La casa española que invadió Portugal al ampliar la cocina
Los episodios más sorprendentes de la geografía revelan el lado más insólito y fascinante de nuestro planeta y sus fronteras. Esta anécdota esta recogida en el libro 'Historiones de la geografía', de Diego González
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Para llegar a La Fontañera hay que ir a La Fontañera. Situada en uno de los extremos de una carretera comarcal en la provincia de Cáceres, esta aldea cuenta con cincuenta habitantes censados, de los que en invierno residen allí como mucho quince. Justo donde termina el pueblo empieza Portugal. Allí se encuentra "la raya", el nombre con el que se conoce la frontera hispanolusa en las regiones limítrofes de ambos lados. La Fontañera es el último bastión español. Y, durante un tiempo, también fue el primero más allá.
Hasta que aparecieron las técnicas de medición modernas, muchos edificios a lo largo del límite portugués estaban en un limbo jurídico y legal, sin que se supiera muy bien a qué país pertenecían. Eran las llamadas "casas de la duda", ideales para la principal actividad económica en toda la frontera hasta finales del siglo XX: el contrabando. En La Fontañera hay varias casas que pueden considerarse "dudosas", pero la que se lleva la palma es la situada justo al final del pueblo. Es una casa de lo más común: de arquitectura rural, tiene dos pisos y las paredes encaladas, y hasta 2023 funcionaba como alojamiento y bar para excursionistas. En el muro exterior del edificio se apoya una piedra de hormigón con la letra P en un costado y la E en el otro. En dos de las esquinas de la casa se alzan otros dos mojones de granito bastante más grandes y pesados. Justo donde acaba el edificio, empieza Portugal. Pero no siempre fue así, pues le robó territorio al país con el que limita, y lo hizo de forma incruenta.
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La frontera entre España y Portugal es la segunda más antigua de Europa, tras la de Andorra con España y Francia: quedó fijada aproximadamente en su ubicación actual a finales del siglo XIII, aunque su delimitación exacta sobre el papel no se estableció hasta 1926. Y luego hubo que trasladar esa redacción a la realidad física del territorio. La tarea de amojonar (colocar las oportunas piedras a intervalos para indicar dónde empieza y acaba un país) es tan seria que recae en los ejércitos de ambos lados. Cada diez años, todos los tramos de la frontera se revisan para comprobar que los hitos fronterizos, en su mayoría piedras de granito fijadas al suelo con hormigón, siguen en su sitio indicando dónde acaba un país y dónde empieza el otro. Y en una ocasión los funcionarios encargados de ello se encontraron con una sorpresa.
Corrían los años cincuenta cuando los dueños de la última casa de La Fontañera necesitaron más espacio para los animales y una cocina nueva. Así que, ni cortos ni perezosos, ampliaron la cocina y movieron el establo a una nueva ubicación dentro de la parcela. En aquella época no se estilaba lo de pedir permisos de construcción al Ayuntamiento, y menos en la Extremadura rural y fronteriza, a un montón de horas en coche de la capital provincial. Uno se ponía a colocar ladrillos y ya está. Y así lo hicieron los dueños de la casa, sin percatarse de que buena parte de la edificación se estaba haciendo en territorio portugués.
Cuando hubo que presentar informes en Lisboa y en Madrid, quien tenía que firmar firmó, y así fue como España le robó 10 m2 a Portugal
Cuando llegó la Comisión de Límites, se encontró con el percal. ¿Qué se hace en estos casos? Hoy en día es obvio: se ordena la demolición de lo construido y se multa a los dueños, por listillos. Pero en aquella época se decidió otra cosa: uno de los funcionarios agarró uno de los hitos fronterizos y lo movió un poco, apenas unos metros. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿La frontera en el mapa o sobre el terreno? Si la piedra está en un sitio, la frontera también lo está. La piedra no indica dónde está la frontera. La piedra es la frontera. Todo el mundo se mostró de acuerdo y, cuando hubo que presentar informes en Lisboa y en Madrid, quien tenía que firmar firmó, y así fue cómo España le robó diez metros cuadrados a Portugal de la manera más inocente.
