El artista Abel Azcona: "Voy a tocar a mi madre por primera vez desde que me parió"
El 1 de abril realizará la 'performance' más importante de su trayectoria, en la que se reencontrará con su madre biológica. Ella lo abandonó recién nacido, cuando era prostituta y drogadicta
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Una sala, dos peanas, una madre y un hijo de la mano. Sesenta minutos. Seiscientas personas en silencio. Ya está. Abel Azcona se despoja de cualquier ornamentación superficial y nos enfrenta a los elementos más crudos de la experiencia humana en un acto de vulnerabilidad radical. Esos dos cuerpos ahí puestos, resistiendo, diciendo, recordando. “A lo mejor una silla”, me dice Abel, por si la madre necesita sentarse en algún momento. Ese gesto. Esa gente. Esa madre ahí.
El encuentro se viene gestando desde que en 2023 la madre le enviara un mensaje al hijo. Había conseguido encontrarlo. Desde entonces, a petición del artista, madre e hijo han realizado un proceso artístico de acercamiento llamado Los pasos hacia la madre.
En este camino, la historia de la madre, marcada por la prostitución desde que apenas era una niña y la indigencia, se ha expuesto en su forma más cruda. Sus mensajes al hijo han sido publicados, sus audios han sido numerados y están disponibles para ser escuchados e incluso ella misma ha sido expuesta en una performance titulada La madre expuesta. Todas las explicaciones de la madre al hijo han quedado catalogadas y registradas, como si de una autopsia del abandono se tratara.
La historia de la madre, marcada por la prostitución desde que apenas era una niña y la indigencia, se expone en su forma más cruda
Esto no es una representación del dolor, sino el dolor mismo.
Me reúno en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con Abel Azcona (Madrid, 1988) y con el filósofo y crítico de arte Fernando Castro (Plasencia, 1964), autor del texto curatorial de
No quiero que le griten a mi madre
Para asistir a la performance Madre e hijo, comisariada por Semíramis González, es necesario enviar un correo explicando la motivación. “Han escrito muchísimas mujeres embarazadas que van a dar a luz este mes y quieren estar ahí, muchas mujeres con hijas adoptadas, gente de perfiles muy diversos”, me dice Abel. Y añade: “También hay quienes se han apuntado diciendo: ‘Quiero ir porque te odio’”.
La performance será igual que la de Volver al padre, realizada en 2021. En aquella ocasión, Azcona sostuvo durante una hora la mano de Manuel Lebrijo, el hombre que figuraba en sus papeles de adopción como su padre biológico, aunque no lo era (Lebrijo conoció a su madre cuando ya estaba embarazada). Lebrijo lo abandonó, lo maltrató y llegó incluso a secuestrarlo cuando Abel tenía tres años.
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Le pregunto cómo se siente ahora, a pocos días de la performance, en comparación con la de Volver al padre. “Con mi madre es diferente, porque considero que los dos somos víctimas” me dice. “Voy a pedir una actitud de cuidados y silente, sobre todo hacia ella, porque a Manolo le gritaron ‘¡Hijo de puta!’ y esto no lo quiero con mi madre. Es verdad que me abandonó, pero está haciendo un acto de valentía que no tiene por qué hacer, y lo está haciendo por mí. No le tiene que gritar nadie por qué le abandonas”.
Azcona explica que será la primera vez que la vea en persona: “No la he visto nunca desde que me parió, y cuando me parió tampoco la vi, porque nací con síndrome de abstinencia y no creo que viera mucho”. Probablemente, dice, tengan que sentarse en algún momento, porque su madre tuvo un ictus hace unos años y cojea. “No le voy a hacer estar sesenta minutos de pie si no puede: la idea no es sufrir”. En cuanto a cómo lo vivirá, me dice: “Voy a llorar probablemente durante toda la performance”.
De las obras más polémicas a las más personales
Las polémicas han marcado la obra de Abel Azcona desde sus inicios (en su primera performance, en 2005, paró el tráfico en Pamplona, sentado desnudo en una silla y gritando hacia el cielo). “Me he tenido que exiliar, he tenido persecuciones y ha sido muy duro, pero me han abierto unas puertas después. Yo no podría estar contando mi drama personal y mis miserias de museo en museo si no hubiera hecho eso antes”, explica.
"Yo creo que en Madrid, ahora mismo, sólo puedo pisar esta institución, el Círculo de Bellas Artes, porque es privada"
Precisamente, uno de sus trabajos más polémicos, Amén o La Pederastia (2015), una instalación de 242 hostias consagradas con la que formó la palabra “pederastia”, forma parte actualmente del Museu de l’Art Prohibit, donde comparte espacio con piezas de Goya, Warhol y Klimt. “Al final, la historia se ha dado la vuelta. Gané todos los juicios. Sigue todavía trayéndome problemas, en el sentido de que hay instituciones que no me quieren cerca por las polémicas. Yo creo que en Madrid, ahora mismo, sólo puedo pisar esta institución, el Círculo de Bellas Artes, porque es privada.”
