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Tcherniakov desgarra en el Real la fábula más exquisita de Rimsky
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Tcherniakov desgarra en el Real la fábula más exquisita de Rimsky

El director moscovita interpreta 'El cuento del zar Saltán' en la clave de un chico autista repudiado por su padre… y consigue que funcione de manera implacable y conmovedora gracias a la interpretación total de Bogdan Volkov

Foto: 'El cuento del zar Saltán' de Nikolái Rimski-Kórsakov, en el Teatro Real de Madrid
'El cuento del zar Saltán' de Nikolái Rimski-Kórsakov, en el Teatro Real de Madrid

Resulta conmovedora la naturalidad con que los cantantes rusos y ucranianos comparten el escenario del Teatro Real para representar El cuento del zar Saltán. La ópera pertenece al repertorio de Rimsky-Korsakov, procede de una fábula de Pushkin y recala por primera vez en el coliseo madrileño con la mediación clarividente y dramatúrgica de Dimitri Tcherniakov.

No decae la guerra de Putin, ni parece que Trump esté en condiciones de forzar un armisticio, pero la ferocidad del conflicto no repercute en los artistas. Los hay ucranianos y rusos en el foso de la orquesta. Y se repartían los principales papeles en la ópera de Rimsky, cuya trama aloja un cuento dentro del cuento que menciona subliminalmente la arbitrariedad de las guerras: un oso convoca en armas a todos las criaturas del bosque para vengarse de una aves que… han maltratado sus zapatillas de esparto.

No es la fábula nuclear de la ópera, ni la única alusión a los animales. Pushkin dejó en herencia un cuento que alude a las ardillas, los cisnes y un abejorro cuyo vuelo -El vuelo del abejorro- forma parte de las páginas más conocidas del repertorio universal, aunque los melómanos y los profanos no la relacionen con El cuento de zar Saltán. La hemos escuchado como un episodio exento. La hemos reconocido en una película de Disney. Y nos hemos perdido el contexto de una partitura magistral que destila el repertorio folclórico, la doctrina de Wagner y el amanecer del impresionismo.

Se explica así el interés que revestía y reviste la recuperación integral de la ópera. Hay funciones previstas hasta el 11 de mayo. Y conviene frecuentarlas porque Tcherniakov ha concebido un prodigioso acontecimiento partiendo de una exégesis arriesgada. No es el cuento de un zar que condena a su mujer creyendo que ha engendrado un monstruo, sino la angustia de un chico autista cuyo trastorno provoca el repudio de su padre.

No es un príncipe, sino un adolescente que padece un trastorno del espectro autista

Y no es que desaparezcan de la escena ni los príncipes ni las princesas, ni los animales mágicos ni los reinos de color. Lo que sucede es que la trama de la ópera transcurre en la mente y en la imaginación del protagonista. Tcherniakov consigue escenificarlas con los recursos de la tecnología y de la animación. Y logra entremezclar todos los planos dramatúrgicos -la realidad y la ficción, el cuento y el historial clínico- hasta provocar el magnetismo de los espectadores. Nos involucramos en el “cuento” porque el montaje rompe la cuarta pared y porque las pasarelas laterales del escenario comunican el patio de butacas con la tarima, como si fueran indisociables.

Transitan por ellas los personajes de la ópera. Primero lo hacen como si hubieran escapado de un cómic decimonónico. Y después comparecen vestidos de civiles contemporáneos. Es un viaje iniciático del sueño a la realidad que repercute en la angustia de Gvidon. No es un príncipe, sino un adolescente que padece un trastorno del espectro autista.

La clave de lectura está en el propio libreto, precisamente cuando el zar Saltán tiene noticia de que su esposa ha dado a luz a una criatura “rara”. El adjetivo también identifica a las personas diferentes, a los abejorros humanos, a los sujetos extraños de los que tanto recela la sociedad.

placeholder 'El cuento del zar Saltán' de Nikolái Rimski-Kórsakov, que se puede ver ahora en el Teatro Real de Madrid. (EFE)
'El cuento del zar Saltán' de Nikolái Rimski-Kórsakov, que se puede ver ahora en el Teatro Real de Madrid. (EFE)

Gvidon forma parte de ellos. Y adquiere un protagonismo absoluto en el Teatro Real porque el montaje de Tcherniakov lo mantiene en escena desde el primer compás al último. Mérito del tenor ucraniano Bogdan Volkov, cuyas aptitudes de exquisito tenor lírico -le escuchamos una fabulosa interpretación de Lensky en el “Onegin” de enero- se añaden a la impactante dimensión teatral. Un actorazo es Volkov, en sus tics, angustias introspectivas y elucubraciones mentales, el eje gravitatorio de una lectura impecable e implacable que convierte el cuento de hadas en un terrorífico drama social.

Tiene sentido destacar el papel sobrecogedor de Svetlana Akseonova desempeñándose como la abnegada madre, igual que reviste especial mérito la actuación de Nina Minaysan como la princesa cisne. Así aparece en el sueño de Gvidon y en el cuento de Rimsky, aunque la metamorfosis de Tcherniakov la convierte en la terapeuta que trata de remediar la oscuridad de su mente. El montaje es despiadado, pero no opaca la brillantez de un reparto coral excelente ni distrae la exquisitez de la partitura. La desmenuza con plasticidad y hondura el maestro israelí Ouri Bronchti. Nunca había dirigido en el Teatro Real. Y ha sido una solución de emergencia a la baja de Karel Mark Chichon, pero resuelve el desafío con rigor y criterio. Explora la riqueza cromática y rítmica de la bellísima ópera. Y nos remarca simbólicamente el año de composición -1900-, precisamente porque la partitura de Rimsky-Korsakov mira patrimonialmente hacia atrás (Wagner) como mira hacia adelante con el estupor impresionista de sus interludios marinos.

Resulta conmovedora la naturalidad con que los cantantes rusos y ucranianos comparten el escenario del Teatro Real para representar El cuento del zar Saltán. La ópera pertenece al repertorio de Rimsky-Korsakov, procede de una fábula de Pushkin y recala por primera vez en el coliseo madrileño con la mediación clarividente y dramatúrgica de Dimitri Tcherniakov.

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