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He leído el libro de Luisgé Martín sobre José Bretón: muchos aciertos y un error insensible
'El odio' es un libro terrible. Lo digo sin paños calientes y como un mérito literario. Terrible, porque lo pretende
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Empecé a escribir esto como una reseña. Termino de escribirlo como un alegato. Cuando empecé a teclear, El odio de Luisgé Martín era una de las novedades que atiborrarían las librerías a finales de marzo. Cuenta lo que le pasó por la cabeza a José Bretón antes y después de matar a sus propios hijos. A mitad de la lectura, sin embargo, supe que Ruth Ortiz, expareja de Bretón y madre de los niños asesinados, se había enterado por la prensa de que el libro iba a publicarse.
Entonces empezó la polémica. A la editorial Anagrama le faltaron piernas para interrumpir la distribución hasta que un juez diga qué hacer. Un montón de gente creyó que Anagrama había publicado un libro escrito por Bretón y atacó a la editorial sin tener ni idea. Otros pensaron que el libro blanquea o justifica al asesino y actuaron de la misma forma. Anagrama no ganó nada al bloquear la distribución: si la gente no puede leer, de qué manera va su autor a defenderse.
Esta vez salieron a defender la libertad de expresión los progres de la cultura: los mismos que tantas veces han callado ante situaciones como esta. Perritos con el olfato entrenado, saben que Luisgé Martín dirige un Instituto Cervantes de Los Ángeles y que ha escrito discursos para Pedro Sánchez, con lo que debieron creer que el libro encaja con la moral que llevan vendiendo quince años. Esta circunstancia sanchista del autor, por cierto, ha motivado también buena parte de sus críticas. En la prensa conservadora han llegado a calificarlo de "nauseabundo", mientras los progres lo defienden.
Bien: El odio es exactamente el tipo de libro que el feminismo condenaría sumariamente en caso de que una mujer víctima de "violencia vicaria" se quejase por su publicación y lo hubiera escrito, en vez de Luisgé Martín, Arcadi Espada. Aquí nunca es el qué, sino el quién, y resulta muy difícil imaginar a tanto bienqueda poniéndose de parte de un escritor varón y contra los sentimientos de una víctima mujer en cualquier otra circunstancia. Más de uno quizás se lleve una sorpresa cuando lo lea.
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Porque es un libro terrible. Lo digo sin paños calientes y como un mérito literario. Terrible, porque lo pretende. Luisgé Martín tiene un gusto por la oscuridad que roza la impudicia baudeleriana. Lo demostró con La mujer de sombra, novela que aborda perversiones sexuales con los niños. El texto era tan escandaloso que Alfaguara no quiso publicarlo y al final lo aceptó Anagrama, donde Luisgé Martín sigue desde entonces.
Os diré lo que tiene El odio de valioso, que es mucho, y cuál ha sido, en cambio, el error más injustificable del autor y de la editorial.
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Mostrar empatía hacia las víctimas es fácil. Mostrarla hacia el verdugo, una misión para escritores excepcionales. Luisgé Martín estableció confianza y habló con el asesino que mató a sus propios hijos para vengarse de su mujer cuando ella lo iba a abandonar. La evidencia es el monstruo; la misión literaria, encontrar al ser humano. En su libro, el asesino expresa sentimientos, se vende como un romántico y pone verde a su exmujer y a su exsuegra. Las culpa de lo que él hizo.
Esto hace de El odio un buen libro. Si vas a meterte en la cabeza de un asesino, has de hacerlo como Luisgé Martín, quien confiesa en la primera página que él desea matar, pero que no se atreve. Esta perversidad te pega en la cara y abre un agujero en los clichés del retrato que los periódicos hacemos de los asesinos. El autor admite que en algunos momentos llegó a sentir cariño y compasión por el manipulador letal que tenía delante. Por allí sale la vida de un hombre que se arrancó la humanidad.
