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'József el húngaro', una trepidante ¿novela? mercenaria
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'József el húngaro', una trepidante ¿novela? mercenaria

Luis Enríquez debuta como novelista ejerciendo el mejor viejo-nuevo periodismo a través de las memorias ajenas de un superviviente que terminan siendo las propias y las nuestras

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No está claro si József existió. Y poco importa, aunque la primera novela de Luis Enríquez documente unas memorias vicarias que nos hablan de un mercenario húngaro cuyos huesos recalaron en Algeciras -y en Madrid- después de haber sobrevivido a sí mismo en los tugurios de Budapest, la legión extranjera, la guerra de Ruanda y las conspiraciones del destino.

Y no es que Enríquez, editor, periodista encubierto, anduviera con la idea de convertirse en novelista a los 54 años, pero la novela se le apareció. Y se propuso reconstruirla a partir del testimonio intermediario de un colega que le descubrió a József apurando la madrugada de un pub irlandés.

Fue imperativo reanimar al tipo. Describir su aspecto de boxeador… enamoradizo. Admirar la capacidad de adaptación. Y recorrer el itinerario que delimita las escalas del Danubio y la prisión de Carabanchel entre los avatares propios y ajenos de los años noventa y dosmil, incluidos la caída del muro de Berlín, la masacre hutu y el slalom fatalista del protagonista.

József el húngaro (La esfera de los libros) se titula la novela. O la crónica. No es fácil sexar el género de la “ópera prima” de Luis Enríquez (Madrid, 1971) porque aloja una nota aclaratoria para el lector, un prólogo brillante y sentido de José Peláez, un epílogo enjundioso y un “capítulo” de agradecimientos, aunque la clave de acceso se encuentra en la dedicatoria misma: Emmanuel Carrère, Gay Talese y Hunter S Thompson.

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Las coordenadas “comprometen” a Enríquez con el viejo-nuevo periodismo y convocan el mito de Limónov. También evocan la Epifanía que supuso para Enríquez entrevistar a Talese y exponerse a la posibilidad de contar una gran historia. Ajena, porque Jósez el húngaro responde de una biografía trepidante y aberrante al límite del K.O. Y propia, porque el autor se involucra en la novela buscando las conexiones que enfatizan la credibilidad de “una puta vida interesante”. Los lugares donde transcurre son un buen ejemplo. Y los gustos personales también. A Enríquez le fascina el boxeo tanto como a József. Comparten la devoción a la música y al whisky de Irlanda, la suscripción a “Rolling Stone”, la luz del Mediterráneo, los adoquines de París.Y adquieren entre ambos una intimidad que repercute en la verosimilitud de los acontecimientos, como si fueran nuestros compadres.

placeholder Luis Enríquez.
Luis Enríquez.

“Todo lo que no es autobiografía es plagio” es un aforismo que se atribuye a Baroja. Y que establece dos posibilidades no necesariamente excluyentes. Enríquez ha plagiado la vida de József para hablar de la suya. Y ha concebido una novela “audiovisual”, cosmopolita, cuyo vigor narrativo se traslada al paisaje y a las almas, percutiendo en la psicología de los protagonistas. Y absolviendo el destino de József del primer párrafo al último, tuviera o no tuviera los nudillos con el relieve y la forma de un puño americano.

No hace falta conocer a Enríquez para disfrutar de la novela en sí misma ni para desenmascarar las conexiones. Es más, la posición de allegado a un autor resulta a veces perjudicial porque lees la novela con su voz -fonética, literalmente- y porque identificas los detalles de su propia vida, pero la gran virtud de József el húngaro consiste en que la lucidez narrativa de la trama conduce a un estado de abandono y de abstracción. Y provoca una carambola inesperada. Ya no son las memorias de József ni las de Enríquez. Son las memorias propias, las del lector, a medida de un prodigio triangular. Más aún si has vivido en París. O si has conocido Budapest antes de precipitarse la caída del muro. O si te han partido la cara en un gimnasio. O si has estado en una guerra. O si te has enamorado. O si has elegido una profesión que te expone a hablar de los demás para escapar de ti mismo.

Puede que József no existiera antes de la novela de Enríquez, pero existe desde que Enríquez lo ha puesto en su vida y en las nuestras.

No está claro si József existió. Y poco importa, aunque la primera novela de Luis Enríquez documente unas memorias vicarias que nos hablan de un mercenario húngaro cuyos huesos recalaron en Algeciras -y en Madrid- después de haber sobrevivido a sí mismo en los tugurios de Budapest, la legión extranjera, la guerra de Ruanda y las conspiraciones del destino.

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