Esta urbanista de Yale sabe por qué caminas cada vez más rápido (sobre todo, si eres rico)
Una reciente investigación ha descubierto que nos movemos más rápido y nos detenemos menos tiempo a socializar con los demás en la calle. ¿Por qué?
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Durante los setenta, el investigador William H. Whyte llevó a cabo uno de los experimentos urbanos más influyentes de todos los tiempos. Junto a su equipo colocó cámaras en las calles y plazas de varias ciudades americanas y registró cientos de horas de material. El resultado fue el Proyecto Street Life, que intentaba medir de forma artesanal lo que las personas hacemos en las ciudades para entender nuestro comportamiento. ¿Dónde nos sentamos? ¿Nos ponemos al sol o a la sombra? ¿Cuánto tiempo nos quedamos en un mismo sitio? ¿En qué lugares de una plaza nos paramos?
Entre otras cosas, Whyte demostró que la gente suele situarse en los lugares donde hay otras personas (pero hasta cierto nivel de abarrotamiento), que la presencia de sombra, fuentes o puntos de venta de comida es esencial para que la gente acuda y se quede en determinado espacio, que las esquinas son los puntos más frecuentes de interacción social o que la gente no cruza por mitad de la calle de forma caótica, sino siguiendo patrones muy racionales, aunque a primera vista no lo parezca.
Medio siglo después, un grupo de investigadores liderados por Arianna Salazar-Miranda, investigadora de la Yale School of the Environment y en colaboración con MIT Senseable City Lab, han seguido sus pasos utilizando inteligencia artificial, que les ha permitido comparar cómo han cambiado las ciudades (Nueva York, Boston y Filadelfia) entre 1979-1980 y 2008-2010. Según sus hallazgos, caminamos un 15% más rápido, al mismo tiempo que el tiempo que nos detenemos en la vía pública se ha reducido a la mitad, así como las interacciones sociales en las calles.
Las películas de Whyte muestran calles vibrantes, llenas de gente charlando, comiendo, besándose o simplemente descansando. Ya no es así y las imágenes recogidas por el profesor Keith N. Hampton y sus estudiantes muestran que los lugares públicos se están convirtiendo en meros espacios de paso. “Para nosotros, es una evidencia de que la naturaleza de las ciudades está cambiando”, explica Salazar-Miranda por videollamada desde Yale. Los lugares eran los mismos, pero el comportamiento de la gente en ellos había cambiado por completo. Lo llamativo es que en todos ellos, de la misma manera.
"En las zonas más ricas la presión por ir rápido aumenta, parece más costoso"
Es decir, aunque Chestnut Street de Filadelfia se había gentrificado, en Boston se habían eliminado los bancos de la calle, y Bryant Park es hoy un lugar mucho más seguro que hace décadas, el comportamiento de los transeúntes había cambiado de la misma manera en todos esos lugares. “Es sorprendente que a pesar de todos esos factores, veamos tal consistencia en los cambios en la conducta”, explica la urbanista. Es decir, gente que camina más rápido e interactúa menos. Lo que le lleva a sospechar que no es el diseño urbano el que ha cambiado en sí, sino sobre todo, el comportamiento humano.
Una tormenta de hipótesis
Hay distintas explicaciones que pueden encontrarse detrás de este fenómeno, desde la aceleración de la vida contemporánea hasta la privatización de la ciudad pasando por los teléfonos móviles. Uno de los hallazgos más reveladores es que en las zonas más ricas de la ciudad, la gente camina más rápido. “Puede ser que los sueldos más altos incrementen la presión por moverte rápido, porque es más costoso ir lento”, explica la urbanista. Es algo que ya había mostrado el trabajo realizado por los psicólogos Marc y Helen Bornstein en 1976, y que desde entonces ha acentuado. “Hemos encontrado algo parecido, que en algunas localizaciones más ricas como Bryant Park en Nueva York o el centro de Boston la gente camina aún más rápido y se para menos que antes”, explica.
