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A Leticia Dolera no le gusta 'Anora' (pero a las trabajadoras sexuales sí)
El discurso político en el arte está sujeto a peligros, desde la malinterpretación hasta el uso interesado, pasando por la crítica, pero el trabajo de los artistas es un riesgo en sí mismo
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El pasado domingo se celebró la gala de los Oscars, en la que la gran ganadora fue Anora, de Sean Baker, una película de solo 6 millones de dólares de presupuesto que cuenta la historia de Anora, una stripper y prostituta ruso-estadounidense que conoce a un joven millonario, hijo de un oligarca ruso. El film, que trata el tema del trabajo sexual — como las anteriores películas del director — ganó en cinco categorías, incluídas mejor película, mejor dirección y mejor actriz.
Durante la mesa de debate que emitió Movistar + el día después de los Oscars, la directora y actriz Leticia Dolera se lamentaba de que Anora "mostrara la prostitución de una manera tan estetizada, casi romanizada" y en "tono de comedia" y dejó caer su inquietud sobre qué ideología pueda estar generando la película y cómo esto pueda afectar a las niñas. Los fans de la película se le han echado encima defendiendo el trabajo de dirección de Baker y su respeto por las trabajadoras sexuales, para las cuales, por cierto, realizó una proyección de la película que terminó con el público aplaudiendo con los tacones.
Por las palabras de Leticia Dolera se puede entender que le preocupan las consecuencias remotas de Anora — la apología de la prostitución y el proxenetismo — pero no tiene muy claro por qué tiene este miedo. La directora apunta a varias direcciones sin afinar el tiro. El primer argumento es estético, pero aunque Anora sea "bonita" de ver, dista mucho de ser glamurosa. Dónde vive, cómo trabaja, de quién se rodea Anora, queda claro en los primeros diez minutos de metraje y está muy lejos de lo aspiracional.
Si el problema es la comedia, podemos concluir con facilidad que el El gran dictador frivoliza con el holocausto, Berlanga hizo que los niños quisieran ser verdugos y, por poner un ejemplo más reciente, No mires arriba niega la seriedad que realmente tiene el cambio climático. Con su comedia física y su carismática protagonista, Anora es una película fácil de tragar pero difícil de digerir. Confieso haber salido de la proyección en un momento, cómico pero muy tenso, turbada no por la película, sino por la risa despreocupada de un espectador en particular, de la que se entendía una falta de entendimiento completo, una falta de matices. Así que, aunque desde el inicio se percibe la dirección dramática de la narración, es posible que algún espectador en concreto haya necesitado llegar al final del film para constatar lo inequívoco: Anora es una golosina amarga.
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Por último, el argumento temático — un romance entre una prostituta y un millonario — también se tambalea, ya que hablar de trabajo sexual no es sinónimo de hablar de la industria del sexo, aunque las consecuencias de ambos se reflejen de manera bastante explícita en la película. Anora va más allá e incluso apunta de forma no muy sutil que, en ciertas ocasiones, el matrimonio también es una forma de trabajo sexual, lo que subraya que la explotación sexual de las mujeres es estructural y tiene poco que ver con decisiones individuales. Entonces, si la perspectiva es correcta, si tiene la aprobación de las trabajadoras sexuales, no debería haber conflicto temático, más allá de que haya un choque ideológico — muy del PSOE, por cierto — entre la expectativa del retrato revictimizante y el reflejo de unas condiciones laborales paupérrimas pero que para muchas mujeres no forman parte de una tragedia griega, sino de su realidad cotidiana. Hay un ala burguesa de la izquierda y del feminismo que tiene por ideal que la mujer pobre sea además ejemplar, obrera y entera.
Al respecto de esto, la comparación que se hizo en la mesa de debate con ‘Pretty Woman' es poco acertada porque, aunque pueda parecer que el argumento es similar — en realidad es solo la premisa —, sus desarrollos son totalmente divergentes y sus temas opuestos. Al contrario que el personaje interpretado por Julia Roberts, Anora no es salvada del trabajo sexual con el dinero (de un tío, por supuesto), ni encuentra una fórmula mágica que resuelva las tensiones entre pobreza, amor, explotación y sexo. Y esto es porque en Anora, al revés que en Pretty Woman, un anillo de compromiso no es la solución a los problemas de la protagonista, sino un agravante de los mismos. Y eso, además de ser verdad, sí es feminista.
