Cuando Alemania quiso rearmarse en los años 50 y los franceses (por miedo) le pararon los pies
Ochenta años después de la II Guerra Mundial y setenta de la idea de un ejército europeo, la nueva política de EEUU parece revivir esta vieja idea que Francia echó entonces por tierra
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En la primera semana de julio de 1950, pocos días después de que Corea del Norte traspasara el paralelo 38 que la separaba de Corea del Sur iniciando la Guerra Fría, una docena de indignados parlamentarios del Bundestag se plantaron en la oficina del estadounidense Charles W. Thayer en Bonn: “No queda ni un gramo de cianuro para cuando lleguen los rusos”, le explicó el cabecilla, “mis colegas han vaciado el mercado porque quieren estar preparados para quitarse la vida cuando lleguen los comunistas”.
El grupo se había desfogado ante el diplomático pidiendo permiso para por lo menos poder llevar armas, de forma que cuando poco menos que los eslavos asaltaran de nuevo Alemania, –la que había quedado libre de sus garras tras 1945–, pudieran pegarse tranquilamente un tiro. Nadie tenía permiso para llevar ni una pistola en la recién creada República Federal de Alemania, porque hasta ese momento nadie se fiaba tampoco del país que hacía tan sólo diez años había sumido al mundo entero en el horror provocado por el Tercer Reich. El gesto de presión sobre los EEUU era inaudito, además de una provocación, porque los políticos del Bundestag aludían directamente al cianuro con el que se suicidó Adolf Hitler en el búnker de la cancillería. ¿Había que rearmar a esa Alemania?
La escena que relató en sus memorias Charles W. Thayer –The unquiet germans– era una muestra del clima que existía en Europa ante una amenaza militar de la URSS. EEUU había cambiado de opinión poco después de 1945: de desmilitarizar a Alemania y prohibir sus fuerzas armadas se había pasado a lo contrario. Era más bien la hora de rearmar y rápido al enemigo de hacía tan sólo unos años, la temible potencia industrial alemana.
EEUU había cambiado de opinión poco después de 1945: de desmilitarizar a Alemania y prohibir sus fuerzas armadas a lo contrario
Ahora que Rusia vuelve a ser una amenaza para Europa después de que Donald Trump haya dado un paso atrás en la defensa militar de su aliado occidental y que haya retornado el debate en Alemania de la remilitarización y el rearme anunciado por el recién elegido canciller Friedrich Merz, conviene recordar el origen de la situación de la defensa estratégica europea tras la Segunda Guerra Mundial. Trump se descolgó con declaraciones en febrero como que “la UE se había montado para joder a EEUU”, y que los socios europeos de el Tratado del Atlántico Norte no pagaban la cuota necesaria, dando a entender que EEUU se había cansado de defender a Europa.
Existen matices: si hay un punto de no retorno para la integración económica europea fue el Plan Schumann de 1950. Significaba la paz francoalemana en torno a la cuenca minera del Ruhr, precisamente el nodo industrial alemán sobre el que tanto el kaiser Guillermo II primero, como Adolf Hitler después, sustentaron la maquinaria bélica germana, el lugar donde se fabricaron ingentes toneladas del acero indispensable para alimentar las dos guerras mundiales del siglo XX.
Pero más allá de ese espacio de entendimiento entre París y Berlín en torno al acero, que significaría el proto origen a la larga de la UE, Estados Unidos quería una nueva Alemania remilitarizada y armada hasta los dientes. Fue Francia quién se opuso, por lo que se planteó otro plan: la olvidada Comunidad Europea de Defensa, –la CDE–, dentro del paraguas de la OTAN. Todo lo que se olvidó con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS a finales de los 80 y principios de los 90 y que ha resucitado ahora.
