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"¿Cómo lograste ser tan valiente?": radiografía de la líder de Pussy Riot, la banda anti Putin
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"¿Cómo lograste ser tan valiente?": radiografía de la líder de Pussy Riot, la banda anti Putin

En el libro 'Muerde a tus amigos', la escritora y periodista Fernanda Eberstadt analiza el poder subversivo del cuerpo, desde la Antigua Roma hasta la Rusia de Putin. Publicamos un capítulo.

Foto: Las Pussy Riot. (Igor Mukhin)
Las Pussy Riot. (Igor Mukhin)

En 2014 leí un libro que se convirtió en una de mis biblias de combustión lenta, al demostrarme que podía salir de la botella cazamoscas si quería.

Su autora era Masha Gessen y se titulaba Words Will Break Cement [Las palabras romperán el cemento]. Narraba la historia del grupo de punk feminista ruso Pussy Riot, dos de cuyos miembros, Nadia Tolokónnikova y Masha Aliójina, estaban en ese momento cumpliendo condena en campos de trabajos forzados rusos por su arte.

Words Will Break Cement fácilmente podría haber sido una biografía de dos presas famosas, escrita a la carrera, para las masas, pero, en realidad, Gessen lanzaba una serie de preguntas que iban al meollo de lo que implica ser moralmente conscientes, estar plenamente vivos en el mundo.

Si eres artista, ¿cómo puedes crear un arte "que enfurezca, haga daño y se enfrente" a las personas, las obligue a "replantearse sus presuposiciones"? Si te has criado bajo una dictadura que lleva tanto tiempo en el poder que la costumbre de la resistencia civil se ha perdido, ¿cómo adquieres la libertad intelectual, la confianza en ti misma para crear dicho arte? ¿Y cómo encuentras el valor para sacar tus convicciones a la calle? Es la misma pregunta, en definitiva, que Foucault les hace en 1968 a sus estudiantes tunecinos, la misma que yo les hago a Perpetua o a Stephen Varble: "En el mundo actual, ¿qué puede suscitar en una persona las ansias, la inclinación, la capacidad y la posibilidad de un sacrificio absoluto?".

Varios años después de leer Words Will Break Cement, entrevisto a Nadia Tolokónnikova en un auditorio atestado de gente y le pregunto: ¿Cómo lograste ser tan valiente? Pero por el momento —mientras sigo escondida en mi dormitorio, reordenando y repuliendo las mismas frases de una novela que me da demasiado miedo abandonar— el mero hecho de saber que existen mujeres como las Pussy Riot me hace querer ser así de valiente.

placeholder Nadia Tolokonnikova, de las Pussy Riot, a su llegada al tribunal en Moscú donde fue juzgada. (Denis Bochkarev)
Nadia Tolokonnikova, de las Pussy Riot, a su llegada al tribunal en Moscú donde fue juzgada. (Denis Bochkarev)

Nadia Tolokónnikova, nacida en 1989 —el año de la revolución y en el que la Unión Soviética empezó a perder su imperio—, proviene de los confines envenenados de la Tierra. Su localidad natal, Norilsk, en el Círculo Polar Ártico ruso, es la ciudad más septentrional del planeta y supuestamente la más contaminada, el centro de una red de campos de prisioneros del periodo estalinista cuya mano de obra forzada trabajaba las minas de la región.

De noviembre a finales de enero, la localidad vive en una noche perpetua. El resto del año está envuelta en una niebla de humo tóxico procedente de las centrales de gas, las refinerías de petróleo y los altos hornos. Ni siquiera hoy existe todavía ni una sola carretera ni línea de ferrocarril que llegue a Norilsk: es un emplazamiento cerrado al que solo puedes acceder con un permiso del gobierno. Se dice que la esperanza de vida es diez años menor que en el resto de Rusia, donde ya es de por sí demasiado baja. La contaminación, los accidentes laborales, el alcoholismo: muertes por desesperación. Cuerpos rotos por la geografía y el Estado, aunque se supone que los rusos no tienen cuerpo, tienen alma.

"La mitad de la población está entre rejas, y la otra mitad está vigilándola", eso solía decir la gente sobre las ciudades gulag como Norilsk, escribe Masha Gessen. Al parecer, el abuelo de Nadia era uno de los carceleros más odiados; su hijo, el padre de Nadia, abandonó la medicina y se dedicó en cuerpo y alma a enseñarle a su hija el arte de la crítica: lo que Foucault definía como "el arte de la insubordinación voluntaria, de la indocilidad reflexiva".

