La fábrica de niños arios perfectos: así eran las maternidades nazis que montó Himmler
Con el objetivo de repoblar Alemania con sangre pura, el III Reich abrió una treintena de centros en los que mujeres embarazadas rigurosamente seleccionadas dieron a luz a unos 8.000 bebés. Una novela recrea la vida en esos lugares
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Heinrich Himmler fue un monstruo, un criminal de guerra, el brazo derecho de Hitler, el líder de las temidas SS y uno de los principales responsables del Holocausto. Pero, por si fuera poco, también fue el principal impulsor de una perversa iniciativa para repoblar el III Reich de magníficos niños arios, de niños arios pluscuamperfectos, de niños arios de pura cepa.
A principios de 1935, en el marco de las leyes nazis de protección y promoción de la raza aria, Himmler puso en marcha un programa bautizado como Lebensborn (fuente de vida, en español), que se materializó en la apertura, sobre todo en Alemania y en Noruega, de una treintena de guarderías y maternidades. En esos centros, conocidos como Heim (hogar), se cuidaba con extremo mimo a las mujeres embarazadas y consideradas genéticamente aptas para dar a luz a bebés destinados a purificar la raza aria; allí, entre algodones, nacieron casi 10.000 niños con los que los nazis pensaban regenerar la sangre alemana. Porque aquellos críos que no cumplían con los requisitos de perfección requeridos, que a ojos de los nazis eran defectuosos, eran directamente eliminados.
“Gracias a vosotras, queridas madres, que sois vom besten Blut, de la mejor sangre, y que habéis sabido elegir una pareja superior desde el punto de vista racial, bastarán unas generaciones para hacer desaparecer de nuestra Alemania todo rastro de sangre impura. Un siglo, como mucho. Nuestros Heime se han concebido para que nazcan en ellos los elementos más soberbios de nuestra raza: vuestros hijos. Nuestra religión es nuestra sangre”, arengó en una ocasión a las mujeres de uno de esos Heime el propio Heinrich Himmler, quien supervisaba personalmente el proyecto Lebensborn y apadrinó a numerosos niños nacidos en esos centros.
La escritora belga Caroline De Mulder ha escrito ahora una brillante novela,
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Los Heime estaban siempre ubicados en lugares remotos, porque entre las internas había muchas madres solteras cuya identidad debía ser preservada. Eran lugares protegidos, lejos de los disparos, de los bombardeos y de los horrores de la guerra. “Uno de los puntos de partida de mi libro es una imagen de archivo en la que se ve unas cunas al aire libre, en plena naturaleza, cubiertas con lino blanco inmaculado y debajo de la bandera negra de las SS. El contraste me pareció desafiante: la guerra en ese momento estaba arrasando toda Europa, y esos lugares eran una especie de remansos de paz, de gineceos protegidos de todo, llenos de bebés y mujeres jóvenes seguidas por los mejores médicos y donde la comida fue abundante hasta el final de la guerra. En todas partes había gente que moría de hambre y, no tan lejos, cientos de niños y bebés morían en los campos de exterminio. Esas mujeres sabían que había una guerra en curso, pero no la vieron, no la sintieron ni reaccionaron ante ella, no experimentaron privaciones”, explica Caroline De Mulder.
En esas maternidades, la vida cotidiana estaba estrictamente regulada, con un horario preciso y un reglamento al que todas las residentes debían ajustarse. Y, por supuesto, antes de ingresar en esas maternidades, las mujeres eran sometidas a minuciosos análisis para comprobar la pureza de su raza. Tal y como describe Caroline De Mulder en Los niños de Himmler, las futuras madres eran medidas a conciencia: de pie, sentadas, en cuclillas, las caderas, la cintura, el perímetro craneal, el diámetro biparietal, el espacio interocular, la frente, el espacio entre la nariz y los labios… Además, se cotejaba el tono de su iris, de su pelo y de su piel con los de unas cartas de colores que indicaban si estos eran o no lo suficientemente arios. Además, ya fueran esposas legítimas o madres solteras, los médicos también se interesaban por los detalles de los padres biológicos, por conocer al dedillo su ascendencia. Aunque los Heime acogían en un principio sólo a mujeres alemanas, a partir de 1942 también aceptaron a mujeres no alemanas -siempre que fueran arias, claro está- y que estuvieran embarazadas de soldados alemanes o de miembros de las SS.
