La insolencia de Mozart abruma el Real con un fabuloso 'Mitridate'
La dramaturgia de Claus Guth en clave 'Succession', la orfebrería musical de Bolton y la excelencia del reparto reaniman una obra que el compositor prodigio creó a los 14 años
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Abruma y conmueve el estreno de Mitridate en Madrid por la insolente edad a la que Mozart compuso la ópera —14 años—, por el virtuosismo de los cantantes —Sara Blanch en cabeza— y por la armonía orgánica en que se desenvuelven la música y la escena. No es sencillo revestir de dramaturgia una obra tan estática e inanimada, pero el ingenio de Claus Guth la reanima con la idea de una saga de poder contemporánea que no contradice la afinidad del maestro Ivor Bolton al espíritu más humanista e iluminista del siglo XVIII.
El genio de Mozart se hubiera abierto camino de cualquier manera, aunque su padre, Leopold, —de sagas hablamos— predispuso las mejores condiciones para explorar el talento del monstruo. Porque era violinista, director de orquesta y compositor. Y porque era promotor de conciertos y era pedagogo. Había escrito enjundiosos tratados para violín y piano, de tal forma que el pequeño Wolfgang y la pequeña Nannerl, su hermana, disponían del profesor en casa. Los instruyó con más ahínco que el progenitor de André Agassi. Es la razón por la que ambos destacaron en una inverosímil precocidad. Una pareja de niños prodigio que recorrió las grandes cortes europeas. Incluidas las que estaban a punto de decapitarse. El clan Mozart estuvo en Viena delante de Maria Teresa de Austria. Y conoció allí a la ingenua Maria Antonieta, unos meses mayor que él.
Podrá reprochársele al patriarca la misión de haber convertido a las criaturas en una pareja de feria. Hubiera sido detenido por explotación infantil en nuestros días, pero Leopold Mozart, alemán de nacimiento, salzburgués de adopción, fue el primero en advertir los síntomas del mesías. No digamos cuando transcribió de oído el Miserere de Allegri después de haberlo escuchado solo una vez. Las giras europeas impresionaron al continente, asombró el virtuosismo de Mozart con el piano y el violín, pero también permitieron al niño conocer los lenguajes musicales que avanzaron la transición del barroco al clasicismo. Wolfgang aprendía la teoría y la práctica. Se envolvía de una experiencia musical y existencial que revistieron las alas al prodigio. Es el contexto favorable —el ciclo virtuoso— que explica su escala en Milán como artífice de Mitridate, rey de Ponto. Tenía 14 años la criatura. Y había recibido cien florines del conde Firmian para inaugurar la temporada del Teatro Ducal de Milán en 1770. Sabemos que el estreno fue un éxito. Sabemos que Mozart dirigió entre clamores las primeras funciones. Sabemos que la ópera no volvió a interpretarse hasta el siglo XX. Y que no lo hizo nunca en España en versión escénica hasta 1997 por iniciativa del Festival Mozart, en el teatro Carlos III de El Escorial.
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Recala Mitridate en el Teatro Real con el ingenio de una producción contemporánea que recuerda a la serie Succession porque la obra misma, inspirada en un drama de Racine, alude la cuestión sucesoria de un patriarca que finge su muerte para conocer hasta dónde alcanza la fidelidad de sus hijos y de su prometida.
Fue Mitridate VI Eupátor el heredero de un reino opulento en el mar Negro —Ponto— que opuso resistencia a los romanos (siglo II) y al que traicionaron sus propios descendientes. Por esa misma razón funciona tan bien la extrapolación al contexto “setentero” de un magnate poderoso que recela de sus herederos y que incurre en comportamientos paranoicos como remedio a las conspiraciones. La propia relación intrincada de poder, política y familia nos remite a la actualidad depravada del trumpismo y justifica las analogías con Succession en las connotaciones de una saga trastornada.
