Toda la verdad sobre el caso Mendoza: 50 años del libro que cambió la novela española
'La verdad sobre el caso Savolta' fue la gran novela en la época de la Transición y convirtió a su autor en superventas. Esta es la historia de cómo se gestó este gran libro
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Ahora que se nos han pasado cincuenta años de casi todo, también es momento de desvelar toda la verdad sobre el caso Mendoza. Corría el año de gracia —o no, según se mire— de 1975 cuando sucedieron grandes prodigios para la historia, como la sabida muerte del dictador y también, en el campo literalmente mas prosaico, la publicación de un libro que parecía de historia, pero era novela, firmado por un novel escritor que con su primera obra asombraría a nuestro mundo de las letras.
A los 26 años, y tras esconder otra pequeña novela en el cajón del olvido, un escritor precoz llamado Eduardo Mendoza puso el punto final a su primera gran novela,
"La primera vez la descalificó totalmente un censor-lector como ilegible, la segunda era un crítico con ínfulas quien la despellejó"
¿Quién estaba detrás de esta obra de enredos históricos, centrada en el anarquismo catalán de entreguerras, con un elenco de truhanes y aprovechados, de amantes y soñadores y con Barcelona como telón de fondo? Era un joven aspirante a trotamundos que había estudiado Derecho, que se aburría en el bufete y empleaba las tardes en investigar su propio caso, que era el de una historia pasada de su ciudad que quería novelar al estilo más clásico: con narrativa, con bases documentales, en progresión… Alejado lo más posible de las literaturas de vanguardia que había dejado deconstruidas y maltrechas las novelas al uso. Confiesa que lo que buscaba con la escritura era mitigar el aburrimiento ambiental y el gris de su trabajo para desquitarse cuando por la tarde volvía a casa “donde me esperaban mis anarquistas”.
El autor en ciernes se había ido a Londres a completar estudios en la LSE (London School of Economics), de donde acaba de salir un tal Mick Jagger. Las clases le interesaron menos que los rescoldos dickensianos de la literatura de las islas británicas, que no había caído en las manos de los seguidores de las rayuelas de turno. Su intención era la de combatir el aburrimiento reinante en la España que había dejado atrás. Y para ello iba a contar una historia real, investigada en los periódicos de la época, pero con un tono muy alejado de aquellos serios historiadores de corte marxista que se habían convertido en los grandes santones de la interpretación del tiempo inmediatamente pasado, a base de datos económicos y teorías sociales.
El autor en ciernes fue a Londres a completar estudios en la London School of Economics, de donde acaba de salir un tal Mick Jagger
La aventura inglesa le reconfirmo en su criterio de hacer una novela a la antigua. Recurrió al collage, a los recortes de prensa, pero siempre al servicio de una acción progresiva e incluso recurriendo a las técnicas del viejo folletín. Reconoce ahora que “no quiso ser tacaño” y aprovechó para meter todo lo más posible en cuanto a técnicas narrativas en la cesta de su primera novela.
Aunque su obra miraba al pasado de su querida ciudad, lo cierto es que en la vida real el joven Mendoza ansiaba poner tierra por medio con su casa y su país, una vez que había sentido en sus carnes y en su alma la agridulce, pero grata sensación de ser extranjero. Cuando regresó de Londres y volvió a sentirse en medio de un mundo gris, probó fortuna en unos exámenes para ser intérprete en las Naciones Unidas que le iban a llevar a Nueva York, de tan buena suerte que a pesar de la alta competencia consiguió billete intercontinental. Y se quedó sin ver publicado el libro en el que puso tanto empeño durante las tardes libres de aquel primer trabajo de abogado junior.
Estaba ya en la primera avenida de Manhattan, donde se levanta el edificio de las Naciones Unidas asomado al East River, dedicado a la tarea más internacional de las posibles: la de traducir e interpretar en sus tres idiomas bien manejados, francés, inglés y español. Corría el año 1973. Había empezado otra vida en la ciudad de los rascacielos cuando de forma más que inesperada le llegó noticia de aquel manuscrito perdido en una editorial. Primero le comunicaron que su obra se iba a publicar y poco tiempo después lo que fue todavía más sorprendente: la novela se había convertido en un verdadero éxito. El caso Savolta no solo vendía ejemplares, además le confirió el favor de la crítica que le concedió su codiciado premio anual.
