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Mi colega astrofísico también ve La Isla de las Tentaciones
Estas críticas brutales al programa de 'La Isla de las Tentaciones', otra santa vez, huelen a ese mismo tufillo paternalista con el que critican todo aquello que les guste a los jóvenes
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Todos los fines de semana, como una ola tiesa que se desploma sobre un espigón para luego volverse a levantar, es el fin de Occidente. Occidente es plástico, como el cráneo de un niño recién nacido, y se deforma según las predicciones de sus finos guardeses, quienes advierten cada veinte minutos del nuevo meteorito que lo destruirá. Esta semana, el nuevo Tánatos destinado a acabar con todo es La Isla de las Tentaciones.
El programa, original de Cuarzo y emitido en Telecinco, ha acaparado parte de la conversación mediática tras la brutal viralización de una de sus caras más reconocibles, la del ya archiconocido Montoya, quien ha protagonizado decenas de campañas publicitarias nacionales y extranjeras tras esa carrera del galgo que se pegó por la playa en busca de su novia.
La miga de toda esta panna cotta es que el programa, por su estructura y temática, es una trampa de ratones perfecta para que todos los titanes de la moral que defienden la decencia pública desde tribunas en periódicos y cuentas en Twitter chetadas se arranquen sus cuatro pelos al advertir de la supuesta subnormalización del público televisivo; al rondar la narrativa de la fidelidad, cómo no, se rasgan las vestiduras por la caída de la familia tradicional frente al amor líquido –nunca les preguntéis a vuestros abuelos dónde perdieron la virginidad– y alertan del presunto proceso de idiotización que toda una generación, la joven, parece que sufre al consumir este tipo de programas. La misma idiotización que sufrimos, según ellos, al escuchar Bad Bunny, ver vídeos de Lola Lolita o viajar a Milán con una compañía lowcost. Qué gente tan aburrida y predecible son estos guardeses de Occidente, en verdad.
MONTOYA POR FAVOR pic.twitter.com/GB25cwVibM
— Telecinco (@telecincoes) February 7, 2025
Ahora en serio, me parece brutal la seguridad que tienen al definir como imbéciles a los casi millón y medio de espectadores que junta cada noche el programa, que si bien no es la hostia, sí entretiene de lo lindo – y a mí no me gusta especialmente, cosa que tampoco me hace más listo que sus fans –. Parece que consumir telebasura, y creo que estamos todos de acuerdo en qué es telebasura, te convierte automáticamente en humanobasura; parece que tu asceta obligación vital, como si fueras un Santo Tomás de Arroyomolinos inspirándote para escribir la segunda parte de Suma Teológica – me gustó más la peli–, es pasarte todo el día concentrado y analizando la vida con ojo clínico. Todos tenemos derecho a tirarnos en el sofá y ver la primera mierda que emitan por la tele sin sentimiento de culpa alguno, da igual que seamos ninis haraganes o reputados astrofísicos. No perdemos coeficiente intelectual por ver a cuatro canis haciendo el guarro en una piscina.
Todos tenemos derecho a tirarnos en el sofá y ver la primera mierda que emitan por la tele sin sentimiento de culpa alguno
Estas críticas brutales al programa, otra santa vez, huelen a ese mismo tufillo paternalista con el que critican todo aquello que les guste a los jóvenes. La Isla de las Tentaciones es mierda ideotizante porque es cultura de la carne y del entretenimiento barato, pero Crónicas Marcianas, ese late night del que recuerdan con nostalgia las humillaciones públicas a personas con evidentes carencias cognitivas y las tetas en primer plano de la stripper Susana Reche, es historia de la televisión que, maldita sea la generación de cristal, ya no se podría repetir.
El morbo televisado no ha muerto, solo se ha transformado. Y justo de uno de los pocos programas destinados al público joven, que también es el más escaso, es el que levanta todas las críticas sesudas y los alarmantes hilos de Twitter. ¿No decimos nada de MasterChef, ese espanto calvinista y hereje donde tres señores condescendientes buscan destrozar en prime time a gente que disfruta de cocinar? ¿Tampoco de las eternísimas reposiciones de La que se avecina, una serie que ha pasado de sátira social a ejemplo de conducta para más de uno, de dos y de tres? No, no decimos nada. Ahí están. Tendrán público imbécil, por supuesto, pero estoy convencido de que la mayoría de sus espectadores son personas completamente funcionales que buscan echarse un rato de entretenimiento o risas al acabar el día. Como los de La Isla de las Tentaciones.
Sé que gusta mucho elucubrar con el fin de Occidente y de la inteligencia colectiva, pero si esto llega algún día, desde luego que no será por un programa de entretenimiento destinado al público joven. Y si es así, pues mira: que nos hubieran puesto desde críos audiolibros del Ulises de Joyce y no los dibujitos de la puta Pepa Pig. Además, ahora está muy de moda decir que los jóvenes somos analfabetos disfuncionales y moldeables, pero, solo lo recuerdo, el tramo con mayor población lectora es el que se encuentra entre los 14 y 24 años. Quizá acabemos el día bicheando el Ulises después de ver La Isla, vaya.
Todos los fines de semana, como una ola tiesa que se desploma sobre un espigón para luego volverse a levantar, es el fin de Occidente. Occidente es plástico, como el cráneo de un niño recién nacido, y se deforma según las predicciones de sus finos guardeses, quienes advierten cada veinte minutos del nuevo meteorito que lo destruirá. Esta semana, el nuevo Tánatos destinado a acabar con todo es La Isla de las Tentaciones.