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"Vicio cotidiano y permanente": cuando la cocaína inundó Barcelona en 1915
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"Vicio cotidiano y permanente": cuando la cocaína inundó Barcelona en 1915

En 'Historia del ocio nocturno en España', Juan Carlos Usó analiza la vida trasnochadora. Publicamos el fragmento sobre la llegada de las drogas psicóticas a España tras el estallido de la I Guerra Mundial

Foto: 'Joven decadente', de Ramón Casas, considerado el Toulouse-Lautrec español.
'Joven decadente', de Ramón Casas, considerado el Toulouse-Lautrec español.

Las drogas eufóricas, que recibían la misma consideración que cualquier otro medicamento, eran productos de venta libre, es decir, se vendían al por menor y sin receta en las farmacias y al por mayor en las droguerías. Aunque en España se conocían casos puntuales de abuso, sobre todo de morfina, su empleo solía circunscribirse a usos terapéuticos convencionales.

Sin embargo, coincidiendo con el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, y a medida que la sociabilidad urbana empezó a sufrir profundos cambios, las sustancias psicoactivas —en especial la cocaína—, hasta entonces prácticamente recluidas en los botiquines, abandonaron las boticas para ganar terreno en la calle.

La expansión inicial de estos consumos ya con fines lúdicos o recreativos comenzó en Barcelona y, según muchos testigos cualificados de la época, estuvo estrechamente vinculada al espionaje y a la prostitución, dos actividades en cierto modo propiciadas por la mencionada política de neutralidad decretada por el Gobierno español.

La nómina de testigos de este proceso es tan extensa como cualificada. En plena contienda, el escritor y charlista Federico García Sanchiz ya dejó constancia de su encuentro con "un camarada que se lamentaba de la invasión extranjera, profetizando el contagio de todas las cadencias del cosmopolitismo de antes de la guerra universal". Por su parte, Josep Maria de Sagarra recordaba la llegada a Barcelona de los primeros camellos: "Entre los técnicos de la depravación que llegaron por los alrededores de 1915, no todos eran del valor moral de Jack. Vinieron los científicos de la droga y sobre todo las múltiples manifestaciones del proxenetismo. En los bares germánicos de las Ramblas comían grandes raciones de pie de cerdo con remolacha unos tipos adiposos, exhibicionistas de brillantes y cicatrices equívocas, más que de mediana edad, muy correctos y amables ante el desconocido, que con los ojos blandos y turbios del bribón insensible y con unos agujereados dientes de bacalao contemplaban los mosquitos en el aire. Este personal era hez de la más fina; escupidos del Pireo, de Alejandría y de Marsella, habían escogido la Rambla como campo de operaciones, y ahí no se privaban de nada. La policía vivía al corriente de muchas cosas. Pero la neutralidad era una ubre pródiga, y el comercio, si puede llamarse comercio, había caído en un chapoteo tan complicado de materia putrefacta, que lo más prudente era hacer la vista gorda".

La expansión inicial de estos consumos ya con fines lúdicos o recreativos comenzó en Barcelona

Elvira Reyna coincidía con Sagarra en señalar el boom del consumo de drogas en Barcelona en el "año terrible de 1915". Y el polifacético Álvaro Retana, que sumaba 24 años de edad en el momento del estallido de la Gran Guerra, evocaba su impacto en Barcelona a través de estos recuerdos: "En 1914 dio comienzo en Barcelona la danza de los millones, como una consecuencia del conflicto europeo. La guerra europea desencadenó sobre la ciudad condal una tormenta de oro. El dinero llovía materialmente en el mundo artístico y galante, y tahúres y estrellas, empresarios y agentes saboreaban la alegría de vivir principescamente. Los nuevos ricos, ordinarios en su esplendidez, prodigaban los billetes y aceptaban cualquier negocio, por turbio que apareciera, donde mediase una mujer. […] En pintoresca promiscuidad abarrotaban los bares […] meretrices y tahúres, marineros y policías, ladrones e invertidos, traficantes en cocaína, tozudos de la curiosidad, grandes cocotas y hasta señoras honorables que a la salida de los teatros querían horrorizarse contemplando 'de cerca' a los ángeles de la mangancia, a los maleantes de suave aspecto, a la delincuencia decorativa".