A las quejas de los políticos del Bundestag de esa primera semana de julio de 1950, se sumaba una tensa reunión de un mes antes cuando John J. Mcloy, el Alto Comisionado de Alemania de EEUU, se había dirigido a un grupo de cincuenta industriales de la élite empresarial en Dusseldorf que echaron en cara el coste para los alemanes de la ocupación. McCloy, el autentico virrey de la RFA, se indignó especialmente cuando el presidente de la Cámara de Comercio de Essen se puso de pie y se quejó públicamente de los altos costes de la ocupación, los impuestos excesivos y la incapacidad de los Aliados para resolver el gasto que suponía el problema de absorber a las decenas de miles de refugiados que llegaban en masa desde Alemania Oriental: “Si Churchill y Roosevelt”, dijo el líder empresarial alemán, “quisieron hacerle regalos a Stalin a expensas de Alemania, entonces los estadounidenses y los británicos deberían pagar la cuenta”, –Kai Bird, The Chairman: John J McCloy & The Making of the American Establishment–.
"La guerra y la miseria que la siguió, incluida la suya propia, nacieron en suelo alemán y deben aceptar la responsabilidad..."
Lo más increíble es que había sido el propio McCloy quién había conseguido iniciar en 1949 el proceso para sacar de la prisión de Landsberg a los industriales nazis como Alfried Krupp, o Fritz Ter Mer, en donde habían sido recluidos después de haber sido condenados en los juicios de Nüremberg por su responsabilidad en los crímenes de guerra cometidos por el Tercer Reich, –Fritz Thyssen, Yo pagué a Hitler–.
Pero, ¿podría Alemania comportarse por primera vez en el siglo XX? Tras la intervención del empresario alemán en Düsseldorf, McCloy tuvo que responder airado: “No olviden que los altos impuestos de EEUU son resultado de la agresión alemana. No olviden quién inició esta guerra. Sean o no responsables personalmente de ella, recuerden, caballeros, que la guerra y toda la miseria que la siguió, incluida la suya propia, nacieron y se criaron en suelo alemán y deben aceptar la responsabilidad... No lloren en su cerveza”.
Sin embargo, por mucho que se tuvieran suspicacias y reparos con los mismos industriales que habían planificado la guerra del 45, –lo que sería un tema recurrente en la prensa y estudios de la Europa Occidental durante toda la década–, se tenía muy claro que habría que poner de nuevo en marcha a esa industria de guerra, aunque surgirían problemas inesperados para EEUU, que lo acabarían impidiendo y no precisamente por presión de la URSS, –que era obvia–, sino por parte de sus propios aliados, como fue el caso de Francia y en un principio de la propia RFA, liderada por el canciller Konrad Adenauer. Su objetivo primordial en ese momento era recuperar la soberanía y el reconocimiento internacional.
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Por supuesto, la URRS planteó como indispensable la desmilitarización de Alemania tras la agresión de Corea del Norte. Lo explicó el historiador Tony Judt en su magnífica obra Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Estaba la idea de una reunificación de Alemania, expuesta sibilinamente por los rusos y cuyo verdadero objetivo era impedir la inminente amenaza del rearme alemán.
La Guerra de Corea dio, sin embargo, un vuelco a la situación, con un EEUU empeñado en convertir a Alemania en el tapón contra los soviéticos. Según escribió Tony Judt: “Si el Congreso accedía a las peticiones de la Administración de Truman de una mayor ayuda militar al extranjero, entonces los aliados de Estados Unidos, incluidos los alemanes, debían evidenciar su propia contribución a la defensa de su continente”. El rearme alemán alejaba entonces la posibilidad de la reunificación y por contra requería que la RFA adquiriera el estatus de estado soberano, porque en 1950 seguía siendo un país ocupado por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial.
Para llevar a cabo ese plan de rearme, el secretario de Estado de EEUU, Dean Acheson, inició conversaciones en septiembre de 1950 con Gran Bretaña y Francia, pero los franceses se opusieron firmemente. Temían que la recién creada OTAN resultara más bien un instrumento para que EEUU se desentendiera de la defensa del continente europeo. Según Judt, incluso los alemanes se mostraron reticentes a la idea, “lejos de abalanzarse sobre la oportunidad del rearme, la República Federal se contuvo de hacerlo. A cambio de una contribución alemana a la defensa occidental, Bonn insistiría en conseguir el pleno reconocimiento internacional de la RFA y una amnistía para los criminales alemanes que estaban bajo la custodia aliada”, –Tony Judt, Postguerra. Una historia de Europa desde 1945–.