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La excepción significativa es el Metropolitan Museum de Nueva York, donde comprobaron que la gente se paraba más. ¿Por qué? Porque es el MET; “un museo icónico y conocido a nivel mundial”, explica Salazar-Miranda. Una atracción cultural que, por su atractivo, consigue que el peatón acelerado se detenga más tiempo, quizá para tomar alguna fotografía o simplemente porque tiene más ganas de demorarse en su entorno. “Es un espacio tan icónico que puede contrarrestar toda esa presión que hace que la gente vaya más rápido”, añade.
Uno de los conceptos esenciales en las teorías de Whyte era la triangulación, es decir, “la capacidad de un espacio público para atraer gente”. Es el caso del MET, pero también de los monumentos, las fuentes, los escaparates delante de los cuales se junta la gente, los puestos de comida o los mimos que realizan actuaciones para los niños. Elementos cada vez menos presentes en las ciudades que, exceptuando los lugares turísticos, han visto cómo esa “triangulación” se iba perdiendo cada vez más. El escaparate está en Amazon y los mimos, en TikTok.
¿Significa eso que estamos absortos en nuestros móviles y por eso no levantamos la cabeza para mirar a nuestro alrededor? No tan rápido. “Cuando hablaba con otros académicos, es uno de los primeros temas que salían: ‘es por los móviles, ¿verdad?’”, responde la urbanista. Así que intentaron comprobar el uso del teléfono en los vídeos de los que disponían. Para su sorpresa, “nos dimos cuenta de que la utilización del móvil era muy baja”. Solo entre un 1% y un 8% lo usaban en las grabaciones de 2010. “Puede jugar un cierto papel, pero no creo que explique el descenso en las interacciones sociales”, recuerda Salazar-Miranda.
Tal vez la gente no está socializando menos, sino que lo está haciendo en interiores
Por eso mismo, la receta para conseguir que las ciudades sigan teniendo vida no es tan diferente a la que propuso Whyte hace medio siglo. Por ejemplo, lugares de sombra y espacios donde sentarse, pero a poder ser, que se puedan mover. En una de sus películas, el urbanista mostraba cómo algo tan sencillo como una silla, unas mesas y un poco de sombra sirven para reunir a la gente a su alrededor. De ahí el éxito de nuestras terrazas o de la arquitectura de las piazzas italianas, donde hay casi infinitas posibilidades para sentarse a tomar algo a la sombra.
Menos vida fuera, más vida dentro
Existe otra explicación para este fenómeno, y es el aumento de los terceros lugares. Un concepto desarrollado por el sociólogo urbano Roy Oldenburg para referirse a todos los espacios que no son ni el hogar ni el trabajo capaces de propiciar encuentros sociales con desconocidos a partir de un interés común. Desde las bibliotecas hasta los bares pasando por las iglesias. Hace unas décadas, la calle podía ser un tercer lugar, pero ya no es así.
“Durante las últimas décadas hemos visto el crecimiento de lugares como las cafeterías, sitios como Dunkin’ Donuts o Starbucks”, recuerda la urbanista. En EEUU (pero tal vez no en Europa, donde el café o el bar siempre han sido y siguen siendo un punto de encuentro) ha aumentado el número de lugares cerrados “que ofrecen aire acondicionado, asientos cómodos y otras facilidades como wifi”. Es posible, por lo tanto, que no es que la gente esté socializando menos, sino que esté haciéndolo en esos espacios cerrados, trasladando la vida social a los interiores.
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El problema, recuerda Salazar-Miranda, es que mientras que las relaciones en las calles o plazas pueden realizarse entre personas de clases sociales muy distintas, los encuentros en los espacios interiores suelen estar mucho más determinados por el origen socioeconómico. En otras palabras, aunque dos personas puedan encontrarse tomando el sol en la Plaza de España madrileña, uno quizá se marche a tomar una cerveza al 100 Montaditos y otro al lounge del VP Plaza de España.
