Fernando Aramburu: "Ahora en Alemania hay miedo al terrorismo"
El escritor vasco publica el libro de relatos 'Hombre caído', un retrato del ser humano más inquietante. Así es también la situación que percibe en Alemania: nostálgica del pasado y llena de terror por los atentados. Algo que conoce muy bien
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fb3c%2Fe73%2F132%2Fb3ce731323900788a8a5e8757d60d44b.jpg)
A Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) le gusta ahondar en la cara más fea del ser humano. “Mis libros no son libros de autoayuda. Si alguien quiere alivio, una visión rosa de la vida, no soy el autor adecuado”, dice y es verdad. Ahí está su novela más conocida, la ya mítica Patria, pero también Los vencejos, El niño y sus libros de relatos, el formato literario con el que mejor se lo pasa. Lo ha vuelto a hacer con
Aunque para sustos reales los que se viven hoy en día en Alemania, país en el que vive desde hace varias décadas. El escritor nota un ambiente de melancolía, de falta de futuro y también advierte del miedo que se palpa en el país, ese miedo que él conoce bien de su pasado en el País Vasco y que dejaban los atentados. No son buenos tiempos para la que fuera la locomotora de Europa, ni para la Unión Europea y, ni siquiera, para los intelectuales que algún día tuvieron voz en el Viejo Continente. Con cierto pesar hablamos de ello a su paso estos días por Madrid.
PREGUNTA. En estos relatos hay mucha desolación, tristeza, muerte.
RESPUESTA. Caramba, acabo de darme cuenta de que esto es así. Tal vez tenga que ver con el hecho de que reservo los cuentos para historias donde la crueldad está presente, con la muerte, la violencia y otros aspectos oscuros de la vida. No sé exactamente por qué tengo esta inclinación, quizás porque utilizo el formato del cuento como una vía para deshacerme de esas historias que, de algún modo, se gestan dentro de mí y necesitan salir transformadas en un relato breve. Puede que sea así, aunque esta tendencia hacia lo cruel en mis cuentos no refleja necesariamente mi visión de la vida. De alguna manera, creo que leemos libros y vemos películas para experimentar vidas ajenas, ampliar nuestro horizonte personal y adentrarnos en espacios desoladores en los que somos meros visitantes. Lo mismo ocurre con los cuentos, aunque en algunos asome el humor, aunque siempre a mi manera, nunca un humor de comedia. Siempre he combinado la crueldad con el dolor, la venganza, el rencor... esas emociones que, nos guste o no, forman parte de la condición humana.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F0a0%2F846%2Fad1%2F0a0846ad1f6f0771c653cfb7a02a84eb.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F0a0%2F846%2Fad1%2F0a0846ad1f6f0771c653cfb7a02a84eb.jpg)
P. Forman parte de la vida humana, pero yo no sé si además en su caso, por haber nacido en el País Vasco, por todo lo que vivió, ¿se queda de alguna manera esa violencia que uno ve a su alrededor?
R. No creo estar excesivamente influenciado por lo que he visto en el pasado ni por lo que he presenciado de cerca, sino más bien por la forma en que funciona mi mente. No puedo evitarlo: tengo una inclinación natural hacia las ficciones que exploran aspectos del ser humano que no son precisamente nobles.
P. También ocurría en 'Los Vencejos', que no es una novela precisamente amable ni tierna.
R. Sí, es un libro que no está hecho para todos los paladares, pero logra diseccionar a un ser humano hasta capas que normalmente nos están vedadas, porque rara vez llegamos tan adentro. Pero esa realidad también existe. Y, en fin, creo que ya hay suficientes escritores que se ocupan de los aspectos más amables de la vida.
P. ¿Y sale indemne cuando escribe?
R. Totalmente. Entro indemne y salgo indemne, porque no trabajo con seres humanos, ni con lo que dicen, ni con anécdotas propias. Mi materia prima son las palabras. Y, quizá de manera algo cobarde, delego en los lectores la tarea de construir en sus mentes la historia terrible.
P. Le preguntaba por el País Vasco, pero vive en Alemania desde hace muchos años. Y Alemania está como está ahora. Yo no sé si está percibiendo algo inquietante.