Gessen relata una elocuente historia sobre el primer acto de "indocilidad reflexiva" de Nadia. En el instituto, se lleva prestado a casa un bote de pegamento para un proyecto escolar. Y la denuncian a la policía por "ladrona", afirmando que podrían caerle dos años de cárcel por el delito (¡!). El centro decide tratarla con indulgencia: si entrega una disculpa escrita a la dirección no presentará cargos contra ella.

La "disculpa" de Nadia es un breve tratado filosófico que elogia la crisis. Lo que hace es provocar adrede esos momentos de crisis por el bien de la escuela, explica, con el fin de acelerar el desarrollo político tanto del alumnado como del profesorado.

"En Rusia había existido una larga y noble tradición de resistencia política, pero con el fin de la URSS se había extinguido"

Nadia es guapa hasta decir basta. Es uno de sus superpoderes, como el don de Perpetua de mantener comunicación directa con Dios, aunque le cuesta controlarlo. Su belleza —enormes ojos chispeantes, labios carnosos, piel dorada— hace que la gente se pare y le preste atención pero también distrae de lo que les cuenta, así que parece lógico que finalmente abrace un colectivo cuyos miembros llevan la cara tapada.

Con dieciséis años, Nadia se marcha a la Universidad Estatal de Moscú para estudiar filosofía. La Facultad de Filosofía no sirve para nada, pero es allí donde traba amistad con un alumno mayor, Petya Verzílov, y junto con amigos comunes forman el colectivo de artistas Voina (Guerra), mientras viven de okupas, roban comida y montan acciones artísticas de guerrilla en espacios no autorizados.

placeholder Petya Verzilov y Nadia Tolokonnikova en 2007. (Denis_Bochkarev)
Petya Verzilov y Nadia Tolokonnikova en 2007. (Denis_Bochkarev)

En El sistema periódico, Primo Levi describe lo que ocurre cuando un régimen autoritario lleva tanto tiempo en el poder que las personas han perdido la costumbre de hacer uso de la resistencia política. Entre su propia generación de jóvenes italianos, que habían vivido toda su vida bajo Mussolini, reinaba un cinismo pasivo, escribe Levi. "Todavía [no había] ganado terreno la idea de que uno debía y podía resistir al fascismo [...] La semilla de la lucha activa no había sobrevivido hasta nosotros, la habían asfixiado unos cuantos años antes.» Levi y sus amigos, que abrigaban la esperanza de sumarse a un movimiento partisano que ya no existía, sentían que tenían que 'empezar desde cero', 'inventar' nuestro antifascismo, crearlo desde el germen, desde las raíces, desde nuestras raíces".

Es el mismo problema al que se enfrentaban Nadia, Petya y sus compañeros: en Rusia había existido una larga y noble tradición de resistencia política, pero con el fin de la URSS se había extinguido, y necesitaban reinventar su oposición a esa nueva tiranía postzarista y postsoviética desde las raíces.

El título de una de las obras más ofensivas de Voina, puesta en escena en febrero de 2008, se traduciría como Folla por el heredero de Osito, en alusión a Dmitri Medvédev, compinche de Putin, y a su campaña para aumentar la menguante tasa de natalidad del país.

Un puñado de parejas jóvenes se cuelan de noche en el Museo de Biología de Moscú y se graban desnudas manteniendo relaciones sexuales junto a la vitrina de un oso disecado, con cantos litúrgicos ortodoxos como banda sonora. En una toma aparecen Nadia y Petya: Nadia a cuatro patas, embarazadísima, con una barriga gigantesca que se hincha hacia el suelo, mientras Petya, pálido y flaco, se la folla a lo perro. Ella levanta la vista con una sonrisa beatífica.

Cuatro días más tarde, Nadia da a luz a la hija de ambos, Gera. Tiene apenas dieciocho años y ya es artista de performance, madre y "vándala", una categoría reconocida oficialmente en el código penal ruso.

Antes de que acabe el año, Voina se ha disuelto. "Sentí una gran misoginia y homofobia en determinados miembros, con todos aquellos chistes sobre mujeres y gays que no eran ninguna broma", me explica Nadia años más tarde cuando la entrevisto, en una de las cuatro entrevistas llevadas a cabo en un periodo de seis años. "En teoría el grupo era horizontal, igualitario, pero cuando los medios de comunicación trataron a los hombres como los líderes de Voina, los tíos se limitaron a seguirles la corriente".

