Saccomanno, premio Alfaguara: "Mucho votante de Milei protagoniza mis novelas, les entiendo"
El escritor argentino ha obtenido el galardón con 'Arderá el viento', de nuevo centrado en su particular Gesell y lleno de personajes inquietantes al modo David Lynch y con mucho de Faulkner. Ha emprendido gira por España
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Tiene una carrocería estupenda -él mismo lo dice-, pero después el motor anda un poco gripado -eso también lo dice él. Sin embargo, pese a todos los achaques de la vida (y los físicos) el argentino Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) se ha embarcado en una poderosa gira por España y América Latina para presentar
Cuenta también el escritor desde un hotel de Madrid que quizá esto le sirva para ser reconocido en España más allá de Gijón donde en su Semana Negra ganó un par de Dashiell Hammett por las novelas 77, sobre la represión de la dictadura y la complicidad civil y Cámara Gesell, que se centra en Villa Gesell, el pequeño pueblo de la costa argentina al que se escapó hace ya un tiempo y en el que reside, aunque aquí lo llenó de personajes inquietantes. Con Arderá el viento ha regresado literariamente a este pueblo -su Twin Peaks, su Yoknapatawpha- y a esa atmósfera violenta y perturbadora que tanto le gusta. “Todos somos así. Aquí no hay nadie normal”, asegura antes de encender la grabadora. Comenzamos.
PREGUNTA. Creo que escribió esta novela enfermo.
RESPUESTA. Tuve de todo. Tuve una meningitis, tuve problemas de columna… Es que ya son 77 años. La carrocería está impecable, pero levanta la tapa del motor y... ahí sale. Esta novela coincidió con que yo tenía una cabaña y la perdí. Un buen día me dijeron que tenía que abandonarla. Por suerte mi novia era la chica que vivía enfrente, que es mi novia actual y me dijo, venite al garaje. Y me instalé allí. Y tuve una pulmonía, Covid, y otra pulmonía. Después empezaron problemas neurológicos. Y en el medio, esta novela que escribi en tres meses. A fin de abril ya la tenía terminada. Con fiebre, sin fiebre…
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P. Y mientras escribía uno igual se olvida de todas estas cosas.
R. Mientras vos estás escribiendo no te importa nada. Quieres llegar al capítulo de mañana. Y se lo pasaba a mi novia, Malala, que era mi common reader, como dice Virginia Woolf, el lector común. Lo mejor que te puede pasar es tener un common reader. Esto es lo que me permitía a mí ir escribiendo cada capítulo.
P. Y otra vez escribe sobre Villa Gesell. A mí me recordaba a 'Camara Gesell' por todo lo inquietante en un pueblo pequeño. Tu novela anterior, 'Mirlo', también está dedicada a esta villa y sus gentes, pero con un tono mucho más conciliador… Hablaba de sus amigos.
R. Mirlo lo escribí pensando que me iba a morir. Y fui a Planeta y dije, quiero que se publique porque seguro que es mi último libro. Fue un libro de agradecimiento también al lugar, un libro de gratitud, de reconciliación, porque no lo puedo negar, ese paisaje me gusta y lo hice mío. En medio de esos inviernos tan largos, tan inhóspitos, se tejen amistades muy fuertes. Para algunos es un libro melancólico, para otros no. Es un libro de reconciliación con la vida porque no es lo mismo la mirada que podés tener de la existencia a los 40 años o 50 que la que podés tener a los 70.
P. ¿Qué cambia?
R. Me gustaría decir que uno se vuelve más tolerante, pero también te vuelves mucho más rabioso. Tampoco quiero decir que a la vejez uno se vuelva bueno. Si me volviera bueno no hubiera escrito este libro. Una cosa es ser viejo y otra boludo. Y el mundo se ha vuelto muy de mierda. Cuando uno empieza a reconciliarse siempre viene alguna situación áspera que lo devuelve a uno a la furia de militante de los 16 años.
"Si me volviera bueno no hubiera escrito este libro. Una cosa es ser viejo y otra boludo. Y el mundo se ha vuelto muy de mierda"
P. ¿Está recuperando al Sacomanno veinteañero militante izquierdista?
R. Nunca lo he perdido. La realidad es que es muy difícil reconciliarse con algo dentro del capitalismo. Me he reconciliado con algunas situaciones de la existencia que las entiendo de otra manera, más reflexiva, etc, pero hay momentos en los que me enervo. A ver, uno de mis héroes es John Berger. Él dice que hay que escribir con la esperanza entre los dientes y a mí me parece que esa es una idea para tener en claro. Escribí un libro como Mirlo donde doy una visión más reconciliada con el mundo, con la existencia y la idea de la muerte, con la idea de que pasa el tiempo, con la conciencia de la muerte. Que no es el miedo a la muerte, sino la conciencia del deterioro. Porque uno no le teme a la muerte, le teme al deterioro.