La cuestión de un rearme alemán incomodaba a la mayoría de los miembros de una OTAN que aún estaba en pañales por razones obvias: la RFA, suscitaba aún temor. Ahí estaban los detalles de los industriales alemanes, además de la política del canciller Konrad Adenauer basada en el olvido frente a la idea de la desnazificación, que había resultado imposible de aplicar en la realidad. Sencillamente, se quería pasar página después de Nüremeberg. Por otra parte, la idea de esa remilitarización del antiguo enemigo implicaba también a la larga una retirada gradual de EEUU de la defensa de Europa, por lo que para contrarrestar esa posibilidad, Francia presentó el denominado Plan Pleven.
Este consistía en crear una Comunidad Europea de Defensa, lo que suponía también un ejército comunitario y con él, un organismo político supranacional que lo controlara.
"La idea de esa remilitarización del antiguo enemigo implicaba también una retirada gradual de EEUU de la defensa de Europa"
Resultaba en realidad una pequeña pesadilla en la Europa de posguerra. Ceder la defensa a un conglomerado de países era una idea demasiado avanzada en ese momento. Konrad Adenauer se sumó al plan al mismo tiempo que Francia comenzó a alejarse de él. Una razón de peso era que la CDE no incluía a Reino Unido –aunque secretamente sí implicaba su plena colaboración, al igual que la de EEUU–. No dejaba, sin embargo, de constituir una inquietud para Francia, que entendía que el problema de la URSS era una cuestión de EEUU, mientras que el suyo seguía siendo la misma Alemania, –Tony Judt, Postguerra. Una historia de Europa desde 1945–.
Aunque el tratado se había firmado en mayo de 1952, daba la sensación para Francia de que era “demasiada Alemania y muy poca Inglaterra”, a pesar de que hubiera sido una idea de su primer ministro René Pleven para impedir específicamente ese rearme alemán. El Bundestag lo ratificó al año siguiente, en 1953, pero al final sería la propia Asamblea Francesa la que lo enterraría en 1954, al votar en contra, por lo que que la defensa europea quedó confinada al marco de la OTAN –que garantizaba la presencia de fuerzas norteamericanas y británicas en el continente–, y no a ese ejército europeo, mientras que el marco comunitario quedaba limitado al terreno de la economía. (Los balbuceos de la UE, –Javier Lion Bustillo, La Comunidad Europea y la unificación alemana–)
La clave del fracaso de esa Fuerza de Defensas de Europa (FDE) y del rearme alemán se basó en la desconfianza sobre la RFA que habían mostrado Francia y Reino Unido cuando aún se dudaba de su gen democrático. Exactamente la tarea que acometieron John. J. McCloy y Konrad Adenauer en los comienzos de los 50. Con el fracaso del Plan Pleven, la defensa de Europa quedaría a partir de entonces circunscrita a la OTAN, una vez que la RFA había obtenido la soberanía en 1955, junto a su adhesión al Tratado del Atlántico Norte. Ochenta años después de la Segunda Guerra Mundial y setenta de la idea de un ejército europeo, la nueva política de EEUU parece revivir la idea.
En la primera semana de julio de 1950, pocos días después de que Corea del Norte traspasara el paralelo 38 que la separaba de Corea del Sur iniciando la Guerra Fría, una docena de indignados parlamentarios del Bundestag se plantaron en la oficina del estadounidense Charles W. Thayer en Bonn: “No queda ni un gramo de cianuro para cuando lleguen los rusos”, le explicó el cabecilla, “mis colegas han vaciado el mercado porque quieren estar preparados para quitarse la vida cuando lleguen los comunistas”.