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Albert Boadella: "Sánchez tiene un yo patológico y Feijóo carece de carisma"
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Entrevista

Albert Boadella: "Sánchez tiene un yo patológico y Feijóo carece de carisma"

El dramaturgo y director teatral estrena en los Teatros del Canal 'Ella', un drama lírico con María Rey-Joly sobre una mujer que sufre una violación. Una grata conversación con él sobre la obra, las agresiones, España, Cataluña y el mundo

Foto: El dramaturgo y director teatral Albert Boadella. (EFE Juanjo Martín)
El dramaturgo y director teatral Albert Boadella. (EFE Juanjo Martín)

Con Albert Boadella se puede hablar de todo y le encanta hablar de todo. Por supuesto, de teatro, ya que este 26 de febrero estrena en los Teatros del Canal -su querido teatro público que dirigió durante ocho años- Ella, una obra lírica protagonizada por María Rey-Joly sobre una mujer que sufre una violación. Tema peliagudo y actual que el dramaturgo reconoce que “está muy tocado por la ideología woke”. Ellos lo han querido abordar desde la recuperación, desde el cuidarse a una misma y salir de ese hoyo traumático y de profundo dolor.

Obviamente el asunto da pie para otras muchas más cosas. Juicios actuales como los de Luis Rubiales e Íñigo Errejón… Y de ahí la situación política en Cataluña, en España y en el mundo. Boadella, que tiene a sus adoradores (y detractores, que también lo sabe) es un hombre interesado por su tiempo y con el que se disfruta del placer de la conversación (y de las opiniones). Aquí lo hemos hecho largo y tendido por teléfono (él desde la masía catalana en la que vive: su "territorio comanche").

PREGUNTA: ¿Cómo surge la idea de abordar la historia de una violación y, sobre todo, el proceso de recuperación de esta mujer? ¿Cómo afronta un tema tan delicado?

RESPUESTA: Son cuestiones de gran peso, sin duda. Más que centrarme únicamente en la violación, quería abordar algo más amplio. Quería, como dice María, tratarlo a través de un tipo específico de canciones del siglo XX con compositores que han explorado estas emociones. No es necesario mostrarlo todo de forma explícita… Si un manifiesto puede conmover a toda una comunidad, es porque el tema es profundo y complejo. Pero claro, es un tema que está muy tocado y me suponía…

placeholder Albert Boadella junto al equipo artístico de 'Ella'. (Teatros del Canal)
Albert Boadella junto al equipo artístico de 'Ella'. (Teatros del Canal)

P: ¿Tocado ideológicamente?

R: Sí, sí. Tocado de forma woke, diríamos. Por eso yo quería hacer algo propio, algo nuestro. Pensé: voy a tratar de reflejar algo que he conocido bien en todas las mujeres con las que he tenido contacto a lo largo de tantos años, empezando por mi propia esposa, con quien llevo 50 años, y mi hija. Y es esa capacidad de recuperación que tiene la mujer, una fortaleza inherente al género femenino, algo que los hombres quizá no tenemos en la misma medida. Nosotros, en situaciones extremas, solemos quedarnos más deshechos.

A partir de ahí, reflexioné sobre un fenómeno que ocurre con frecuencia cuando alguien sufre un accidente grave o se enfrenta a la muerte de cerca: en pocos segundos, la vida entera pasa ante sus ojos. Pero, ¿qué imágenes aparecen? A veces, incluso pensamientos absurdos. Lo sé por experiencia propia. En un accidente gravísimo que tuve, en el momento en que vi venir el camión, mi mente recorrió toda mi vida en cuestión de instantes, pero también pensé en algo tan trivial como si había dejado el grifo abierto o si las tuberías se congelarían con el frío. Es un mecanismo fascinante. Y así es como lo abordo. Desde el primer instante, a través del canto, ella comienza a recuperar su vida, su ánimo, su orden. Todo ha quedado deshecho, como si un terremoto hubiera arrasado su mundo. Pero, poco a poco, recompone cada pieza, vuelve a poner los libros en su sitio, reconstruye su espacio, su existencia. Es, en cierta forma, una manera de tramitar el dolor, de enfrentarlo y, quizás, de desafiar incluso a Dios.

P: ¿Una forma de desvictimizar?