En el libro, aquel asesino de ojos desorbitados, aquel robot mentiroso y frío, con camisa muy limpia, aparece como un hombre vulgar. Sedó a sus hijos y los incineró en la finca de su familia en medio de movimientos normales de un padre. Trató de taparse luego a base de disparates y torpezas. El retrato de Bretón es aterrador porque abre caminos nuevos a la típica banalidad del mal descubierta por Hannah Arendt.
No hay nada fascinante en Bretón, más allá de su acto monstruoso. Todo en ese hombre es simpleza, ingenuidad y narcisisimo injustificado. Para contarnos todo esto, y hacerlo de manera convincente, las páginas de El odio rebosan intimidad, sexo y chabacanería. Pero así es Bretón. Pone los pelos de punta que hable con cariño de sus hijos, o diga que le hubiera gustado tener cinco. Aterroriza su indiferencia, su vanidad. Es un petimetre vulgar.
Ha sido un acierto literario que Luisgé Martín utilice a José Bretón como única fuente directa, más allá de los sumarios judiciales y recortes de prensa que recogen la opinión de Ruth Ortiz y otros testigos. Sin embargo, justo por este afán literario de conocer y narrar el odio homicida sin intermediarios, viene el error más insensible y cuestionable por parte del autor y su editorial. No han querido hablar con Ruth como fuente para escribir el libro, pero me sorprende la torpeza y la negligencia de no contactar con ella, antes de la publicación, para explicarse y acompañarla.
No se puede lanzar un libro donde las intimidades del asesino salpican las intimidades de sus víctimas sin hablar antes con ellas. No para pedirles permiso, sí para prepararlas y demostrar que estás de su parte. No entiendo que Anagrama no haya enviado el borrador del texto a Ruth Ortiz para que ella tuviera la oportunidad de expresar su opinión. No me cabe en la cabeza que permitan que una víctima se entere por el periódico de la publicación inminente de un libro que da voz al asesino de sus hijos.
Cuando escribí Nadie se va a reír, libro que toca muy tangencialmente a la víctima de la violación de la Manada, mi editor Miguel Aguilar tuvo siempre eso en la cabeza, y yo también. Aunque mi protagonista era otra persona, en el proceso de escritura traté de contactar con ella y su abogada. Me parecía que ese gesto era lo mínimo, si iba a salir un libro que las tocaba de soslayo.
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Truman Capote escribió A sangre fría fascinado por los asesinos, pero lo hizo después de conocer a los allegados y vecinos de sus víctimas. Viajó al pueblo de la masacre, conversó con todo el mundo y contrapuso, al retrato humanizado de los criminales, la humanidad doliente que ellos habían quebrantado. Capote podría haberse limitado a los asesinos y sin duda el libro sería interesante, pero no es difícil imaginar cuál hubiera sido el impacto en Holcomb (Kansas) sin un mínimo gesto suyo de compañía.
Dicho esto, no creo que deba impedirse la distribución y venta de El odio. Es un libro más sensible de lo que cree Ruth Ortiz y más despiadado de lo que suponen los defensores progresistas de Luisgé Martín, pero en todo caso una obra literaria valiosa e hipnótica, un viaje al vulgar corazón de las tinieblas. El desafío de conocer a un asesino y no pedir perdón por ello me asombra. Luisgé Martín ha bajado a lo profundo de la sima del odio homicida dispuesto a mancharse.
Pero su libro no quiere hacer ningún daño, y esto debería quedar perfectamente claro para todo el mundo. Otra cosa es que, tras su publicación, José Bretón sienta una inmensa satisfacción al saber que Ruth Ortiz está sufriendo. No es algo que debamos descartar. Y no creo que esto sea del agrado del autor.
Empecé a escribir esto como una reseña. Termino de escribirlo como un alegato. Cuando empecé a teclear, El odio de Luisgé Martín era una de las novedades que atiborrarían las librerías a finales de marzo. Cuenta lo que le pasó por la cabeza a José Bretón antes y después de matar a sus propios hijos. A mitad de la lectura, sin embargo, supe que Ruth Ortiz, expareja de Bretón y madre de los niños asesinados, se había enterado por la prensa de que el libro iba a publicarse.