo a portavoces de partidos.
—Los jueves, algún director de cine que haya sido también alto cargo en la cinematografía nacional y que tenga causas pendientes por presunta estafa de dinero público.
Creo que, para empezar, con esto ya quedaría completada una actualización digna del Celtiberia Show de nuestros días.
Y así, la "familia de la tele" será una familia más fielmente representativa de nuestra idiosincrasia ancestral.
¡Qué bonito que RTVE, la televisión de "todos y todas", haya abierto sus puertas a la pandilla más emblemática de la telebasura nacional!