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Ayuso asesinó en las residencias geriátricas de Madrid a 120.000 personas
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Juan Soto Ivars

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Ayuso asesinó en las residencias geriátricas de Madrid a 120.000 personas

Ante la incertidumbre, la palabra del Estado era la Biblia para mí. Por qué iba yo ahora a fiarme de mí mismo más que de ellos. La verdad siempre está en Televisión Española

Foto: Sesión de control en la Asamblea de Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Sesión de control en la Asamblea de Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Yo tengo amnesia, lo admito. Acabo de ver un documental sobre la pandemia en la tele pública. Dice que los muertos de residencias de Madrid son la deuda que nos queda por saldar con las administraciones. No se corresponde con lo que yo recuerdo. Cierto que han pasado cinco años y uno retiene sólo una parte de las cosas. Mi vida fue muy intensa en la pandemia.

Lo que más recuerdo es que, cuatro o cinco días después del encierro, mi mujer se disfrazó de astronauta con bolsas del Mercadona y fue a una farmacia a través de una ciudad zombi. Volvió con un predictor, se metió en el baño y cuando salió me dijo que íbamos a ser padres. La muerte fuera y la vida dentro.

Un embarazo declarado en mitad del apocalipsis es algo para contar a los nietos. Aquel día llamamos al hospital. Nos costó que nos atendieran, porque a la gente le había dado por agonizar en los pasillos. Ni tenían camas, ni equipo, ni idea precisa de cómo combatir los síntomas de la primera cepa del covid 19, la más letal. Nos dijeron: "no sabemos lo que el virus hace con los fetos, así que cuidado extremo. Aquí no vengáis".

Esta indicación médica por teléfono me aterrorizó y sesgó por completo mi actitud ante la pandemia. Viendo TVE sé que también deformó mis recuerdos. Lo cierto es que mi cabeza no funcionaba bien. En otras circunstancias, supongo que hubiera sido más escéptico ante las medidas draconianas y el absurdo de bajarse la mascarilla para comer en un restaurante y subirla si ibas a mear. Fui, en cambio, un integrista.

Viendo TVE sé que también deformó mis recuerdos. Lo cierto es que mi cabeza no funcionaba bien

Ante la incertidumbre, la palabra del Estado era la Biblia para mí. Ellos tenían su comité de expertos (ejem) y yo la obligación sagrada de proteger a ese feto de los efectos misteriosos de un virus. Por qué iba yo ahora a fiarme de mí mismo más que de ellos. La verdad siempre está en Televisión Española. Debo hacer un ejercicio y desprenderme de mis falsos recuerdos.

Creo recordar que, una semana antes del confinamiento, Carmen Calvo animó a las mujeres de todas las edades a ir a la manifestación del 8 de marzo, porque les iba a la vida en ello. Tengo también la borrosa imagen de Lorenzo Milá, con el logo de Televisión Española, llamando a la calma desde Italia. Me suena que España retrasó sus medidas hasta que pasara el día de la mujer, y que luego se inventaron un "periodista experto" llamado Lacambra que nos explicó que mantener el fútbol y los conciertos y los bares abiertos para que el feminismo pudiera desfilar salvando vidas no había tenido incidencia alguna en la primera ola de contagios.

Carmen Calvo animó a las mujeres de todas las edades a ir a la manifestación del 8 de marzo, porque les iba a la vida en ello

Creo recordar también que luego salió un estudio científico de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona y la Universidad de Zaragoza que cifró en 23.000 las víctimas mortales que se hubieran evitado de tomar cartas en el asunto una semana antes. Y también me suena que las mascarillas no servían porque no teníamos, y que luego eran fundamentales para evitar los contagios cuando los políticos empezaron a hacer negocio con ellas. Y que las mantuvimos más tiempo que ningún otro país europeo.

Lo que es la memoria, qué poco nos podemos fiar de esa máquina de maquillar los hechos. Me dijeron en un hospital de Barcelona al que llamé para escribir un artículo que no se podía derivar a un nonagenario con neumonía bilateral por covid a los hospitales colapsados, porque había que priorizar a los pacientes con perspectivas de supervivencia. Me mandaron también el vídeo de una residencia de ancianos en Girona, conocida ciudad del oeste de la Comunidad de Madrid, de donde salían bolsas largas en camillas durante la noche directas a un crematorio.

Creí entender, preguntando por teléfono, que algunos médicos se rompían por la presión de dejar morir a tanta gente en cribados inhumanos. Recuerdo que eran médicos con un acento catalán típico de poblaciones como Parla o Getafe. Escribí entonces textos furibundos sobre los viejos abandonados de las residencias "de toda España", así que pido perdón por manipular. Pero es que me llegaban historias terribles cuando me ofrecí a publicar en este periódico necrológicas gratuitas para gente que no había podido celebrar funerales, y yo creía que no eran todos de Madrid.

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Es una suerte que mis recuerdos me traicionen. Al final, para eso sirve nuestra fabulosa televisión pública: para sacarnos del error y administrar la verdad civilizadamente, como la policía administra la violencia. Todo esto que digo no sale en el documental, así que mis recuerdos se revelan como mentiras inducidas por la propaganda de ultraderecha que nos acosa y envenena.

Sentado frente al televisor, la verdad se abre camino como un rayo blanco entre las disonancias de la memoria. Mi conclusión es que hay que mandar a los líderes de la Comunidad de Madrid al Tribunal de La Haya y condenarlos por genocidio. En la pandemia murieron más de ciento veinte mil personas. Fue un crimen contra la humanidad hacinar a tanta gente en las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid.

Yo tengo amnesia, lo admito. Acabo de ver un documental sobre la pandemia en la tele pública. Dice que los muertos de residencias de Madrid son la deuda que nos queda por saldar con las administraciones. No se corresponde con lo que yo recuerdo. Cierto que han pasado cinco años y uno retiene sólo una parte de las cosas. Mi vida fue muy intensa en la pandemia.

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