El camino de los mediocres: lo que de verdad está pasando con las series
La comparecencia de Jane Featherstone ante un comité del Parlamento británico puso unas cuantas realidades sobre la mesa. Quizá el entorno cultural debería tomarse más en serio su profesión
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Jane Featherstone es una afamada productora británica. Con sus compañías, la actual Sister Pictures, y la anterior, Kudos, se consagró como una de las más relevantes del audiovisual británico. Está detrás de un buen número de series, como Chernobyl o la reciente Palomas Negras, protagonizada por Keira Knitghley y que ahora emite Netflix.
Featherstone compareció ante el Culture, Media and Sport Committee del Parlamento británico para asesorar acerca del momento del audiovisual de su país. La productora forma parte de los que se podrían llamar privilegiados de la industria: lleva mucho tiempo trabajando en el sector, su empresa tiene recorrido y sus producciones cuentan con alcance global.
La situación que Featherstone describió parte de un contexto convulso, con la industria sometida a tensiones significativas. Algunos de los problemas son producto de esta época, otros no: las visitas a los cines están lejos de su mejor momento, cuesta encontrar financiación para los proyectos, las apuestas de las cadenas de televisión por las producciones audiovisuales son menos decididas, los grandes estudios distan mucho de ser lo que fueron y las plataformas juegan un papel principal.
Marcas blancas baratas
El nuevo entorno ha generado consecuencias de muy distinto orden. La primera tiene que ver con las dificultades económicas. Los detalles pueden leerse en la transcripción de su intervención que hizo pública el Comité (o en la versión resumida de Screen Power). En esencia, señala las complicaciones para encontrar presupuesto, así como las negativas condiciones impuestas por las plataformas, que pagan una cantidad fija por el producto e impiden aprovechar los derechos de propiedad intelectual de los que antes sacaban partido. Básicamente, ya no son productores independientes que venden sus productos, sino en meros proveedores. Son como las marcas blancas en el sector alimentario: fabrican un producto con las especificidades que les fija el comprador, con los costes que les señala y con los márgenes que le permite. Una de las consecuencias típicas de este modo de funcionar es la pérdida de capacidad de negociación, lo que supone que, conforme pasa el tiempo, el comprador aprieta en todos los sentidos: ajusta precios, les carga con más tareas e incide en los recortes de gastos en el proceso. Dado que la productora está en lo alto de esa cadena, los participantes en la misma cada vez ganan menos y trabajan más.
Se centran en reducir riesgos: estandarizan contenidos y fijan qué es lo indispensable
La segunda consecuencia es artística. Puesto que el dinero proviene de empresas internacionales que se mueven en el mercado global, buscan productos que puedan ser bien aceptados por públicos de diferentes países. Es una exigencia razonable, en la medida en que tratan de aprovechar al máximo su mercado, pero el problema no reside tanto en la intención como en el método. No es posible saber de antemano qué productos van a tener éxito, por lo que no hay una serie de criterios seguros en los que refugiarse. La manera de desenvolverse en esa incertidumbre es estandarizar los contenidos, fijar una serie de elementos que creen esenciales y asegurarse de que los productos se ajustan a los criterios predeterminados. En esa tarea también ayudan los algoritmos.
Por supuesto, a veces aciertan en sus predicciones y muchas fallan, pero eso no evita que insistan en la estandarización. Es una mala idea, porque ese es el camino más directo hacia la mediocridad. En la medida en que casi todas las producciones se apoyan en las mismas fórmulas, los resultados tienden a ser menos satisfactorios. En las series es muy evidente la pérdida de tensión creativa desde el momento en que las plataformas empezaron a desarrollarse hasta la actualidad. Hay mucho producto anodino.