Nadia sigue preguntándose cómo abordar la transformación de la sociedad cuando el patriarcado es gris y deprimente y cala incluso en la contracultura.

En la primavera de 2011, Voina se reúne para una última acción. Se denomina Besa a la poli y va dirigida a una reciente campaña gubernamental destinada a hacer que la población rusa sienta una afectuosa veneración por las fuerzas policiales de su país, que tienen fama de corruptas y brutales. La idea es que una serie de miembros de Voina se desperdiguen por todo Moscú, para abordar a agentes de policía en la calle y en el metro, y los abracen apasionadamente: ellos besarán a los hombres y ellas a las mujeres.

El único problema, escribe Masha Gessen, es que "los hombres de Voina resultaron ser tan incapaces de dar un beso a un agente de su mismo sexo como los machotes de la milítsiya/polítsiya de recibirlo. Lo que hacían era abortar la acción un día o pocas horas antes de cuando estaba planeada, alegando agotamiento, problemas de salud o ni tan siquiera eso".

placeholder Un momento de la acción 'Besa a la poli'.
Un momento de la acción 'Besa a la poli'.

Besa a la poli acabará siendo una acción cien por cien femenina, y el vídeo, que es para morirse de risa, se hace viral. De este modo, casi por casualidad, nace el primer colectivo artístico feminista de Rusia. Y Nadia y sus compañeras, obligadas a inventar por su cuenta una tradición artística en un país con poca tradición feminista, empiezan por bautizar a su nuevo grupo con un nombre, Pussy Riot [La revuelta del coño], que a los hombres les dé vergüenza pronunciar.

Los elementos visuales de Pussy Riot son geniales. Visten pasamontañas para ocultar su identidad, porque el hecho de que una joven decida ocultar su rostro en una sociedad de apariencias puede ser un acto tan revolucionario como llevarlo al descubierto en un Estado islámico. Más adelante, en su correspondencia desde la cárcel con el filósofo Slavoj Žižek, Nadia explicará: "Pussy Riot es una máscara: una máscara simplificadora, modernizadora... Cuando te pones una máscara, abandonas tu propia época, abandonas el mundo en el que toda sinceridad será objeto de burla, te adentras en el mundo de los héroes de dibujos animados, en el que podemos encontrar a modelos de conducta consumados como Sailor Moon y Spiderman. En algún lugar de ese mundo también siguen viviendo otros modelos de conducta: Kazimir Malévich, Dziga Vértov, Vasili Kandinski".

"Escogen la música como su medio de difusión, pese a que no saben tocar ni cantar, porque el punk rock es más atronador, más salvaje que el arte o la escritura"

La ética de Pussy Riot es intencionadamente caricaturesca: sus "máscaras" no son los pasamontañas negros de los asesinos paramilitares, sino uno de esos gorros fosforito que se ponen los niños pequeños para las guerritas con bolas de nieve en el parque. Las faldas, medias y pasamontañas de Pussy Riot no pegan ni con cola: un pasamontañas morado con un vestido fucsia y medias turquesa; un pasamontañas amarillo con falda verde esmeralda y medias naranja, como una niña que se viste sola por primera vez.

Han escogido la música como su medio de difusión, pese a que no saben tocar ni cantar, porque el punk rock es más atronador, más salvaje que el arte o la escritura.

Ataviadas con su vestimenta de guerreras ninja, las Pussy Riot asaltan la plaza Roja o se cuelan en la inauguración de una tienda de artículos de lujo, se suben en lo alto de autobuses, mientras gritan sus letras:

Harta de la cultura de la histeria masculina
El culto del liderazgo pudre los cerebros
La religión ortodoxa es un pene duro
A los pacientes se les ordena dar su conformidad [...]
Una revuelta rusa, Putin se ha meado
Una revuelta rusa significa que existimos
Una revuelta revuelta revuelta rusa

Es punk, es política, es teoría: se están chutando en vena la antiquísima tradición rusa del santo bufón, están empleando la mofa para subvertir el poder.

Estas jóvenes se lo están pasando en grande.

El momento de aparición de Pussy Riot no puede ser más oportuno, es impecable.