R. Sí, bueno, en todas las sociedades humanas hay algo inquietante. Pero es cierto que hay épocas en las que parece anunciarse algo poco grato, y en Alemania esa sensación se percibe desde hace tiempo. En las calles se respira una especie de melancolía, una falta de horizonte que pesa sobre el país en el que he vivido más de media vida. Por supuesto, en tiempos así nunca faltan quienes aprovechan la incertidumbre para ofrecer soluciones rápidas y drásticas a cambio de poder. Es, al fin y al cabo, un rasgo muy humano. Pero más allá de eso, los resultados económicos no son alentadores: empresas emblemáticas están cerrando, y el tejido industrial está en declive. Es inevitable que este clima de decaimiento termine afectando también a los países vecinos. Y esa idea de que uno puede crecer mucho mientras los demás no lo hacen me huele un poco raro.
"En Alemania se respira una especie de melancolía, una falta de horizonte. Y siempre hay quien se aprovecha de la incertidumbre"
P. ¿Qué le ha pasado a Alemania? Yo viví allí hace 25 años y teníamos hasta la salud dental dentro de la seguridad social lo que me parecía una cosa espectacular.
R. Alemania es el rostro más visible de la decadencia actual de Europa, una decadencia en la que influyen muchos factores, incluso biológicos. Es algo muy humano: cuando las sociedades atraviesan largos periodos de bonanza económica, tienden a perder vitalidad. Se acomodan a las circunstancias favorables. Las ciudades empiezan a engordar, la ambición y la disciplina se debilitan, mientras que en otros lugares el desarrollo continúa sin las trabas que impone razonablemente la democracia. Alemania ha vivido uno de los periodos de mayor prosperidad de su historia: paz social, reunificación, una sucesión de noticias favorables...
P. ¿La reunificación estuvo bien?
R. La reunificación, que viví de cerca, fue un hecho afortunado, y eso es raro en la historia de las sociedades humanas. Lo común son las guerras, las conquistas, los conflictos. Pero que un país se recomponga de manera pacífica, ver a ciudadanos de ambos lados abrazándose sin siquiera conocerse, fue algo realmente insólito. Fue un momento extraordinario. Y luego vino lo que vino. Alemania, en un momento, asumió que debía vivir y educar a sus niños sin el principio de autoridad, y ahí está, nos guste o no, una de las raíces de la decadencia europea. ¿Cómo convencer, no solo a los niños, sino también a los adultos, de que hay normas que deben respetarse? Se ha instalado una especie de subjetivación absoluta, una mentalidad de "hago lo que quiero". A largo plazo, eso termina descomponiendo el tejido social.
P. ¿Nos emborrachamos de valores de libertad a ultranza? De eso se hablaba mucho en el Mayo del 68. Se venía de un autoritarismo y era, ahora libertad de todo. ¿Hubo pasada de frenada?
R.¿Sabes lo que pasa? Que el logro civilizatorio de la Unión Europea ha sido realmente magnífico. Un hito sin precedentes. Pero, lamentablemente, no abarca todo el planeta. Los demás no se preocupan por estos valores que son extraordinarios. Vivir en Europa es un privilegio, y si tuviera que elegir, volvería a hacerlo sin dudarlo. Pero mientras aquí nos regocijamos en ese éxito, otros siguen desarrollándose sin miramientos, militarmente, económicamente, tecnológicamente. Y están superando a Europa. Lo vemos en cada conflicto geopolítico: Europa juega con muy malas cartas. Le queda su pasado, cierto prestigio, pero su influencia real se reduce cada vez más. Al final, esto responde a una ley natural del mundo: si no colonizas, te colonizan.
"Alemania asumió que debía vivir y educar a sus niños sin el principio de autoridad y ahí está una de las raíces de la decadencia europea"
P. Muchas personas de su edad abrazaron Europa y ahora la rechazan. También muchos jóvenes la están rechazando. Con todos los valores de los que estábamos hablando, ¿por qué ese rechazo?
R. Creo que tienen todo el derecho a rechazar lo que quieran. Pero Albert Camus ya dejó claro que, cuando niegas algo, inmediatamente tienes que poner otra cosa en el hueco que creas. Lo dice en
P. Los nacionalismos. Es lo que están diciendo. La AfD dice Alemania. Le Pen dice Francia. Aquí tenemos algunos que dicen España.