Tanto el escritor Lluís Capdevila i Vilallonga como el dibujante, caricaturista y periodista Jaume Passarell i Ribó, que en los años de la Primera Guerra Mundial llevaban una existencia bohemia, coinciden en señalar al Bar del Centro —que durante una temporada se llamó Café Río de la Plata— como el primer local de Barcelona —y con toda probabilidad del Estado español— en resultar contaminado por la cocaína. Dicho establecimiento estaba ubicado en las Ramblas, junto a la Librería Francesa, muy cerca del Liceo, y en sus bajos se inauguró el primer cabaret que existió en Barcelona: Au Cabaret du Tango, que pronto mudó su nombre por Au Fond de la Mer, y
donde se reunía una buena representación de la flor y nata de la noche barcelonesa.

placeholder Cubierta de 'Historia del ocio nocturno en España', de Juan Carlos Usó.
Cubierta de 'Historia del ocio nocturno en España', de Juan Carlos Usó.

El también periodista Francisco Madrid Alier, en cambio, situaba el foco contaminante en el gran café-restaurante Au Lion d’Or, ubicado no muy lejos de allí, en el número 2 de la plaza del Teatro:

"Alrededor de las mesas del Lion aposentábanse unas mujeres gordas y enormes que hablaban en francés y que además de leer 'Le Matin' todos los días procuraban estrechar los lazos franco-españoles lo más que podían… Estas mujeres importaron la cocaína en Barcelona. Acaso antes de la guerra había alguno que otro cocainómano en Barcelona, como había algún morfinómano; pero eran pocos, tan pocos, que no significaban una preocupación policíaca.

La guerra trajo consigo en Barcelona el pistolerismo como arma social y la cocaína. Si en España hubiera la hipersensibilidad patriótica de Francia, existirían unos escritores nacionalistas que cogerían el tranquillo de las fuerzas internacionales contra España, como algunos que cuando necesitan diez duros escriben un artículo contra el Estatuto de Cataluña, que en cualquier momento o en cualquier circunstancia es un medio cómodo y fácil de tener dinero. Si hubiera escritores de ese tipo hubieran dicho que las potencias aliadas envenenaban la juventud española, intoxicándola para inutilizarla en 'su cometido histórico e imperial', etcétera, etcétera. En Francia creen a cada momento que el doctor Caligari se traslada a París todas las noches y redistribuye por los 'cabarets' unos cientos de botellitas de cocaína para destruir la juventud francesa […].

Llegaba a Barcelona la cocaína como vicio cotidiano y permanente por medio de la banda de vividoras internacionales que no hallando negocio en ningún país beligerante se establecieron en la ciudad mediterránea […].

"Antes de la guerra había alguno que otro cocainómano en Barcelona, como había algún morfinómano"

Fue la gran época de la noche barcelonesa. Todavía hoy se vive de aquel recuerdo. Mauricio Chevalier trabajaba en Barcelona por trescientos francos, y Mistinguette, entonces en plena madurez, ganaba seiscientos francos y estaba encantada del mundo. A los industriales catalanes, acostumbrados a tomar por amigas chicas caídas en desgracia, a las que ponían un piso económico y les regalaban una máquina de coser a plazos, la guerra les presentó una serie de supuestas mujeres fatales que eran la delicia del Edén Concert, del Excelsior, del Principal Palace y de las cenas del Suizo… La Bertini, la Leda Gys, Za La Mort eran las heroínas cinematográficas… Mujeres de Francia, de Austria, de Italia, de Suiza, de Bélgica, de Inglaterra, cayeron sobre Barcelona, y allí se han quedado muchas de ellas para seguir siendo la jaca de algún señor o propietarias de alguna discreta casa de huéspedes. La cocaína entró en aquel momento […].

—¿Qué es eso de la cocaína?

Y ellas lo contaban e inducían a sus nuevos amigos, que chapurraban un francés macarrónico o hablaban un italiano de abonado a la Opera, y que por ser ricos recientemente querían tener con el nuevo dinero el lustre de un señorío que no le iba bien a la vieja y acomodada menestralía catalana.

No había ningún impedimento para vender cocaína.Y en las farmacias de entonces se despachaba la cocaína como si fuese pastillas de goma para la tos… No hay vicio que más guste de ser compartido que el de la cocaína, y aquellas mujeres que en la lívida madrugada, antes de acostarse, necesitaban entrar en cualquier farmacia de las que circundan las ramblas donde vendían cocaína y se llevaban a la pensión lo que Tomás de Quincey denominó el éxtasis portátil para aspirarlo ellas y darlo a aspirar a cualquier hijo de fabricante de Sabadell o de Tarrasa, elemento social que entonces se puso de moda […].