2011 fue el año de la sublevación a escala mundial. En diciembre de 2010, un joven vendedor ambulante tunecino se quemó a lo bonzo para protestar contra la corrupción gubernamental y esa fue la chispa que dio lugar a manifestaciones a nivel nacional que provocaron la huida al exilio del histórico presidente tunecino y unas nuevas elecciones relativamente limpias. Antes de la primavera siguiente, las protestas se habían extendido por todo el norte de África y Oriente Medio, llegando incluso hasta el Golfo.

La Primavera Árabe fue el movimiento democrático más generalizado desde la disolución del bloque soviético. El mundo se quedó petrificado ante las secuencias de la plaza Tahrir de El Cairo, atónito porque una dictadura apoyada por Estados Unidos pudiera ser derrocada por ciudadanos de a pie conectados por las redes sociales.

Y si podía ocurrir en Egipto, ¿por qué no aquí?, dondequiera que vuestro aquí resulte estar. Antes del otoño siguiente, el movimiento Occupy Wall Street ya había aparecido en Norteamérica y tenía correspondencias en Europa Occidental, como el 15-M español: jóvenes anarquistas, gente de la calle y viejos socialistas acampaban en plazas públicas para anunciar que el capitalismo tardío era un sistema fallido y que a los banqueros cuyos préstamos abusivos habían causado la quiebra a escala mundial se les debía imputar la responsabilidad de sus delitos.

"En diciembre de 2011, tras unas elecciones parlamentarias a todas luces amañadas, el país estalló en protestas: más de 500 personas fueron detenidas solo en Moscú. La canción de Pussy Riot 'Liberad los adoquines captó la atmósfera de júbilo carnavalesco"

En Rusia, la gente respiraba el aire fresco que llegaba de la plaza Tahrir y del movimiento Occupy Wall Street. Vladímir Putin llevaba en el poder más tiempo que cualquier otro gobernante ruso desde Stalin. Sus ciudadanos se hacían a sí mismos la misma pregunta: ¿Por qué no aquí?

En diciembre de 2011, después de unas elecciones parlamentarias a todas luces amañadas, el país estalló en protestas: más de quinientas personas fueron detenidas solo en Moscú. La canción de Pussy Riot Liberad los adoquines captó la atmósfera de júbilo carnavalesco. Su estribillo, "¡Tahrir! ¡Tahrir! ¡Tahrir! ¡Bengasi!/ ¡Tahrir! ¡Tahrir! ¡Tahrir! ¡Trípoli!" —que evocaba una Libia en la que el hombre fuerte apresado, el coronel Gadafi, acababa de ser sodomizado con una bayoneta y linchado por los rebeldes respaldados por la OTAN—, debió de suscitar en Putin un momento de intranquilidad.

En febrero, dos semanas antes de las elecciones presidenciales con las que Putin trataba de hacerse con otro mandato de seis años, Pussy Riot interpretó una Plegaria punk en la catedral de Cristo Salvador.

La iglesia estaba desierta, pero, antes de que las artistas ni siquiera hubieran empezado de verdad la actuación, unos guardias de seguridad aparecieron de la nada y se las llevaron a rastras de la tarima.

La plegaria duró apenas cuarenta segundos.

Nadia y las demás participantes consideraron la acción un fracaso total. Más tarde, el grupo de mujeres logró montar improvisadamente unas cuantas secuencias de ensayos previos, de otras iglesias, con la idea de crear un vídeo verosímil que pudieran publicar en internet. Pero la noticia de su acción en Cristo Salvador ya se había propagado.

placeholder Cartel de la 'Plegaria punk' de las Pussy Riot.
Cartel de la 'Plegaria punk' de las Pussy Riot.

Diez días más tarde, Nadia Tolokónnikova y Masha Aliójina, y poco después Kat Samutsévich, tres de las cinco intérpretes enmascaradas de Plegaria punk, fueron detenidas y se les denegó la fianza.

Ves el vídeo de Plegaria punk. Lo ves una y otra vez. Con sus pasamontañas y sus vestidos rojos, verdes, morados, las mujeres bailan, pegan puñetazos y patadas contra el iconostasio de pan de oro, son apartadas a rastras por los matones de seguridad y, aun así, siguen reapareciendo milagrosamente, brincando, rasgueando sus guitarras, dando puñetazos y patadas en un bucle surrealista. Los iconos dorados de santos bizantinos chocan frontalmente con las guerreras ninja Pussy Riot, la imagen de una monja escandalizada se ensambla con la de una Nadia enmascarada en genuflexión, los berridos punk se intercalan con los cánticos de aire litúrgico. Pero el mensaje siempre es el mismo.

