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Barbijaputa censurada, Robespierre guillotinado
Con esto pasa como con la libertad de expresión: no se dan cuenta las feministas radicales de que, si lo universal se fracciona según el sexo o la ideología, la sociedad se pone patas arriba
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Han sido, las últimas, unas semanas muy moviditas en el plano de lo gonadal y lo simbólico. Empiezo por el final. El diario Público ha censurado un artículo de la feminista Barbijaputa y luego la ha echado. Ha sido un poco como cuando la Revolución Francesa guillotinó a Robespierre. La activista había mandado un texto en el que celebraba la sentencia del Tribunal Supremo británico que dice que “mujer” es un concepto material y biológico, y que por tanto las mujeres trans son otra cosa.
La activista envió su texto, el director Manuel Rico debió considerarlo muy tránsfobo y no contestó, así que Barbijaputa fue calentando en redes el asunto. Se quejaba de que el director no le decía nada, habló de censura y se montó el belén. Al final Público optó por lanzar un comunicado en el que dice que su compromiso con la libertad de expresión es inmenso y que no publican eso y la echan.
Es, de nuevo, el legendario compromiso con la libertad de expresión de quienes consideran que este mecanismo solo opera cuando las ideas expresadas coinciden con las suyas. De los creadores de “todo lo que no pienso es discurso de odio fascista”, llega “como empresa anticapitalista prescindimos de su colaboración”.
Barbijaputa ha tenido más lectores publicando su artículo en su propia web, cosa que me ha permitido comprobar hasta qué punto es estricta la moral de Manuel Rico, aunque se ha quedado sin trabajo. Todo periódico tiene la última palabra sobre lo que le publica a sus columnistas y lo que no, pero cuando la decisión se toma en función de la ideología, y no porque un articulista haya metido la pata, o mienta, o se equivoque, eso está más cerca de la censura que de la ética editorial.
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Este mes, la defensora de su libertad de expresión Barbijaputa estaba clamando para que Anagrama bloquease el libro de Luisgé Martín sobre José Bretón. En general, ha sido la señora Japuta siempre una persona de las que exigen censura para lo que le ofende, y podéis creerme si os digo que su rango de ofensa es muy elástico. Ha montado boicots en redes sociales contra cómicos, marcas, articulistas y cantantes, y cuando las feministas radicales dominaron la tierra, allá por 2016, promovió linchamientos contra cualquiera que considerase machista.
Cuando El País decapitó a Carlos Vermut, José Coronado salió, tembloroso, a decir que las mujeres tal vez deberían denunciar en comisaría y no en la prensa. Barbijaputa reaccionó así: “Coronado, si todas las víctimas de violencia sexual que NO han denunciado por miedo dejaran de consumir ahora mismos todos los contenidos en los que apareces, tu vida tal y como la conoces desaparecería en un segundo. Los premios, la pasta, los focos, los palmeros, la fama… Cuántas mujeres hubo ayer sobre la alfombra, compañeras de profesión, que también han sufrido violencia sexual y que estuvieron calladas por miedo, miedo a comentarios como los de Coronado. Que este tipo se creyera con el derecho a decir tal cosa no debería quedar en nada”.
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Le respondía un tuitero: “Es que tiene ese derecho. Se llama libertad de expresión. Es una de las libertades fundamentales de la democracia moderna”, a lo que ella contestaba: “No es un derecho decir muchísimas cosas que de hecho están tipificadas como discurso de odio”. Es, básicamente, el mismo argumento que usa Público para censurar su artículo y echarla de una patada a la calle.
Bien: mientras tanto, una noticia absolutamente genial agitaba más todavía el avispero por este flanco. Un hombre, Cándido, se cambió de sexo gracias a las facilidades que proporciona la ley trans, se convirtió en Candy, agredió presuntamente a una mujer y un tribunal ha dicho que no se le puede aplicar la ley de violencia de género, porque ahora ya no es un hombre.
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Con esto pasa como con la libertad de expresión: no se dan cuenta las feministas radicales de que, si lo universal se fracciona según el sexo o la ideología, la sociedad se pone patas arriba. Claman contra el truco de Candy, exigen derogar la ley trans para que los hombres no puedan refugiarse de la discriminación legal instaurada a partir de 2004 o adquirir privilegios convirtiéndose en mujeres, y no se dan cuenta de que todo esto se soluciona antes si eliminamos de nuestro ordenamiento jurídico toda la discriminación sexual que ellas mismas han promovido.
Si la ley de violencia de género no reservase penas más altas a los hombres, tanto daría que Candy fuera Cándido. Lo que digo aquí, estoy seguro, me lo censurarían en Público. Pero a Barbijaputa le parecería bien.
Han sido, las últimas, unas semanas muy moviditas en el plano de lo gonadal y lo simbólico. Empiezo por el final. El diario Público ha censurado un artículo de la feminista Barbijaputa y luego la ha echado. Ha sido un poco como cuando la Revolución Francesa guillotinó a Robespierre. La activista había mandado un texto en el que celebraba la sentencia del Tribunal Supremo británico que dice que “mujer” es un concepto material y biológico, y que por tanto las mujeres trans son otra cosa.