Al año podía hacerse un buen censo de cocainómanos, y poco después, la toxicomanía pasaba a ser un nuevo negocio de la vida nocturna; un nuevo gran negocio, sobre el que se han cimentado algunas grandes fortunas. Marión, una chica que ayudó en sus miserias a cierto literato, vendía cocaína casi al por mayor; Garriga Cuyás, uno de los pistoleros de Koenig, dejó la pistola por la venta del tóxico. Le daba más y era menos expuesto. Una noche lo encontraron asesinado en la calle de la Riereta, y la llegadade los guardias no permitió que desvalijaran el cadáver. Al registrarlo le hallaron más de cuarenta botellitas Merck repartidas en los bolsillos del gabán.

[…]

"En las farmacias se despachaba la cocaína como si fuese pastillas de goma para la tos"

Entonces, el contrabando era fácil. […] Llegaban el tabaco, la cocaína y las órdenes confidenciales por la Costa Brava. Las playas de Gerona no estaban entonces tan habitadas como ahora. Nosotros íbamos a Rosas o a San Felíu, a Tossa o a L’Estartit, de noche. Un falucho misterioso se acercaba a una cala convenida, y allí nos daba lo que habíamos pedido, lo metíamos en un 'auto', y ¡hala! para Barcelona… Al día siguiente, las mujeres de la época, Mitzi, Marión, Dolores, tenían nueva mercancía y la pagaban sin regatear […]

Testimonios como el de Paco Madrid resultarían determinantes para que el periodista y político republicano Carlos Esplá no dudara en afirmar que "España importa los vicios de Francia".

Sobre el autor y el libro

Historia del ocio nocturno en España (El Desvelo Ediciones), de Juan Carlos Usó, es el más completo compendio de la historia, la sociología, la economía y la cultura de esa noche sin fin que rara vez tiene reflejo en la literatura académica, pero sí en las crónicas periodísticas, la mayor de las veces desde un sesgo moralista.

Desde una óptica documentalista y desprejuiciada, pero no exenta de vivencias, Usó ha buceado en las bibliotecas, hemerotecas y videotecas del país para ofrecer el más amplio fresco de esta actividad noctámbula, desde los albores del siglo XX hasta la actualidad: Un repaso a la vida disipada de puertas para afuera: cómo era el ocio hace más de cien años, qué importancia tuvo la luz eléctrica en disfrutar de la calle, qué eran los cafés cantantes, los primeros intentos de poner coto al Madrid nocheriego, el ocio nocturno durante la Primera Guerra Mundial, la irrupción en la vida de la noche de la mujer liberada, las famosas 'flappers'... pasando por la época del desarrollismo y la opción actual del tardeo.

 

 

Por su parte, el insigne médico y toxicólogo Antonio Pagador explicaba el impacto de la Primera Guerra Mundial sobre la sociedad española en materia de consumo de drogas con estas palabras:

"No se conocen en España, afortunadamente, los fumaderos de opio, ni es fácil encontrar siquiera un fumadero, aunque ya, por desgracia, en la actualidad y como salpicaduras de la guerra europea, empezamos a ver aumentado enormemente el número de sujetos empeñados en disfrutar las delicias de esas dos sirenas, morfina y cocaína, que hacen estragos en todas las clases sociales.

Madrid y Barcelona, las dos grandes capitales españolas están presas del medio ambiente de cafés conciertos, cabarets repletos de profesionales del amor, que como un
aluvión han inmigrado desde 1914, francesas, alemanas e italianas, que han difundido entre la juventud asidua a la vida nocturna el placer mortal de esos dos alcaloides.
Antes no conocíamos más que enfermos de morfina o cocaína cuyo origen estaba en un dolor físico; ahora vamos conociendo al intoxicado por sí y ante sí, al que seducido por una mujer que le relata ensueños fantásticos o por el contagio del ejemplo o por la lectura de una novela pornográfica que de un tiempo a esta parte inunda
en cantidad enorme los escaparates de kioscos y librerías, coge la jeringuilla o compra la cajita de cocaína perfectamente preparada por comisionistas sin conciencia.

Y estos son los peores enfermos, los que han sido antes enfermos del espíritu que del cuerpo, los más difíciles de tratar médicamente, los que acaso no curarán jamás".

"Y estos son los peores enfermos, los que han sido antes enfermos del espíritu que del cuerpo"

En España, antes de la guerra europea, la morfina y la cocaína eran cosas exóticas, que no habían traspasado los Pirineos y apenas tocado los puertos de nuestro litoral. En la diaria labor médica, raramente se presentaban enfermos de estas intoxicaciones y, los pocos que se conocían, eran considerados socialmente como seres extraordinarios, que ocultaban vergonzosamente su veneno y que silenciosamente cruzaban la frontera e iban en busca de alivio y curación a los Sanatorios de Francia y Alemania.

