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Marina Saura: cómo sobrevivir a la vida y muerte de un padre, el artista Antonio Saura
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Marina Saura: cómo sobrevivir a la vida y muerte de un padre, el artista Antonio Saura

La actriz publica 'Cara de foto', una novela de autoficción con pespuntes de su propia vida: el divorcio de sus padres, la muerte de sus dos hermanas y su relación a los 16 años con un hombre de 27

Tiene 67 años, 1,80 metros de altura, calza un número 43 de pie y, a diferencia de su madre, sonríe mucho. Su madre, la franco-sueca Gunhild Madeleine Augot, pertenecía a una generación que consideraba que las mujeres debían de resultar enigmáticas y misteriosas, y eso implicaba tratar de mantener siempre un rictus serio, a lo Monica Vitti.

La actriz, escritora, presentadora y durante años también traductora Marina Saura (Madrid, 1957) no tiene ese problema, sonríe y reconoce ser feliz. Su trabajo le ha costado. Hija mayor del artista Antonio Saura (y sobrina del cineasta Carlos Saura), en buena medida ha forjado su identidad a golpe de tragedia. Sus padres se divorciaron cuando ella tenía 12 años al enamorarse el artista de otra mujer, su madre nunca encajó bien esa separación, las tres hijas de la pareja acabaron en un internado suizo, una de sus hermanas murió con 21 años en un accidente de coche, la otra se suicidó unos años después, ella consiguió emanciparse legalmente de sus padres a los 16 al empezar una relación sentimental con un hombre que le sacaba 11 años…

“Me parece que decirlo es pecar un poco de vanidad o de narcisismo, pero sí, me siento una superviviente. Soy una persona que ha debido sobreponerse a las dificultades que he vivido”, asegura. “Pero siempre comparo esas dificultades con las de otras personas, para poder poner las cosas en su sitio. Y, cuando lo hago, pienso que he sido muy afortunada. Hay mucha gente que ha visto en su casa suicidios, muertes y accidentes. Yo no voy a negar que he pasado por dolores fuertes. Pero he sido una niña deseada. Eso lo sé, y eso te da seguridad y confianza en la vida, hace que te atrevas a dar saltos que a otro le daría miedo”.

placeholder Cubierta de 'Cara de foto', la novela de autoficción de Marina Saura.
Cubierta de 'Cara de foto', la novela de autoficción de Marina Saura.

El nuevo salto mortal de Marina Saura se llama ' Cara de foto' (De Conatus), un libro tan delicado, personal y cautivador como inclasificable, un objeto literario pero también una obra de autoficción repleta de pespuntes de su vida personal. Se trata de su segundo libro después de que en 2017 publicara el volumen de relatos Sin permiso.“He escrito toda mi vida, desde pequeñita, pero nunca he pensado en mí como escritora”, nos cuenta.

En Cara de foto, Marina Saura se convierte simultáneamente en niña, joven y mujer madura y recorre seis décadas en busca de su propia identidad. “Sabía lo que quería contar y sabía que quería contarlo a mi manera. El problema es encontrar la manera de contar las cosas, porque todo el mundo más o menos tiene las mismas vivencias”.

placeholder La actriz y escritora, Marina Saura, posa para El Confidencial en el Ateneo de Madrid. (S. B.)
La actriz y escritora, Marina Saura, posa para El Confidencial en el Ateneo de Madrid. (S. B.)

En el libro está muy presente su madre (mezclada con otras muchas madres) y el profundo dolor que ésta experimentó cuando se separó de Antonio Saura. “Yo tenía 12 años y pensaba que si rezaba mucho y era muy buena, mis padres no se separarían, algo muy perverso porque suponía hacerme yo responsable de esa separación, lo que no me incumbía como hija, como niña. Fue mi madre la que se quiso separar cuando descubrió que mi padre estaba enamorado de otra mujer, mi padre habría podido continuar perfectamente como estaba, era un hombre moderno, liberal, capaz de querer a varias personas a la vez. Pero mi madre era monolítica, exclusiva”.

Tras el divorcio, su madre lo pasó francamente mal. “Estaba extremadamente unida a mi padre, le admiraba y le amaba. Y, a partir de la separación, todo empezó a darle igual, le dejó de interesar todo”. Incluso sus hijas pasaron a segundo plano, aparcadas en un internado en Suiza. “Yo creo que mi madre estaba deprimida y, como no se trató esa depresión, ésta la lastró”.

placeholder Foto: S. B.
Foto: S. B.

