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Si no te gustan tus hijos, no los tengas (pero no te creas mejor por tenerlos)
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Héctor G. Barnés

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Si no te gustan tus hijos, no los tengas (pero no te creas mejor por tenerlos)

Detecto un preocupante aumento de las quejas desabridas de padres y madres sobre sus propios hijos, a veces con ellos delante. Si tanto te molestan, habértelo pensado dos veces

Foto: El príncipe Rahim Al-Hussaini Aga Khan V besa a sus hijos en el funeral de su abuelo. (Reuters/Pedro Nunes)
El príncipe Rahim Al-Hussaini Aga Khan V besa a sus hijos en el funeral de su abuelo. (Reuters/Pedro Nunes)
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Me tomo un chupito cada vez que oigo a un padre o una madre quejarse de sus hijos, y últimamente paso el día borracho. ¿Desde cuándo hay manga ancha para expresar en voz alta lo molestos que son, lo cansados que están de ellos o lo mal que se portan? ¿Para decir que ojalá lo hubiesen pensado dos veces antes de tenerlos, incluso con ellos delante? ¿De las ganas que tienen de que vuelvan las clases para perderlos de vista por fin? ¿Qué está pasando para que proliferen los padres desencantados y bocazas?

De todas las cosas que tengo que agradecer a mis padres, una de ellas es que nunca se quejasen de mí. A la cara, seguro que no, y por la forma en que siempre me han tratado, siempre con orgullo y cariño, sospecho que tampoco lo hacían a mis espaldas. Nunca me he sentido una carga, como quizá sí se sientan los hijos de tantos amigos y conocidos que parecen no darse cuenta de los lamentos de sus padres, pero que estoy seguro de que se enteran de las cosas, aunque sea a ese nivel sutil y subliminal en que suelen hacerlo los niños y que solo estalla cuando son adultos. No es un fenómeno generalizado, claro, pero sí es creciente.

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Por una parte, sospecho que la coyuntura social actual es muy distinta a la de los sesenta, setenta, ochenta o noventa, y que los jóvenes no dejan de serlo cuando tienen un hijo. Tenemos la noción equivocada de que ser padre o madre te hace madurar de repente, pero no es verdad, y menos en un contexto en el que los cuarenta son los nuevos veinte y los treinta parecen la nueva adolescencia. Es decir, un contexto en el que las renuncias (de ocio, de posibilidades vitales) que supone tener un hijo resultan mucho más evidentes que en otro en el que la edad media a la que se tenían hijos era mucho más baja. De los 26 de mi año, 1985, a los 31,5 actuales.

La razón principal es obvia: ya no es tabú. Quejarse de los propios hijos es el nuevo quejarse de la parienta, buscando esa complicidad con otros padres. Como ahora somos hombres deconstruidos, hemos aceptado que eso de poner a parir a tu pareja está un poco feo. Así que ahora muchos centran sus quejas en sus bebés, que no tienen la misma capacidad organizativa que el feminismo. Quejarse de los propios hijos es un nuevo tipo de conversación de ascensor, como hablar del tiempo, del fútbol o de lo malo que es el Gobierno. Que ya no es un tabú lo muestran otro tipo de conversaciones que aún lo son. Imagínese a alguien diciendo "qué ganas de volver a mandar a papá a la residencia y descansar un poquito". Intolerable, ¿verdad?

La visión feminista y emancipadora ha dado lugar a otra machista y un poco despectiva

Creo que todo empezó hace unos años cuando empezó a cuestionarse el rol tradicional de la mujer. Páginas como Malas Madres o libros como Las abandonadoras (Destino) de Begoña Gómez Urzáiz, que está muy bien, cuestionaban el rol tradicional de la mujer como madre ejemplar, sacrificada y abnegada para la que cuestionarse ser otra cosa que la cuidadora de su hijo era fracasar como mujer. Una visión emancipadora y feminista que no pedía cuentas a sus hijos sino, más bien, a sus maridos y que, poco a poco, ha ido deslizándose hacia la revisión cuñada, masculinizada y despectiva del asunto. O el tío que un buen día cambia un pañal y necesita irse de vacaciones para reponerse del esfuerzo.

Pero quién puede arrepentirse de ser padre

No solo me resulta repugnante esa facilidad con la que algunos padres despachan a sus hijos, sino que también me molesta esa sensación implícita de que te están haciendo un favor por ser padre y que tú, que no lo eres, deberías agradecer el esfuerzo que están realizando por sacar adelante a quien te va a pagar las pensiones. Ellos se están comiendo un marrón mientras tú vives la buena vida sin problemas de sueño, apretones económicos o dependencias emocionales que no se acabarán hasta dentro de dos décadas.

placeholder Si no te gustan tus hijos, no les dejes la empresa. (HBO)
Si no te gustan tus hijos, no les dejes la empresa. (HBO)

Uno podría pensar que poca gente estaría dispuesta a admitir que preferiría no haber tenido hijos, pero en la práctica parece que no es así. Hay, al menos, un par de investigaciones, como la publicada en PLOS One que cifra en alrededor de un 10% el porcentaje de padres y madres que tienen dudas de serlo. La mayoría, lógicamente, lamenta haberlo hecho con prisas, sin que las circunstancias fuesen las apropiadas. Solo un pequeño porcentaje piensa que no debería haberlos tenido en absoluto: es inconfesable. Eso sí, todos se ponían de acuerdo en que los querían mucho.