Le pregunto al crítico de arte Fernando Castro si, en un mundo cada vez más anestesiado ante el horror, el arte de Azcona tiene la capacidad de sacudir conciencias. Su respuesta es clara: el arte siempre ha tenido la capacidad de confrontarnos con lo extremo, como lo hicieron las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides. “Los conflictos familiares que trae Abel están en Edipo, están en Antígona, están en Creonte, están en Las bacantes”, señala. "Si el arte", dice Castro, "no es capaz de modificar la forma en la que vemos, entendemos y afrontamos el mundo y la existencia, es sencillamente decoración, es ornamentación, es un maldito pasatiempo, es un sudoku". Para Castro, “todo arte que afronta los límites de lo convencional, que escapa de las parametrizaciones, de los algoritmos, del pensamiento bienintencionado, sea este reaccionario o woke, lo que genera al final es un cambio de escena, un cambio de discursividad y un cambio de compresión del mundo”
“¿Remueve conciencias?”, se pregunta en alto Castro: “Sí. No estamos ahí para entonar el Rascayú o cantar el Paquito el Chocolatero, que está también muy bien para cuando corresponda".
Arte útil, arte necesario
Azcona ha hablado en varias ocasiones del concepto de “arte útil”, un término que ha usado siempre la artista cubana Tania Bruguera y que él vincula a la transformación personal. “Es útil en el sentido de que salgo diferente de cómo he entrado en ese proceso artístico”, explica. Ahora necesita quedarse con lo imprescindible: “El encuentro con mi madre es tan bestia en sí que no necesita ornamento”. Este minimalismo contrasta con obras pasadas, como Empatía y prostitución (2013), donde puso su cuerpo desnudo en una cama y dejó que la gente abusara de él libremente para narrar el relato de su madre biológica. “Hay algo edípico ahí: me dejaba follar porque mi madre se había dejado follar para gestarme a mí”, confiesa. “Voy a tocar a mi madre, que no la he tocado nunca, solo la vez que salí de su coño, literal. Volver a ese momento me parece tan violento que no hace falta ningún ornamento más”.
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El arte para Abel Azcona no es solo una forma de expresión, sino una cuestión de supervivencia: “Si no hubiera encontrado esta manera, estaría muerto, lo tengo clarísimo”. Y añade que la performance con su madre será una vía de sanación para otras personas. “Me han escrito más de cien personas que han sido abandonadas por sus madres. Van a sentir esto como una reparación”, dice.
Para Fernando Castro, la noción de utilidad debe ser desestigmatizada. “Para nosotros el arte, el pensamiento, la filosofía o la estética no es que sean útiles, es que son absolutamente necesarios”, sostiene. “Si no sintieras que lo que estás haciendo es absolutamente necesario, que es útil para ti y también para otros, que lo que estás haciendo tiene un sentido y hay que hacerlo y es urgente hacerlo, Abel no coge hoy el coche y viene, yo no me levanto y vengo, tú no vienes tampoco, porque consideras que esto aporta algo.”
¿Por qué me abandonaste?
En una carta a su madre, que ella lee en alto para una serie de videos que forman parte de la obra procesual Los pasos hacia la madre, Azcona le escribe: “Te preguntaría todos los días por qué me abandonaste”. Lo repite tres veces: ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué me abandonaste?. “Es que me lo pregunto todos los días”, me dice Abel. Es imposible no romperse, no echarse a llorar viendo esos videos en los que Isabel cuenta su infancia, cómo empezó a prostituirse, cómo abandonó al bebé.
Fernando Castro nos dice que "el abandono es la condición de la existencia humana" y conecta esta idea con el momento bíblico en el que Jesucristo, colgado ya en la cruz, duda de ser el Mesías y pronuncia la frase: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. “Porque si él fuera Jesucristo y creyera hasta el último momento que es Dios encarnado, estaría en la cruz, riéndose del mundo, porque no habría experimentado el sufrimiento, y el sufrimiento de la existencia es que, aunque tengas el mejor de los padres, la mejor de las madres y el mejor de los contextos familiares, algún día te vas a sentir abandonado y te vas a hacer esa pregunta, por qué me has abandonado, sea en relación con una persona que amaste, sea en relación con la elaboración del duelo”, explica.
"Creo que soy un escritor de mi relato y lo estoy haciendo, igual que Annie Ernaux, por ejemplo, que me encanta"
¿Cómo define Abel Azcona su trabajo? ¿Performance? ¿Arte procesual? “No sé, la figura no me ha preocupado tanto”, responde. “Creo que soy un escritor de mi relato y lo estoy haciendo, igual que Annie Ernaux, por ejemplo, que me encanta. Ella lo hace con escritura, yo lo hago con escritura y cuerpo”. La performance, dice, ofrece “esa violencia corporal del aquí y el ahora, el ocupar el espacio y el contar sin artificios”.
Fernando Castro aporta una visión filosófica: “Los actos de Abel son performativos, todos, porque modifican la estructura de la realidad”, explica, citando a J.L. Austin y su ejemplo de acto lingüístico performativo: “Yo os declaro marido y mujer”. Hoy en día, dice Castro, se llama performance a un montón de cosas que no lo son: “Si no implica la vida, el directo, si no implica la modificación de la realidad, es teatro”, Azcona cita a Abramović: “En la performance la sangre es sangre y en el teatro es kétchup”.
Una sala, dos peanas, una madre y un hijo de la mano. Sesenta minutos. Seiscientas personas en silencio. Ya está. Abel Azcona se despoja de cualquier ornamentación superficial y nos enfrenta a los elementos más crudos de la experiencia humana en un acto de vulnerabilidad radical. Esos dos cuerpos ahí puestos, resistiendo, diciendo, recordando. “A lo mejor una silla”, me dice Abel, por si la madre necesita sentarse en algún momento. Ese gesto. Esa gente. Esa madre ahí.