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'La vida breve': la historia (soez) de Luis I, el rey más 'corto' de España
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SERIE DE LA SEMANA

'La vida breve': la historia (soez) de Luis I, el rey más 'corto' de España

Javier Gutiérrez es Felipe V y Carlos Scholz es Luis I en esta ficción histórica gamberra creada por Cristóbal Garrido ('Fariña') y Adolfo Valor ('Reyes de la noche')

Foto: Carlos Scholz es Luis I en la serie 'La vida breve'. (Movistar)
Carlos Scholz es Luis I en la serie 'La vida breve'. (Movistar)

En La muerte de Luis XIV, de Albert Serra, la película plantea un momento en el que un grupo de cortesanos visitan el lecho del Rey Sol y aplauden su depuradísima técnica para ponerse y quitarse un sombrero, como si de una proeza divina se tratara. En El contrato del dibujante, Peter Greenaway nos regala un plano de unas bacinillas (probablemente llenas de orín) escondidas debajo de unas escaleras mientras, en una sala suntuosa, la aristocracia, ataviada con pompa y pelucas, departe y relata anécdotas soeces. Porque, salvo en el caso de Kim Jong Il, que según la historiografía oficial de la República Democrática -ja- de Corea nació sin ano, a monarcas, nobles y plebe nos igualan las posaderas. La democracia empieza en la rabadilla. Cuando al rito se le desnuda de solemnidad sólo queda alguien haciendo el payaso, cuando al trasero se le quita el calzón de seda, sólo queda la carne. Ya sean reyes, vasallos o animales, todos sucumbimos a los bajos instintos. Y, algunos más que otros, sobre todo cuando impera la endogamia, todos tenemos nuestras taritas.

Tarado estaba Felipe V, el rey medio francés medio español que tuvo el infortunio de, una vez abdicado, volver al trono tras la muerte de su hijo Luis I, El Breve, cuyo reinado duró exactamente 229 días. Es decir, siete meses, el rey más corto -mejor dicho, más efímero- de la historia de España. Tronada también estaba, según afirmaban las crónicas de la época, la mujer de Luis, Luisa Isabel de Orleans, que acostumbraba a limpiar desnuda las ventanas de Palacio y que tenía a los sirvientes acongojados por sus extravagancias y escatologías. Tuvo que ser divertido el siglo XVIII dentro de la corte madrileña, con un imperio en decadencia, los cotilleos desbocados y las intrigas políticas desatadas, todo ello especiado con una dosis de locura. Desde España, además, se gestaba un contubernio para hacerse con el trono de Francia, que mantenía caliente el regente Felipe II de Orleans para desesperación de la ambiciosa Isabel de Farnesio, mujer de Felipe V, que soñaba con abandonar el pozo infecto que consideraba España y regresar a Versalles, la civilización y las sedas.

Y es en este contexto donde tiene lugar La vida breve, de Cristóbal Garrido y Adolfo Valor (Reyes de la noche), la primera serie de Movistar+ del año -se acaba de estrenar este jueves-, una mirada descarada, irreverente y contemporánea al reinado de Luis I, con extra de mala leche y una reflexión final sobre la utilidad -o inutilidad, más bien- de la Monarquía. Y aquí seguimos, casi trescientos años después, con las coronas y los toisones de oro -por cierto, el que lleva el rey actual, Felipe VI, arrancado por Carlos III del cadáver momificado de su padre- y con las pinturas de cámara -hoy fotografías- y la ley divina que justifica el anacronismo de un linaje privilegiado elegido por el mismísimo Dios.

placeholder Carlos Scholz es Luis I, El Breve. (Movistar )
Carlos Scholz es Luis I, El Breve. (Movistar )

La vida breve, sobre todo en sus últimos compases -son seis capítulos de poco más de media hora-, es una serie política, pero sobre todo es una comedia que bascula entre la sofisticación de una ficción de época maravillosamente documentada y el humor pedestre, indecente y entrepernil. Porque muchos de los personajes de esta serie sólo piensan en consumar sus deseos más primarios. Pero también se deja llevar por el absurdo y posthumor, esa comedia que no busca la carcajada abierta. Recuerda lejanamente en su inusualidad cómica a esa joya infravalorada que es Justo antes de Cristo, la serie -también de Movistar+ de Pepón Montero y Juan Maidagán que seguía las desventuras de, soldado romano Justo -interpretado por Julián López- en la Iberia conquistada.

