Criadora de cerdos, jugadora de timbas y desertora: las mil caras de la mujer que hizo de su vida un 'bestseller'
La neozelandesa Ruth Shaw ha tenido una vida tan repleta de aventuras (y de trabajos bizarros) como de traumas. Lo cuenta en 'La librería en el fin del mundo', que se ha convertido en superventas internacional
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Ha sido desertora del ejército, criadora de cerdos, marinera que ha surcado durante años el Pacífico, víctima de piratas, cocinera de un arzobispo, jugadora en timbas ilegales, chica de compañía (sólo durante un día, pues se negó a mantener relaciones sexuales con su único cliente y la ‘madame’ la despidió), trabajadora social en Sídney dando apoyo a drogadictos y prostitutas, activista medioambiental… Y aún nos dejamos fuera algunos de los muchos (y casi siempre extravagantes) trabajos que en sus 79 años de vida ha desempeñado Ruth Shaw (Nueva Zelanda, 1946), una mujer con una biografía muy difícil de igualar.
“Nunca tuve un plan claro; como tenía que mantenerme, aceptaba cualquier trabajo disponible”, nos cuenta. Y su última ocupación no desmerece el carácter aventurero que ha marcado toda su existencia: en la actualidad se dedica a emparejar libros con personas, labor que ejerce a través de sus tres diminutas librerías en el fin del mundo, en una pequeña y remota localidad neozelandesa de tan solo 230 habitantes llamada Manapouri. “Existe un libro para cada persona y me asombra la frecuencia con que el ejemplar perfecto se encuentra en una balda de mi pequeña librería”, asegura.
Pero no se crean, la vida de esta neozelandesa que ha estado cuatro veces casada y dos bajo arresto no solo está plagada de arriesgados lances y de extraordinarias peripecias, también está llena de sucesos traumáticos. Fue violada a los 17 años, se quedó embarazada a causa de esa agresión y su catolicísima familia le obligó a dar en adopción al niño nada más nacer. Años después se casó y se quedó encinta, pero su marido murió en un accidente de coche poco antes de que diera a luz. El bebé, por su parte, falleció de una enfermedad hemolítica a las 13 horas de nacer. Ruth Shaw ha pasado por intentos de suicidio, depresiones, agresiones machistas, ingresos en hospitales psiquiátricos y problemas de salud mental.
Todo eso, lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, está en
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Ruth Shaw nació en los años 40 en Nueva Zelanda, en el seno de una familia profundamente católica. Tuvo una infancia feliz, repleta de naturaleza, fogatas, amigos y carreras en bicicleta. “Al principio quería ser veterinaria, pero luego decidí que quería ser submarinista, un sueño imposible, por supuesto”, confiesa a El Confidencial.
Sin embargo, cuando tenía 17 años, ese mundo idílico se hizo añicos. Warren, “uno de los rompecorazones de la zona”, en palabras de la propia Ruth, la violó con la complicidad de dos amigos. Dos meses después, se percató de que la había dejado embarazada.
Su familia, como era habitual en la época, la escondió: la envió al otro extremo del país, a Wellington, a un hospital en el que había chicas en su misma situación, muchachas solteras embarazadas que tenían rigurosamente prohibido acercarse a las muy respetables gestantes casadas. Allí Ruth Shaw dio a luz a su bebé, que le fue arrebatado nada más nacer y dado en adopción. “Mi hijo nació el 10 de abril de 1964. Nunca me dejaron verlo”, escribe en La librería en el fin del mundo.
“No tuve otra opción que dejar todo eso atrás y seguir con mi vida”, admite. Y un modo de huir era viajar y marcharse lejos.
Con esa idea, un año después se enroló en la Marina como auxiliar de enfermería. Pero lo que no sabía entonces es que las wrens, las miembros del servicio femenino de la Armada de Nueva Zelanda, no navegaban, que es justo lo que ella quería. Y no sólo eso: “A partir de ahí, mi vida estuvo estructurada hasta el último detalle”, recuerda. Esa férrea disciplina la asfixiaba, así que después de dos años y medio, un día decidió escapar. La arrestaron y la llevaron de vuelta al cuartel. Por suerte, seis meses después le permitieron abandonar la Armada y poner fin a su carrera militar.
Fue por aquel entonces cuando conoció a Lance Shaw, un pescador y su primer amor. Estaba todo listo para que se casaran: el vestido de novia terminado, las invitaciones impresas, los anillos de oro ya preparados y la iglesia reservada. Pero entonces Lance, que era ateo y había aceptado a regañadientes convertirse al catolicismo, fue informado de que tenía que aceptar criar a sus hijos en esa fe. El compromiso se rompió.
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Devastada, Ruth huyó de Nueva Zelanda y con 22 años se puso a trabajar como cocinera del arzobispo de Wellington, monseñor McKeefrey. “Aunque sabían muy poco de mí, los curas me apoyaron. Y cocinar para el arzobispo era estupendo”, afirma. Pero el mar seguía tirando de ella, así que una vez más hizo el petate y se convirtió en cocinera del Cutty Sark, un buque que navegaba por el Pacífico.