“Los espacios públicos tradicionalmente ofrecían la posibilidad de atraer a gente de niveles de ingresos diferentes, edades, etc., pero el hecho de que crezcan estos terceros lugares puede hacer que el funcionamiento social de las ciudades cambie, y el riesgo es que se reduzca la diversidad de los encuentros diarios, al menos comparado con los encuentros que experimentábamos cuando lo hacíamos en espacios públicos tradicionales”, recuerda.
El futuro de la ciudad
Estudios como los publicados por Hamed Nilforoshan o Esteban Moro en Nature muestran a partir de los patrones de movilidad por la ciudad este aumento de la segregación. “En resumen, la gente que vive en ciudades más grandes interactúa con cada vez menos frecuencia con individuos de distintos niveles económicos en sus vidas diarias”, recuerda la investigadora. “A medida que nuestra vida social sale de los espacios públicos y se desplaza a los privados, nuestras interacciones son menos diversas”.
Las ciudades cada vez son más grandes y extensas, incluso en Europa
Una creciente brecha que apunta también a la creciente privatización de la ciudad, donde la mayor parte de esos servicios que antes se ofrecían de forma gratuita (aunque fuese simplemente la posibilidad de sentarse a la sombra) cuestan dinero. “Quizá la mayor preocupación es que socializar requiera gastar dinero”, se muestra de acuerdo la urbanista. “Estos lugares excluyen a la gente que no quiere o no puede pagar”.
Los hallazgos de Salazar-Miranda y su equipo apuntan hacia un futuro urbano que va en contra de las propuestas del propio Whyte y otros iconos de la renovación urbana como Jane Jacobs. Una ciudad con menos interacciones, menos socialización y menos vida, en la que las calles y las plazas son un mero espacio de paso que atravesar rápidamente antes de llegar al trabajo o volver a casa. Algo que está ocurriendo incluso en Europa.
“La realidad es que los planes urbanos modernos se están moviendo hacia la dirección contraria, construyendo ciudades grandes y extensas”, señala Salazar-Miranda. “Esas decisiones no se han tomado por azar, sino que alguien intencionadamente eligió diseñar los barrios así”. Ideas como la ciudad jardín de sir Ebenezer Howard que finalmente pudieron llevarse a cabo gracias al automóvil, el principal paradigma que influyó en el diseño de los suburbios de EEUU. En sus investigaciones, la urbanista muestra que los barrios diseñados así suelen tener peores condiciones sociales y medioambientales, es decir, más emisiones contaminantes de vehículos y menos interacciones. Además, la gente que vive en ellos es más sedentaria.
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La gran pregunta que intenta resolver con su trabajo es qué reformas se pueden llevar a cabo. Una de las respuestas son las regulaciones de zonificación, leyes locales que determinan para qué puede usarse cada parcela, que “en EEUU son el arma más poderosa de la que disponemos para darle forma a lo que construimos, dónde se construye y cómo se construye”. Una de las reformas más populares son los FBCs (Form-based Codes), que regulan también la forma de lo que se construye y que favorecen “los barrios compactos y caminables con usos mixtos”. Es decir, lo opuesto a los suburbios construidos según el modelo de la ciudad jardín.
“Los lugares que adoptan estos FBCs tienen entornos más centrados en la escala humana, donde se tarda menos en llegar al trabajo y se camina más”, concluye Miranda-Salazar. “Lo que hay que sacar de todo esto es que hemos tomado determinadas históricas decisiones que han producido resultados negativos, pero creo que aún tenemos potencial para construir entornos mejores a través de estas reformas. Aún podemos darle una nueva forma a los lugares donde vivimos”
Durante los setenta, el investigador William H. Whyte llevó a cabo uno de los experimentos urbanos más influyentes de todos los tiempos. Junto a su equipo colocó cámaras en las calles y plazas de varias ciudades americanas y registró cientos de horas de material. El resultado fue el Proyecto Street Life, que intentaba medir de forma artesanal lo que las personas hacemos en las ciudades para entender nuestro comportamiento. ¿Dónde nos sentamos? ¿Nos ponemos al sol o a la sombra? ¿Cuánto tiempo nos quedamos en un mismo sitio? ¿En qué lugares de una plaza nos paramos?