En La vida breve, aunque el teórico protagonista es el Luis I de Carlos Scholz, la gran estrella es Felipe V (Javier Gutiérrez), un rey asqueado de vivir en el Alcázar de Madrid -una cutrez demodé frente al lujo versallesco- rodeado de españoles maledicentes y austeros que no aprecian las virtudes de una buena crema chantilly. La vida breve comienza con ese conato de abdicación que ni los cardenales ni los duques ni la reina Isabel de Farnesio (regia Leonor Watling) quieren aceptar: el reinado es un designio vitalicio y hay que convencer al monarca de que no puede abandonar.

placeholder Carlos González es Farinelli. (Movistar)
Carlos González es Farinelli. (Movistar)

Su hijo Luis debe contraer matrimonio con Luisa Isabel de Orleans (Alicia Armenteros), medio primos ellos -como todos los Borbones de la época-, el “despojo” díscolo que mandaron desde Francia para burlarse de los españoles, pero a quién la serie regala un retrato más acorde con los tiempos modernos: sin conocerse, se casaron muy jóvenes -con 12 años ella, con 15 él-, y la pobre Luisa Isabel, a quien hoy -dicen- hubiesen diagnosticado como un trastorno límite de la personalidad, no quiso o no pudo amoldarse a la rigidez castiza, aquella de misa y luto. Despreocupados sus padres -el regente Felipe- de su educación desde la infancia, Luisa Isabel creció asalvajada y pasó una vida corta y también breve -murió con 32 años- repudiada por todos, incluso su marido. Pero, como estamos ante una comedia, La vida breve ha preferido convertirla en una punki.

La serie la propone como una rebelde con ideas tan subversivas como que todos los hombres deberían ser iguales ante Dios y ante el Estado, y éste último proveer a todos sus súbditos de un techo bajo el que vivir dignamente, ¿les suena? Porque la serie aprovecha a plantear muchos de los debates sociales de entonces desde la perspectiva actual, y al revés, porque al final el ser humano no necesita más que techo, comida, salud y libertad.

placeholder Marta Hazas en un momento de 'La vida breve'. (Movistar )
Marta Hazas en un momento de 'La vida breve'. (Movistar )

Se imagina la serie aquellos primeros encuentros sexuales entre ambos, concertados para procrear, con un Luis con la hormona mordaz incapaz de saber cómo se consuma el acto sexual, porque en esta corte beata, ¿quién se lo iba a explicar? Y Luis, como su padre, sólo tiene en la cabeza el mojar el churro, como se dice vulgarmente, lo que en aquella época de peste, tuberculosis y viruela era algo así como jugar a la ruleta rusa. Los picores púbicos también se le despiertan a Luisa Isabel, pero de una forma que la corte se niega a aprobar. Trescientos años después, tampoco hemos avanzado tanto.

Rodada en los espacios exquisitos de la Granja de San Ildefonso, La vida breve también juega en los códigos del realismo mágico, con momentos en los que los que la fantasía -ya que tenemos varios personajes al borde de la locura hay que aprovecharlo-, y con una cohorte de personajes históricos secundarios que dan todavía más color a esta melange rococó: desde Farinelli (Carlos Rodríguez), el castrato más famoso de la historia, o Louis de Rouvroy, duque de Saint-Simon (Bastien Ughetto), embajador de Francia en España. A destacar el maravilloso personaje del compañero de caza del rey Luis, un judío que debe ocultar su fe y que, continuamente, está al borde de denunciarse.

placeholder Javier Gutiérrez y Leonor Watling son Felipe V e Isabel de Farnesio en 'La vida breve'. (Movistar )
Javier Gutiérrez y Leonor Watling son Felipe V e Isabel de Farnesio en 'La vida breve'. (Movistar )

Acostumbrados en España a las ficciones históricas de corte dramático y telenovelesco, se agradece la apuesta también díscola de Garrido y Valor, una comedia ilustrada y escatológica, porque el epítome de la sofisticación es cuando, habiéndola conocido, uno se decide a subvertirla. Y si no que se lo digan al gran Francisco de Quevedo, que tanto firmó El buscón (1626) como Gracias y desgracias del ojo del culo. Porque, recuerden, la democracia empieza en la rabadilla y los chistes de culos son los mejores.

En La muerte de Luis XIV, de Albert Serra, la película plantea un momento en el que un grupo de cortesanos visitan el lecho del Rey Sol y aplauden su depuradísima técnica para ponerse y quitarse un sombrero, como si de una proeza divina se tratara. En El contrato del dibujante, Peter Greenaway nos regala un plano de unas bacinillas (probablemente llenas de orín) escondidas debajo de unas escaleras mientras, en una sala suntuosa, la aristocracia, ataviada con pompa y pelucas, departe y relata anécdotas soeces. Porque, salvo en el caso de Kim Jong Il, que según la historiografía oficial de la República Democrática -ja- de Corea nació sin ano, a monarcas, nobles y plebe nos igualan las posaderas. La democracia empieza en la rabadilla. Cuando al rito se le desnuda de solemnidad sólo queda alguien haciendo el payaso, cuando al trasero se le quita el calzón de seda, sólo queda la carne. Ya sean reyes, vasallos o animales, todos sucumbimos a los bajos instintos. Y, algunos más que otros, sobre todo cuando impera la endogamia, todos tenemos nuestras taritas.

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