R: No se trata simplemente de ser una víctima. Sí, evidentemente, hay una circunstancia traumática, como puede ser un accidente, un choque. Pero lo realmente importante no es solo el hecho de haber sufrido, sino la lucha por no quedar atrapado en el papel de víctima. En el fondo, se trata de una batalla. Una lucha por recuperar lo que se ha perdido, por reconstruir, por restituir todo aquello que ha sido arrebatado.

P: Habitualmente no se pone el acento en la recuperación, sino en la agresión.

R: Es complicado. Hacer una obra sobre esto es un reto muy difícil. Sobre todo, quería evitar caer en eso. Hoy en día, basta con coger el móvil y, en cuestión de segundos, la información ya está ahí. Pero no, no se trata de eso. No significa que no haya que denunciar, claro, pero estamos en otro universo. La música, en ese sentido, me da herramientas increíbles porque su tiempo no es lineal, es flexible, indefinido. Y eso abre un abanico de posibilidades para contar la historia de otra manera.

placeholder María Rey-Joli en el escenario interpretando 'Ella'. (Teatros del Canal)
María Rey-Joli en el escenario interpretando 'Ella'. (Teatros del Canal)

P: Casualmente la obra va a coincidir con varios juicios en los que se dirime sobre agresiones sexuales (ya que ahora la ley castiga así determinados comportamientos). Uno de ellos es el caso de Luis Rubiales. Quería preguntarle, ¿cómo ve usted este tema? No sé si, en su opinión, lo que ocurrió fue una agresión o no.

R: Para mí, es un imbécil. Simplemente, una persona sin control, alguien que cree que puede hacer lo que le venga en gana. Ahora bien, de ahí a llevar el asunto a juicio en los términos en los que se está haciendo… me parece un exceso. Hay algo en todo esto que no funciona del todo. Quiero decir, una cosa es la repulsa pública, la condena social, incluso una multa como parte de la reacción ante lo sucedido. Pero llevarlo a juicio, judicializarlo de esta manera, me parece aún peor, incluso para la propia víctima. No creo que con este proceso se haya ganado nada. Al contrario, da la sensación de que nadie obtiene realmente un beneficio de esto. Con todo el dualismo y la polarización nacional que estamos viendo, creo sinceramente que el asunto se ha llevado a un extremo innecesario.

"Rubiales es un imbécil, pero llevarlo a juicio me parece aún peor, incluso para la propia víctima. No creo que se haya ganado nada"

P: Hay quienes dicen que este juicio puede tener un efecto ejemplarizante para que en el futuro otras personas no actúen de la misma manera.

R: Todos sabemos que eso no es del todo cierto. ¿Realmente esto va a evitar que alguien más lo haga? No lo sé. No entiendo muy bien cuál es el objetivo real de todo esto. ¿Se busca una reacción? ¿Se persigue la ejemplaridad? Porque, si de centralidad mediática hablamos, ya la tuvo con todo el escándalo que se generó. Con eso fue más que suficiente. Hubo una oleada de comentarios y opiniones sobre el tema, mucha gente se pronunció, y para mí, sinceramente, fue el gesto de un cretino. Nada más. Pero ahora hemos pasado al otro extremo. Creo que, al final, este tipo de procesos terminan perjudicando más a la propia víctima que a nadie.

P: Otro juicio que también estará en boga cuando se estrene su obra es el de Errejón…

R: Hay cosas que tienen un trasfondo muy cultural, y otras que, sinceramente, son historias bastante cutres. En este caso, hay un componente muy cutre. Creo que aquí entramos en la vida privada del individuo, y la pregunta es: ¿qué se espera descubrir? ¿Qué aporta realmente? No veo nada especial en ello. Además, no comparto del todo lo que mencionaste antes sobre la ejemplaridad. No creo que estos juicios sirvan para eso. Claro que hay cosas que no están bien, pero tampoco me parece suficiente como para llegar a este punto. Este caso, además, no es lo mismo que una violación. Hay una enorme diferencia entre un acto de violencia extrema, como una agresión con un cuchillo en el cuello, o violaciones que incluso se dan en el ámbito de la pareja, que es otra realidad que también existe. Pero aquí no estamos hablando de lo mismo. Son cuestiones distintas que deben analizarse con matices.