La situación le obligó a una fuerte inversión para comprar un billete de avión de regreso en aquellos tiempos en que viajar era un lujo apto para unos pocos para recoger el premio. Pero lo mejor del caso es que la editorial le envió al banco para que le entregasen lo generado por sus derechos. Cuando pidió que se lo diesen en efectivo, el banquero se asustó y le recomendó que fue cuidadoso, que la cantidad era gruesa.
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El joven autor también sufrió un shock interno, pero de carácter literario. ¿Qué iba a escribir ahora, tendría temas, se bloquearía, se repetiría así mismo? Eduardo Mendoza no se dejó vencer ni por el desánimo de no saber qué escribir después, ni por la tentación del inusitado éxito local. Volvió como extranjero feliz a Manhattan aprovechando el sueldo fijo y la distancia. Su nuevo dilema era qué escribir después de que lo primero que haces se haya convertido en un gran éxito. That is the question!
Mendoza prolongó durante años su vida neoyorquina disfrutando ese placer urbano del anonimato que confiere la gran ciudad lejos de donde naciste, la comodidad de ser invisible. Guardaba las formas con un atuendo atildado y discreto en sus paseos de trabajo a la ONU, disfrutaba con sus amigos y no rendía cuentas a nadie. Su disfraz era su verdadera personalidad: un aire de gentleman que se correspondía con su humor de rápido reflejo y suavidad en la conversación.
Recuerdo algunos partys, que tanto abundaban en el Manhattan de los años ochenta, en los que aparecía su verdadero yo cordial y juguetón, junto a uno de sus amigos más divertido y locuaz, el psiquiatra Jaime Nos. Y las interminables veladas en torno al gran restaurante El Internacional, fundando por Montse Guillén y Miralda, que marcó toda una época con acento mediterráneo en aquel Nueva York que no se sorprendía por nada y cambiaba a cada rato.
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Para amortiguar el vértigo del éxito Mendoza tuvo, además de su refugio a la distancia, otro elemento que le salvo de repetirse a sí mismo con otra novela al uso: utilizar su gran sentido del humor para novelar el tiempo presente de España relatando situaciones y creando personajes tan veraces como hilarantes. El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas… al que se uniría más adelante, entre otros, el emblemático folletín Sin noticias de Gurb…
El secreto mejor guardado, pero también el más definitorio en estas obras de Mendoza no es otro, como él confiesa, que haber tenido como libro de obligada lectura y análisis, durante el entonces denominado curso preuniversitario, El Quijote. No solo por su buceo en el lenguaje del libro clave de nuestra literatura, sino también por las situaciones y los personajes. Eduardo Mendoza es un cervantino que ha sabido beber y destilar ese humor fino y socarrón, quijotesco, en sus obras de éxito.
Mendoza fue rebajando sus trabajos de intérprete, tuvo momentos estelares como el de acompañar a González en Washington
Autor al que le gusta la frase pulida, se califica “no como buen escritor sino como buen artesano”. Lo que empezó como una vía escapista para mitigar el aburrimiento de aquella interminable postguerra española se convirtió en un verdadero oficio. Con el tiempo, el políglota Mendoza fue rebajando sus trabajos de intérprete internacional, en el que tuvo momentos estelares como el de acompañar a Felipe González a su viaje oficial a Washington para el encuentro con el presidente Ronald Reagan en la Casa Blanca. Pasados los años el gentleman Mendoza no se permite dar detalle alguno del encuentro privado entre los líderes, sin romper el acuerdo de confianza con el presidente español.
La ciudad de los prodígios reconfirmó en su momento al autor como uno de los grandes novelistas en español de nuestro tiempo. Y ahora, cumplido el medio siglo de La verdad sobre el caso Savolta, la estatura literaria de Eduardo Mendoza, con mucha obra a la espalda, no ha dejado de crecer. Gloria al caballero de las letras, barcelonés, cervantino, británico y neoyorquino, …un hombre de mundo que se educó para ser un gran narrador y un perfecto gentleman.
Ahora que se nos han pasado cincuenta años de casi todo, también es momento de desvelar toda la verdad sobre el caso Mendoza. Corría el año de gracia —o no, según se mire— de 1975 cuando sucedieron grandes prodigios para la historia, como la sabida muerte del dictador y también, en el campo literalmente mas prosaico, la publicación de un libro que parecía de historia, pero era novela, firmado por un novel escritor que con su primera obra asombraría a nuestro mundo de las letras.