Otras encuestas suelen rondar por cifras similares. El propio Club de las Malasmadres realizó en 2020 una, en la que alrededor un 12% de madres cuestionaban su decisión de serlo. En realidad, solo un 3% afirmaba que no volvería a serlo, el 9% restante se lo estaba pensando. El estudio daba algunas razones por las que esto ocurría: porque las madres habían sido discriminadas en el trabajo, porque habían sido expulsadas del mercado laboral o porque no habían podido conciliar su empleo con la maternidad. Sin embargo, no he encontrado ningún estudio o encuesta que les pregunte a ellos, a los tíos, si se arrepienten.

¿Quién te va a cambiar el pañal cuando seas viejo?

La misma coyuntura que contribuye a que las parejas se lo piensen cada vez más antes de tener un hijo es la misma que empuja a los padres primerizos a arrepentirse o, al menos, a exponer su desencanto. Un sabio compañero me comentaba hace poco que estaba harto de que las personas que no tenemos hijos presumamos de todas las cosas que podemos hacer por no tener ninguna carga familiar, pero no tengo la conciencia de haber dicho nada así jamás, y tampoco tengo la sensación de haberlo escuchado. Pero eso muestra que hay cierta envidia contenida en esa queja.

El discurso natalista ha vuelto con fuerza y no tener hijos empieza a ser sospechoso

Es irónico porque, al mismo tiempo, yo también tengo la sensación de que cada vez más se me reprocha mi egoísmo por no haber tenido hijos. Pero si me pongo a pensarlo de manera sosegada, creo, más bien, que ocurre como con tantas cosas hoy: que identificamos las manifestaciones más extremas y las elevamos a categoría, sobre todo si eso sirve para inventar un hombre de paja sobre el que proyectar todo nuestro odio.

Incluso a pesar de esas reservas, creo que no es discutible que, durante los últimos años, el discurso natalista ha vuelto con más fuerza. De China a Estados Unidos pasando por Hungría e Irán, desde Musk hasta Xi Jinping pasando por Viktor Orbán, a menudo unido al discurso antiimigración de que si nosotros no tenemos hijos seremos reemplazados por el invasor extranjero, pero que también ha dejado cierta huella en el centro y la izquierda en forma de ese utilitarismo tan zafio de “a ver quién te va a cuidar cuando seas viejo”. Y no se me ocurre peor forma de defender la paternidad que ver a tus hijos como un recurso.

Aquí se mezclan dos cosas. Por un lado, el declive de ese liberalismo moral ligado con la modernización de la sociedad que derivaba en que cada cual podía hacer lo que considerase con su vida siempre y cuando no dañase a los demás, cada vez más en entredicho en un mundo en el que la observancia moral es cada vez más común; y por otro, un cinismo que es muy propio del signo de los tiempos y por el cual está permitido quejarnos de la carga que supone la paternidad, porque parece muy moderno (no lo es).

placeholder El padre Xi os saluda. (Reuters/Tingshu Wang)
El padre Xi os saluda. (Reuters/Tingshu Wang)

Yo entiendo que a veces lo único que nos queda es la queja como forma de alivio, especialmente si esta sirve para buscar la comprensión de otros padres, que son los únicos que te pueden entender en ese preciso momento. Que todos necesitamos comprensión, y que con frecuencia no hay mejor manera que encontrarla que a través del lamento sobre experiencias compartidas. Solo conmino a hacerlo con un poco más de tacto, porque yo sé que todos ustedes son buenos padres, aman a sus hijos, y no querría empezar a pensar que les tienen un poco de tirria. Y menos, que ellos empezasen a sospecharlo, que no van a dar abasto los psicólogos del futuro.

Me tomo un chupito cada vez que oigo a un padre o una madre quejarse de sus hijos, y últimamente paso el día borracho. ¿Desde cuándo hay manga ancha para expresar en voz alta lo molestos que son, lo cansados que están de ellos o lo mal que se portan? ¿Para decir que ojalá lo hubiesen pensado dos veces antes de tenerlos, incluso con ellos delante? ¿De las ganas que tienen de que vuelvan las clases para perderlos de vista por fin? ¿Qué está pasando para que proliferen los padres desencantados y bocazas?

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