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De todas maneras, el problema — de haberlo, cosa que dudo, tanto en este ejemplo como a nivel estructural — sería mucho más complejo. ¿Acaso no se han alzado gurús ultraliberales como fans declarados de El lobo de Wall Street? ¿No han reivindicado los mafiosetes de barrio a Tony Montana? ¿No se han apropiado los incels de Matrix? Los niños rata sueltan improperios homófobos desde avatares de Patrick Bateman y Tyler Durden, como si American Psycho y El club de la lucha no hubieran definido en parte las inquietudes queer — o si se prefiere, maricas — de este milenio. Es fácil y comodón pensar que esto se debe solo a una falta de formación artística general, pero la verdad es toda obra la termina el espectador y lanzarla al mundo es siempre un riesgo.
Y aún hay más. Está también la resignificación tramposa, el uso torticero y consciente en contra del significado manifiesto y explícito de una obra para desactivar su mensaje y, de paso, pescar a algún despistado sin muchos referentes. Es, para entendernos, una especie de contrapartida reaccionaria a la reapropiación de los insultos opresivos que se han usado tradicionalmente contra las minorías. Con este doble salto se instrumentaliza la crítica y se previene a la vez la sátira, porque está en cierta medida implícita y subvertida.
Por poner algunos ejemplos ilustrativos, Trump usó el clásico rock Born in the USA sin el consentimiento de Bruce Springsteen durante la campaña electoral que le llevó a su primera victoria en 2016. Elon Musk ha comparado su labor como Director del Departamento de Eficiencia Gubernamental a la de los rebeldes de Stars Wars. Sí, el hombre más rico del planeta habla sin pudor de rebeldía y desafiar el poder formando parte del Ejecutivo de los Estado Unidos. Es como si un grupo de mujeres se manifestara a favor de legalizar la gestación subrogada, pero todas disfrazadas de Defred en El cuento de criada.
"El arte sufre el riesgo de ser manipulado a posteriori usando su temática — pero también su estética o contexto — como excusa"
Por lo tanto, aunque los temores concretos de Dolera puedan ser descabellados, es verdad que, más allá de la intención inicial de los artistas, el arte sufre el riesgo de ser manipulado a posteriori usando su temática — pero también su estética o contexto — como excusa. ¿Cómo se minimiza el riesgo? Estoy segura de que más de uno y de dos está deseando que se produzca propaganda directa, con mensajes explícitos e inequívocos al espectador que no sean un reto para nadie. Con las trincheras claras y el enemigo localizado en todo momento, arreglado el problema: alineación ideológica y alienación artística.
Por otro lado, está la posibilidad estéril de crear sobre lo inexistente, el todo, esto y aquello, la nada absoluta. La sutileza discursiva es deseable, elegante y muy agradecida, pero también es omisible. A pesar de que todo arte sea por definición político, el arte puede existir sin discurso, porque aunque se repita mucho esto de que tal o cual obra es "necesaria", lo cierto es que lo que hace extraordinario al arte es precisamente que no es necesario, pero sí inevitable.
Y aunque personalmente la trivialidad me aburra y la nadería me ofenda, prefiero que no exista discurso a que lo haga a pesar de sí mismo, forzosamente, a que se manifieste sin convicción, se desarrolle sin reflexión ni duda y se comunique sin matices. No digo que sea el caso de Dolera, pero si hay algo que está dejando claro este siglo es que la ideología puede convertir en opiniones los hechos; qué no será capaz de hacer con la tesis chapucera de una simple obra en un tiempo que confunde el pensamiento crítico con la convicción.
El pasado domingo se celebró la gala de los Oscars, en la que la gran ganadora fue Anora, de Sean Baker, una película de solo 6 millones de dólares de presupuesto que cuenta la historia de Anora, una stripper y prostituta ruso-estadounidense que conoce a un joven millonario, hijo de un oligarca ruso. El film, que trata el tema del trabajo sexual — como las anteriores películas del director — ganó en cinco categorías, incluídas mejor película, mejor dirección y mejor actriz.