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Todas las cosas que no deberías hacer con un móvil en la mano
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Héctor G. Barnés

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Todas las cosas que no deberías hacer con un móvil en la mano

Ni responder mails largos, ni discutir, ni reservar viajes ni hacer compras de más de 30 euros: todo está pensado para tomar malas decisiones cuando utilizamos el teléfono

Foto: Un hombre lee en su móvil. (iStock)
Un hombre lee en su móvil. (iStock)
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Si hay algo en lo que se note que estoy a punto de cumplir los 40 es que hay determinadas tareas para las que no me sirve el móvil, que tengo que hacer en un ordenador (sí, soy de esa clase de personas anticuadas que aún tienen ordenador de sobremesa). Si hay que tomar una decisión, como comprar unos billetes, gestionar determinado papeleo o contestar un correo importante, me digo “mañana lo miro”, me lo apunto, y espero a estar tranquilamente frente al PC para hacerlo. Sé que esto sonará anticuado a mis amigos centennials. ¿Para qué esperar más, si lo puedes hacer ya?

Soy de la opinión de que hay determinadas cosas que no debemos hacer con un móvil en la mano. Ni tomar grandes decisiones, ni discutir, ni comprar nada que cueste más de 30 euros. Necesito tener 30 pestañas abiertas, leer 40 opiniones y mirar en 50 foros antes de hacer una compra importante. Necesito una pantalla grande donde quepa mucha información, necesito navegar con teclado y ratón e incluso tener un cuaderno al lado donde tomar notas y resumir información. En definitiva, tener frente a mis ojos un panóptico imposible de replicar en móvil. Así de viejo soy.

Hay un tuit viral que vuelve a circular cada pocos meses y que dice que “comprar un vuelo en un móvil es una locura, es algo que hay que hacer en un ordenador de sobremesa”. La respuesta, también recurrente, es la misma: “Mi rasgo más millennial es que las grandes compras se tienen que hacer en una pantalla grande”. “¡Es una actividad de ordenador!”, se quejaba otra. “Necesito de tres a cinco pestañas de buscadores de aviones, dos o tres pestañas de aerolíneas, más mi cuenta bancaria y un calendario, todo al mismo tiempo”.

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Hoy, por primera vez en la historia, podemos tomar grandes decisiones (y ejecutarlas) entre dos paradas de metro. Es una de esas hipotéticas ventajas que nos ha permitido la asincronicidad de los teléfonos móviles. Cuántas parejas habrán roto ante nuestros ojos sin que lo supiésemos, embutidas en un vagón de metro; cuántas personas habrán recibido la muerte de un familiar o habrán visto cómo su vida cambiaba para siempre por un mensaje recibido en mitad de la calle. Cuántas personas habrán tomado decisiones drásticas dando simplemente a un botón del móvil. Comprar billete, borrar cuenta, escribir “te odio” y enviarlo. Hoy la puedes cagar en cualquier lugar.

Todos hemos discutido alguna vez por WhatsApp y todos sabemos que es una gran equivocación. En esto, el ordenador personal no es tampoco buen consejero: mejor en persona. No solo por móvil no vemos el rostro de la otra persona (por teléfono, al menos, puedes escuchar su voz… o sus silencios), sino que también es más fácil que nos precipitemos dejándonos llevar por la rabia. Cuántas cosas terribles decimos solo porque es fácil decirlo, porque no tenemos ningún interlocutor delante cuya presencia detenga nuestros impulsos.

La clave se encuentra en ese “a un click” que nos separa de nuestros mayores errores. Un artículo publicado esta semana en The Wall Street Journal explica cómo, a pesar de ser supuestos nativos digitales, los jóvenes caen con mucha frecuencia en timos facilones. La investigadora Jennifer Klütsch ha descubierto cómo su uso continuo de las redes sociales les hace tomar “decisiones rápidas e instintivas, en lugar de evaluar riesgos”. Como tienen miedo a estar perdiéndose algo, dicen que sí a todo.

Antes había "momentos de internet", ahora todo es vida 'online' llena de decisiones

El consejo de la investigadora es ir más lentos y pensar un poco más. El tiempo del móvil es urgente y precipitado. Sobre todo, reactivo. El viejo ordenador nos obligaba a tomarnos las cosas con más calma, aunque solo fuese por su situación física y temporal. En la intimidad del hogar, ni siquiera en el salón, sino en un rincón de una habitación, y a última hora del día: no se podía entrar en internet antes de las seis de la tarde. Eso te obligaba a que hubiese un “momento de internet”. No es como comprar algo o comunicarse por el móvil, que se puede hacer en cualquier momento, en cualquier lugar. Mismamente, a las tres de la mañana, volviendo de fiesta. Un momento increíble para decidir nada.

