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Lo que me contó una persona que trabaja con "menas"
Las personas que controlan y ayudan a los adolescentes cobran hasta 1700 € al mes. No les dan plus de peligrosidad porque sería estigmatizar a los chavales
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La otra tarde estaba yo discutiendo con Carolina Bescansa en el programa de Cantizano de Onda Cero, que es mi hobby de los martes por la tarde, cuando entró en antena la presidenta o portavoz de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Criticó la señora con mucho juicio que las Comunidades Autónomas anden jugando a la patata caliente con los menas de Canarias y recordó que son personas.
Muchas veces hay que recordar que las personas son personas, y se hace particularmente fatigoso. En España hay gente que considera que cualquier chaval de procedencia extranjera es una cruza entre el Vaquilla y Bin Laden, cuando lo cierto es que nadie es responsable del mal que causen otros de su edad y de su origen. Quinquis extranjeros entran, y causan problemas. Por eso es tan aberrante el discurso sistémico que pretende negar esta realidad.
Hay gente que no quiere vivir cerca de un centro de menas como hay gente que no quiere vivir cerca de un piso turístico. La mayoría de los turistas pueden ser cívicos y la mayoría de menas chicos en busca de porvenir. Pero quien niegue que hay turistas borrachos y menas delincuentes sencillamente toma el pelo al personal.
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En este sentido, me extrañó que la de CEAR se refería a "niñas y niños" una y otra vez. En alguna ocasión en que, despistada, dijo solamente "niños", ella misma se corrigió y añadió "niñas". Eso le pregunté. La imagen del "mena" que tiene el menda, más que a "niñas y niños", alude a varones crecidos frisando los 18. ¿Cuántas niñas llegan sin compañía?, quise saber, ¿y qué edad tienen, de media?
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La señora confirmó mis prejuicios, dijo que "entre las niñas y niños" había algún que otro niño muy pequeño y alguna "chica", pero que la mayoría eran adolescentes varones, luego la fórmula "niñas y niños" que tanto repitió no era sino una pócima que, como la que toma Alicia, empequeñece.
Bescansa también decía "niños", insistentemente "niños", y explicó que nuestros hijos con 16 o 17 años nos parecen eso, niños, dando a entender que los extranjeros de la misma edad son iguales, pero yo pensé que, si dejásemos a uno de nuestros "niños" de 17 años en Senegal y lo desafiáramos para que llegue a Europa con un móvil y dinero para Caronte, no llegaba vivo ni uno.
En España, el debate público se dirime entre los que ven ángeles y los que ven demonios. Son dos perros fanáticos tirando de un muñeco, cada uno para su lado. Por suerte, después del programa me escribió alguien que trabaja con menas. Se ofreció a darme información de primera mano si yo respetaba su anonimato. No revelaré ni su nombre, ni su sexo, ni la Comunidad Autónoma donde trabaja. Pero considero importante transmitir algunas de las cosas que me contó.
La realidad
Efectivamente, niños pequeños y chicas, poquitos. Chicos subsaharianos de Mali, Senegal, Guinea y Gambia, y magrebíes, eso es casi todo. De Ucrania, ni suelen venir a España ellos solos, ni los mandan al mismo tipo de centro. La persona con la que hablé nunca se ha topado con chicas, aunque dice que en algunas CCAA existen centros para ellas. Respecto a la edad, por su centro ha pasado algún niño que otro de 13 años, pero rondan más bien los 18.
Sobre los "falsos menas", hecho que yo suponía que era un bulo o bien una exageración, por lo visto es una verdad como un templo. Es tan sangrante, explica, como que a veces los chicos tienen el DNI del país de origen, donde figura que el chaval es adulto, pero la determinación de edad que se le hizo al entrar a España dice que tiene 16 y, a efectos legales, se asume como válida esa fecha.
En cuanto a los problemas de convivencia, nada generalizado, pero sí ruidoso. Esta persona me dijo que alrededor de un 10% causan problemas como atracos, peleas, etc. Y que es más evidente en los centros de primera acogida, pero que pasa un poco en todos. Me contó que los chicos que vienen con más frecuencia a hacer bien las cosas, los que quieren estudiar o trabajar y no dan problemas son fundamentalmente subsaharianos: el 20-30% de los chicos que llegan.