Cuando el barco llegó a Tahití, no tenía ni un centavo. Y aunque no hablaba el idioma, se las apañó para enseñar a los lugareños a jugar a las cartas y a apostar. Las autoridades se enteraron, la arrestaron, la acusaron de vagabundeo y carecer de medios de subsistencia y la ordenaron abandonar la isla.
Ruth siguió navegando y conoció a un australiano llamado Peter, con quien se casó en el mar. Al poco tiempo, quedó embarazada y se mudaron a Brisbane, Australia. Pero poco antes del nacimiento de su hijo, Peter murió en un accidente de coche. Y luego fue el niño el que falleció, solo 13 horas después de su llegada al mundo. “Mi interior estaba en pleno naufragio. No obstante, el instinto de supervivencia volvió a aparecer; como un animal salvaje, ya me estaba preparando para dar media vuelta y correr lo más rápido posible”, explica. Y eso fue exactamente lo que hizo: acepto un empleo de cocinera en un hotel en Papúa Nueva Guinea, redondeando sus ingresos con las apuestas en timbas de cartas.
Posteriormente, entró a trabajar como tripulante del Islander, un barco que cuando navegaba por el mar de Java fue asaltado por cuatro piratas indonesios armados con rifles semiautomáticos y un bazooka. “Como teníamos preparado un plan por si nos atacaban los piratas, sabía que si lo seguíamos tendríamos muchas posibilidades de salir airosos de la situación. Estaba asustada pero me mantuve muy concentrada”, nos revela.
Probó suerte como chica de compañía, pero la echaron el primer día por negarse a mantener relaciones sexuales y tener las tetas pequeñas
Desembarcó del Islander en Singapur, sin nada de dinero en los bolsillos. Una compañera le puso entonces en contacto con un servicio de señoritas de compañía para ricachones chinos, asegurándole que el sexo era voluntario. La despidieron en su primer día de trabajo. “Porque no quise tener relaciones sexuales con el cliente y además, tal y como dijo la madam, ‘tenía unas tetas muy pequeñas”.
Volvió a Papúa Nueva Guinea, allí se casó con Matt y empezó a regentar una cafetería. Pero no salió bien. Ruth se divorció y con 28 años empezó a trabajar como cocinera de una congregación de sacerdotes en Melbourne. Fueron tiempos oscuros, marcados por la depresión, un intento de suicidio y el ingreso en un psiquiátrico.
Tras recuperarse, se trasladó al estado australiano de Nueva Gales del Sur. Allí se casó por tercera vez y se puso a criar cerdos junto a su marido en una granja. Pero este tercer matrimonio tampoco funcionó. Se embarcó en un yate y acabó en Tasmania, donde se reinventó como activista medioambientalista e intentó detener la construcción de una presa. Luego, ya en Sídney, trabajó como asistente social prestando ayuda a prostitutas y drogadictos.
"Creo que si el libro sobre mi vida tiene éxito es porque no juzga y, lo más importante, da voz a muchas personas. ¡Y tiene un final feliz!"
Sólo en 1984 regresó a Nueva Zelanda, y fue porque su hermana Jill, que iba a someterse a una operación grave, le pidió que le echara una mano cuando le dieran el alta. Al segundo día de regresar a Nueva Zelanda, sonó el teléfono y la voz al otro lado le soltó: “¿Sigues siendo católica?”. Era Lance Shaw, el hombre con el que 21 años atrás había estado a punto de casarse y de quien la religión le había separado. Se casaron, y ya llevan 40 años juntos.
Y no sólo eso: Ruth también consiguió contactar con aquel hijo que le obligaron a dar en adopción.
En 1995 abrió su primera diminuta librería en Manapouri, ahora ya va por la tercera. "Los libros siempre han sido una parte importante de mi vida, y quería compartir esa pasión, así que abrí una librería”, explica.
Mientras tanto, su marido la insistía continuamente para que escribiera un libro contando su vida. Y un día, después de que la entrevistaran con gran éxito en la Radio Nacional de Nueva Zelanda, se animó a hacerlo. El resultado es La librería en el fin del mundo. “Realmente no pensé que se vendería, y mucho menos que se convertiría en un bestseller”, admite. “Creo que si tiene éxito es porque, en muchos sentidos, llega a personas de todas las edades y en situaciones muy diferentes. No juzga y, lo más importante, da voz a muchas personas. ¡Y tiene un final feliz!”.
Ha sido desertora del ejército, criadora de cerdos, marinera que ha surcado durante años el Pacífico, víctima de piratas, cocinera de un arzobispo, jugadora en timbas ilegales, chica de compañía (sólo durante un día, pues se negó a mantener relaciones sexuales con su único cliente y la ‘madame’ la despidió), trabajadora social en Sídney dando apoyo a drogadictos y prostitutas, activista medioambiental… Y aún nos dejamos fuera algunos de los muchos (y casi siempre extravagantes) trabajos que en sus 79 años de vida ha desempeñado Ruth Shaw (Nueva Zelanda, 1946), una mujer con una biografía muy difícil de igualar.