La lógica de “a un click” se basa en eliminar todas las barreras posibles entre nuestro impulso y el acto, lo que hace más probable que nos arrepintamos. ¿Cuántas veces hemos tenido antojo de un dulce, por ejemplo, y entre que nos hemos vestido, hemos salido de casa, bajado a la pastelería y hecho cola se nos ha pasado? Como ocurre con el suicida, cuanto más tiempo pase entre su impulso y la realización del acto irreversible, mejor. Por eso hay cristales en el puente de Segovia, y por eso es tan peligroso tener un arma a mano.

Leí hace poco a alguien que decía que hay gente que nunca ha estado offline porque siempre han vivido con un móvil en las manos. Que no han entendido internet como algo finito, concreto y localizado, un lugar con límites físicos y temporales, con un principio y un final. El otro día, la escritora Alba Carballal proponía que no deberíamos acceder a internet en ningún aparato que pesase menos de 10 kilos y creo que es muy acertado. Esos límites físicos son también límites de tiempo.

placeholder Hay cosas que es mejor hacer en un ordenador personal.
Hay cosas que es mejor hacer en un ordenador personal.

En ese contexto tiene aún más sentido esa expresión de consultar algo con la almohada. No solo hace referencia a la importancia de tomar una decisión con un estado de ánimo distinto al del día anterior para verlo desde otro punto de vista (de igual manera que los que escribimos sobre música o cine conocemos la importancia de escuchar un disco en contextos diferentes para apreciarlo por completo), sino también porque pone de manifiesto la importancia de pensar en el lugar más íntimo, calmado y silencioso que puede existir, en el que no hay ninguna interferencia exterior más allá de los ronquidos de la pareja.

Cuando las decisiones eran rituales

Esta discusión me hace recodar cómo reservaban mis padres las vacaciones cuando era pequeño. Cogían el coche, bajaban a las oficinas de una agencia de alquiler de apartamentos en la Plaza de Oriente y pasaban toda la mañana valorando dónde iban a pasar el verano eligiendo entre una larga serie de opciones. Quizá no era más de una hora, pero para mí parecían cuatro. Cambrils, Torrox, Mojácar. Benicássim, Salou, Fuengirola. No solo era una decisión tomada lentamente, sino también un ritual veraniego.

Ahora reservamos alojamiento en ratos muertos entre mensaje y mensaje, llamada y llamada, acuciados por la sensación de que si tardamos mucho en reservar habitación nos vamos a quedar sin ella o que el precio de los billetes va a subir. Otra cosa más que tachar de la lista inacabable. Cuando pasamos todo el día tomando decisiones, banales y superficiales, la mayoría de ellas, prestamos menos atención y es más probable que nos equivoquemos. No es que aquello de la agencia fuese mucho mejor, pero creo que hubo un breve momento en la historia en el que la accesibilidad de internet y el tiempo calmado del ordenador ofrecían cierto equilibrio.

Prefiero manosear los menús para saber que no me estoy perdiendo nada de la carta

Hay quien incluso es capaz de escribir artículos en el móvil. Yo no podría, porque las notificaciones me distraerían y teclear en una superficie tan pequeña, me pondría nervioso. Sobre todo, porque creo que mis dedos irían demasiado lentos y mi cabeza muy rápido, de igual forma que escribir hoy a bolígrafo me desespera por su lentitud. Quizá sea algo generacional por haberme criado en la época de los ordenadores, pero creo que solo soy capaz de adaptarme al ritmo del teclado, el perfecto para seguir el hilo de mis pensamientos sin atropellarme ni ralentizarme. Pienso más o menos al mismo ritmo que tecleo.

Prefiero cocinar teniendo delante una receta en papel que en el teléfono, prefiero leer instrucciones en forma de folleto, corregir artículos impresos en un folio, manosear los menús de los restaurantes y pasar las páginas para saber que no me están ocultando las opciones más baratas de la carta, realizar entrevistas a viva voz o mantener conversaciones importantes en persona. Prefiero, desde luego, leer un libro en papel para sortear la tentación de consultar las notificaciones del móvil. No tengo tanta fuerza de voluntad, lo siento.

Quizá la solución sea encontrar una doble temporalidad que nos permita salir de la dictadura de la urgencia impuesta por el móvil, reactiva, rápida e impulsiva, y encontrar otra más lenta, activa y reflexiva, íntima y privada. La temporalidad urgente del trabajo y la lenta de lo personal. De lo íntimo, pero también, del consumo, del ocio o de la reflexión. Encontrar el momento y el ritmo adecuado para cada tarea cuando no tenemos tiempo para nada es lo único que nos puede devolver el control de nuestras vidas.

Si hay algo en lo que se note que estoy a punto de cumplir los 40 es que hay determinadas tareas para las que no me sirve el móvil, que tengo que hacer en un ordenador (sí, soy de esa clase de personas anticuadas que aún tienen ordenador de sobremesa). Si hay que tomar una decisión, como comprar unos billetes, gestionar determinado papeleo o contestar un correo importante, me digo “mañana lo miro”, me lo apunto, y espero a estar tranquilamente frente al PC para hacerlo. Sé que esto sonará anticuado a mis amigos centennials. ¿Para qué esperar más, si lo puedes hacer ya?

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