Les constriñe la trama a escoger entre el bien y el mal, entre el amor y el deber, entre la pulsión creativa y la pulsión mortal
Les constriñe la trama a escoger entre el bien y el mal, entre el amor y el deber, entre la pulsión creativa y la pulsión mortal. De hecho, la fabulosa y aplaudida dramaturgia de Claus Guth desdobla la acción en el plano de los hechos y en el plano del subconsciente.
Presentamos 'Mitridate, re di Ponto' con algunos de sus protagonistas 🎼
— Teatro Real (@Teatro_Real) March 12, 2025
🗓️ Del 23 de marzo al 9 de abril
➡️ Más información y entradas: https://t.co/4klu8hnKtm#MitridateTR #Ópera #Madrid #TeatroReal2425 pic.twitter.com/6zFKSu4V79
Transcurre el argumento entre las paredes de un gélido casoplón aristocrático, pero las angustias de los personajes se derivan a un espacio abstracto donde asoman las sombras y se manifiestan sus dicotomías en el juego de los dobles y de los espejos: la lealtad o la traición, la venganza o el perdón, la razón o la pasión.
Conocemos muy bien en Madrid el trabajo de Claus Guth. Suyas han sido las fabulosas producciones escénicas de Don Giovanni, Parsifal y Rodelinda, así como la feliz adaptación de Orlando de Handel hace dos temporadas. Fue entonces Ivor Bolton su aliado en el foso del Real, igual que sucede ahora con las funciones de Mitridate hasta el 9 de abril.
Maneja Bolton todas las claves de la época. Ejerce de chamán en la efervescencia del foso. Y formaliza unas texturas y unas dinámicas sonoras que reaniman el interés de una ópera larga, estática y extática, y necesariamente inmadura, pero digna de situarse en el canon visionario de Mozart y propicia al lucimiento de los cantantes. Empezando por Sara Blanch, cuya aria de apertura fue un ejercicio premonitorio del acontecimiento canoro que se nos avecinaba. El virtuosismo y la sensibilidad de la soprano catalana imprimieron carácter a la función y a los colegas de reparto, expuestos todos ellos al desafío de una ópera extremadamente difícil en sus pormenores técnicos, expresivos y estéticos.
Mozart fue un niño prodigio, pero sobre todo fue un enorme trabajador y un adulto prodigio. Ni siquiera murió prematuramente
Cuesta trabajo diferenciar los méritos de Juan Francisco Gatell, Elsa Dreisig, Franco Fagioli, Marina Monzó y Juan Sancho. Mozart tenía que complacer la tiranía de los cantantes en la transición del barroco al clasicismo. Y les proporcionó en Milán todos los recursos de la pirotecnia, aunque las obligaciones con el divismo y con el trapecio no contradicen la belleza de los pasajes más serenos y contemplativos. Fagioli interpretó con enorme belleza el aria final de Farnace, aunque puede que el trance de mayor impacto sobrevinera cuando el solista de trompa (natural), Jorge Monte de Fez, subió al escenario para acompañar y mecer el aria suntuosa, suntuaria, de Elsa Dreisig en un maridaje memorable.
Mozart fue un niño prodigio, pero sobre todo fue un enorme trabajador y un adulto prodigio. Ni siquiera murió prematuramente, como suele pensarse. De acuerdo, solo tenía 35 años en el trance de sus funerales vieneses, pero no puede hablarse de una obra truncada ni inacabada. Mozart moría en la plenitud. Y desde la plenitud vemos al padre a la derecha del hijo.
Abruma y conmueve el estreno de Mitridate en Madrid por la insolente edad a la que Mozart compuso la ópera —14 años—, por el virtuosismo de los cantantes —Sara Blanch en cabeza— y por la armonía orgánica en que se desenvuelven la música y la escena. No es sencillo revestir de dramaturgia una obra tan estática e inanimada, pero el ingenio de Claus Guth la reanima con la idea de una saga de poder contemporánea que no contradice la afinidad del maestro Ivor Bolton al espíritu más humanista e iluminista del siglo XVIII.