Así rechazó la RAE a María Moliner (con zancadilla incluida de Camilo José Cela)
Hizo ella sola un diccionario que a día de hoy se sigue utilizando, pero en 1972 fue rechazada como académica. El libro 'Hasta que empieza a brillar', de Andrés Neuman, recupera su historia y apunta al Nobel como intrigante en la RAE
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En otoño del año 1972 se llevó a cabo una votación histórica en la sede de la Real Academia de la Lengua Española, la RAE. Por primera vez se iba a decidir si entraba una mujer. Habían pasado más 200 años desde su creación, no estaba mal. La nominada -un gran paso puesto que la institución no había nominado nunca a una mujer- era María Moliner (1900-1981), la bibliotecaria y archivista que se había escrito ella sola un diccionario del uso del español de 80.000 palabras. Quienes la postularon fueron su amigo Dámaso Alonso, entonces director de la Academia, Pedro Laín Entralgo y Rafael Lapesa. Sin embargo, como ya sabemos, no fue elegida. En su lugar, los académicos prefirieron al lingüista Emilio Alarcos. Moliner se quedó sin su sillón.
Sin embargo, el repique de tambores no sería tanto esta elección, la cual tampoco se pone muy en duda dado el prestigio de Alarcos, sino que Moliner ni siquiera quedó segunda sino tercera. En segundo lugar se prefirió al poeta José García Nieto —que llegaría a ganar el Cervantes en 1996, otra elección llamativa- y que, como resalta el escritor Andrés Neuman, sus únicos méritos eran “rimar en consonante y ser amigo de Camilo José Cela”. Efectivamente, ahí estuvo la mano, o la zancadilla, según se mire, del Nobel, que movió los hilos -su influencia, han escrito los que saben de esto, era grandísima— para que Moliner, a la que consideraba una ñoña por no incluir tacos en su diccionario, no fuera la primera mujer académica de la Historia.
Así explica Neuman, que acaba de publicar la novela
Puso una pica, ya que su amiga Carmen Conde sí sería elegida en 1978. En 2025, de los 41 sillones de la RAE, solo 9 están ocupados por mujeres
Por supuesto, hubo más razones para este rechazo, insiste el escritor, que ha buceado en archivos y todo tipo de documentación para la elaboración de esta novela. Por un lado, estaba la tradición histórica de que no hubiera mujeres. Una especie de inercia. Algunas lo habían intentado, sobre todo Emilia Pardo Bazán, que incluso contó con la ayuda de Benito Pérez Galdós y Ramón Menéndez Pidal, pero ni ella lo consiguió. Y le puso ganas, como contaba hace no tanto la obra de teatro Emilia, un texto de Noelia Adánez y Anna R. Costa que estaría muy bien que se repusiera. Por otro lado, se achacaba que no tuviera formación de lingüista, ya que ella era historiadora. En tercer lugar, “con el diccionario, los académicos se habían sentido desafiados, era una inteligente bofetada”, resalta Neuman. Y en cuarto lugar, las famosas votaciones, las triquiñuelas para que fuera elegido Emilio Alarcos y ella fuera relegada al tercer lugar.
“Alarcos sin duda merecía entrar en la RAE, pero era mucho más joven que María Moliner, tenía tiempo para esperar. María tenía más de 70 años y no se le escapaba que le quedaban pocos años de vida útil. No era el momento de Alarcos y sí el de María Moliner. María se había hecho un diccionario ella solita y era una aportación mayor a la lengua que la que había hecho Alarcos hasta entonces. Y luego lo de García Nieto… A partir de ahí, las conclusiones de la votación no son difíciles de sacar y no va en desmedro de Alarcos”, manifiesta Neuman.
Rechazo a la RAE
María Moliner no entró en la RAE y fallecería no mucho después, además tras sufrir una enfermedad neurodegenerativa. La gran paradoja de que una mujer, que tanto trabajó con las palabras, acabara olvidándose de ellas, como apunta Neuman. Antes de eso, no obstante, sí le dio tiempo a devolverle la jugada a la RAE. Con elegancia, sin ruido, pero con resolución, como dice el escritor que ella hizo toda su vida.