Además, hoy en día, con la sobreexposición mediática, los daños pueden ser enormes, incluso para la persona que se considera víctima. Es un boomerang tremendo. De repente, la sociedad te observa y duda: "¿Dijo la verdad o mintió?" Es una situación complicada. Personalmente, jamás le aconsejaría a una mujer, si la situación es privada, que la exponga públicamente en un juicio. Aunque, por supuesto, es totalmente válido hacerlo si lo considera necesario. Ahora bien, yo, que tengo un punto vengativo, sé que hay maneras más ingeniosas de enfrentarse a ciertas cosas… Hay distintas formas de abordar un problema, algunas más creativas que otras.

P: Le preguntaba también por Errejón porque, como usted ha tratado en el teatro a determinados personajes públicos, este es un personaje particularmente contradictorio.

R: Sí, es un perfil que teatralmente se puede aprovechar mucho. Además, esto suele pasar con ciertas personas. Es decir, hay quienes adoptan una postura determinada y terminan consumidos por ella. Es curioso cómo, muchas veces, los que van pregonando ciertas ideas con un aire puritano son los primeros en caer en contradicciones. No sé, pero casi nunca me fío de ese tipo de figuras. Y si no me fío… por algo será.

"Errejón es un perfil que teatralmente se puede aprovechar. Hay quienes adoptan una postura determinada y terminan consumidos por ella"

P: Usted vivió la censura en la época del franquismo. Ahora acaba de sufrirla la actriz Karla Sofía Gascón por unos tuits antiguos. ¿Cree que la cancelación actual se puede comparar con aquella censura?

R: Hay una diferencia importante: en aquel entonces, todo el mundo sabía que la censura existía. No exagero cuando digo que en los años 70 y 80 todo el mundo sabía lo que iba a pasar: sabíamos que ciertas obras se prohibirían, que habría consecuencias. La situación era clara. Había un régimen que eliminaba cualquier posibilidad de crítica si esta no encajaba dentro de su estructura de pensamiento. La gente lo entendía perfectamente. Si una noticia aparecía en los medios o si una obra de teatro llegaba a los escenarios, era porque había pasado la censura. Y por eso, la sociedad había aprendido a leer entre líneas.

Hoy en día, la censura ha tomado otros caminos. Ya no es una cuestión de un régimen imponiendo prohibiciones directas, pero sigue existiendo ese impulso de controlar, de cortar discursos. Es un reflejo de un instinto inquisitorial que no ha desaparecido, sino que ha cambiado de forma.

No me refiero solo al poder del Estado. También entran en juego poderes económicos y otros sectores de influencia. Y lo que vemos es que, además de los tabús tradicionales, han surgido muchos otros nuevos. Hay temas que cada vez son más intocables, y cualquier cosa puede ser motivo de cancelación. Lo preocupante es que ya no estamos hablando de juicios legales, sino de juicios morales, que es lo que ha ocurrido con este caso. Y esa lógica inquisitorial puede destruir la vida de una persona o su carrera sin necesidad de pruebas ni procesos justos que es lo que estamos viendo ahora. Lo más alarmante es que esto no se está frenando, sino que va en aumento y se usa en todos los ámbitos. En este sentido, me atrevería a decir que casi prefería la censura de antes. Al menos entonces sabíamos a qué nos enfrentábamos y cómo esquivarla. Ahora, la cancelación opera de una forma más difusa, más impredecible, y eso lo hace aún más peligroso.

P: ¿Prefería la censura de Franco?

R: Por lo menos, la autocensura en esa época era clara. Yo sabía exactamente de qué no podía hablar y, si me pasaba de la raya, me caía un castigo, como me sucedió en alguna ocasión, que hasta acabé en la cárcel. Pero, en cierto modo, era un juego más limpio.

"Prefiero la censura de Franco a la cancelación de ahora. Yo sabía de qué no podía hablar y, si me pasaba de la raya, me caía un castigo"

P: ¿Usted ha sido cancelado en esta época? ¿Alguna de sus obras ha sido cancelada?