Con la guerra llegó a España una caravana de gentes extrañas, aventureros, bellezas profesionales, apaches, que en esta bendita Nación "alegre y confiada", según Benavente, y "de los tristes destinos", según el gran Pérez Galdós, encontró campo libre, abierto y generoso para su vida incierta, trayendo consigono las virtudes de sus países de origen sino los vicios.

Por otra parte, en un artículo titulado de manera significativa "El uso de drogas heroicas empieza a hacer prosélitos en España al estallar la guerra", el diario Heraldo de Madrid también consideraba que el uso de drogas, muy vinculado a la población de aporte —a la que calificaba de auténtica "invasión"— y sobre todo a la llegada de prostitutas francesas, comenzó a extenderse en España tras desatarse en Europa las primeras hostilidades:

"En España, ¡quién lo duda! —como en todos los países del mundo— había narcómanos; pero su flaqueza tenía siempre una piadosa exculpación. Eran las víctimas propiciatorias de un tratamiento de la terapéutica a base de alcaloides. Tampoco era en absoluto desconocido el narcómano por degeneración; pero tratábase de casos rarísimos y de una psicología extraña. La afición al uso de las drogas estupefacientes no empieza en España a hacer prosélitos hasta el año 1915. Se refugió entonces en nuestro país lo peor de cada una de las naciones en guerra: delincuentes de todas las layas, viciosos, degenerados, seres abyectos en cuyos corazones secos por la fiebre crapulosa no palpitaba el sentimiento patriótico, mujeres fáciles, meretrices de gustos depravados capaces de todas las aberraciones, de los más criminales desvaríos… Los invasores —que de una invasión se trata, y bien funesta por cierto— sentaron sus reales, preferentemente, en Madrid y en Barcelona, y muy pronto en la capital de Cataluña como en la capital de España florecían los refinamientos del vicio francés en todos sus aspectos…

"La afición al uso de las drogas estupefacientes no empieza a hacer prosélitos hasta el año 1915"

[…] Al amparo de la inmensa población flotante que en aquella época había en España se instalaron muchos de esos círculos recreativos, exóticos y funestos, que se denominan 'cabarets', porque en España no se conoce título adecuado para ellos. […]

Las mujeres fáciles españolas y las meretrices francesas, más conocedoras de los refinamientos del vicio, fueron el elemento principal de estos lugares de perversión. Las francesas, al ver la imposibilidad de obtener el tanto por ciento que obtenían en su país con el consumo de champaña, vino cuyo precio no está en relación con la modestia del bolsillo de los españoles, se dieron buena maña para contagiar a las españolas de los vicios originarios franceses e iniciarlas en el uso de la morfina, la cocaína y el éter.

[…] El éter fue el veneno adoptado primeramente en los 'cabarets' españoles; pero las autoridades lo descubrían con facilidad, y las viciosas desistieron de su uso y se dedicaron con preferencia a la morfina, como inyectable. En el año 1917 se extendió ya de tal modo el empleo de sustancias tóxicas, que, prevenidas las autoridades, y especialmente la Dirección general de Seguridad, promulgóse la primera disposición de carácter oficial en que se restringía el uso de alcaloides, sobre todo de aquellos que pudieran ser adquiridos con facilidad en farmacias, droguerías, etcétera148. Esta disposición trajo como consecuencia la denuncia de diferentes farmacias, y entonces surgió la clandestinidad. Vino un momento en que, a causa de la guerra, escasearon estas sustancias de fabricación extranjera, principalmente alemana, y alcanzaron precios fabulosos. Entonces se importaron otras materias; pero en pequeña escala. Volvió también a adoptarse el éter; pero al terminar la guerra empezó descaradamente el tráfico de drogas, que entraban por el puerto de Barcelona, procedentes de Francia y América".

En 1917 se extendió ya de tal modo el empleo de sustancias tóxicas que se promulgó la primera disposición restringiendo el uso de alcaloides

En su libro Los venenos eufóricos el sexólogo Ángel Martín de Lucenay también insistía en el papel que la Primera Guerra Mundial desempeñó —vía prostitución— en la expansión de las toxicomanías:

"España fue un pueblo de costumbres morigeradas al menos en la generalidad de las expresiones superficiales. La prostituta española, que casi siempre gozó fama de 'honesta' comparada con sus colegas de otros países, honestidad limitada al ejercicio de su profesión sin refinamientos ni extralimitaciones de la fantasía, es decir, 'como Dios manda'; y atenta, a pesar de todo, a las tradiciones ascéticas que imponían la suciedad del cuerpo a modo de coraza para el alma, no se 'europeizó' ni aprendió a realizar su higiene íntima hasta que la Gran Guerra no arrojó a nuestro país a las cocottes que como un aluvión cayeron de las cumbres de los Pirineos. Barcelona, más próxima a la frontera, acogió en su hospitalario seno a estas muestras del mundanismo, elemento exótico que bien pronto se extendió por toda Iberia dedicándose a las más diversas actividades en un ambiente propicio a la expresión de unos encantos que resultaban poco menos que inéditos para los indígenas del país conquistado.