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Las madres solteras podían renunciar a sus bebés, y en ese caso los niños eran entregados a familias alemanas. “Pero si los niños tenían alguna discapacidad física o mental, eran sacrificados”, señala De Mulder. “Durante el trabajo de investigación que realicé para escribir esta novela, leí la (breve) historia de un pequeño, Jürgen, nacido en el Heim Hochland y sacrificado unos meses después en Brandenburg-Görden. A este niño ni siquiera le dieron una tumba, fue incinerado después de ser asesinado. Quería rendirle homenaje convirtiéndolo en uno de los personajes de mi novela”, nos cuenta.
Terminada la II Guerra Mundial, la mayoría de las mujeres alemanas que dieron a luz en estas maternidades nazis regresaron con sus familias. Pero para las mujeres no alemanas, la situación fue bastante más delicada. En sus países de origen eran por lo general muy mal recibidas, por lo que tendían a ocultar que habían pasado por esos centros e, incluso, que habían tenido un hijo. El destino de los críos del programa Lebensborn también fue en ocasiones trágico. Hijos la mayoría de madres solteras, algunos fueron recuperados por sus progenitoras, mientras que otros terminaron en orfanatos o en familias de acogida. Muchos de estos niños buscaron sus orígenes durante muchos años, a veces sin éxito o conociéndolo sólo después de mucho tiempo.
“Se ha escrito mucho sobre los campos de exterminio, pero no sobre lo que constituía su reverso: 'los campos de vida'. Son en realidad dos caras de la misma moneda, porque en las maternidades no se trataba tanto de suprimir como de reemplazar: suprimir a los indeseables y reemplazarlos por elementos de la raza pura”, destaca Caroline De Mulder.
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Su novela Los hijos de Himmler zambulle al lector en una de esas escalofriantes maternidades nazis a través de tres personajes memorables: Renée, una adolescente francesa de 16 años que tras quedarse embarazada de un oficial de las SS, es repudiada por su familia y se ve obligada a abandonar su pueblo de Normandía; Helga, una enfermera que trabaja en una de estas maternidades y que se encuentra dividida entre su devoción al Reich y su empatía por el sufrimiento de las madres; y Marek, un miembro de la resistencia polaca que ha pasado por Dachau y que ahora trabaja en condiciones infrahumanas en la construcción de los edificios necesarios para albergar a las madres y a los niños.
“Quería acercarme a la Segunda Guerra Mundial a través de la ficción y desde el punto de vista de mujeres, especialmente de las mujeres que por elección o, más a menudo, por las circunstancias, se encontraron en el lado equivocado”, nos cuenta Caroline de Mulder. “Para mí era importante escribir una novela y no un ensayo o un libro de Historia. El libro de historia cuenta, la novela representa, hace sentir, hace vivir. La novela permite vivir y hacer vivir la Historia”.
La autora de Los niños de Himmler considera necesario seguir hablando y escribiendo de la Segunda Guerra Mundial. “Es uno de los períodos más trágicos que haya conocido Occidente. Nos confronta con los límites de nuestra humanidad y con su fragilidad. Nos recuerda que la humanidad puede deslizarse, caer fácilmente en el horror. Y que no estamos a salvo de que algo similar se repita, incluso bajo una forma completamente diferente".
Heinrich Himmler fue un monstruo, un criminal de guerra, el brazo derecho de Hitler, el líder de las temidas SS y uno de los principales responsables del Holocausto. Pero, por si fuera poco, también fue el principal impulsor de una perversa iniciativa para repoblar el III Reich de magníficos niños arios, de niños arios pluscuamperfectos, de niños arios de pura cepa.