Proteger al imperio: la guerra comercial contra el mundo antes de Trump
La decisión del estadounidense de imponer aranceles recuerda al mercantilismo y al origen del proteccionismo en el Imperio Español, con las teorías de los arbitristas castellanos y la guerra comercial de 1625
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F0d2%2F416%2F7fb%2F0d24167fbfe8fe77edac036c804afbe9.jpg)
En 1625, en los comienzos de la mayor crisis de la Monarquía Hispánica, el veterano embajador de los países del Norte, Diego Sarmiento, conde de Gondomar, escribía al Conde Duque de Olivares camino de Bruselas: "Se va todo al fondo". La guerra de los Treinta Años y la reactivación de los 80 con las provincias holandesas rebeldes, se había completado con una contienda económica y comercial pura y dura, sin medir consecuencias, que empujaban al abismo a la Monarquía Hispánica. Había que proteger un imperio en horas bajas: bloqueo de puertos, embargos de bienes a súbditos ingleses, franceses, holandeses... y las consiguientes represalias cruzadas entre los reinos. Todo para ahogar la economía de los rivales en un juego de suma cero, en el que supuestamente todo lo que perdía el contrario se ganaba para la propia causa.
En su parada en Irún y en lo que sería su última misión en las Islas Británicas, el achacoso y enfermo Gondomar, que contaba con una amplia experiencia en asuntos internacionales, alertaba al joven ministro de Felipe IV del declive general en el que se había sumido el imperio y el Conde Duque, Gaspar de Guzmán, lejos de la euforia con el que se le ha tendido a retratar le contestaba pesimista: "No entiendo ni presumo que sea otro el estado presente ni que se haya mejorado anda (...) hallándose ahora con todos sus reinos y señoríos invadidos de los enemigos o amenazados por sus armas". El valido de Felipe IV afrontaba el envite en todos los frentes con "la estoica determinación de proseguir en la lucha hasta perecer engullido por la catástrofe final", según las anotaciones que hizo el hispanista John H. Elliott sobre las cartas del valido en Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares, escrita junto a José F. de la Peña.
Olivares había establecido una guerra, a pesar de su cautela militar inicial, alentado por la idea de excluir del comercio del imperio a sus enemigos. En el caso de los holandeses, por ejemplo, los planes consistían en bloquear los puertos del norte en el Báltico, tanto para impedir el flujo marítimo mercantil, como para su comercio fluvial con centroeuropa. Medidas que corrían a la par del debate sobre la economía del reino y las dudas sobre su bonanza, que habían supurado por las costuras del reino en los primeros años en el trono de Felipe IV. ¿Se podía mantener un sistema comercial como el de la Carrera de Indias en el cual se entregaba plata a cambio de manufacturas sin una economía productiva? Se disponía del monopolio de los metales y la moneda, pero ¿equivalía eso a la riqueza?
Donald Trump ha retrocedido ahora cuatro siglos, hasta el desbarajuste español de principios del XVII
Por increíble que parezca Donald Trump ha retrocedido ahora cuatro siglos, hasta el desbarajuste español de principios del XVII, desafiando los paralelismos históricos más audaces, al esgrimir una guerra comercial de un carácter mercantilista acusado, de cuya patente intelectual es propiedad el lejano Imperio Español. La diferencia radica en que los arbitristas castellanos como Sancho-Moncada o del siglo XVII, que abogaron por el cierre del comercio para incentivar sus propias manufacturas, para proteger políticamente al estado, y a un mercado que ni siquiera podía considerarse entonces interno, lo hicieron con un criterio de racionalidad económica dadas las circunstancias, no como la actual deriva del presidente de EEUU, que ha sorprendido al mundo.
Para más Inri, un siglo después, el economista escocés Adam Smith en su imperecedero
Las sucesivas bancarrotas en los reinados de Felipe III y Felipe IV debido al coste de las guerras tenían su origen en gran medida en la despiadada lucha por el dominio del incipiente comercio mundial, que se había formado de hecho gracias a la Monarquía Hispánica y a la plata de América. Pero en ese momento, en 1625, el modelo económico basado en el monopolio de la Carrera de Indias y el Galeón de Manila comenzado el siglo anterior, se estaba agotando debido a la progresiva internacionalización de la economía, la proliferación de nuevos productos y rutas comerciales, con la consiguiente rivalidad en los mares y puertos por el control del comercio mundial de materias primas, especias, sedas. etc.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ff15%2F02d%2Fa06%2Ff1502da06df1d77bf2f17a16b5f79bb5.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ff15%2F02d%2Fa06%2Ff1502da06df1d77bf2f17a16b5f79bb5.jpg)
Algunos de los llamados 'arbitristas' en Castilla habían comenzado a criticar su conveniencia porque ya entonces advirtieron con acierto, según el experto Ángel Alloza Aparicio, "de los peligros que resultaban de una balanza comercial negativa, como la que registraba Castilla, que necesariamente se saldaba con la saca de oro y plata del reino, además de provocar la invasión de mercaderes extranjeros", indica en El sistema aduanero de la corona de Castilla, 1550-1700. Se impuso entonces lo que vino a denominarse mercantilismo, que consistía en líneas generales en una serie de medidas proteccionistas, reguladoras e intervencionistas por parte de la corona destinadas a convertir el comercio exterior en un instrumento al servicio de los intereses del estado que incluían los objetivos políticos económicos y militares por encima del individuo.