No pretendemos afirmar que antes de la citada guerra fuesen desconocidas en España las toxicomanías; no estábamos tan atrasados. Pero no cabe duda que la difusión de estos vicios fue debida a la inmensa legión de aventureros que vivieron del robo, del espionaje y de la prostitución, sin contar con los grandes negocios de contrabando que producían fácilmente fabulosas ganancias, dando lugar al tipo social del 'nuevo rico', a cuya sombra parasitaban las mujeres galantes de los países en guerra que por entonces alcanzaron las máximas cotizaciones en la bolsa del amor de encrucijada.

Uno de los principales rasgos de distinción de esas hetairas estaba en el sello especial que imprime el uso de los estupefacientes. La ola extranjera, desechada por las autoridades de los pueblos beligerantes de Europa, traficó en todo género de productos de precio porque necesitaba recursos para vivir, y las mujeres propagaron la 'cocó' y la morfina seguras de que, una vez adquirido el hábito, el narcómano que carece de medios para adquirir la droga roba y mata si es necesario con tal de no verse privado de esos deleites de que las sagaces prostitutas hacían los más vivos elogios.

"La ola extranjera, desechada por las autoridades de los pueblos beligerantes de Europa, traficó en todo género de productos"

Ante esta competencia tan bien organizada, el prestigio de la prostituta indígena se vino por los suelos: en Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, Bilbao y otras poblaciones de importancia, el mercado galante arboló pabellones extranjeros que durante mucho tiempo parecieron inarriables. Las chicas españolas de mal vivir se replegaron hacia las poblaciones de último orden, donde no hacían más que vegetar… Hasta que dieron con el secreto: todo consistía en saberse lavar y en hacer uso de los eufóricos de importación, amén de otros refinamientos eróticos para los cuales el estómago y la mentalidad de las españolas no estaban preparados.

El cabaret, el 'music-hall', el 'americain-bar' y otros establecimientos parecidos hicieron su aparición en España desterrando el anacrónico y honesto café-cantante e incluso a las cervecerías servidas por camareras.

[…]

Todo lo exótico y despreciable se aclimató en nuestro país, y así se difundió a los tóxicos. La prostituta española, saltando por encima de las tradiciones seculares de la institución, se inyectó morfina y tomó cocaína. Los hombres ya encontraron algún agradable elemento de exotismo en mujeres que, por hablar el mismo idioma y ser más asequibles, ocuparon de nuevo el lugar de preferencia. El día que en un paseo de Valencia apareció una bella prostituta completamente desnuda, como muerta, pero que solamente estaba bajo los efectos de una fuerte dosis de morfina, las mujeres galantes vieron en ella un símbolo, y las drogas eufóricas subieron de precio. Aquella narcómana era española, y por si ello fuera poco, 'cantaora' de flamenco

"Todo lo exótico y despreciable se aclimató en nuestro país, y así se difundió a los tóxicos"

Algún vate tradicionalista protestó de aquella tremenda injuria inferida a la más medular de las costumbres nacionales: pero el hecho no tenía ya remedio, y la sugestión, vigorosa energía que ha promovido siempre los hechos más extraños, hizo su obra entre todas [las] alegres chicas de la mala vida. En aquella época, la prostituta que no era narcómana, o aparentaba serlo, perdía todo interés por la falta de atractivos".

En última instancia, la prueba definitiva de que el consumo lúdico de cocaína y otras drogas consideradas eufóricas se desató en Barcelona durante los años de la Primera Guerra Mundial fueron las dos primeras campañas de prensa denunciando estos usos recreativos y presionando a las autoridades para que tomaran cartas en el asunto. La primera estuvo abanderada por Mateo Santos Cantero desde las páginas del diario radical Germinal en noviembre de 1915 y la segunda estuvo capitaneada por Albino Juste García, quien firmaba sus artículos con el seudónimo de Fray Gerundio en el diario republicano El Diluvio, justo dos años más tarde.

Las drogas eufóricas, que recibían la misma consideración que cualquier otro medicamento, eran productos de venta libre, es decir, se vendían al por menor y sin receta en las farmacias y al por mayor en las droguerías. Aunque en España se conocían casos puntuales de abuso, sobre todo de morfina, su empleo solía circunscribirse a usos terapéuticos convencionales.

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