"Hay quien no quiere vivir cerca de un centro de menas como quien que no quiere vivir cerca de un piso turístico"
También me contó otra cosa que me dejó descolocado. Por lo visto, muchos de estos menores están aquí por obligación de sus padres. Ese perfil de chico, por lo común, es el que menos ganas tiene de estudiar, trabajar o hacer algo con su vida, lo que suele derivar en problemas de consumos, absentismo crónico, etc.
Un momento: ¿menas enviados por sus padres? Sí. En muchas ocasiones, me cuenta, el proceso migratorio no inicia porque el chico busque una vida mejor, sino porque sus padres necesitan quitárselos de encima. Puede ser por problemas económicos de la familia, en chicos subsaharianos, o en el caso de los magrebíes porque el chico ha tenido un mal comportamiento en casa y los manden aquí para librarse de ellos, o como cabeza de puente para la entrada en Europa del resto de la familia.
De hecho, muchos tienen contacto constante con sus familias, de manera que la imagen del "niño desamparado" también es cuestionable en muchos casos. Esto no sólo es habitual, me cuenta esta persona, sino objeto de seguimiento por parte del centro. La comunicación con la familia exige la aplicación de normativa específica, como la advertencia expresa de que no les pueden enviar ningún dinero. Recibí documentación que demuestra que lo que me contaba es verdad, pero no puedo publicarla.
La pasta
Lo que estás leyendo es solidaridad, pero también es un negocio. Las empresas concesionarias de servicios, las asociaciones y demás ganan mucha pasta con los menas, según me cuenta este profesional. Por cada menor pueden asignarse alrededor de 4.000€ al mes, con los que se paga comida, gastos de personal, ropa, material escolar, reparaciones del centro, gastos administrativos y demás. En el centro suele haber 2 personas por turno, pero a veces una.
Las dos personas que controlan, cuidan y ayudan a unos 15 o 20 adolescentes, que a menudo vienen con traumas, historias tremendas y puede que rasgos agresivos, cobran entre 1700 y 1200 al mes. Hay centros donde no les dan complementos por peligrosidad porque, según parece, eso sería como estigmatizar a los chavales, lo que me parece un reverso interesante del "niños y niñas".
Se apuesta por crear centros con pocas plazas para que no llamen la atención, con la consiguiente merma en el personal y de seguridad. Turnos unipersonales, rotaciones infernales y, en general, precariedad.
Le pregunté cuánto dinero pueden estar sacando algunos humanitarios listos del reparto de menas. "Si echamos número, un centro de primera acogida pequeño (ponte 50 plazas) a 4000€/mes por plaza... Súmale que, además, es habitual que en los centros recibamos ayuda y donaciones de otras entidades que donan ropa o comida. Normalmente, los recortes se hacen en personal. (...) No hay guardias jurados ni nada similar porque son menores desprotegidos y no se presupone que se necesite".
Las empresas concesionarias de servicios, las asociaciones y demás ganan mucha pasta con los menas, según me cuenta este profesional
Curiosamente, a la izquierda deja de preocuparle la precariedad de quienes son responsables de lo que pasa con los menas una vez que se les "acoge". Mientras tanto, por los hechos ciertos de una minoría, una parte de la derecha los criminaliza a todos, justos y pecadores. Por el camino, no sólo se deja de mirar de frente a estos chicos, sustituidos por modelos vacíos de "diablo" o "ángel", sino que se aparta los ojos de una realidad compleja llena de meandros.
Concluyo que a unos les importa mucho acoger, a otros les importa mucho que se vayan, pero a casi nadie parece importarle demasiado el tema. Excepto a los profesionales mal pagados que están con ellos.
La otra tarde estaba yo discutiendo con Carolina Bescansa en el programa de Cantizano de Onda Cero, que es mi hobby de los martes por la tarde, cuando entró en antena la presidenta o portavoz de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Criticó la señora con mucho juicio que las Comunidades Autónomas anden jugando a la patata caliente con los menas de Canarias y recordó que son personas.