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Al año siguiente de ser rechazada, la RAE, quizá con cierto cargo de conciencia en algún académico, quiso darle un premio a su trayectoria. Moliner lo rechazó. “Intentaron comprar su silencio. María nunca se quejó, fue elegante, pero le molesto la decisión, porque al año siguiente rechazó el premio. No dio explicaciones, pero es elocuente en sí mismo: no me queráis ahora dar la zanahoria después del palo. Era esa cualidad resolutiva y contundente que aplicó toda su vida. Era una mujer muy de al pan, pan y al vino, vino. Y lo que quería era seguir con el diccionario. Ella trabajó en él hasta que se quedó sin palabras”, comenta Neuman.
Ambiguo Dámaso Alonso
La novela de Neuman está llena de hechos ficcionados que se van conjugando con otros reales como todo lo de la RAE. Se va articulando a partir de un encuentro que el escritor imagina, pero que se hilvana a partir de situaciones y discursos que sí tuvieron lugar. Es el que se pudo dar entre Moliner y Dámaso Alonso justo después de la votación. Porque Alonso ahí tenía un papel difícil: era amigo de María y a la vez el director de la RAE, y había apostado por ella, pero había perdido frente a la camarilla de Cela.
“La posición de Dámaso con respecto a la candidatura de María Moliner está llena de contradicciones y de matices, como la posición política de Dámaso en general. Es una figura muy vinculada a los poetas de los años 20 y 30, defensores de la República, muchos de ellos exiliados cuando no fusilados como Lorca. Pero al mismo tiempo sobrevive a la guerra, se repone de ella y adquiere un enorme prestigio durante todo el franquismo. Es un poeta de mucho prestigio por libros como Hijos de la ira, publicado en 1944 y con ese inicio tan demoledor: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres…”, pero como tantos millones de españoles tuvo que abrirse hueco como pudo sin mirar demasiado atrás hasta llegar a dirigir la RAE en sustitución de Menéndez Pidal. Por eso, es una figura con muchas caras y contradicciones. Cuando la RAE vota en contra de María, se ve en una posición ambigua como siempre y debe hacer equilibrios entre las batallas internas”, describe Neuman.
Ni cocina ni calcetines
No es la única figura poco clara y complaciente con la que se encontró María Moliner a lo largo de su vida. De hecho, en esta novela aparecen personajes y situaciones políticas y sociales que no fueron nada agradables. Y Neuman también tira por tierra el retrato de la Moliner como esa mujer que con más de 50 años se puso a hacer un Diccionario por su cuenta en la cocina, mientras remendaba calcetines, es decir, el mito que nos ha llegado.
“Este error histórico no me parece inocente porque ¿dónde si no iba a escribir una mujer un diccionario si no en la cocina? Pero jamás lo escribió allí. Es verdad que no tenía un despacho propio o una habitación propia como diría Virginia Woolf, pero por las fotos que tenemos y lo que han dicho sus familiares trabajó mayormente en el salón de su casa porque era donde estaba la mesa más grande”, comenta Neuman.
En parte le debemos esta imagen a Gabriel García Márquez que escribió su obituario y fue quien la retrató como señora de su casa con los calcetines
En parte le debemos esta imagen a Gabriel García Márquez que escribió su obituario y fue quien la retrató como señora de su casa con los calcetines. “Es una necrológica adorable, preciosa, magníficamente escrita. Él nota que María Moliner es una especie de animal mitológico, de criatura mitológica y que era de algún modo un personaje novelesco, pero también hay lugares comunes, como tics de época en las cuales parecía que ella tenía que estar en la cocina, tenía que zurcir calcetines. Pero si estudias su vida verás que no le interesaba zurcir calcetines y lo hizo poco, porque fue una mujer que le dedicó más horas al trabajo que a la familia. Esto está empíricamente demostrado”, manifiesta Neuman, que tampoco quiere denostar la figura de García Márquez: “Esto de estar de vuelta de maestros a los que nunca llegas a la suela de los zapatos es un ejercicio de mal gusto”.
La represalia tras la Guerra Civil
Por tanto, Moliner no fue tanto la ama de casa que se puso a hacer un diccionario, sino una mujer que se lo había trabajado todo desde muy joven y a la que no le tocó el mejor contexto político de la Historia. Y eso le acabaría afectando en su vida.
