Por qué cada vez más gente que vive en Madrid es ayudada por sus padres
La vida madrileña no es una excepción, y en ella se repiten las constantes de otras grandes ciudades. Una de ellas es reveladora del momento económico: el nivel de vida son los padres
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Cada vez más gente que vive en Madrid necesita ayuda económica de sus padres, incluso cuando sobrepasan los 40 años. En general, este tipo de situaciones se vinculan con momentos de necesidad, como los inicios en el mercado laboral, el respaldo para alquilar o comprar una vivienda, un despido o ese divorcio que obliga a regresar a la casa familiar. Sin embargo, el apoyo económico es habitual fuera de esas circunstancias.
Madrid ha concentrado buena parte de las oportunidades laborales en sectores que requieren formación, ya que en la capital tienen su domicilio las consultoras, despachos de abogados, empresas del Ibex, medios de comunicación, agencias de publicidad o buena parte de las universidades más reconocidas. Es el entorno al que acuden quienes quieren triunfar profesionalmente. Al mismo tiempo, hay demanda de servicios, lo que genera atracción también para los oficios que exigen menor cualificación. Esa capacidad de captación de mano de obra genera muchos efectos, entre ellos el del encarecimiento de la vida cotidiana en la ciudad. Ocurre en todas las grandes urbes.
Esta es una dinámica que todas las grandes ciudades llevan años sufriendo, y que hacen menos asequibles los bienes indispensables para la subsistencia, desde la vivienda hasta el transporte o los alimentos. Al mismo tiempo, los salarios no han aumentado en proporción, de modo que mantenerse en la ciudad con un solo sueldo es cada vez más complicado.
Los costes de la capital
Madrid atrae población desde hace mucho tiempo. Sin embargo, al contrario que en otras épocas, cuando la emigración nacional hacia la capital estaba constituida principalmente por clases trabajadoras, ahora son hijos de clases medias y medias altas del resto de territorio los que acuden a buscar opciones laborales. Como tampoco es posible, en muchas profesiones, encontrar trabajos en sus lugares de origen o en zonas cercanas, la gran ciudad se erige en su mejor alternativa y, a veces, en la única. La población nacional sin recursos, sin embargo, no suele emigrar a la capital, simplemente porque lo que consiguen desplazándose es menos de lo que precisan para vivir. Se produce así un círculo vicioso: ya que vienen más personas con poder adquisitivo, los precios se elevan, y como estos son caros, tienden a venir personas con recursos.
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En segunda instancia, ese incremento de los costes lleva a una pérdida de nivel de vida. Los pisos son un buen ejemplo. Los precios del alquiler o la compra de una vivienda aumentan, pero los metros cuadrados disminuyen. La inversión que exige con un lugar de residencia con espacio suficiente y en una zona relativamente céntrica es muy elevada, lo que tiende a expulsar población. Quien no tiene dinero, lo suele pagar en tiempo: cada vez más gente se marcha a vivir a barrios alejados o a poblaciones de las periferias, ya que es donde pueden encontrar una vivienda con metros suficientes. Pero ese aumento de los costes ocurre en muchos terrenos, ya que los alimentos en la gran ciudad son más caros, como lo es ocio, y las distancias que deben recorrerse mayores, lo que supone un gasto en transporte.
En tercer lugar, quienes quieren abrirse camino en sectores complicados (como el artístico, la arquitectura, el periodismo), o que exigen un gasto sustancial para contar con posibilidades de éxito (titulaciones en universidades de prestigio, periodo formativo prolongado, primeros salarios escasos), o que demandan tiempo y tranquilidad (como determinadas oposiciones) necesitan de un apoyo económico constante. También a la hora de iniciar un negocio, ya sea porque se percibe una oportunidad en un sector o porque se entiende como camino de salida a una situación profesional complicada (como la de aquellos que se quedan en el paro). El capital familiar cada vez tiene más peso, y muchos de los emprendedores que conocemos no podrían serlo sin ese respaldo.
Las carreras cada vez son más cortas: se entra más tarde a trabajar y se sale antes. Con 20 años eres demasiado joven, con 50 demasiado viejo
Por último, las trayectorias laborales contemporáneas suelen ser bastante irregulares, como lo son las vitales. Y no solo por la depreciación salarial. Las carreras cada vez son más cortas, incluso para quienes tienen buenos puestos: se entra más tarde a trabajar y se sale antes. Con 20 años eres demasiado joven, con 50 demasiado viejo. Del mismo modo, las separaciones sentimentales no son infrecuentes, y la posibilidad de mantenerse suele pasar por sumar dos salarios.