P. Sin embargo, luego escribe este lleno de personajes inquietantes y con esa violencia siempre soterrada. Que es lo que siempre hay en sus libros.
R. Porque no cambió. Porque eso sigue.
P. El ser humano es el que elige a los personajes que nos gobiernan. En su país a Milei. No son máquinas quienes eligen a estos líderes.
R. No, no, son cómplices. Y están entre nosotros. Es tu vecino, el portero y el de la carnicería. Es tu prójimo.
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P. El escritor está para mostrar todo esto.
R. Uno escribe y después la realidad se parece a lo que uno escribe. No es que uno copie la realidad, es que la realidad copia la literatura.
P. Hablaba de la esperanza de Berger. ¿Se muestra esperanzado, pese a todo?
R. No tengo más remedio que estar esperanzado porque tengo hijos y nietos. Es un poco psicópata esto que digo. Tener esperanza porque hay chicos. Pero me cuesta bastante porque el mundo no nos proporciona indicios de esperanza. Cuando yo desde allá leo noticias de España… Que en España resurja el fascismo como está resurgiendo… Uno puede decir que es el signo de los tiempos, pero no me tranquiliza decir que es el signo de los tiempos.
P. Y uno se pregunta igual no tanto qué hacer, pero sí qué pasó, ¿no? ¿Cómo se llegó hasta aquí?
R. Qué no hicimos. De todos modos, tampoco creo que seamos nosotros los responsables. Creo que el poder superior a uno lo maneja. Estamos absolutamente dominados.
"Tampoco creo que seamos nosotros los responsables. Creo que el poder superior a uno lo maneja. Estamos absolutamente dominados"
P. Ante eso, ¿qué hacemos? ¿Escapamos a través de la literatura, a través de irnos a otros lugares? ¿O nos enfrentamos?
R. No lo sé. En los consejos no tengo recetas a propósito. Todo lo que yo tengo que decir está en el libro. Y nadie menos indicado que el autor para hablar de su libro. Porque o te agarra el ataque de grandilocuencia y entonces parece que vos sos Faulkner o sos un pobre boludo. Los textos deben hablar por sí solos y defenderse solos. Y compiten con los otros textos o se ven en complemento con otros textos. O vienen de aquí o vienen de allá. Es decir, la literatura tampoco es un ambiente incontaminado. Tampoco los escritores pueden decir que son inocentes: ah, no sé, yo escribí esto, pero no sé. Es decir, importan las opiniones de los lectores. Uno no es inocente cuando juega con determinados elementos como escribir a ver qué pasa con el incesto.
P. ¿De dónde viene su curiosidad por a ver qué pasa en situaciones un poco perturbadoras?
R. No sé de dónde viene. Supongo que de chico miraba por la cerradura. No sé, yo crecí en un barrio y la curiosidad y el humor son los mismos que en un pueblo chico. Nada es más interesante que el humor en un pueblo chico, el chisme. El chisme es enriquecedor. Mira, cuando salió Cámara Gesell hubo gente que me amenazó por teléfono. Había gente que decía, se metió conmigo. No, no era que yo me había metido, había escrito una historia que podía pasar ahí o en cualquier parte. Pero se sentían reflejados. O por ansia del protagonismo o por ese yo del lector que proyecta, etc. Una mujer decía, se metió con mi vida sexual. No, yo no me metí con su vida sexual, simplemente conté que una mujer cogía con el cura. Bueno, en todos los pueblos el cura se coge a algunas vecinas. Pasados tres años, cuatro años, un día me nombran como figura señera o importante de la cultura de allí. Y al acto vinieron todos. Ahora he vuelto a escribir sobre Gesell y no sé qué va a pasar.
P. Antes le preguntaba por esa violencia que hay en tus libros...
R. Sí, implícita dentro de la cotidianidad porque está en todas partes. Anoche dí una vuelta por acá [Madrid] y vi a gente en la calle tirada como en Buenos Aires. Y eso es violencia política. Buenos Aires tiene la misma mierda que Madrid. Yo cuando salgo de casa tengo que caminar esquivando cuerpos tirados en la calle. Entonces, uno no inventa nada de la pobreza. En este libro también está la lucha de clases. Pero a mí lo que me preocupa es la literatura, el lenguaje. Yo leo más poesía que narrativa.