R. Sí, pero eso es un nacionalismo de repliegue, un sálvese quien pueda. Es, en el fondo, miedo a la globalización, a perder las propias señas de identidad. Y es, también, una vuelta al siglo XIX. No parece precisamente un camino hacia el progreso. Lo observo con cierta pena y bastante escepticismo. Pero, al final, son ciclos históricos. Siempre han existido. Es el destino inevitable de los imperios: crecen, alcanzan su máximo esplendor y, tarde o temprano, sucumben. Y luego llega el siguiente. Europa, una vez más, repite su vieja historia de recibir a los bárbaros, de una forma u otra. Nos ha ido muy bien en las últimas décadas: sin guerras, salvo la de Yugoslavia, que quedó fuera de la Unión Europea. Bueno, y ahora Ucrania, pero que también está fuera de la Unión Europea. Sí, de nuevo los bárbaros, de una manera u otra. pero al menos los interminables ciclos de guerras franco-alemanas se detuvieron. Algo es algo.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F283%2F5f2%2F57e%2F2835f257ed67a00bbf143851ee4e2d95.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F283%2F5f2%2F57e%2F2835f257ed67a00bbf143851ee4e2d95.jpg)
P. ¿Qué están haciendo los intelectuales, los escritores en Alemania para explicar un poco todo esto que me decía, toda esta melancolía?
R. Poco. Porque el intelectual, entendido como aquel que reflexiona en voz alta sobre cuestiones que afectan a todos, hoy en día apenas tiene espacio. Apenas tiene público. Está cada vez más opacado por los grupos de poder. Cualquiera que se atreva a publicar una opinión honesta y personal se expone, casi con certeza, a algún tipo de linchamiento, insultos o descalificaciones. La propaganda, las redes sociales y los intereses mediáticos desvían la atención de los ciudadanos que buscan entender lo que ocurre hacia narrativas controladas por estos mismos grupos de poder. La desinformación, los bulos, las manipulaciones están por todas partes. Antes, cuando las posibilidades de acceso a la información eran más limitadas, la gente recurría a los intelectuales no solo para saber qué estaba pasando, sino también para encontrar conceptos y definiciones que ayudaran a comprender el mundo. Hoy, en cambio, aunque hay periodistas con agilidad y cierto público, el intelectual que se toma 400 páginas para desarrollar una exposición detallada apenas tiene audiencia. Y esto ocurre en Alemania, en Europa, en todas partes. En cambio, si sales en televisión y sueltas cuatro chorradas, en cuestión de minutos te conviertes en un influencer.
P. Recuerdo aquel programa que tenía Marcel Reich-Ranicki en el que hablaban de libros y tenía una audiencia increíble.
R. Hoy en día hablar de libros en horario de máxima audiencia parece casi impensable. Pero hubo un tiempo en el que sí ocurría. Recuerdo que los viernes, porque el programa solo se emitía los viernes en La Segunda, terminaba mis clases de lengua materna a las seis de la tarde, en un pueblo del norte de Westfalia. Y entonces salía disparado por la autopista, a toda velocidad, rumbo a Hannover, solo para llegar a tiempo de ver el programa de Marcel Reich-Ranicki. Lo curioso es que me daba igual el libro del que se hablara. Lo fascinante era la manera en que discutían: con ironía, con humor, con una agudeza increíble. Era un auténtico placer verlos. Y claro, al día siguiente, la gente acudía en masa a comprar los libros, tanto si los habían elogiado como si los habían destrozado. Solo había una excepción: si el libro les parecía ni fu ni fa, entonces no despertaba ni curiosidad ni interés.
P. Gracias a ese programa consiguió grandes ventas Javier Marías.
R. Y Chirbes... En aquella época, Internet todavía no estaba tan extendido, y la televisión tenía una influencia que hoy ha perdido. Especialmente en Alemania, donde las cadenas públicas asumían, y en cierta medida aún asumen, una responsabilidad educativa. A partir de las ocho de la tarde, la publicidad estaba prohibida. La presencia de la cultura no era opcional, sino obligatoria. Al fin y al cabo, eran televisiones financiadas por el Estado, y eso implicaba un compromiso con la calidad, con la divulgación, con la formación de los espectadores. No podían permitirse caer en la basura.
