Gene Hackman, un chico de pueblo que quería ser de Nueva York
Nunca fue un galán, aunque quería parecerse a Errol Flynn. Su padre le abandonó, pero su tío pagó las facturas. Ganó dos Oscar y su primera mujer, con la que compartió cuchitril en la Calle 26, le enseñó la ciudad
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El 10 de abril de 1972, Gene Hackman, ataviado de camisa azul y americana y pajarita negras, observaba la gala de los Oscar en el Dorothy Chandler Pavilion de Los Angeles como si estuviera mirando “a través de una gran cantidad de humo”. “Fue como un sueño, simplemente floté desde mi asiento”.
Tenía 42 años, conservaba buena parte de su pelo, y había conseguido un éxito notable gracias a su interpretación del duro policía Popeye Doyle en ‘The French Connection’, la película de William Friedkin que triunfaría aquella noche. Gene Hackman miraba cuanto acontecía en el escenario con una pose melancólica, como si fuera consciente de que aquel momento feliz se disolverá siguiendo las estrictas leyes de la existencia.
La ceremonia contó con presentadores como Sammy Davis Jr. o Jack Lemmon. Hackman disputaba el Oscar a mejor actor con titanes como Walther Mathau (Kotch), Peter Finch (Sunday Bloody Sunday) o George C Scott (Anatomía de un hospital). La risueña Lizza Minnelli, encargada de anunciar al ganador, contrastaba con los gestos de extrema seriedad de los nominados. Solo Walther Mathau sonreía con su bigotito. A Gene Hackman, en cambio, no le cambiaba el rictus la gracia natural de la italoamericana.
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Minneli soltó una carcajada de incontenible alegría cuando abrió el sobre y leyó el nombre del ganador: Gene Hackman. El discurso del actor duró un minuto, y en él no se acordó de los cachalotes del Pacífico, ni de la necesidad de financiar el cine con dinero público, ni de la desigualdad en el mundo. En sesenta segundos, sin perder el gesto de melancolía, Hackman dio las gracias a las personas que resumen una vida.
Hackman, "del montón, pero del montón bueno"
Porque Gene Hackman siempre fue un chico de pueblo que quería vivir en la ciudad. Se crio en Danville, Illinois, un municipio de 30.000 habitantes del Medio Oeste americano. Pese a sus papeles de tipo duro en ‘The French Connection’ o ‘Arde Misisipi’, Hackman siempre estuvo lleno de inseguridades. Era tan humano como cualquiera de nosotros.
Le gustaba James Cagney y sus papeles de gánster. Su forma de actuar le diferenciaba de los demás. También sentía admiración por Errol Flynn, aunque como él mismo reconoce sentía una gran decepción mirándose al espejo y viendo lo poco que se parecía al galán de Hollywood. Hackman era del “montón, pero del montón bueno”, como diría Emilio, el personaje de Fernando Tejero en ‘Aquí no hay quien viva’.
Los amantes del cine siempre queremos parecernos a alguien mejor de lo que somos. La adicción cinéfila nace de ese vacío que queremos llenar con historias que nos llevan lejos, por ejemplo, a Nueva York.
El piso con agua fría y sin ascensor
A esa ciudad viajó para estudiar en Pasadena Playhouse, una academia donde le formó George Morrison, actor formado en el Actors Studio de Lee Strasberg y defensor del Método. En aquella academia forjó una gran amistad con Dustin Hoffman. Morrison es la primera persona que menciona Hackman en su discurso de los Oscar de 1972: “Sentado al lado de Barbara Harris -futura esposa de Cary Grant- me acordaba de mi primera escena como actor en la vida. Fue en Nueva York y el caballero sentado frente a nosotros era mi profesor de interpretación y tengo que mencionar su nombre. George Morris, muchas gracias”.
La última persona a la que menciona es a su mujer, Faye Maltese, con la que llevaba casado 16 años. Se conocieron en 1955, en un baile de la Y.M.C.A (Young Men's Christian Association). Ella era una morena guapa que trabajaba como secretaria en un banco en el Rockefeller Center. Él, un proyecto de actor. Al principio vivían juntos en un piso sin agua caliente y sin ascensor en la Calle 26 con la Segunda Avenida. Después vendrían tres hijos y un divorcio, ya en 1986. Bonito resumen de la vida.
"Por último, quiero mencionar a una joven mujer que conocí en Nueva York hace ya muchos años. Miss Filipa Maltese, ella me trajo a la ciudad. Gracias".
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En su discurso, Hackman se acordó también de su compañero en la película, Roy Scheider, del productor Phil D’antoni, del actor Eddie Egan y del director, William Friedkin. Sobre este último dijo que gracias a él continuó en el rodaje tras haberlo querido abandonar en numerosas ocasiones. No se sentía capaz de interpretar al fiero Popeye Doyle.
Las dudas asaltarían a Hackman en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera. En ‘Superman’, donde interpretó al malvado Lex Luthor, creyó que había cavado su tumba artística: “Caminé por el set en Londres el primer día de rodaje y allí estaba Christopher Reeve con ese traje azul ceñido y una capa roja. Lo miré y pensé que realmente había cometido el acto definitivo y me había suicidado”.
El que paga las facturas
El 29 de marzo de 1993, Gene Hackman volvió a pisar el Dorothy Chandler Pavilion, como nominado a mejor actor secundario por su papel en ‘Sin perdón’, la oscarizada película de Clint Eastwood. En aquella ocasión, se batía con Jack Nicholson (Algunos hombres buenos) y Al Pacino (Glengarry Glen Ross), y ganó su segunda estatuilla.
Habían pasado 21 años. Hackman había perdido casi todo el pelo. Llevaba 7 años divorciado de la chica que lo llevó a la ciudad y dos casado con Betsy Arakawa, la pianista con la que ha aparecido muerto este jueves en su casa de Santa Fe. Empezó el discurso alegre, con risas, recordando al productor, a Clint, y a sus compañeros de reparto. Pero a medida que avanzaba, su rostro dejaba ver de nuevo esa melancolía del Medio Oeste americano. "Me gustaría dedicar mi premio a mi tío, Orin Hackman, que era alguien maravilloso. Muchas gracias".
De niño, Gene Hackman sufrió el abandono de su padre, editor de un periódico, cuando solo tenía 13 años. Su tío fue quien pagó las facturas y lo mantuvo desde entonces. Murió un día antes de que Hackman levantara su segundo Oscar.
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No es la única pérdida que padeció el actor. Su mejor amigo, el abogado Norman Garey, se suicidó en 1981 pegándose un tiro en la sien. Hackman no fue ese personaje de Raymond Chandler que pega sopapos a diestro y siniestro a lo Popeye Doyle. Fue un ser sensible, apasionado de la actuación, que quería vivir en la ciudad, porque la ciudad significaba progresar en la vida, tener una meta y una chica morena a la que cuidar, aunque fuera en un cuchitril con agua fría.
La vida es dura, bien lo sabía Gene Hackman, pero desde lo alto de un rascacielos en Nueva York el cielo parece al alcance de la mano. Y nuestros problemas un poco más diminutos, como taxis amarillos bordeando Central Park. Se ha ido un gran actor y un chico de pueblo que quería conocer la ciudad, como cualquiera de nosotros.
El 10 de abril de 1972, Gene Hackman, ataviado de camisa azul y americana y pajarita negras, observaba la gala de los Oscar en el Dorothy Chandler Pavilion de Los Angeles como si estuviera mirando “a través de una gran cantidad de humo”. “Fue como un sueño, simplemente floté desde mi asiento”.