Virgen María, Madre de Dios, hazte feminista
Virgen María, Madre de Dios, echa a Putin ya
¡Echa a Putin ya, echa a Putin ya!

Es una alegoría moral, una batalla de la "sinceridad", en palabras de Nadia, versus la santurronería hipócrita, de espíritus libres versus títeres del Estado; y esta vez será la inocencia la que gane.

Quieres estar de parte de estas retozonas superheroínas de dibujos animados, porque lo que les están diciendo a Putin y al patriarca Cirilo, que predica que los cristianos temerosos de Dios no deben asistir a manifestaciones o que el matrimonio gay es como vivir en la Alemania nazi, es lo siguiente: Tú no mandas en mí, tú no vas a decirme cómo votar o cómo idolatrar o qué hacer con mi cuerpo.

Llevo toda la vida obsesionada con Rusia, esa gemela siamesa amputada de Estados Unidos, su imagen especular, ese país demasiado grande, demasiado vacío, en cuyo interior pueden prosperar todos los tipos de locura: líderes de sectas, asesinos, pero también personas diligentes, audaces e ingeniosas en su resistencia a la tiranía.

De pequeña, me fascinaban los terroristas de la época zarista que asesinaban a archiduques con sus bombas; más tarde, era a los disidentes soviéticos a quienes veneraba: como Ósip Mandelstam, que murió en el gulag por recitar a unos amigos un poema en el que comparaba el bigote de Stalin con un montón de cucarachas.

"Las Pussy Riot introdujeron su arte en el ámbito sagrado y añadieron el feminismo a la mezcla".

Cuando en 1991 se disolvió la URSS, daba la impresión de que ya no serían necesarios más mártires. Las Pussy Riot eran hijas de la Nueva Rusia en la que tipos que de la noche a la mañana se habían hecho multimillonarios competían por ver quién tenía la mejor cocaína, los mejores yates, las novias supermodelos más sexis, y los artistas eran unos bromistas de estilo Diógenes que se burlaban de los excesos de los oligarcas.

Cuando Putin empezó a consolidar su poder, la figura del artista como aquel que suelta verdades como puños se convirtió una vez más en una profesión letal. Las Pussy Riot introdujeron su arte en el ámbito sagrado y añadieron el feminismo a la mezcla.

En julio de 2012, tras cuatro meses en la cárcel, Nadia Tolokónnikova, Masha Aliójina y Kat Samutsévich fueron llevadas a juicio por su Plegaria punk. Según el artículo 213, apartado 2, de las infames leyes contra la blasfemia de Putin, se las acusaba del delito de actuar con odio premeditado contra los creyentes religiosos.

El Gobierno ruso estaba cambiando adrede el enfoque para hacer creer a la gente que una obra de arte política que criticaba al presidente era un crimen de odio contra los fieles ortodoxos.

En el juicio se citó a una serie de testigos de la acusación. La anciana encargada de encender las velas en la catedral de Cristo Salvador dio testimonio del susto que se llevó al ver a aquellas tres jóvenes con su atuendo "chabacano" invadir un recinto prohibido para las mujeres y "usar su cuerpo [...] para apartar de un empujón el Arca que alojaba parte de las vestiduras del Señor". En cuanto a sus "bruscas contorsiones endemoniadas [...] delante del sagrario, ante las puertas del Señor, en el púlpito [...] me dio la impresión de que presumían entre ellas para ver quien subía la pierna más alto".

Un sacristán confirmó que las mujeres actuaban como si estuvieran poseídas por el demonio. Un guardia de seguridad declaró haberse sentido tan trastornado por sus barrabasadas que estuvo dos meses de baja.

Putin compareció en televisión para decir que la Plegaria punk de las Pussy Riot había "socavado los cimientos morales" del Estado ruso.

placeholder Las Pussy Riot, en un concierto en en noviembre de  2024 en Berlín para conmemorar los 35 años de la caída del Muro. EFE / HANNIBAL HANSCHKE
Las Pussy Riot, en un concierto en en noviembre de 2024 en Berlín para conmemorar los 35 años de la caída del Muro. EFE / HANNIBAL HANSCHKE

El caso de las Pussy Riot puso de manifiesto unas diferencias muy reales entre los intelectuales rusos y los occidentales. En el extranjero, las tres mujeres eran presas de conciencia, pero, en su país, prácticamente todas las reacciones eran de condena.