"En lugar de limitarse a tachar de nazis a estos partidos, sería más útil para vencerlos estudiar por qué la gente deposita en ellos su confianza"
P. ¿Y cómo un país como Alemania, que tiene esto cae en el resurgimiento de la AfD? ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Por qué la gente vota a la AfD?
R. La pregunta me parece muy pertinente porque en lugar de limitarse a tachar de nazis a estos partidos, sería más útil, para vencerlos electoralmente, estudiar por qué la gente deposita en ellos su confianza. Especialmente cuando se trata de partidos que, en muchos casos, cuestionan los principios de la democracia. Si nos conformamos con gritar fascista a todo aquel que no se define como tal, sin intentar comprender el fenómeno, no llegaremos muy lejos.
Personalmente, escribí sobre este partido cuando se fundó, y en aquel momento no era un partido de extrema derecha. Era un partido liberal, nacido como una reacción contra el euro. Pero con el tiempo, y tras la sustitución de sus dirigentes, fue girando cada vez más hacia la derecha. Dicho esto, no creo que sea un partido nazi. Para empezar, el nazismo no fue solo una ideología autoritaria y ultranacionalista; fue una maquinaria de guerra, de invasión, de exterminio. Si nos limitamos a hacer comparaciones históricas superficiales, no entenderemos el fenómeno actual.
Lo que vemos aquí es un nacionalismo de repliegue, no un expansionismo agresivo como en los años treinta. Es una reacción contra la globalización, contra el euro, contra la Unión Europea. Es un partido que, al igual que Vox en España o similares en otros países, defiende el cierre de fronteras y la primacía de lo nacional. En Alemania, lo curioso es que este partido ultraconservador, y que encierra en sus filas algo de nazismo y de personas que aprovechan ese partido para blanquear la historia innegable que ocurrió, tiene su mayor arraigo en el territorio de la antigua República Democrática Alemana. Y esto no puede ser casualidad. Son regiones que vivieron décadas sin conocer la democracia y que, tras la reunificación, han oscilado como un péndulo de un extremo a otro. Además, paradójicamente, son las zonas con menos inmigración y, al mismo tiempo, las más hostiles a ella. Basta con escuchar no solo a los dirigentes, sino también a la gente de a pie, aquellos que son abordados en la calle con un micrófono. En sus palabras hay rabia, un sentimiento de inferioridad con respecto a los alemanes del oeste. Un deseo de resarcirse, de cobrarse una suerte de venganza simbólica a través del voto.
P. Ese resentimiento también está en España. Yo me pregunto y le pregunto ¿de dónde sale este resentimiento? Si Europa tiene unos valores tan buenos, ¿por qué hay gente que está resentida con la Unión Europea?
R. En los extremos siempre hay gente resentida. Siempre hay quienes sienten rencor hacia otros por cualquier motivo: porque visten de cierta manera, porque tienen dinero, porque son guapos… lo que sea. Es algo muy humano. A veces, ese resentimiento se traduce en movimientos colectivos. No quiero aquella Europa terrible de las guerras, pero era, sin duda, una Europa mucho más dinámica. Tal vez la estoy idealizando, pero hace 100 o 120 años era un hervidero de ideas y avances: el cine, el psicoanálisis, el surrealismo… Sí, también las guerras mundiales, claro. Pero había una vitalidad, una inventiva que ahora parece haber desaparecido. No veo esa misma energía en la Europa actual. Los grandes inventos, las transformaciones tecnológicas y económicas más decisivas, ahora vienen de fuera: de China, de Estados Unidos, de India.
Y ante este escenario, muchos buscan culpables. Surge la idea de que, si hemos llegado a este punto, es porque alguien nos ha llevado hasta aquí. Y de ahí el impulso de echar la vista atrás, de intentar volver a un momento anterior, como si fuera posible desandar el camino. Pero más que una cuestión política, creo que es un fenómeno de psicología colectiva. Un temor al futuro, una sensación de debilidad, de pérdida de relevancia. Y quizá sea eso lo que está empujando a cada vez más personas en distintos países a inclinarse electoralmente por este nacionalismo de repliegue.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fe7a%2F050%2F209%2Fe7a05020945bccb972d9978af71c0fbf.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fe7a%2F050%2F209%2Fe7a05020945bccb972d9978af71c0fbf.jpg)
P. Antes estábamos hablando y le quería preguntar por la AfD si usted le ve recorrido. ¿Le ve para asentarse o será un resfriado pasajero?