"Buenos Aires tiene la misma mierda que Madrid. Yo cuando salgo de casa tengo que caminar esquivando cuerpos tirados en la calle"
P. Hay una preocupación por la forma, por la voz, por quién lo cuenta, cómo lo cuenta, ¿no? Y eso no es tan fácil ya de ver, creo.
R. No, porque a nadie le preocupa. La literatura se ha vuelto fácil. Para mucha gente publicar es algo importante. Hoy los escritores están más preocupados por publicar que por escribir. Y cualquier pelandrón que se torció un tobillo cree que puede escribir una novela confesional sobre su tobillo. Esto es lo dramático. Este nórdico que apareció y que escribió cinco tomos de su vida. Mira, no es tan interesante tu vida.
P. Es como si hubieramos capitulado…
R. Ante el yo. Pero esta es una novela de nosotros. No es una novela del yo. No hay literatura del yo. Este nosotros es de Onetti y de Faulkner.
P. También le han comparado con Lynch. Bueno... usted mismo ha hablado de la influencia de Lynch sobre sus libros.
R. Yo tengo una relación de amor-odio con Lynch. Porque me encanta esa cosa chiflada, cómo piensa, cómo tuerce la realidad y va para otro lado. Pero también hay una cosa que tiene como reflejo de la cosa norteamericana. Twin Peaks es esa cosa también de pueblo.
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P. Yo le iba a preguntar si Gesell es su Twin Peaks aunque se lo habrán dicho mil veces.
R. No, es mi Yoknapatawpha. Porque Lynch lo que hace es tomar Yoknapatawpha para hacer Twin Peaks. Y me gusta cómo piensa esa cosa del absurdo.
P. Es un mundo lyncheano. A usted lo que le gusta es que los creadores creen mundos propios, ¿no? ¿Le gustaría el mundo sacomanniano?
R. No sé, puede ser. Y al mismo tiempo me interesa que todos mis libros sean diferentes. Porque El oficinista es diferente de todo esto.
P. Y '77' es raro. Cuenta la represión de la dictadura pero sin ser como una crónica periodística.
R. Sí, es contarla desde la complicidad civil también.
P. Es lo que hablábamos antes, ¿no? ¿Quién vota a Trump, a Milei?
R. Bueno, ahí está. El portero. Y el resentimiento del portero. Ese es un lindo título.
P. El resentimiento del portero. Hay una novela ahí, ¿eh? ¿Nota, por ejemplo, usted en Argentina el resentimiento?
R. Sí, totalmente. No solo en el voto. Yo creo que el resentimiento es lo que lleva también a la derecha al mundo entero. Porque el socialismo real ha fracasado. El socialismo utópico es imposible. Entonces lo que queda son las promesas incumplidas. Como que las sociedades se volvieron con el capitalismo más crudas, más implacables. Y las promesas de mejora no se han cumplido.
"El resentimiento es lo que lleva también a la derecha al mundo entero. Porque el socialismo real ha fracasado"
P. Con lo cual, ¿entiende al votante de Milei?
R. Sí. Muchos son protagonistas de mis novelas. Nunca me sorprendió lo que pasó en Argentina porque ya hubo un golpe de estado que tuvo la anuencia de todos los partidos políticos. Faltaban pocos días para que cayera Isabel [Perón]. Y aquellos que fueron cómplices civiles en los setenta lo fueron en los ochenta, los noventa, sus hijos siguieron en los 2000… Hay una tradición de colaboracionismo muy profunda y de la cual nadie se puede lavar las manos. Es lógico a lo que hemos llegado.
P. ¿Qué se respira allí?
R. Todos los días hay situaciones como para pedir un juicio político y terminar con el Gobierno. Pero no pasa. Pero si quieres entender la realidad nacional, está en esta novela. Y no lo hice mecánicamente, estaba ahí. Son esas pequeñas cosas las detonantes de lo que pasa después.
Tiene una carrocería estupenda -él mismo lo dice-, pero después el motor anda un poco gripado -eso también lo dice él. Sin embargo, pese a todos los achaques de la vida (y los físicos) el argentino Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) se ha embarcado en una poderosa gira por España y América Latina para presentar