R: Sí, tuve una cancelación muy extraña. Tengo una obra que escribí, casi como un divertimento, que fue programada en los Teatros del Canal de Madrid. Era una obra muy divertida que, además, incluía arias de ópera. La historia giraba en torno a un director de orquesta que preparaba una gala con dos cantantes: una muy feminista y la otra completamente despreocupada. Y el director, al final, resultaba ser un oportunista. La obra funcionaba muy bien, era ágil, ingeniosa y con mucho humor. Pero, supongo que precisamente por eso -por hacer bromas sobre ciertos temas que ahora parecen intocables- se consideró que había cruzado la línea.

El resultado fue que solo estuvo en cartel en los Teatros del Canal, con un lleno absoluto, pero nadie más la contrató. Diría que es una de las obras más divertidas y mejor estructuradas que he escrito, y sin embargo, nadie ha querido programarla. Y lo más curioso es que todavía no he cobrado por ella. Esto demuestra que la censura, en el mundo del teatro, no la imponen necesariamente las leyes, sino los programadores. Y esos programadores, en la mayoría de los casos, dependen de estructuras públicas, donde el concejal de Cultura—ya sea del Ayuntamiento, de la Comunidad o de cualquier otra institución—tiene una influencia directa en lo que se programa o no.

En el mundo del teatro, la intervención política se manifiesta de dos maneras: a través de la corrupción ("te doy aquí, pero aquí no te doy nada") y a través de la programación ideológica. Es decir, no solo se trata de seleccionar obras por su calidad, sino por cómo encajan en la línea ideológica del responsable de turno.

P: Eso es lo que sucedió cuando Vox llegó a algunas alcaldías y comunidades y se vetaron ciertas obras de teatro.

R: Sí, sí, bueno, es que estos lo hacen con más descaro y más desfachatez. Pero del otro lado, lo hacen con guante blanco, sin que se note demasiado. Es una forma de control más sutil. Yo lo que creo es que el gran problema del teatro hoy en día es que el espectador no paga el precio real de la entrada. Si el público asumiera el costo real del teatro, seríamos completamente libres. Sin embargo, lo que ocurre es que hay un intermediario: el ente público, que subvenciona, interviene y decide qué se programa. Esto puede ser muy cómodo y práctico, pero también tiene consecuencias. En muchos casos, el teatro podría sostenerse sin subvenciones, pero hemos entrado en una dinámica en la que la cultura depende del Estado. Y ahí es donde aparecen los límites y, por supuesto, la censura.

"La censura en el mundo del teatro la imponen los programadores. Y esos programadores dependen de estructuras públicas"

P: Sigue viviendo en Cataluña, ¿verdad?

R: Sí, sigo viviendo aquí. Ahora mismo te hablo desde una masía preciosa… aunque, bueno, yo la llamo "territorio comanche". O, mejor dicho, "Walking Dead".

P: ¿Ve Cataluña ahora un poco más pacificada con la llegada de Salvador Illa?

R: Bueno, eso es mucho decir… Diríamos que el nacionalismo está atravesando un periodo depresivo. El fracaso del procés en octubre dejó secuelas evidentes, y eso ha afectado a todo el movimiento. Quiero decir, no hace tanto que en esta misma casa tuve vecinos que me tiraban bolsas de basura en el jardín, que me cortaban la valla de cipreses… Ahora eso parece haber terminado. Incluso algunos vecinos han vuelto a saludarme.

Pero hay que entender que el sentimiento nacionalista sigue ahí, aunque haya cambiado de forma. Y en paralelo, existe otra Cataluña, una Cataluña mayoritaria, silenciosa, que no entra en el juego político. El problema es que esa Cataluña, la que no está atrapada en el relato independentista, tampoco está representada en la cultura ni en el debate público. La realidad es que el 95% de la producción cultural catalana sigue estando dominada por el independentismo.

P: ¿Las decisiones del actual gobierno -como la amnistía o el diálogo con Puigdemont- han merecido la pena para alcanzar esta sensación de mayor tranquilidad y pacificación en Cataluña?

R: Volvemos a lo que mencioné antes: ¿cómo puede ser que un hombre reclamado por la justicia, acusado de hechos graves, sea quien dicte las reglas sobre cómo deben hacerse las cosas en nuestro país? Para mí, esto es un ejemplo nefasto. No sé si ha contribuido realmente a la pacificación; creo que no. Pero, más allá de eso, el problema es el precedente que se está sentando. Desde el punto de vista del Estado, esto es una estrategia peligrosa. Si seguimos por este camino, muchos españoles pueden empezar a pensar que la independencia de Cataluña no solo es posible, sino que está más cerca de lo que parece. Creo que este no es el camino correcto y espero que las cosas cambien.