R. Creo que este fenómeno todavía está en un periodo de ascenso. Hay un síntoma infalible cuando se trata de procesos históricos y sociales: la calle. Es en la calle donde realmente se puede ver si un movimiento está adquiriendo una presencia inquietante. Por ejemplo, el nazismo. No solo llegó al poder, sino que se apoderó de las calles. La AfD, en cambio, todavía no lo ha hecho. En mi ciudad [Hannover] su apoyo es bastante reducido, lo cual dice mucho del lugar. Y hay un detalle significativo: los carteles electorales todavía están en la parte alta de las farolas. Es fácil imaginar por qué, para evitar que los rompan. Eso contrasta con otros momentos históricos. En la Alemania de los años 30, romper un cartel nazi podía costarte un campo de concentración o algo peor. O en mi tierra, donde las paredes estaban llenas de pintadas en favor de la banda, y era un reflejo de su presencia en la sociedad. Esto todavía no se da. En principio, la verdadera trampa, si llega a ocurrir, no sería la toma violenta del poder, sino hacerlo desde dentro: lograr una posición de fuerza y, una vez dentro del sistema, introducir cambios constitucionales que perpetúen a un partido determinado. Ese sería el mecanismo. Lo que no veo, al menos en Europa, es una "toma del Palacio de Invierno". Eso, hoy por hoy, no entra dentro de mi imaginación.
"Más que una cuestión política, creo que es un fenómeno de psicología colectiva. Un temor al futuro, una sensación de debilidad en Europa"
P. Por cierto, ayer [lunes] tuvimos un atentado en Mannheim. Ha habido varios en los últimos tiempos. ¿Hay miedo en Alemania con los atentados, el terrorismo?
R. Sí, porque aquí os enteráis de los atentados con muertos. Pero de los ataques continuos, con cuchillos, en las estaciones, en los colegios, donde hay heridos pero no hay muertos, eso no trasciende fuera de las fronteras de Alemania. Y en algunos sitios vuelve a haber mucho miedo a salir de noche. Esto era impensable hace 10-15 años. Bueno, esto asusta y, efectivamente, la AfD aprovecha esto para proponer soluciones drásticas que se supone que acabarían con esta situación en cuestión de minutos. Y, bueno, la gente... el miedo es como es. El miedo induce a las conductas de supervivencia.
P. No sé cómo usted lo reflexiona esto viniendo del País Vasco, donde hubo terrorismo, hubo atentados, hubo miedo. Y eso lo cambia todo, ¿no?
R. Sí, porque el miedo no solo es una emoción individual. Cuando se instala colectivamente anula los principios de la convivencia y los fundamentos morales sobre los que se sustenta una sociedad. Es entonces cuando el pacto social se rompe. Vivimos juntos en una ciudad bajo ciertas reglas implícitas y explícitas. Aceptamos que debemos respetarnos unos a otros, que si el semáforo está en rojo, no cruzamos; que si queremos entrar a un museo, pagamos la entrada; que un taxista no trabaja gratis y también debe respetar las normas de tráfico. Todo esto parece obvio, pero es la base sobre la que funciona una sociedad organizada.
El problema es que cuando el miedo se impone, esas normas empiezan a desmoronarse. Lo prioritario deja de ser el respeto mutuo y pasa a ser la supervivencia, la seguridad personal, evitar cualquier amenaza. Y cuando la gente empieza a evitar ciertas zonas de la ciudad, a dejar de salir de noche o a temer que cualquier discusión pueda escalar hasta la violencia extrema, es señal de que el pacto social está fallando.
"El miedo colectivo anula los principios de la convivencia y los fundamentos que sustentan una sociedad. Ahí el pacto social se rompe"
