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'El Eternauta': primero se va la luz, luego llegan los marcianos
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'El Eternauta': primero se va la luz, luego llegan los marcianos

Excelente adaptación en esta miniserie de un cómic clásico argentino de los años 50, con Ricardo Darín

Foto: Ricardo Darín en 'El eternauta' de Netflix.
Ricardo Darín en 'El eternauta' de Netflix.

Ha subido mucho la exigencia del espectador con los apocalipsis de ficción, dado que cada vez somos más duchos en el arte de la supervivencia. El Eternauta empieza con un gran apagón, y como para los españoles la falta de luz ya no tiene ningún misterio, uno cree que la nueva serie de Netflix se adscribe al más evidente realismo: el Tercer Mundo. Buenos Aires se queda sin luz, los argentinos piensan en sus seres queridos, buscan velas y miran a ver si sale agua del grifo; todo normal. Sin embargo, a diferencia de los españoles, no se reúnen en un bar para beberse hasta los biberones de los bebés, sino que se dedican a impedir que otros argentinos entren en su casa. Hay brechas culturales insalvables.

En rigor, El Eternauta no muestra egoísmo y pasión armamentística sin justificación. Aparte de la falta de electricidad, en este apocalipsis nieva. Y esa nieve, por las cosas de la ficción, es letal: basta con salir a la calle para desplomarse, muerto para el tango. Por eso, después de deducir que es la nieve la que mata, los supervivientes se atrincheran, buscan máscaras de gas, afanan fusiles y pistolas y crean una especie de estado policial ciudadano, que domina buena parte de la trama.

Se adapta aquí un cómic de finales de los años 50, de idéntico título, escrito por Héctor Germán Oesterheld y dibujado por Francisco Solano López. Aunque podría ser al revés, yo qué sé. Es habitual en las páginas de cultura de los periódicos que el plumilla dé la impresión de saberlo todo sobre todo, y enseguida algo es un “clásico” porque eso es lo que dicen en otro periódico, y este fotógrafo es “reconocido” y aquel galerista, “fundamental”. En realidad, casi nadie sabe de lo que habla. Vagamente quizá he visto la cubierta de este cómic en una librería alguna vez, pero ignoro si su importancia en las artes dibujantes excede el campo magnético del ego de un argentino. Créanlo.

Lo cierto es que han tardado más de sesenta años en hacer la serie, tiempo suficiente para poder elegir de protagonista a Ricardo Darín. Este hombre lleva protagonizando todo el cine argentino desde 1999.

Como para los españoles la falta de luz no tiene ningún misterio, la serie de Netflix se adscribe al más evidente realismo: el Tercer Mundo

A sus 68 años, Ricardo Darín nos da el argentino promedio, balanceado, universal. Como Koji Yakusho en el cine japonés o José Coronado en el español. Hay un actor en toda cinematografía que sale siempre en los carteles, como la bandera nacional en las Olimpiadas. Ser actor tiene esa ventaja sobre ser actriz: puedes interpretar a hombres de mediana edad durante treinta años.

La serie es excelente. Bruno Stagnaro adapta a nuestros días (hay internet, móviles, etcétera) aquella historia de tintes políticos (según he leído, en 1959 El Eternauta planteaba alguna metáfora sobre las dictaduras) sin caer en los vicios habituales en Netflix. No hay cuotas, miramientos morales o cesiones al último titular del periódico. Sólo es gente del común tratando de sobrevivir y enfrentándose con lo que tiene a una amenaza desconocida.

Ricardo Darín lleva protagonizando todo el cine argentino desde 1999

“¿Quién nos va a tirar una bomba atómica a nosotros?”, se preguntan los argentinos de la serie, sin sopesar la posibilidad de que esa idea haya pasado efectivamente por la cabeza de alguno de sus vecinos en Latinoamérica. Y también: “Esto tiene una escala mucho mayor de lo que pensamos”. Como en nuestro apagón, el aislamiento súbito provoca naturalmente todo tipo de especulaciones, dudas y razonamientos. Esta inquietud civilizada es lo que el gobierno de Pedro Sánchez llama “bulos”.

La elegía por los tiempos pasados se resume en otra frase gloriosa: “Lo viejo funciona”. Funcionan los coches antiguos, el fuego y, sobre todo, la ley del más fuerte. La serie apuesta muy felizmente por un look retro-futurista, casi soviético, que dibuja Buenos Aires como un Moscú donde nieva mal.

Con todo, me rechina que los oficios de los ciudadanos que van apareciendo (o muriendo) capítulo a capítulo sean los de “ferretero” o “panadero”, cuando, muy obviamente, la serie se ha filmado en los barrios más bonitos y lujosos de la ciudad, donde una casa costará como un millón de dólares, y no creo yo que para comprar esas casas valga con vender pan o tuercas. También la aparición final de unos alienígenas desentona un poco con la sobriedad de la propuesta, pues su aspecto (supongo que idéntico al que se dibujó en los años 50) resulta quizá inverosímil o infantil o, incluso, desagradable.

El Eternauta empieza como una de Shyamalan (El incidente) y acaba como La máquina del tiempo (1960), pues no en vano el significado de su título apunta al viaje eterno o al viaje por lo eterno. De esta noción ciclo-temporal se da apenas un leve apunte, lo que indica la necesidad (que esperamos con enorme interés) de una segunda temporada.

Esta nueva entrega también nos apelará directamente, pues parece que tratará sobre algo hoy muy codiciado: el control absoluto de la población.

Ha subido mucho la exigencia del espectador con los apocalipsis de ficción, dado que cada vez somos más duchos en el arte de la supervivencia. El Eternauta empieza con un gran apagón, y como para los españoles la falta de luz ya no tiene ningún misterio, uno cree que la nueva serie de Netflix se adscribe al más evidente realismo: el Tercer Mundo. Buenos Aires se queda sin luz, los argentinos piensan en sus seres queridos, buscan velas y miran a ver si sale agua del grifo; todo normal. Sin embargo, a diferencia de los españoles, no se reúnen en un bar para beberse hasta los biberones de los bebés, sino que se dedican a impedir que otros argentinos entren en su casa. Hay brechas culturales insalvables.

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