Para empezar, era de una familia de clase bien, pero sin lujos, que pudo estudiar, sobre todo, porque, como dice Neuman, en su familia se creía en la cultura y la educación. Era una familia rara para la época. La educación le importaba mucho al padre, médico rural, que la llevó a la Institución Libre de Enseñanza -con métodos hiper modernos y progresistas, incluso que lo serían ahora- y que también acabaría abandonando a la familia. Cuando María tenía 12 años, se embarcó como médico, se fue a América y no volvió más. María Moliner se enteraría años después de que había muerto por uno de los hijos que tuvo allí. Estas cosas entonces no eran tan extrañas.
“Pero fue su padre quien le acerca a la ILE y le insistió en que estudiara… Ese era el vínculo con su padre, el estudio. Su madre también sabía leer y escribir. Era una casa donde no se nadaba en abundancia, pero la educación y la cultura importaban”, afirma Neuman. La hermana, Matilde, también acabaría convirtiéndose en una importante catedrática.
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Con la partida del padre tuvo que ponerse a trabajar en Zaragoza impartiendo clases. Allí había ido la familia porque en Madrid ya no les llegaba para vivir. Lo combinó con los estudios y aunque no pudo estudiar Lingüística porque no había mujeres en esa carrera -esas cosas que todavía pasaban a comienzos del siglo XX- , sí perteneció a la a las primeras camadas de estudiantes universitarias. Estudió Historia y fue una de las primeras alumnas de la Universidad de Zaragoza. Terminó la carrera antes y con el mejor expediente de su promoción. Y fue una de las primeras funcionarias de carrera en sacarse unas oposiciones en España.
En los años treinta, durante la II República, llegaría a ser alta funcionaria en el cuerpo de Archivos y Bibliotecas. Empezó antes a trabajar con la misiones pedagógicas llevando la educación a toda España, intentando abrir pequeñas bibliotecas en todos los pueblos... Y después elaboraría un plan nacional de bibliotecas… Llegó a tener un importante cargo en el Gobierno de la República (aunque nunca llegó a militar en ningún partido ni a ser ministra: era funcionaria).
De alcanzar un cargo parecido a la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, la degradan 18 niveles en el escalafón tras la guerra
Y, efectivamente, tras la Guerra Civil, vinieron las represalias. “María fue una más de las millones de personas que les tocó algún tipo de represalia. Su marido [catedrático de Físicas], que tenía una militancia política más directa, tuvo una inhabilitación más larga y de hecho nunca pudo volver a ejercer la docencia en la misma ciudad que su familia. Su hermano Enrique fue vetado de por vida en la enseñanza pública. A Matilde también le toca. María no había sido una ciudadana de carnet, se parecía mucho más a Lorca que a Alberti, pero de alcanzar un cargo parecido a la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, la degradan 18 niveles en el escalafón. 20 años después de sacarse la oposición vuelve a la casilla de salida y sin la posibilidad de ascender. De ir fundando bibliotecas rurales la pasan a un archivito de Hacienda y después la nombran directora de la Biblioteca de Ingenieros Industriales. Un poco de destierro sí que es. Le dicen algo como: puedes vivir de esto pero no molestes. Pero justo ese trabajo fue el que le dejó suficiente tiempo para la siguiente montaña: el diccionario”, manifiesta Neuman.
Y así fue como todo empezó y cómo hoy tenemos uno de los diccionarios más conocidos del planeta. El Moliner, que ella ni siquiera le dio ese nombre. Un diccionario moderno -le daba mucha importancia a la jerga y al lenguaje juvenil, aunque a Cela no le gustara que no tuviera tacos- que se sigue utilizando. Y pese a todo no fueron capaces de darle un sillón en la RAE. Como insiste Neuman, después de esto no hay mucho más que añadir.
En otoño del año 1972 se llevó a cabo una votación histórica en la sede de la Real Academia de la Lengua Española, la RAE. Por primera vez se iba a decidir si entraba una mujer. Habían pasado más 200 años desde su creación, no estaba mal. La nominada -un gran paso puesto que la institución no había nominado nunca a una mujer- era María Moliner (1900-1981), la bibliotecaria y archivista que se había escrito ella sola un diccionario del uso del español de 80.000 palabras. Quienes la postularon fueron su amigo Dámaso Alonso, entonces director de la Academia, Pedro Laín Entralgo y Rafael Lapesa. Sin embargo, como ya sabemos, no fue elegida. En su lugar, los académicos prefirieron al lingüista Emilio Alarcos. Moliner se quedó sin su sillón.