Francisco Macías: retrato atroz de nuestro hijo de puta
Antonio Caño convierte 'El monstruo español' en una crónica fabulosa sobre la ejecutoria del tirano guineano, sobre la dejadez cómplice de Madrid y sobre la anomalía que sigue encarnando Teodoro Obiang
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Antonio Caño se ha reencontrado con Francisco Macías 46 años después de haber asistido al proceso judicial que condenó a muerte al dictador guineano. Era entonces un joven periodista de la agencia EFE. Y es ahora el artífice de
Le convino al régimen de Franco servirse de Macías como un títere de la decadencia colonialista. Y le convino menos a la joven democracia de Suárez identificarse con la deriva salvaje y conspiranoica del brutal presidente. Y no es que el líder de UCD apoyara el golpe de Teodoro Obiang (1979), pero fue de los primeros en reconocer la nueva jefatura del Estado.
Las expectativas regeneradoras del líder guineano se malograron en los primeros meses. Por esa razón Caño sostiene que Macías está vivo. Así termina el libro, no ya en alusión al continuismo de la dictadura y al régimen feroz de la represalia, sino al linaje del propio Teodoro -sobrino de Macías- y a la eterna posición especulativa de España. Permanece Guinea como un tabú y como un misterio. Prevalece un estatus de encubrimiento que permite a la familia Obiang frecuentar a nuestra clase económico-política y asegurar toda suerte de propiedades y negocios en suelo español.
Español era Macías hasta la independencia (1969), un político arribista de grandes capacidades adaptativas cuya devoción a Franco -y a Hitler- no contradijo su mutación al marxismo ni su vínculo geopolítico con Moscú.
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Se trataba de sobrevivir. Y de reaccionar a los complots reales e imaginarios que atormentaron su nefasta década en el poder. Caño nos traza un retrato psicológico y político que enfatiza un carácter enfermizo y extravagante, incluido el tanque soviético que sólo podía conducir el tirano.
Tanto se enriquecía Macías, más se empobrecían sus compatriotas. Degeneraba y se desquiciaba la ferocidad de un estado del terror que terminó devorando al mesías y conduciéndolo a una tumba sin identificar.
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“Cuando Macías hablaba”, expone Caño, “estaba poniendo al día la ley. Ni siquiera necesitaba escribirla. Cada discurso era la nueva legislación en vigor. Y eran discursos largos, inagotables, con frecuencia incoherentes (…), como fruto más de la alucinación que de la inspiración”.
Quede claro que Macías fue nuestro hijo de puta -así lo menciona Antonio Caño en
La relación del Pardo con la colonia era tan contradictoria que Franco autorizó en Guinea todo aquello que prohibía en España, incluidos un referéndum constitucional, la libertad de partidos, así como unas elecciones libres y transparentes. Podría decirse que Guinea fue incluso el laboratorio de la democracia española, hasta el extremo de Herrero de Miñón, relator cualificado de la Carta Magna española, también escribió la guineana.
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“Macías era un hijo de España”, escribe Caño, “y, al mismo tiempo, un producto de su tierra y de su tiempo, una tierra de supersticiones y dolor, un tiempo de revolucionarios y tiranos. Macías era un español que quiso imitar a Franco y un africano que se debía a los suyos, a sus antepasados, a sus costumbres, a su destino y a un obligado odio hacia el hombre blanco”.
Es el contexto en el que Caño evoca el episodio de un adulterio que Macías convirtió en un fabuloso instrumento de propaganda. Había sorprendido a su mujer yaciendo con el hijo de un empresario español. E hizo de aquel escarnio la prueba inequívoca del vampirismo de los colonizadores.
Era entonces alcalde de su pueblo, Mongomo. Y aprovechó la sugestión del escándalo para ascender unos escalones en su cursus honorum, aunque nunca fue el candidato de las autoridades españolas. Supo jugar contra ellas la baza de los abusadores, significarse como un insólito libertador.
Macías sorprendió a su mujer yaciendo con el hijo de un empresario español. Hizo del escarnio la prueba del vampirismo de los colonizadores
La ceguera del caudillo se añade al artefacto geopolítico con que el régimen español pretendía rentabilizar la independencia de Guinea. No solo monitoreando la transición, sino pretendiendo que la cesión de la soberanía sirviera de pretexto para recuperar la plena titularidad de Gibraltar.
La emancipación de Macías puso en peligro a la comunidad de españoles que residían en Guinea. Los persiguió el tirano -empresarios, misioneros, fuerzas de seguridad- y los abandonó el gobierno español redundando en la idea de la dejadez y de la desmemoria. Por eso tiene tanto sentido que un periodista de excelente instinto y de gran capacidad narrativa se haya propuesto indagar en el silencio espeso que caracteriza el caso de Guinea.
La fórmula para hacerlo consiste en un gran reportaje trepidante y cronológico que Antonio Caño nos cuenta a través de David García Domínguez. Lo conocemos como experto en la obra de Miguel Delibes, pero fue antaño residente en Guinea y hasta profesor de un hijo de Macías.
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La licencia permite a Caño delegar la primera persona y concederse licencias de ficción para reconstruir las escenas más opacas, incluida la captura de Macías cuando pretendía escapar impunemente a Camerún.
Sí estuvo el periodista en el proceso judicial de Malabo. Tenía 22 años. Y formaba parte de aquella tribu de cronistas que lideraba Manu Leguineche y que asistía al traumático proceso de descolonización de África, aunque la desgracia de Guinea radica en el cinismo con que Teodoro Obiang, estudiante de La Salle, compañero de Juan Carlos I en la Academia Militar de Zaragoza, y no menos españolísimo su tío Francisco, sostenía y sostiene que su país -suyo es- no está preparado para la democracia.
“Macías podía descansar tranquilo”, concluye Caño. “Aunque él hubiera muerto, su legado quedaba en buenas manos-. Su sucesor vendría a perfeccionar su obra: su régimen del terror se ha hecho mucho más sofisticado y eficaz. Lo que Macías sembró ha germinado con vigor gracias a la sangre de los guineanos y al calor del trópico”.
Antonio Caño se ha reencontrado con Francisco Macías 46 años después de haber asistido al proceso judicial que condenó a muerte al dictador guineano. Era entonces un joven periodista de la agencia EFE. Y es ahora el artífice de