P. ¿Ha fallado la política de inmigración de Alemania?
R. No, bueno, tampoco soy un especialista en el tema, pero soy emigrante, así que, de alguna manera, estoy puesto en la cuestión. Eso sí, yo no entré en Alemania de manera ilegal, sino que seguí los canales establecidos antes de que me admitieran como residente fijo. Tuve que demostrar quién era, identificarme. Incluso pasé por un reconocimiento médico bastante humillante: tuve que mostrar las plantas de los pies, y una señora de bata blanca me examinó la dentadura como si fuera un caballo. Pero, de algún modo, el mensaje era claro: si quiere vivir aquí, tiene que cumplir con estas normas. En mi caso, venía de una democracia y tenía una formación católica, así que no me resultó difícil integrarme, salvo por el idioma, que me puse a estudiar de inmediato porque estaba muy motivado. Creo que la inmigración debe gestionarse. Dinamarca, por ejemplo, con un gobierno de izquierda, ha optado por una política estricta: quien llegue debe identificarse, porque si no sabes quién es alguien, ¿cómo vas a ofrecerle vivienda, educación, trabajo? Eso sí, gestionar la inmigración no debería significar volverse inhumano. Pero como en todo en la vida, debe haber cierto orden. La persona que llega debería entender desde el primer momento que aquí se respeta a las mujeres, que hay democracia, que no se roba… Lo mínimo. En definitiva, enseñar en qué consiste el pacto social. Y una vez comprendido, adelante.
P. ¿Cómo pasará a la historia Scholz? Ya le llaman El breve… ¿Y Merz?
R. Scholz lo tenía difícil desde el principio. No gobernaba solo, sino con una coalición de tres partidos, y dos de ellos apenas se tragaban. Pasará a la historia como un hombre moderado, dialogante, quizás demasiado educado para la política de hoy. Un poco cobardica, pero con una sólida formación. En cuanto a Merz, es difícil decirlo. La imagen que tengo de él es de cuando intentó disputarle la cancillería a Merkel dentro del mismo partido. Pero Merkel, al final, era una especie de Scholz en femenino: pragmática, dialogante, capaz de asumir principios ajenos si con eso garantizaba estabilidad. ¡Si hasta era de izquierdas! Fue ella quien desmanteló la energía nuclear, una de las grandes reivindicaciones de Los Verdes, y en materia de inmigración también tomó decisiones… De hecho, esa rigidez ideológica de izquierda y derecha es algo muy español. En Alemania, sin una guerra civil, las mayorías absolutas son rarísimas. La derecha allí no es ideológica, sino más bien de economía: favorece al mercado y a la empresa frente a otros partidos que defienden una tributación más alta. Al final, más que de política, todo gira en torno a la gestión.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F350%2Fa02%2F44b%2F350a0244b62575c708ec97e4a7382d7b.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F350%2Fa02%2F44b%2F350a0244b62575c708ec97e4a7382d7b.jpg)
P. Usted escribía una columna en 'El País' y la dejó hace unos meses. Lo explicó aduciendo que todo va demasiado rápido...
R. Sí, ya lo expliqué en su momento. Pero, ¿creo que el mundo va demasiado deprisa como para poder decir algo con sentido? Para mí, sí. Ya lo dije sinceramente: me siento un poco desplazado. Ya no tengo ni el ánimo ni las piernas para correr detrás de la actualidad, de reaccionar con una opinión inmediata y ajustada al momento. Prefiero dedicar mis energías a otro tipo de actividades, desde las que también puedo ofrecer una visión del mundo y de mi época a quienes quieran leerme. Claro que eso me lleva a un tipo de escritura que exige otra cosa: calma, soledad. No tengo formación periodística, además. Y, para ser honesto, muchas de las cosas que ocurren hoy simplemente me dan igual. No nací ayer, y con el tiempo he aprendido a distinguir los excesos, las sobreactuaciones, las polémicas que se evaporan en cuestión de horas. A eso se suma que tengo un compromiso personal con la honestidad en la escritura. En la vida diaria, quizá pueda ser un gamberro, un canalla, lo que quieras. Pero no en la escritura. Y entre ese cansancio y esa necesidad de escribir con verdad, decidí dejar el columnismo. Eso sí, el periódico siempre se ha portado muy bien conmigo, y si en algún momento siento que tengo algo que decir, volveré a escribir. Pero de forma esporádica, ocasional, cuando realmente valga la pena.
A Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) le gusta ahondar en la cara más fea del ser humano. “Mis libros no son libros de autoayuda. Si alguien quiere alivio, una visión rosa de la vida, no soy el autor adecuado”, dice y es verdad. Ahí está su novela más conocida, la ya mítica Patria, pero también Los vencejos, El niño y sus libros de relatos, el formato literario con el que mejor se lo pasa. Lo ha vuelto a hacer con