'Historia de una escalera': los vecinos a los que pedíamos la sal ya no existen
Lo que le ocurre al montaje es que está muy encuadrado en la época de los años cuarenta: triste e inmovilista. Es como si le faltara que hubieran abierto un poco las ventanas para airearlo. Eso sí, ya no quedan entradas
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F2a0%2F6a1%2F558%2F2a06a155813ee7a16c6f34acda75d0c7.jpg)
Ya no hay entradas para ver Historia de una escalera y eso que sus funciones en el Teatro Español terminan el 30 de marzo. La obra de Antonio Buero Vallejo estrenada por primera vez en este teatro en 1949, que ha tenido también otros montajes a lo largo de las décadas, y que ahora ha regresado de la mano de la directora Helena Pimenta, ha vuelto a reunir, como hiciera entonces, a todo el público madrileño. Entiéndase este también como todos los colegios de la región -el dramaturgo supongo que sigue en los manuales escolares- y el mundo del jubilado (que es muy del teatro). Al menos eso es lo que yo vi. Y cuando finalizó la obra muchísimos rompieron a aplaudir. Y una huele ya cómo son los distintos públicos y sus aplausos.
Porque el montaje está bien, el texto está bien, pero en 2025… es un poco naftalinoso. Abre el telón y tenemos una estupenda escenografía con la famosa escalera y las distintas puertas del rellano -un gran trabajo de José Tomé y Marcos Carazo-. Salen todos los personajes (vecinos) a lo largo de la historia que se desarrollará en tres momentos: 1919, 1929 y 1949 (sin embargo, aunque hay algún cambio de vestuario y los personajes envejecen no vamos a ver demasiadas transformaciones causadas por el contexto social, como nos anuncia el programa de la obra). Todos cantan -sí está bien esa idea de introducir momentos “alegres” en una obra en la que pesa mucho el drama- y después todos a su casa.
Y ahí es cuando todo empieza. Y lo que tenemos es una presentación de personajes e intercambio de pareceres con un toque costumbrista -ay, qué cara está la luz- donde posiblemente lo que más llama la atención -y gusta- es que es una corrala de vecinos como las de antes, como las de los abuelos, como las que muchas personas ya no han conocido jamás. Vecinos que cuchichean chismes los unos de los otros, vecinos que se piden la sal, vecinos que saben todo lo que pasa en la puerta de al lado, vecinos que se enamoran de la vecinita o el vecinito que vive puerta con puerta. En definitiva, ese vecindario en el que se ayudaban unos a otros pero en el que no existía privacidad ninguna y que se convertía en un círculo muy limitado y, en ocasiones, un poco carcelario. Supongo que de esto hay cosas que echamos de menos. Otras espero que no tanto, pero ya sabemos que cierta nostalgia “antigua” está muy de moda.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F446%2Fee6%2Fb20%2F446ee6b20d8da6a8cc7a94f8f8aad165.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F446%2Fee6%2Fb20%2F446ee6b20d8da6a8cc7a94f8f8aad165.jpg)
Por supuesto, la obra de Buero Vallejo tiene mucho más que esta pincelada costumbrista. El dramaturgo escribió esta obra con 33 años -ganó el prestigioso Lope de Vega- después de combatir en la guerra civil del lado republicano y pasar siete años en la cárcel -llegó a conocer Miguel Hernández- y lo que pretendía era hablar de la tragedia del ser humano que no es otra que el determinismo social, la imposibilidad muchas veces de salir del círculo en el que has nacido. De meritocracia, nada. Si habías nacido en una corrala pobre, ahí te quedabas para siempre pese a tus sueños de ser ingeniero.