"Si seguimos por este camino muchos españoles pueden empezar a pensar que la independencia de Cataluña está más cerca de lo que parece"

P: ¿Cuál sería la alternativa si no se pacta? Parece que la otra opción sería tensar aún más la cuerda…

R: En un Estado verdaderamente democrático -que tampoco es exactamente nuestro caso, porque nuestra tradición democrática es relativamente corta- debería haber más opciones. El problema es que en España todavía falta una cultura de ciudadanía más profunda. No basta con votar, ser ciudadano implica mucho más. Dicho esto, creo que la mejor salida es un pacto entre los partidos importantes. Un pacto social real. Lo que hoy llamamos "derecha" en España es, en muchos aspectos, una versión suavizada de la socialdemocracia. Y la izquierda, en algunos casos, sigue anclada en ciertas dinámicas que se acercan más al comunismo que a una democracia moderna. La única solución viable es un gran acuerdo nacional entre los principales partidos para abordar las cuestiones que afectan directamente a los límites del Estado. Sin ese consenso, la inestabilidad seguirá.

P: Pues no parece que ni Sánchez ni Feijóo vayan a llegar a ese gran pacto.

R: No, no lo creo. No porque sean incapaces en sí mismos, sino porque ahora mismo ya no hay un diálogo posible. Creo que en España estamos viviendo una degradación democrática importante. Se han cruzado líneas rojas que nunca deberían haberse cruzado. Y aunque hubiera un cambio de gobierno, la situación no mejoraría fácilmente, porque el precedente ya está ahí. Es como si, una vez roto un límite, el siguiente gobierno se sintiera legitimado para continuar en la misma línea o incluso ir más allá. Veo una profunda pérdida del sentido democrático. Y lo más preocupante es el cuestionamiento constante del Poder Judicial. No se puede erosionar la confianza en la justicia sin consecuencias. Si debilitamos algo tan esencial como la independencia judicial, el sistema entero se resiente. Y cuando desde el propio gobierno se desacredita la justicia con total impunidad, el problema no es solo político, sino estructural. Vuelvo a lo que antes decías de la ejemplaridad. A partir de ahí, ¿qué queda? Sin una justicia fuerte y respetada, la ejemplaridad desaparece.

"La única solución viable es un acuerdo nacional entre los partidos para abordar las cuestiones que afectan a los límites del Estado"

P: ¿Qué opinión le merecen Sánchez y Feijóo?

R: Son dos casos muy distintos, pero ambos presentan características preocupantes. En el caso de Sánchez, diría que su perfil es casi patológico. Es alguien que solo piensa en sí mismo, sin el más mínimo rastro de lo que podríamos llamar lealtad o compromiso con algo más allá de su propia figura. Parece que su única satisfacción es seguir siendo él mismo, mantenerse en el poder a toda costa. Feijóo, por otro lado, me parece un líder con poco carisma y, sobre todo, con una gran indecisión. Es un hombre que no transmite seguridad, que da la impresión de no tener claro hasta dónde quiere llegar o qué camino seguir. Así que estamos en una situación muy complicada. En un momento en el que el país necesitaría liderazgo firme y claridad, nos encontramos con dos figuras que, por razones distintas, generan más dudas que certezas.

P: Ahí tiene un par de hombres fuertes: Trump y Milei.

R: Creo que esto es una consecuencia directa de la degradación política y social. Cuando ciertas estructuras se deterioran hasta el punto de volverse insostenibles, la reacción suele ser extrema. Es un reflejo del malestar general. Y esto no ocurre solo en Estados Unidos o en Argentina; lo estamos viendo también en España, en Francia y en muchos otros países. La gente busca líderes que sean contundentes, que ofrezcan respuestas simples y directas en un mundo que se ha vuelto cada vez más complejo y burocrático. El problema es que el ciudadano medio se siente agotado por este sistema. Piensa en el día a día: te levantas por la mañana y, en menos de media hora, ya has leído o escuchado sobre nuevas normativas, restricciones, leyes… Es una locura la cantidad de límites que se imponen constantemente, a veces en cuestiones absurdas. Y eso, precisamente, es lo que ha hecho saltar por los aires a ciertos sectores en países como Estados Unidos. No podemos olvidar que el gobierno estadounidense tiene alrededor de 400 agencias y organismos. Es un aparato mastodóntico, y ese tipo de estructuras generan, tarde o temprano, una reacción en contra.