Dormir con la cabeza en un país y los pies en otro
A poco más de una hora en coche de Ginebra, en una falda de los Alpes suizos, hay un edificio de madera y piedra de tres plantas cuya arquitectura típicamente alpina no revela la característica que lo hace tan especial. Sí que lo hace su nombre: Hôtel Arbez Franco-Suisse.
El Arbez tiene dos puertas. Por una se sale al pueblo de La Cure, orgullosamente suizo; por la otra, a la localidad de Les Rousses, encantada de ser francesa. La escalera entre el primer y el segundo piso tiene quince escalones, y exactamente en el duodécimo hay una línea invisible: el undécimo es todavía territorio francés, mientras que el decimotercero pertenece a Suiza. En la habitación número 6, llamada Les Frontières, el huésped dormirá con la cabeza en pleno territorio helvético, pero sus pies cogerán frío en Francia. En la habitación número 12, un piso más arriba, el visitante podrá descansar íntegramente en Suiza, pero para aliviarse deberá viajar al extranjero, puesto que el baño desaloja en el país galo. El comedor, el patio y, en general, todo el edificio están partidos en dos por la frontera, dando lugar a situaciones curiosas dignas de ser contadas.
Los soldados alemanes podían entrar en la parte francesa del edificio, pero tenían terminantemente prohibido pisar territorio suizo
La existencia de este hotel es fruto de la picaresca y del don de la oportunidad. En la segunda mitad del siglo XIX, Francia y Suiza se disputaban la soberanía del valle de los Dappes, donde hoy se encuentra nuestro hotel. Un intercambio de territorios permitió llegar a un acuerdo, y en el tratado subsiguiente se estableció la prohibición de construir sobre la nueva línea fronteriza, si bien cualquier edificio que ya se encontrara sobre ella en el momento de la ratificación del tratado podría seguir operando. El terreno donde actualmente está el hotel Arbez era por entonces un solar, pero el dueño de la parcela, un señor apellidado Ponthus, tuvo una idea brillante: viendo que el Parlamento federal suizo tardaba en aprobar el acuerdo con Francia, levantó a toda prisa un edificio de tres plantas que, tras la ratificación del tratado, quedó dividido por el nuevo límite. En el lado suizo abrió una tienda y en el francés un bar, para comprar el género en el lado de la frontera más conveniente, sin tener que pagar derechos aduaneros por ello.
En la década de 1920, sin embargo, nuestro amigo Ponthus se vio obligado a vender el edificio para saldar unas deudas, y el nuevo dueño, Jules-Jean Arbez, lo convirtió en el hotel que es hoy. La excepcional localización del alojamiento provocó situaciones no menos insólitas. Durante la ocupación nazi de Francia en la Segunda Guerra Mundial, el hotel fue refugio de perseguidos. Los soldados alemanes podían entrar en la parte francesa del edificio, pero tenían terminantemente prohibido pisar territorio suizo. Como a los pisos superiores solo se podía subir cruzando la frontera, ningún soldado nazi llegó a registrar las habitaciones, en las que se ocultaban miembros de la Resistencia y judíos que huían del exterminio. El propietario del hotel en esa época era Max Arbez, hijo de Jules-Jean. Él y su mujer, Angèle, fueron nombrados Justos entre las Naciones por arriesgar sus vidas para salvar las de los judíos que escapaban del nazismo. Porque las fronteras también se pueden usar para hacer el mayor de los bienes.
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*Diego González es historiador. Siempre le han fascinado las historias épicas, curiosas, absurdas o todo a la vez, y considera que la geografía humana está llena de ellas, pues la construyen las personas. Durante casi veinte años ha contado esas historias en el blog Fronteras (fronterasblog.com).
Para llegar a La Fontañera hay que ir a La Fontañera. Situada en uno de los extremos de una carretera comarcal en la provincia de Cáceres, esta aldea cuenta con cincuenta habitantes censados, de los que en invierno residen allí como mucho quince. Justo donde termina el pueblo empieza Portugal. Allí se encuentra "la raya", el nombre con el que se conoce la frontera hispanolusa en las regiones limítrofes de ambos lados. La Fontañera es el último bastión español. Y, durante un tiempo, también fue el primero más allá.