En Rusia, el cristianismo todavía estaba envuelto en un halo de causa proscrita y perseguida desde tiempos inmemoriales —en los años treinta Stalin había demolido la catedral de Cristo Salvador, que hasta recientemente no se había reconstruido— y hasta los libertarios civiles se mostraron consternados porque las feministas punk entonaran un "Mierda santa" en el altar de la catedral.

Entre los fieles ortodoxos, la reacción fue especialmente virulenta. El patriarca Cirilo celebró un encuentro de oración anti-Pussy Riot al que supuestamente asistieron diez mil personas y en el que justicieros de extrema derecha vestidos como moteros de los Ángeles del Infierno, con trajes de cuero con el símbolo de la calavera y los huesos cruzados, declararon que las Pussy Riot eran demonios a los que había que quemar en la hoguera.

La antropóloga Anya Bernstein, en un artículo sobre el caso Pussy Riot, describe la lascivia semipornográfica con la que destacadas figuras rusas fantasearon públicamente con infligir castigos corporales a Tolokónnikova y el resto de las acusadas. Personalidades de la televisión y políticos propusieron azotar a varazos o desnudar y emplumar a "estas zorritas"; incluso el líder liberal Boris Nemtsov, más tarde asesinado por su oposición a Putin, se sumó al llamamiento para "zurrar a estas chicas".

Un periodista "bromeó sarcásticamente diciendo que, si la cultura LGTB no estaba suficientemente establecida en Rusia, parecía que al BDSM sí que le iba bastante bien".

Hasta sus propios defensores infantilizaron a las Pussy Riot sin darse cuenta al pasar por alto su mensaje político y concentrarse en el hecho de que Tolokónnikova y Aliójina fueran madres de niños pequeños, señala Bernstein: el juez debía perdonar los pecados de las mujeres y mandarlas a casa porque sus maridos e hijos las necesitaban. ¿Quién va a fregar los platos?, se preguntó más de un comentarista.

El último día, Tolokónnikova, Aliójina y Samutsévich toman la palabra. Durante todo el juicio, han insistido en que son cristianas creyentes que practican la caridad, el perdón y la verdad, han citado el Nuevo Testamento como recordatorio de que al propio Jesús lo acusaron de los mismos delitos de blasfemia y posesión por el diablo. Igual que Jesús con los fariseos, las juzgan por denunciar a unos dirigentes corruptos.

Ahora, durante sus declaraciones finales, las tres acusadas vuelven las tornas contra sus acusadores: no se está juzgando a las Pussy Riot, sino a Vladímir Putin y a su cleptocracia asesina.

Al situarse a sí mismas en un continuum de luchadores por la libertad que abarca desde el joven Dostoievski hasta disidentes del siglo XX como Aleksandr Solzhenitsyn y Vladímir Bukovski, las tres mujeres condenan un régimen tan atrofiado por las mentiras que, en palabras de Nadia, solo "la estética de bufón sagrado del espectáculo punk" puede actuar como una especie de suero de la verdad que obligue al tirano usurpador a dejar caer su máscara.

Lo que Pussy Riot nos recuerda es que "el camino de la verdad, el camino de la sinceridad y la libertad [...] existe en un terreno moral más elevado que el de la rigidez, la falsa devoción y la hipocresía", y que tarde o temprano la verdad y la libertad prevalecerán.

A las acusadas se las exhibe en una jaula de cristal, como el redil que retenía a Perpetua, Felicidad y los demás acusados para que el público cartaginés pudiera acercarse a observarlos con la boca abierta. "¿Qué placer sacáis en mirar lo que odiáis? [...] Al menos fijaos bien en nuestras caras para que podáis reconocernos el Día del Juicio Final", dice Sáturo.

En las secuencias televisadas del juicio a las Pussy Riot, se oye el zumbido de las cámaras, los silbidos de los periodistas para intentar atraer la atención de las tres mujeres. Un periodista le grita a Nadia: "¡Tienes buena cara!". "Siempre tengo buena cara", replica ella.

placeholder Cubierta de 'Muerde a tus amigos' el ensayo de Fernanda Eberstadt sobre el cuerpo como arma de resistencia y liberación política.
Cubierta de 'Muerde a tus amigos' el ensayo de Fernanda Eberstadt sobre el cuerpo como arma de resistencia y liberación política.

