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¿Y si habéis puesto a Karla Sofía Gascón en peligro, empáticos?
¿Y si se suicida? ¿No estaría bien preguntarle cómo lo lleva? ¿No merece una palabra de consuelo de quien ha dirigido su trabajo, por más asquerosos que le parezcan sus tuits?
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No sé si se han enterado en Hollywood de que hace unos días dictó sentencia el inquisidor mayor del reino de España, Bob Pop, y de que mandó a Karla Sofía Gascón a la hoguera purificadora. No se puede ser trans y tener pensamientos impuros, esto me ha quedado claro. Todo ese proceso tan heroico de cambiar de sexo se torna despreciable si el trans no compra todo el paquete ideológico. Las vidas trans importan, mientras el trans sea dócil y repita las monsergas de Bob Pop. Espero que nuestros embajadores hayan transmitido a la Academia la decisión irrevocable de nuestro obispo de la Iglesia Diversa, aunque tengo la certeza de que allí hay obispos todavía más estrictos.
Está claro que Karla Sofía no les sirve como juguete, así que a la basura. Para quien desempeña su trabajo de juguete con profesionalidad hay premios, subvenciones, aplausos y artículos elogiosos en Vanity Fair contando que el juguete es muy valiente porque dice lo que tiene que decir, pero no se pueden cometer errores. Le dieron un voto de confianza y ella lo ha desbaratado. Mira que hizo por parecerse a los que la despellejan, por despellejar. Pero sus tuits eran auténticas opiniones personales y el juguete firma un contrato que prohíbe la espontaneidad.
No le iban a dar el Oscar por ser buena actriz, sino por parecer buena persona según el decálogo Bob Pop, y ahora que ha demostrado que no cumple los estándares del decálogo, no tienen ningún sentido premiar su trabajo. De esto se ha dado cuenta Netflix, la editorial Dos Bigotes (que ha cancelado la publicación de su novela) y hasta el director de la película, Audiard, que es la mayor rata de dos patas que jamás he visto. Dejadme unos segundos y os describo a un verdadero cabrón.
Mientras la vida de Karla Sofía Gascón se va al cuerno y medio planeta la abofetea y la humilla, un hombre que ha trabajado con ella y la conoce, y que solo había tenido buenas palabras para su relación, dice sin cortarse un pelo que no ha hablado con ella, que no piensa hacerlo, que todo es imperdonable y que ella se está autodestruyendo. Yo pensaba: ¿y si Karla Sofía se suicida? ¿No estaría bien preguntarle cómo lo lleva? ¿No merece una palabra de consuelo de quien ha dirigido su trabajo, por más asquerosos que le parezcan sus tuits? Audiard, y no Karla Sofía, es la prueba viviente de que se puede ser un gran artista y un completo hijo de perra.
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Llamadme antiguo, pero ahí veo a un psicópata, a un señor al que solo le importa que su película se salve, a un monstruo sin ética.
Tampoco me parece éticamente perdonable la periodista canadiense que ha iniciado este proceso de inquisición y que, según las fotos, ofrece una imagen que recuerda más bien a una periodista iraní. Sarah Hagi es la velada desveladora. Dijo que empezó a buscar palabras como "islamista" en el Twitter de Gascón y que una cosa le llevó a otra. Ha hecho, por tanto, lo mismo que Abogados Cristianos, solo que desde la religión contigua y con el aplauso progresista de perseguir la blasfemia.
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Podemos fingir que desconocemos la relación que, a grandes rasgos, se da entre el mundo LGTB y el islamismo, brazo político e ideológico de una religión muy diversa, pero anclada en muchos sitios en las formas de ver el mundo propias de los tiempos de Mahoma. Podemos fingir que no sabemos que el islamismo es una ideología que haría pasar por progre a Marine Le Pen y, en concreto, depredadora de homosexuales.
Todo esto, si quieres un Oscar, puede que lo sepas, pero no lo debes decir. Lo que tienes que poner en Twitter es "queers for Gaza" como si Hamás no aplicase terapias de plomo a los que ven como sodomitas, y acusar de islamófobo al gay que mencionó la etnia de un joven que le dio un puñetazo.
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No estoy usando este ejemplo por capricho. Es fantástico, pero pasan muchas cosas a la vez, y la misma semana de la polémica de Karla Sofía Gascón aparecía, de hecho, un gay pelirrojo en las redes y los medios españoles. Tenía un ojo morado y acusaba a Vox y al PP de difundir los discursos de odio homofóbico que le pusieron la cara hecha un Cristo. Se celebró mucho que el chico tuviera un posicionamiento tan correcto de juguete, pero se dejó de hablar del tema en cuanto le preguntaron cómo eran sus agresores y no pudo evitar decir que parecían árabes.
La inquisición progre ha marcado a Karla Sofía Gascón en todos los candeleros mundiales
¡No, hombre, no! Lo correcto hubiera sido decir que los que le pegaron se parecían a Karla Sofía Gascón antes de transicionar a mujer. Este mundo es ridículo e insensato, y por ese motivo va a estallar cuando se le ponga en las narices a Donald Trump, que es la respuesta irracional a quince años de irracionalidades como la que representa el fin de Karla Sofía Gascón.
Me permito recordar a los moralmente superiores una cosa: el peor desenlace posible para ella no es ahora mismo perder el Oscar y no hacer más películas. La inquisición progre ha marcado a Karla Sofía Gascón en todos los candeleros mundiales con una etiqueta que se lee, desde ciertos parámetros ideológicos nefastos y proclives a la violencia, con las palabras "degenerado perro blasfemo de Satán".
Si —Alá no lo permita— alguno de los concernidos por sus opiniones se siente extremadamente insultado por esa persona, a la que ya veía como una abominación de la naturaleza de todas formas, sabemos que existe un tipo de castigo abrahámico (Charlie Hebdo, Theo Vang Gogh) que no se contenta con la desaparición de un ser humano del plano de los cócteles y las fiestas de la gente progre, como pasa en la cloaca de Hollywood, sino que prefiere su desaparición total.
No digo que tal cosa sea probable, pero hay antecedentes de sobra conocidos. Esta infame irresponsabilidad de los supuestamente empáticos es algo que me da ganas de vomitar.
No sé si se han enterado en Hollywood de que hace unos días dictó sentencia el inquisidor mayor del reino de España, Bob Pop, y de que mandó a Karla Sofía Gascón a la hoguera purificadora. No se puede ser trans y tener pensamientos impuros, esto me ha quedado claro. Todo ese proceso tan heroico de cambiar de sexo se torna despreciable si el trans no compra todo el paquete ideológico. Las vidas trans importan, mientras el trans sea dócil y repita las monsergas de Bob Pop. Espero que nuestros embajadores hayan transmitido a la Academia la decisión irrevocable de nuestro obispo de la Iglesia Diversa, aunque tengo la certeza de que allí hay obispos todavía más estrictos.