El nivel de vida son los padres
Estos factores inciden especialmente en los momentos en que se demanda ayuda parental. Tras el gasto en el periodo formativo, también las primeras etapas laborales, especialmente para aquellos que no viven en el hogar familiar, suelen exigir algún tipo de refuerzo. La compra de una vivienda, o la época en que se tienen hijos es otro de esos instantes en que los padres suelen echar una mano. Del mismo modo, cuando las cosas vienen mal dadas laboralmente, se recurre a la familia, o si hace falta capital para un negocio.
Nada de esto es nuevo, porque los padres que tienen opciones suelen ayudar a los hijos, y en este sentido la vida madrileña no es una excepción. Sin embargo, hay variaciones significativas en lo que se refiere al tiempo que es precisa la ayuda y la cuantía de la misma. La inversión en educación para las clases con recursos es cada vez mayor, porque los costes de la educación se elevan y, además, se hacen precisas titulaciones en centros prestigiosos para asegurar cierto nivel de éxito. Las estancias en otras ciudades, especialmente las extranjeras, suelen suponer un gasto adicional.
Las aportaciones parentales son una suerte de compensación de lo que el trabajo no ofrece
Además, el periodo que transcurre desde que se inicia la vida laboral hasta que los ingresos son suficientes para garantizar la vida plenamente independiente de los hijos también se alarga. La presión entre el incremento de los precios y el estancamiento de los salarios hace que se tenga que recurrir a la ayuda familiar durante más tiempo.
Quizá en el ámbito en el que más se dejen notar los cambios sea en el hecho de que las aportaciones parentales se han convertido en una compensación de lo que el trabajo no ofrece. No solo se trata de que las pensiones de los abuelos ayuden a llegar a final de mes a los hijos en momentos de necesidad, sino que cada vez con más frecuencia en las clases medias, los ahorros de los padres sufragan a sus hijos o a sus nietos los costes que este tipo de vida requiere. Los padres cargan a sus espaldas gastos ordinarios o extraordinarios, desde un piso hasta gastos de educación, para mejorar el nivel de vida de los descendientes. Lo peculiar de este hecho es que ocurre con más frecuencia y hasta edades más avanzadas, y no como un mero regalo, sino como algo necesario.
El fenómeno del desclasamiento, que en las grandes ciudades tiende a disimularse, se encubre gracias a las ayudas parentales
No es algo de lo que se hable mucho, en cierta medida por el pudor que da reconocer que el piso o el coche del que se disfruta, o el colegio al que van los hijos, son parte anticipada de la herencia. Pero más que de las situaciones particulares, este gasto en mantener cierto nivel de vida nos dice mucho del momento económico. Cuando los hijos no pueden mantenerse ni reproducir su posición social (al menos en un porcentaje significativo) sin depender de los recursos familiares, es que algo no está funcionando. Y esto afecta especialmente a las clases medias, que son las que todavía tienen ahorros disponibles. El fenómeno del desclasamiento, que en las grandes ciudades, que son entornos aspiracionales, tiende a disimularse, se encubre gracias a las ayudas parentales. Es un cambio respecto de otros momentos de la historia reciente, cuando eran los hijos los que mejoraban su posición social y podían ayudar a los padres. Ahora ocurre, pero en menor proporción que a la inversa.
Esta descapitalización genera un doble efecto. Por una parte, el colchón de las generaciones futuras mengua o desaparece, ya que es improbable que quienes ahora reciben las ayudas puedan apoyar a sus hijos en la misma medida, o incluso que les puedan prestar algún apoyo. En segunda instancia, ese capital gastado suele fluir hacia arriba. La pérdida de recursos de las clases medias es también una capitalización de las clases más altas, que son las que finalmente acaparan esos recursos.
Que la ayuda familiar sea necesaria, y no voluntaria, es una muy mala noticia. Es señal de que las cosas no funcionan, pero también cada vez más de que, para que funcionen, hace falta una cantidad de capital que pocas personas, porcentualmente, poseen en nuestra sociedad. Las consecuencias de la desigualdad también las sufren las clases medias, aunque traten de disimularlas.
Cada vez más gente que vive en Madrid necesita ayuda económica de sus padres, incluso cuando sobrepasan los 40 años. En general, este tipo de situaciones se vinculan con momentos de necesidad, como los inicios en el mercado laboral, el respaldo para alquilar o comprar una vivienda, un despido o ese divorcio que obliga a regresar a la casa familiar. Sin embargo, el apoyo económico es habitual fuera de esas circunstancias.