Igual que el padre de Perpetua apareció en su juicio, para ordenarle obedecer al procurador y hacer un sacrificio a los dioses romanos, el padre de Kat Samutsévich se convierte en testigo de la acusación, presentando pruebas de que Nadia "embrujó" a su hija para que participara en la acción de Cristo Salvador.

A las puertas del tribunal de Moscú, el ambiente es el de una suerte de festival de folklore que se ha puesto feo, los defensores de las Pussy Riot con sus pasamontañas fosforito y sus Dr. Martens chocan con las fieles ortodoxas con sus pañuelos en la cabeza y sus faldas largas, mientras que los políticos de la oposición se pavonean frente a los corresponsales de cadenas de televisión extranjeras.

Una vez finalizadas las vistas de la semana, el tribunal emite su veredicto. Las tres componentes de Pussy Riot son declaradas culpables y condenadas a dos años de trabajos forzados en un campo de prisioneros. Samutsévich, a quien un guardia de seguridad se llevó a rastras antes de que tuviera la oportunidad de sumarse a la Plegaria punk, recibe una suspensión del cumplimento de la pena.

Tolokónnikova y Aliójina cumplen su condena en sendas colonias penitenciarias de Mordovia y Perm, a más de mil kilómetros de distancia. En 2014, cuando son excarceladas —tres meses antes de tiempo, en una campaña de marketing de cara a la galería paralela al hecho de que Rusia acoge los Juegos Olímpicos de Invierno—, Nadia y Masha se quejan de que no se les haya permitido completar toda la duración de su condena ni, por lo tanto, llevar a cabo el ritual de despedida de repartir sus posesiones entre sus compañeras presas.

Lo primero que hacen, antes incluso de volver a casa, es reunirse en un piso franco para planear la futura línea de acción de Pussy Riot.

Sus entrevistadores se muestran levemente horrorizados. ¿Pero y vuestros hijos? Nadie espera que un hombre renuncie al activismo político por el bien de su esposa y sus hijos, pero ser mujer significa que en teoría tu familia siempre deba anteponerse a la lucha por la libertad de cualquier otra persona.

Creo que, de entre todas las muestras de valor de las Pussy Riot, esta es la que más me impactó: su voluntad de anteponer sus propias verdades a la posibilidad de que algún periodista hombre mojigato pudiera considerarlas malas madres.

Cuando conocí en persona a Nadia Tolokónnikova, ella y Masha Aliójina llevaban dieciocho meses fuera de la cárcel y vivían de nuevo en Moscú.

Jamás se me había pasado por la cabeza que las dos mujeres pudieran seguir residiendo en Rusia. Un asombroso número de opositores de Putin estaban siendo asesinados; un par de años antes de conocernos, Petya, el marido de Nadia, había sobrevivido a un envenenamiento con la misma arma química que más tarde emplearon con el activista anticorrupción Alekséi Navalni. El exilio parecía al menos una forma de asegurarte de que, en caso de que te asesinaran, tu país de asilo armaría un escándalo por ello.

Pero tanto Nadia como Masha habían optado por quedarse en Rusia, donde podrían fastidiar al máximo a Putin. Habían fundado una organización por los derechos de los presos y un medio de difusión independiente —un recurso fundamental en un país donde todas las noticias están controladas por el autócrata en el poder— y, desde Rusia, se aventuraban a salir para enseñar a activistas de todo el mundo cómo luchar contra el poder opresor. Cuando varios meses después de su puesta en libertad fueron a Estados Unidos, declararon ante el Senado para reclamar sanciones más duras contra Putin, aunque a los congresistas no les hizo tanta gracia que las dos mujeres insistieran en hacer una gira por las cárceles estadounidenses.

En una entrevista con el Hollywood Reporter, Nadia afirma: "Pasé por doce cárceles. Durante mucho tiempo me trataron de forma terrible y la lección que aprendí de aquello es que debes gritar con todas tus fuerzas y debes expresar tu malestar todo lo posible. La primera vez que entré en el sistema penitenciario, pensaba: Soy dura, puedo superarlo, no voy a quejarme, no quiero ser la princesa que se queja todo el tiempo. Pero, pensándolo bien, sí que debes ser la princesa que se queja todo el tiempo porque no lo haces solo por ti, sino por tus compañeras de celda. También ayudas a otros presos a conseguir sus derechos. Creo que es algo que vale no solo para la cárcel, sino para cualquier institución gubernamental".

