'Paradise': Muchos son los llamados, pero muy pocos los enchufados por el gobierno
Gratificante mezcla de intriga en la Casa Blanca con la más disparatada ciencia ficción
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Llevarse bien con el gobierno siempre es aconsejable, da dinero, da trabajo, humilla un poco, pero al final tu salvación puede depender de ello. Algo parecido encontramos en Paradise (Disney+), la serie que nadie se ha preocupado de recomendarnos vivamente y que, por eso mismo, se cuenta entre las de visionado más gratificante de lo que llevamos de año. Les invito a ponerse el primer capítulo sin saber nada más de ella. Se trata de un episodio piloto que deja con la boca abierta.
Así lo hice yo pensando que entrábamos otra vez en la Casa Blanca (House of cards, El ala Oeste...), y que seguiríamos las desventuras de un presidente guapete y de su cohorte de musculados protectores. En realidad, va de eso. El jefe de seguridad del presidente (interpretado por el actor de raza negra Sterling K. Brown y llamado encantadoramente Xavier) se convierte en cómplice y amigo del hombre más poderoso de la Tierra, y comparte con él vida privada y desesperos. “Mi mujer me va a dejar en cuanto acabe mi mandato”, confiesa el presidente. Hay matrimonios que duran lo que dura el poder.
Llegado directamente de de la saga Sonic, James Marsden resulta ser finalmente un gran actor. Su trabajo como presidente borrachín y sobrepasado por los acontecimientos va ganando quilates según transitamos de un capítulo a otro. También nuestro interés brilla como hacía tiempo no sucedía, pues las series de televisión han vuelto a su lugar natural en nuestra rutina: algo que hacer para no fregar ya los platos.
La primera sorpresa llega pronto, entreverada con conversaciones llenas de tacos y mal gusto, quizá herencia del lenguaje soez de Succession. La cosa toma velocidad como en 24 horas: muchos sospechosos, pistas por todas partes, amén de flashbacks esenciales (no les cuento más). Esta es una serie donde el pasado se dosifica, y cada capítulo se cierra con una revelación y una canción bonita, versionada. “Así acaba otro día en el paraíso”, escuchamos, en voz femenina, el hit de Phil Collins.
Las series de televisión han vuelto a su lugar natural en nuestra rutina: algo que hacer para no fregar ya los platos
Paradise trata de la última (realmente la última) jugarreta que el poder absoluto nos tiene reservados a los ciudadanos de a pie. No crean que les importamos ni un poquito. En el capítulo 7 se concentra toda la impiedad y egoísmo de nuestra clase política, perfectamente preparada para salir indemne de cualquier catástrofe o epidemia o invasión alienígena. La serie es tan disparatada en su vertiente de ciencia ficción que no puede resultar más realista (los ejemplos anteriores son inventados a fin de preservar detalles cruciales de la trama).
Todos los actores clavan su papel, a lo que ayuda que apenas los hayamos visto nunca en otras series o películas. Julianne Nicholson (Yo, Tonya; Blonde) recupera para nuestro solaz el personaje femenino de la auténtica arpía. Yo creo que las actrices no quieren más papeles de mujeres mayores, como suele decirse (o sea, personajes femeninos de cincuenta o sesenta años); lo que de verdad quieren son más papeles de mala. Es el rol que al espectador le da más gusto contemplar, y asumo que a las actrices interpretar. Nicholson, bajo el nombre de Sinatra, no es la única mala malísima que aparece en la serie, de hecho.
En el capítulo 4, encontramos uno de esos momentos gélidos, despiadados, con los que guionistas como Vince Gilligan (Breaking Bad) no solían alegrar la semana. Ya les digo que me resulta incomprensible que nadie me haya recomendado esta serie y se la haya tenido que recomendar yo a todo el mundo.
Ya les digo que me resulta incomprensible que nadie me haya recomendado esta serie y se la haya tenido que recomendar yo a todo el mundo
Lleva un mes en Disney+, y la semana que viene sus fans disfrutaremos de un placer comunal quizá pasado de moda y no poco juvenil: ver el último capítulo como quien tiene una cita prometedora en un banco del Retiro. Venturosamente, la serie ya ha renovado para una segunda temporada.
Aunque algunos flashback familiares podrían haberse eliminado (las escenas tiernas de familias felices son siempre y sin excepción insoportables), la serie ha conseguido amartillar un mundo propio, una dinámica adictiva, esa crueldad en el relato que recordamos de Juego de Tronos, donde siempre puede morir quien menos te lo esperas. Hay que matar más, amigos guionistas. No poco de su éxito se debe al estilo, tanto a la sobriedad con la que visten a gente con poder y dinero como a las soluciones visuales en diversos momentos críticos. Aquí seguimos recordando Succession, esos grises y claroscuros predominantes, esa intemperie emocional, la envidiable elegancia que asiste a los que pueden prescindir de nosotros.
Llevarse bien con el gobierno siempre es aconsejable, da dinero, da trabajo, humilla un poco, pero al final tu salvación puede depender de ello. Algo parecido encontramos en Paradise (Disney+), la serie que nadie se ha preocupado de recomendarnos vivamente y que, por eso mismo, se cuenta entre las de visionado más gratificante de lo que llevamos de año. Les invito a ponerse el primer capítulo sin saber nada más de ella. Se trata de un episodio piloto que deja con la boca abierta.