placeholder El director de Els Joglars Albert Boadella (i) y el actor Ramón Fontseré (d) en la presentación de su anterior obra 'El Rey que se fue'. (EFE/Javier Belver)
El director de Els Joglars Albert Boadella (i) y el actor Ramón Fontseré (d) en la presentación de su anterior obra 'El Rey que se fue'. (EFE/Javier Belver)

P: Pero en EEUU la economía iba bien…

R: Bueno, la economía siempre acaba marcando quién tiene el poder, eso está claro. Pero más allá de eso, hay algo fundamental: hay que tomarle el pulso constantemente al ciudadano. Si no se hace, el descontento puede derivar en situaciones extremas. No hay que olvidar que en Alemania, en los años 30, la gente terminó entregando el poder a un loco, un genocida.

P: ¿Y cuál cree que es la receta para que algo así no vuelva a suceder?

R: Es muy difícil encontrar una solución clara, un plan infalible. Por supuesto, el voto es fundamental, pero no lo es todo. No es una garantía absoluta de que las cosas funcionen bien. Lo que realmente falta es una conciencia clara de lo que significa ser ciudadano: cuáles son sus derechos, pero también sus deberes y responsabilidades. Hoy en día, hay una carencia enorme de tejido cívico, de asociaciones, de personas que se unan para luchar por causas comunes. En lugar de eso, se ha instalado la idea de que el Estado debe resolverlo todo. "Papá Estado" se convierte en el responsable absoluto de cualquier problema, y eso es peligroso. Porque cuando el Estado se infiltra en todos los aspectos de la vida, hasta el punto de ocupar espacios que antes pertenecían a la sociedad civil, lo que se genera es una dependencia que, lejos de solucionar problemas, los agrava. Y ese es el verdadero riesgo.

"El Gobierno de EEUU tiene alrededor de 400 organismos. Es un aparato mastodóntico y esto genera una reacción en contra"

P: Usted dirigió los Teatros del Canal, un teatro público… Le colocó allí el Gobierno de Esperanza Aguirre.

R: Los recuerdo como años fantásticos. Fueron tiempos maravillosos, sobre todo por el equipo con el que tuve la suerte de trabajar. Al principio pensé que estaría allí solo dos o tres años y luego me marcharía, pero al final me quedé casi ocho años. Ocho años en los que disfruté muchísimo del trabajo y del ambiente que conseguimos crear.

P: ¿Se sintió libre en aquel momento?

R: Muchísimo. Jamás nadie me impuso nada ni me dijo lo que tenía que hacer. Y eso es algo que realmente debo destacar. Es curioso, pero nunca tuve ni una sola reticencia ni censura. También tengo que decir -y quizá esto juegue en contra de mi propio gremio- que nunca nadie me presentó una obra que me pusiera en la tesitura de tener que dimitir. Nunca llegó a mis manos un proyecto tan explosivo que me hiciera pensar que la administración podría reaccionar de manera adversa. En ese sentido, tampoco me enfrenté a conflictos directos con la comunidad. Tal vez porque en muchas escuelas ya no se hace un teatro realmente provocador, sino un teatro más simple, más acomodado. Pero, en cualquier caso, mi experiencia fue muy positiva y nunca tuve problemas en ese aspecto.

Con Albert Boadella se puede hablar de todo y le encanta hablar de todo. Por supuesto, de teatro, ya que este 26 de febrero estrena en los Teatros del Canal -su querido teatro público que dirigió durante ocho años- Ella, una obra lírica protagonizada por María Rey-Joly sobre una mujer que sufre una violación. Tema peliagudo y actual que el dramaturgo reconoce que “está muy tocado por la ideología woke”. Ellos lo han querido abordar desde la recuperación, desde el cuidarse a una misma y salir de ese hoyo traumático y de profundo dolor.

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