Baja el telón de la mejor generación de escritores de la historia
El novelista peruano-español ha fallecido este domingo a los 89 años en su casa limeña, donde residía desde 2022. Su muerte supone el adiós de la edad de oro de la narrativa latinoamericana
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Puede entrarse en este reponso con la broma simpática de Gabriel García Márquez: "Ahora se muere gente que antes no se moría". Eso es un poco la vida, ver que la gente que se muere por la tele cada vez te importa más, te pilla más de cerca, la leíste, la odiaste, su triunfo fue en directo, su decadencia pautaba tus días, su nombre mismo era el paisaje célebre de fondo donde tú sólo salías a comprar el pan. Con Mario Vargas Llosa la muerte completa un oscuro iconostasio, un panteón luminoso, absolutamente legendario e irrepetible.
Ya saben: Borges, Rulfo, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y otro puñado menos exitoso (da igual ahora si mejor o peor) que nos ha acompañado durante décadas como la alineación popular de la literatura, el balompié de las letras. Nunca habrá escritores tan famosos como García Márquez y Vargas Llosa, tan reconocibles y numismáticos. Eran la moneda corriente de la cultura: cuando alguien sabe que eres escritor aunque no te haya leído una línea.
De Vargas Llosa se han dicho muchas cosas y a veces me acordaba de una no poco malvada de Iñaki Uriarte en sus Diarios (Pepitas): "Vargas Llosa podría haberse dedicado a cualquier otra cosa y siempre habría llegado muy arriba". La frase quiere decir que el autor de La ciudad y los perros cae mal a Uriarte. Quiere decir que no lo considera exactamente un escritor, sino un triunfador profesional, que sabe lo que tiene que hacer en un campo laboral concreto para medrar. Quiere decir, en fin, que el éxito es todo igual escribas o vendas detergente, hay ahí una técnica, un saber, un posicionarse que no cambia demasiado. Uriarte viene a pintar a Vargas Llosa como un autor con alma de empresario liberal.
Curiosamente, la frase me gustaba mucho hasta que leí Los genios (Galaxia Gutenberg), de Jaime Bayly. Ahí, si algo que claro, es que Vargas Llosa quería ser escritor mucho antes que fundar Facebook o, va dicho, vender detergentes. Escribir fue su pasión, y no acabar como escritor minoritario o pequeñito, su ideología. Aquí hemos venido a ganar, luego ya de reconocernos enamorados.
La obra de Vargas Llosa tiene como dos etapas, y una dimensión acaso fantasmática, menos interesante pero casi más larga. La primera etapa de nuestro autor fue la del pulso con los clásicos, inmejorablemente con los del siglo XIX. Entre La ciudad y los perros (1963) y La fiesta del chivo (2000), Vargas Llosa hizo lo que hacían todos los autores del siglo pasado que tenían ambición verdadera: la gran novela americana. La gran novela americana de Perú, de París, da igual. La gran novela: muy larga, muy compleja y que abarque un mundo entero. Ahora esto nos parece a todos una tontería y hacemos novelas de cincuenta páginas en word porque con eso da para salir en el periódico y estar en una librería. Antes se quería entrar en las librerías como un meteorito, pesando, impresionando, costando veinticinco euros.
Casualmente, la novela más corta de Mario Vargas Llosa en este periodo es también la peor, y además premio Planeta. Está todo ahí, en esta anécdota.
De esta primera etapa cabe decir que tuvo algo de contrapunto, donde la otra melodía era la narrativa de García Márquez. En Los genios, Bayly señala muy crudamente cómo uno escribe sin perder de vista, no lo que escriben los demás, sino el éxito que tienen. García Márquez ganaba tanto dinero que era insoportable. A lo mejor el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez no tuvo más misterio que el de representar a un hombre harto del éxito de otro.
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