Sobre la autora y la obra 

Fernanda Ebestadt (Nueva York, 1960) es periodista y escritora. Trabajó de adolescente en la Factory de Andy Warhol y para Diana Vreeland en el Museo Metropolitano de Arte y en la actualidad es redactora jefa de la European Review of Books. Su primer artículo se publicó en 1979 en la revista Interview, y posteriormente ha escrito para The New York Times Magazine, The New Yorker, The London Review of Books, Vogue o Granta. Es autora de cinco novelas. 

Muerde a tus amigos (Gatopardo)  es una investigación histórica y autobiográfica sobre el poder subversivo del cuerpo, desde la Antigua Roma hasta la Rusia de Putin, que entrelazando historias de disidencia corporal con sus propias vivencias de juventud en el underground neoyorquino de los años setenta.

 

Nadia dio una charla en una fundación artística de Los Hamptons, cuyo turno de preguntas me habían pedido que moderara. Las entradas para el acto se agotaron ipso facto, personas que apenas conocía me contactaron por Facebook suplicándome que les consiguiera entradas.

Nadia y su marido Petya llegaron pronto. Tenían el típico halo de las parejas de famosos: Petya, pelo rubio oscuro, complexión delgada, un tanto sexi con traje entallado azul marino y camisa rosa abotonada hasta el cuello; Nadia, con un vestido de manga larga azul marino y el cuello blanco, parecía una niña de colegio de monjas con un uniforme diseñado por un sastre de París. Recatada, hasta que sonreía para sus adentros con aquella sonrisa secreta de auténtica diablilla, de pura alegría por estar viva en el mundo.

Yo me moría de los nervios, estaba deslumbrada; quería ensayar previamente, enseñarle a Nadia todas mis preguntas, pero ella sabía perfectamente lo que quería decir. Nos subimos allí arriba, ante un auditorio lleno de artistas jóvenes de Suecia, Ecuador, Indonesia, junto con un puñado de donantes multimillonarios, y Nadia les hizo un recorrido en diapositivas por la historia del arte de protesta ruso.

Lo que las diapositivas de Nadia nos mostraron aquella tarde de verano fue que las Pussy Riot no salían de la nada ni tampoco eran las últimas de una serie: allí estaban sus madres y sus padres, y allí estaban sus hijos e hijas, los artistas políticos que venían detrás de ellas.

Tenía veintidós años y ya era una veterana. Si nosotras podemos luchar contra el poder, tú también. Ese era su mensaje. Sé valiente, el primer paso es difícil, pero luego se vuelve más fácil, y estamos juntos en todo esto.

"Si lo que deseas es consumir tu propia identidad y transformarla en fertilizante para uso de los demás, tendrás que arder, tu carne será esparcida por todo el planeta de manera violenta y brutal y los pájaros te picotearán el hígado. Sin embargo, es una experiencia gratificante. Renacerás de las cenizas renovado, joven y bello para toda la eternidad".

Allá por el verano de 2015, a mis prejuicios patrióticos les chocó que los norteamericanos, ¡líderes del mundo libre!, pudieran necesitar lecciones de democracia por parte de ciudadanos de la antigua Unión Soviética, pero el mensaje era, no obstante, inspirador.

Y para mí, que había llegado al final de un callejón sin salida en mi propia vida y estaba demasiado paralizada por el miedo para encontrar la salida, la encarnación en Nadia de aquella forma más jubilosa y moral de estar en el mundo ofrecía justo la invitación que yo necesitaba, aunque no supiera muy bien qué hacer con ella.

¿De dónde soy? Soy de la ciudad más contaminada del planeta. Soy de la Vía Láctea. Soy de la literatura rusa y del teatro japonés. Soy de cada ciudad donde he luchado o follado. Soy de la cárcel y de la Casa Blanca. Soy de los discos punk y de las composiciones de Bach, de mi obsesión con el turquesa, el café y la música a todo volumen.

En 2014 leí un libro que se convirtió en una de mis biblias de combustión lenta, al demostrarme que podía salir de la botella cazamoscas si quería.

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