Lo que pasa es que la mirada del dramaturgo es triste e inmovilista. Nunca ofrece salida ni hay esperanza. Hay dos personajes principales que quieren escapar de esa vida paupérrima, Fernando (David Luque) y Urbano (Agus Ruíz) -los dos actores, correctos- y para ello creen en dos tipos de caminos: uno de ellos, el del sindicalismo, la unión de los trabajadores; el otro, el del trabajo autónomo, montar una propia empresa, enfangarse y tirar para adelante. Hoy en día ambas visiones (ideologías) se ven muy claras. Buero Vallejo ofrece su veredicto: ninguna triunfará. Hay que pensar también que es un texto de 1949. La obra, además, se estrenó en pleno franquismo (dictadura) y acababa de pasar la posguerra. No es difícil entender a Buero Vallejo en esa tesitura (más aún después de estar en la cárcel), pero hoy tenemos perspectiva, tenemos democracia y ha habido triunfos de los trabajadores y libertad de empresa. Las dos visiones conviven, las dos votan. Y las dos, sí, también pueden fracasar.
Buero Vallejo pretendía hablar de la tragedia del ser humano que no es otra que la imposibilidad de salir del círculo en el que has nacido
Es cierto que se puede observar que hoy sigue siendo muy difícil salir del agujero en el que uno ha nacido. Que eso del ascensor social no funciona, que era también lo que criticaba Buero Vallejo, que las esperanzas mueren prácticamente en el felpudo de nuestra casa. Y sí se hace dura esa mirada sombría… porque te quita todas las razones para la lucha, porque te deprime.
Pero lo que le ocurre al montaje y donde creo que es falla es en que está muy encuadrado en la época. Es como si le faltara que hubieran abierto un poco las ventanas para airearlo. No parece una propuesta actualizada (y eso tampoco quiere decir que los personajes tengan que ir con un vestuario de hoy en día) cuando hay tantas personas -por ejemplo, los inmigrantes- que precisamente hoy sí que sufren este determinismo de las estructuras sociales.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fc9d%2F250%2Fb1a%2Fc9d250b1a5112377d02c8ebece887ad0.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fc9d%2F250%2Fb1a%2Fc9d250b1a5112377d02c8ebece887ad0.jpg)
Pasa también con el tema de las mujeres. Buero Vallejo tenía, sin duda, una mirada feminista para su época: las quería libres y las muestra encadenadas por novios que no cumplen lo prometido -mucho soñador con ínfulas y luego vaguería pura-, por tarambanas que llegan por la mañana de fiesta (y te pegan un bofetón si les contradices) o por tener que cuidar a sus padres echando toda su vida a perder. No hay esperanza tampoco para estas mujeres. Pero claro, cuando el dramaturgo escribió esto no había ocurrido la revolución feminista, ni había llegado la píldora ni mil cosas más. Y sí, todo esto existe, pero hay otras herramientas y, por suerte, otras formas de pensar.
No obstante, se puede disfrutar de algunas interpretaciones como la de Puchi Lagarde como Paca o la de Juana Cordero como Generosa, que tienen algunos de los diálogos más “simpáticos” en este dramón social. Y se agradecen algunas sonrisas y leves carcajadas en medio de la oscuridad.
También se agradece que se reponga teatro español del siglo XX. Hay un montón de obras que llevan décadas sin subirse a las tablas y son textos estupendos, pero siempre les viene bien que se les dé un cierto revolcón. Si no, nos queda todo un poco anticuado. Como esos vecinos que nos pedían la sal, nos contaban sus miserias y que ya no existen.
Ya no hay entradas para ver Historia de una escalera y eso que sus funciones en el Teatro Español terminan el 30 de marzo. La obra de Antonio Buero Vallejo estrenada por primera vez en este teatro en 1949, que ha tenido también otros montajes a lo largo de las décadas, y que ahora ha regresado de la mano de la directora Helena Pimenta, ha vuelto a reunir, como hiciera entonces, a todo el público madrileño. Entiéndase este también como todos los colegios de la región -el dramaturgo supongo que sigue en los manuales escolares- y el mundo del jubilado (que es muy del teatro). Al menos eso es lo que yo vi. Y cuando finalizó la obra muchísimos rompieron a aplaudir. Y una huele ya cómo son los distintos públicos y sus aplausos.