Antonio Saura, por contra, es el gran ausente de Cara de foto. Sale fugazmente, cuando por ejemplo le hace fotos a sus hijas y para ellas es una fiesta. “El progenitor mira a las niñas a través de la cámara, deja su trabajo para que ellas sean el objeto de su contemplación. Y entonces ellas son felices porque existen, como esos perritos a los que les hacen caso y se ponen muy contentos, lo mismo. Con esto no quiero decir que mi padre no se ocupara de nosotras, para nada, pero para el libro me interesaba destacar cómo la imagen que yo tengo de mí misma se construye a través de la imagen que veo reflejada en la mirada de los demás”.

A ese padre le hizo frente con 16 años, cuando Marina Saura se embarcó en una relación sentimental con un fotógrafo que le llevaba 11 años y exigió emanciparse de sus progenitores. “A mi padre no le hizo ninguna gracia, él no quería, pero tuvo que aceptarlo porque yo no le di otra opción, así que fuimos al registro y me inscribieron como emancipada. Seguí viviendo en casa de mis padres pero eso permitió que cuando estaba con mi pareja, cuando viajábamos, no tuviéramos problemas con la policía”.

Y deja clara una cosa: “Yo no fui abusada. Yo fui una joven muy, muy lanzada, muy echada para adelante y con mucho temperamento, con mucha voluntad. No había quien me hubiera podido parar, yo era un tanque. Además, mis padres conocían bien a mi pareja y sabían que era una persona respetuosa y de confianza”, puntualiza. “Yo no defiendo que haya relaciones entre gente menor de edad y gente adulta, me parece que hay que proteger a los jóvenes. Pero yo tuve mucha suerte”.

placeholder Foto: S. B.
Foto: S. B.

Dice que ella no considera a su padre, Antonio Saura, un genio. “Para mí es mi padre, es papá”. De hecho, reconoce que cuando su padre murió en 1998 apenas conocía su trabajo. “No había leído sus libros ni sus escritos, no me interesaba su trabajo, yo estaba en otra cosa, centrada en mi vida, en mi carrera. Me gustaba lo que hacía, pero no lo entendía”. Pero tras el fallecimiento del artista creó en Ginebra junto a su segunda mujer, Mercedes Beldarraín Jiménez, la fundación Archivos Antonio Saura, de la que es responsable.

“No todos los artistas son seres torturados. Yo misma soy una artista feliz. Y mi padre tampoco fue un ser torturado, era alguien que se hacía preguntas y buscaba un lenguaje. Es verdad que era melancólico, y por eso necesitaba diversión, que hubiera mucha alegría en casa, que las luces estuvieran todas encendidas, que la música sonara a todas horas”. Eso, claro está, cuando no estaba trabajando. Cuando trabajaba, Antonio Saura se concentraba en su arte y no se le podía molestar. “No hablaba mucho, era bastante taciturno. Tenía un lado intenso, creativo y sobre todo solitario. Pero cuando dejaba de trabajar y se reunía con los amigos, era otra persona, alguien simpático, nunca muy exuberante, pero curioso, abierto, atraído por el humor, por la ironía, por las discusiones, por la política, por la literatura, por el arte”, le recuerda. “Era un artista muy cerebral, muy intelectual, muy culto y que se ha malentendido y ha sido considerado visceral. Mi padre no era nada visceral, era muy cerebral, pero dejó que ese malentendido prosperara”.

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Foto: S. B.

La muerte de su padre no sólo la obligó a hacerse cargo de su legado artístico, sino que tuvo otras consecuencias. “A partir de la muerte, empecé a desaparecer como actriz. A raíz de su fallecimiento, mi nombre empezó a aparecer ligado al suyo, algo que no había sucedido nunca antes. Justo cuando mi carrera como actriz estaba despegando, cuando tenía un agente en París y empezaba a hacer cine en Francia y en Estados Unidos, y dejaron de llamarme”, explica.

Tenía 40 años y se reinventó en la televisión, presentando durante varios años el programa de cine De película de TVE. Concluida esa etapa se fue a vivir a Suiza. “Y si no podía ser actriz en España, ¿cómo iba a serlo en Suiza, donde no me conocía nadie?”. Decidió que tenía que apostar por escribir, por esa vocación que la había acompañado desde siempre pero que no había explorado. “Y me puse a escribir con un vértigo y un miedo horroroso, porque ya era bastante mayor. Pero bueno, me lancé y conseguí muy rápidamente publicar el primer libro, que fue una suerte increíble”.

Y ahora llega Cara de foto, el segundo.

Tiene 67 años, 1,80 metros de altura, calza un número 43 de pie y, a diferencia de su madre, sonríe mucho. Su madre, la franco-sueca Gunhild Madeleine Augot, pertenecía a una generación que consideraba que las mujeres debían de resultar enigmáticas y misteriosas, y eso implicaba tratar de mantener siempre un rictus serio, a lo Monica Vitti.

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