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Caso Rubiales: Directivos de fútbol vs feministas, el musical
Así es como la realidad se adapta al disparate cuando el ordenamiento jurídico está en manos de gente con nociones del Derecho que recuerdan más a TikTok que a los tochos Norberto Bobbio
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El juicio a Luis Rubiales por agresión sexual y coacciones ha sido una industria de los prodigios. Debería haberse celebrado en Broadway o los Teatros de la Gran Vía. Hemos visto a un juez malhumorado, a una fiscal que hacía más preguntas impertinentes que María Patiño y a un montón de testigos que hablaban como si estuvieran leyendo a cámara el cartel que sostiene un checheno con kalashnikov.
El juicio era un puro teatro, musical incluso, no solo por la absurda excusa del pico para poner a trabajar once sesiones maratonianas a una administración de justicia saturada, sino porque se enfrentaban dos pesos pesados de la manipulación social: exdirigentes de la corrupta Federación del Opio del Pueblo versus jugadoras cooptadas por el feminismo institucional. Un auténtico choque de titanes.
Lo que el fútbol femenino no tiene de espectáculo deportivo se le añade a base de culebrón politiquero. Si se habló más del pico que de los partidos no fue porque Rubiales sea un anormal o porque Hermoso sea muy frágil, sino porque al público le gusta el melodrama. Hicieron un documental en Netflix que se llamaba Campeonas y tenía el tono de un film sobre las supervivientes de la trata de blancas.
Siempre me he preguntado si lo que le afectó a Hermoso fue el pico o el escándalo que fabricaron los políticos y los medios. Si tú vives una situación trivial y embarazosa y de pronto está comentándolo en tono de liberación de Auschwitz toda la máquina, te acaban de poner en una situación en la que o lloras y das las campanadas con Ramón García o acabas de entrenadora de alevines en Santander.
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No he creído ni creeré que Jenni Hermoso sea la víctima de una agresión sexual, y esto es independiente de lo que diga la sentencia, porque he leído la ley del "sí es sí" y conozco el paño de quienes la escribieron. Lo que está claro para mí es que agarró este papel porque le interesaba a mucha gente hacer caer a Luis Rubiales. Y aunque tenían motivos sobrados para decapitarlo, sabían que vivimos en una sociedad tan puritana como para que el sexo prime sobre la corrupción.
Partiendo de la base de que esa agresión sexual es una ficción teatralizada, era fantástico ver estos días a tertulianos y tertulianas tomando partido por el delito o la inocencia como si discutieran el arbitraje de un derbi Betis Sevilla. No era raro, porque todo esto sucede en un tablero mediático que habla del sexo con el peón de la prensa deportiva y la torre de la prensa rosa enrocados en torno a la ideología.
La parte de las coacciones es mucho más interesante. Tengo claro que la Federación trató de presionar a Hermoso para que se bajara del carro. Pero tengo igualmente claro que otras organizaciones la presionaron para que subiera. Si de coacciones hablamos, me encantaría que Irene Montero o el sindicato Futpro dijeran algo.
"Nos dicen que no hay tanta diferencia entre ese gesto de chabacana euforia y el resultado de encerrar a una chica con una manada"
En fin. Ni con todas las togas severas y los titulares dramáticos puedo tomarme en serio este espectáculo. Lo que nos están diciendo es que no hay tanta diferencia entre ese gesto de chabacana euforia y el resultado de encerrar a una chica con una manada de violadores en los baños de un centro comercial de Badalona. Se habla de estrés postraumático, de shock, de terapia y de lloros, y es lo que pone en el guion del musical, que lo mismo podría mencionar faldas demasiado cortas.
En general, se obligaba al público a fingir que no ha visto a Jenni Hermoso y las futbolistas de cachondeo. O que lo que pasó en el podio tuvo una relación directa con la lascivia de un calvo y el dolor de millones de mujeres desde el origen de los tiempos. Pero no hay más que levantarse y decir: oigan, que no.
No nos enfrentamos así a hechos, sino a interpretaciones. Y en concreto, dado que los hechos no importan, las interpretaciones son más bien delirios colectivos. Sólo de esta forma, Luis Rubiales podría recibir efectivamente una condena por agresión sexual, e Íñigo Errejón otra, y así es como la realidad se adapta al disparate cuando el ordenamiento jurídico está en manos de gente con nociones del Derecho que recuerdan más a TikTok que a los tochos Norberto Bobbio.
En el teatro, detrás del espectáculo, siempre hay mucho movimiento en las bambalinas. Y aquí se movió en todo momento el Ministerio de Igualdad, la Moncloa y un tropel de directivos cuya honradez se cifra en supercopas en Arabia. A toda esa gente las agresiones sexuales y las víctimas le importan tanto como el fútbol.
El juicio a Luis Rubiales por agresión sexual y coacciones ha sido una industria de los prodigios. Debería haberse celebrado en Broadway o los Teatros de la Gran Vía. Hemos visto a un juez malhumorado, a una fiscal que hacía más preguntas impertinentes que María Patiño y a un montón de testigos que hablaban como si estuvieran leyendo a cámara el cartel que sostiene un checheno con kalashnikov.