Ambos aspectos son un efecto lógico de la concentración del mercado. Ha sucedido igual que en otras áreas de la economía (y de la economía digital). Grandes empresas invirtieron ingentes cantidades de dinero para hacerse con el mercado, lo que produjo un auge de las producciones de calidad, pero una vez que las plataformas digitales captaron a los suscriptores y empobrecieron a la competencia, ha llegado el instante de ajustar costes, presionar a los proveedores, reducir el precio de la mano de obra y crear una cadena de producción estandarizada. Ese sí que es el momento What the fuck de Netflix, y no el que satirizaba Nanni Moretti en El sol del futuro.
Sin eso, queda muy poco
Feathersone hizo hincapié en su intervención en dos aspectos que entiende perjudiciales. La desatención de las especificidades nacionales es uno de ellas: "Ya que los costes de producción exigen que la serie tenga éxito en todo el mundo y atraiga a una audiencia global, está en riesgo que podamos prestar servicio a la audiencia británica con contenido británico". Forma parte de esa lógica internacional en la que las empresas se mueven: desde la perspectiva de la gente que maneja el dinero y elige los proyectos, un producto demasiado enraizado termina por desanimar a personas que viven en contextos muy diferentes. No es cierto, y hay numerosas series, de la BBC sin ir más lejos, que han triunfado en buena parte del mundo precisamente por su impronta british. Pero como esa visión supondría alejarse de la estandarización, y por lo tanto sería (teóricamente) más arriesgada, desechan por poco recomendables las narraciones que parten de lo local.
"Como profesional de la creación, creo que el argumento filosófico debe ser más importante"
En segunda instancia, Featherstone subrayó la pérdida de equilibrio de las creaciones culturales. Se tratan de productos comerciales, y por lo tanto, tienen que interesar a muchos espectadores, pero también cumplen otra función: "La narración de historias nos ayuda a reflejar nuestras vidas en un espejo. Creo que, como profesional de la creación, el argumento filosófico debe ser más importante de lo que es, en lugar del argumento comercial, que creo que es claro. Y el argumento filosófico es que tenemos que crear historias que hablen del país en el que vivimos y representen a la gente que vive aquí".
Pero hay algo más, que Featherstone no señaló. La cultura no solo es entretenimiento, ni un espejo del momento, ni una vía de acceso a la realidad que nos rodea. Es un camino para entendernos mejor y entender mejor las constantes sociales y contiene la capacidad de trascender el tiempo en el que se produce, de moverlo hacia otro lugar, de recoger el pasado y de dibujar el futuro. Sin esa dimensión, palidece enormemente: hay formas mucho más entretenidas de pasar un rato que sentarse en el sofá y tragarse un capítulo tras otro de una serie.
La economía política, no la tauromaquia
Sea el sector que sea, la economía productiva se ha convertido en una mezcla de concentración de recursos y taylorismo organizativo. En el audiovisual, como en otras áreas de la cultura, se ha creado un ecosistema en el que muy pocas empresas tienen mucho poder sobre la cadena, lo que genera costosas barreras de entrada, y un montón de pequeños actores circulan por caminos casi invisibles. En lugar de crear un contexto en el que los distintos actores puedan tener vías de acceso razonable a un mercado que, finalmente, dictará su sentencia, se concentran las oportunidades en pocas organizaciones, una cadena muy vertical y unas creaciones sometidas a los estándares de la marca blanca. No es solo la cultura: el dolor que ha causado DeepSeek a la industria de la inteligencia artificial estadounidense nace de este mismo ecosistema a los estándares de la marca blanca. La causa de DeepSeek está en esto, sin ir más lejos.
La coagulación de la cultura es una cuestión de economía política. Pero, de manera sorprendente, este tipo de cosas tienen muy poco espacio, no ya en la conversación pública, sino entre el mismo sector: prefieren discutir sobre si premio nacional de tauromaquia sí o no, o de si determinados discursos son o no convenientes. Ellos verán, se juegan su presente y su futuro.
Jane Featherstone es una afamada productora británica. Con sus compañías, la actual Sister Pictures, y la anterior, Kudos, se consagró como una de las más relevantes del audiovisual británico. Está detrás de un buen número de series, como Chernobyl o la reciente Palomas Negras, protagonizada por Keira Knitghley y que ahora emite Netflix.