Antes de la crisis iniciada en 1625, el más destacado de los arbitristas, Sancho Moncada (1580-1638), clérigo y economista de la escuela de Salamanca, había publicado en 1618, Restauración Política de España, que coincidía, no casualmente, con la consulta que había pedido Felipe IV al Consejo de Castilla sobre los males del reino, que se había entregado el 6 de junio de ese año. Moncada exponía en líneas generales que el comercio había pasado a manos extranjeras y que esto suponía "la raíz de todos los problemas económicos a los que se enfrentaba, no sólo la corona, sino también los súbditos" y como solución proponía "prohibir la exportación de las materias primas, para que sean trabajadas por los propios españoles y también la importación de productos manufacturados, para forzar al consumo del producto nacional", –lo señala el catedrático Enrique Ujaldón en Arbitrismo y mercantilismo en la España de Saavedra Fajardo, Res Publica (2008)–.
Al responsabilizar a los súbditos extranjeros de la progresiva penuria de la economía castellana, el teórico planteaba gravar sus productos
Al responsabilizar a los súbditos extranjeros de la progresiva penuria de la economía castellana, el teórico planteaba, por supuesto, gravar sus productos y hasta sus propias rentas. En la base de toda la problemática se hallaba el hecho de que se percibía que con el monopolio de los metales y de la plata de América como medio de pago mundial, el imperio había entregado la manufactura –empezando por los productos de China que llegaban vía Manila– y el comercio, a sus rivales, como lo eran ya Francia, Holanda e Inglaterra perdiendo progresivamente su prevalencia en el dominio mundial.
En ese contexto, los arbitristas oponían el hecho de que frente a la supuesta superioridad del comercio español y su capacidad para ahogar a las economías rivales, lo cierto es que las políticas mercantilistas –según la definición de Adam Smith– eran débiles y escasamente protectoras y que "la invasión progresiva de mercaderes extranjeros en el comercio exterior español les permitió controlar el destino y financiación de los intercambios, hacerse con el mercado de fletes y seguros, y extender finalmente el uso de sus propias flotas en vez de las españolas", señala Ángel Alloza en Guerra económica y comercio europeo en España, 1624-1674. Las grandes represalias y la lucha contra el contrabando.
Para combatir a sus rivales, el Conde Duque de Olivares crea en ese mismo 1625, la Junta del Almirantazgo, institución que dispone de una flota contra sus enemigos ingleses, franceses y holandeses: "Una estrategia encaminada a impedir todo comercio enemigo", según Ángel Alloza Aparicio, y a la que habría que sumar el corso, para intentar erradicar además el contrabando. Sin embargo, el bloqueo comercial que se impone entonces tiene una inmediata contrapartida, como es el desabastecimiento de ciertos bienes: en San Sebastián, por ejemplo, el decomiso de los navíos con trigo deja sin pan a la ciudad y en Bilbao se pide permiso para obtener productos de mar de Francia, así como de brea, alquitrán, mástiles y jarcia para la construcción naval, que paradójicamente sufre especialmente con el bloqueo; al fin ese juego de suma cero no se produce y todos pierden de alguna forma.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fe1d%2F02c%2F5e4%2Fe1d02c5e40cd69caefbd53771b9c4fc3.jpg)
Con el fin de remediar la situación se crean de hecho unas "Licencias Especiales", que permitían a los mismos enemigos comerciar con la Monarquía Hispánica con ciertos productos. Así, el Consejo de Estado permitió introducir mercancías como textiles, pescado, trigo y pertrechos navales a los propios contrabandistas que perseguía a cambio de un pago significativo que proporcionaban ingresos a la Real Hacienda para proseguir de hecho con el bloqueo, mientras paliaba el desabastecimiento.
A pesar de las dificultades la guerra comercial, los bloqueos, y los embargos se siguieron practicando en el periodo que va de 1625 a 1640, con el recrudecimiento de la guerra con Francia en 1635 y hasta el fin de las hostilidades también con Holanda en 1648 a partir de la crucial Paz de Westfalia. ¿Por qué si las medidas de guerra económica que se adoptaron en el transcurso de todos aquellos años fueron ineficaces, e incluso contraproducentes para la economía española? Según Alloza, la guerra económica iniciada entonces logró de hecho sus cometido ya que más que eliminar el contrabando lo controló al tiempo que cumplió el objetivo principal para el que se tomaron que fue el impedimento del comercio de ingleses, franceses y holandeses con la Monarquía Hispánica. Otra cuestión fueron las consecuencias negativas para la economía española del XVII.
Estas consecuencias eran hasta cierto punto inevitables. El propio Conde Duque de Olivares impidió el comercio con Holanda, pero porque perjudicaba a la corona. Es decir, el diagnóstico de los mercantilistas como Sancho Moncada era en gran medida correcto, según los estudios más modernos, aunque las soluciones proteccionistas tuvieran un impacto limitado. Cuando un siglo después, Adam Smith planteaba su teoría del libre comercio, fundamentada en gran parte sobre la idea negativa de las medidas del imperio español, se olvidaba, según el catedrático Jose M. Fradera, que "los imperios del comercio (Por Gran Bretaña, Holanda o Francia) crecieron en los márgenes de la gran ballena blanca española, para emanciparse en un segundo momento gracias a nuevos factores, entre los que la esclavitud era una pieza esencial".
En 1625, en los comienzos de la mayor crisis de la Monarquía Hispánica, el veterano embajador de los países del Norte, Diego Sarmiento, conde de Gondomar, escribía al Conde Duque de Olivares camino de Bruselas: "Se va todo al fondo". La guerra de los Treinta Años y la reactivación de los 80 con las provincias holandesas rebeldes, se había completado con una contienda económica y comercial pura y dura, sin medir consecuencias, que empujaban al abismo a la Monarquía Hispánica. Había que proteger un imperio en horas bajas: bloqueo de puertos, embargos de bienes a súbditos ingleses, franceses, holandeses... y las consiguientes represalias cruzadas entre los reinos. Todo para ahogar la economía de los rivales en un juego de suma cero, en el que supuestamente todo lo que perdía el contrario se ganaba para la propia causa.