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Por
Zerolo, Franco, Quequé y una duda: ¿dónde pongo la dinamita?
Prefiero que la cosa quede entre el Valle de los Caídos y la plaza de Pedro Zerolo, porque os admito que tengo mucha menos dinamita que ganas de reírme con gilipolleces
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Al humorista Héctor de Miguel (Quequé) lo llevaron ante el juez por decir que habría que dinamitar la cruz del Valle de los Caídos y apedrear con los trozos a los franquistas. El juez, por su parte, le preguntó al humorista si le parecería también humor, por ejemplo, que alguien dijera que habría que dinamitar la plaza Pedro Zerolo de Chueca y apedrear con los fragmentos a los homosexuales.
El humorista salió del lance: le respondió al juez que le parecía bien decir cualquier cosa como hipérbole, porque la hipérbole es un detector de intenciones humorísticas, aunque el ejemplo de Chueca le sonaba un poco traído por los pelos. Cuando las organizaciones LGTB exigieron que se condenara al juez por delito de odio contra el colectivo gay, empezó todo a ser un poco más equiparable.
La gente se toma tan en serio las palabras que vuela en pedazos cuando se menciona un petardo. Ni Quequé ha dinamitado cruces, ni el juez ha agredido a homosexuales, ni al humorista David Suárez le hizo una felación una chica con síndrome de Down, ni los ejecutó a todos el escritor Arcadi Espada.
Quequé y el juez eran dos adultos arrastrados por la estupidez ambiental a una sala, donde disertaron sobre un dilema tan idiota como todo lo demás: la trasposición de las hipérboles al plano de la realidad. Las consecuencias de esta disertación podrían ser iluminadoras para el futuro de la ontología, y también caras para Quequé, si es que el juez se toma en serio la denuncia y encuentra pruebas de que el humorista, de alguna forma, representa una amenaza real para los menhires y la iconografía religioso-política del viejo régimen.
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Yo casi siempre estoy a favor de que la gente hable de dinamitar cosas y casi nunca estoy a favor de dinamitarlas. No existe ninguna noticia que induzca a pensar que los afganos que dinamitaron los budas de Bamiyán bromeasen antes con ello. Solo vieron unas estatuas muy grandes y decidieron que eran haram (pecado). La gente que emplea los explosivos para volar cosas suele dedicar poco tiempo al humor y mucho a buscar el pecado.
La discusión entre el juez y Quequé me recordó a una frase de la película ¡Agáchate, maldito!, una obra maestra infravalorada del italiano Sergio Leone. Allí, el personaje de James Coburn dice: "Cuando aprendí a usar la dinamita tenía ideales, creía en cosas. Ahora solo creo en la dinamita". Es lo contrario que le ha pasado a Quequé, quien empezó a usar el humor sin tener tantos ideales, pero ha caído preso de lo mismo que otros comediantes en el sanchismo, que es tomarse muy en serio la defensa del gobierno. Antes me hacía más gracia.
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Sea como sea, no escribo estas líneas para abordar el machacón debate sobre los límites del humor, la judicialización de la comedia, la libertad de expresión o el tiempo que pierde nuestro Poder Judicial prestando oídos a un chiste y ojos al pico de un calvo, mientras ahí fuera llueven japoneses de nuca. Lo que pretendo es lanzar una petición a los filósofos para que salgan pronto de dudas: Tengo aquí un montón de dinamita y no sé muy bien dónde ponerla.
El Valle de los Caídos me queda más cerca de casa que Chueca, y la única forma de aparcar allí es debajo de la plaza Zerolo, con lo que reventaría mi propio coche. Me inclino, solo por esta razón, por llevar mis barrenos al Valle, aunque no sé si es fácil encaramarse hasta la cruz. Lo que pretendo es trabajar poco.
Respecto al apedreamiento posterior, sospecho que hay muchos más homosexuales que franquistas en España, aunque no sé cuántos homosexuales franquistas hay, dentro y fuera de los armarios. Lo digo porque la cantidad de piedras que van a ser necesarias para uno u otro objetivo son muy diferentes, lo que me inclina otra vez a utilizar la dinamita en el Valle, para reducir con ello el tiempo posterior de lanzamiento rocoso.
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Lo único que me alivia, a la espera de resolverse el conflicto, es que en este enjundioso debate sobre la dinamita no se hayan puesto más ejemplos. Alguien podría haber tirado la lógica ridícula más allá y hablado de poner dinamita en la Moncloa y apedrear luego a los votantes, o mencionar la explosión de mezquitas y el apedreamiento de musulmanes, o la demolición de sedes bancarias y lanzamiento posterior de rocas a banqueros, o la destrucción con bombas de consultorios veterinarios y ponernos a apedrear después a los gatos, etcétera.
Prefiero que la cosa quede entre el Valle de los Caídos y la plaza de Pedro Zerolo, porque os admito que tengo mucha menos dinamita que ganas de reírme con gilipolleces. Llevar a Quequé ante la justicia por haber soltado una hipérbole ridícula es algo tan ridículo que nadie tiene derecho a indignarse por las ridiculeces que se digan en el tribunal.
Al humorista Héctor de Miguel (Quequé) lo llevaron ante el juez por decir que habría que dinamitar la cruz del Valle de los Caídos y apedrear con los trozos a los franquistas. El juez, por su parte, le preguntó al humorista si le parecería también humor, por ejemplo, que alguien dijera que habría que dinamitar la plaza Pedro Zerolo de Chueca y apedrear con los fragmentos a los homosexuales.