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Generación Sísifo: ¿y si el único problema que tienen son ellos mismos?
El mito griego sirve a una generación para hablar de sus frustraciones y autosabotajes, pero poco a poco se han dado cuenta de que joderse la vida no es tan divertido
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Sísifo es un personaje de la mitología griega que, según cuenta Homero en La Odisea, recibió un castigo ejemplar por parte de Zeus: fue obligado a empujar día tras día una roca por una ladera empinada hasta su cumbre. Cuando estaba a punto de llegar a la cima, la roca rodaba hacia abajo y tenía que volver a empezar. Una vez. Y otra. Y otra. Y otra. Aun ciego y viejo, tendría que seguir con su tarea sin llegar a cumplirla jamás. Cada día, la misma pesada roca, y cada día, estar a punto de conseguirlo, pero sin llegar nunca a hacerlo.
Sísifo es también una de las metáforas más manidas de la actualidad, superando incluso a mitos clásicos como Pandora o Ícaro. Una metáfora casi generacional, que une a millennials tardíos y centennials tempranos, de boga entre los 25 y los 45 años. Una simple búsqueda en Google me recuerda que yo la he utilizado, al menos, cuatro veces en estas columnas. Por lo general, me refiero a Sísifo para recordar que vivimos en una existencia repetitiva, frustrante y absurda en la que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nunca conseguimos llegar a ningún lugar. Todos los días tenemos que volver a empujar esa roca, y todas las noches, mientras dormimos, la roca vuelve a su casilla de salida.
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No había reparado en ello hasta que leí No sonamos mal (Muzikalia), una crónica oral sobre la nueva escena indie "de guitarras", de Carolina Durante a Alcalá Norte. En él, sus autores, nuestro periodista Enrique Zamorano, Dani Vega y Víctor Terrazas, dedican un epígrafe entero al mito de Sísifo como "sentimiento supremo de frustración vital". El mito aparece una y otra vez en las canciones de estos grupos, a veces de forma explícita, como en Viva Belgrado ("soy como Sísifo en el Gólgota"), y otras aludiendo a la repetición, a los círculos viciosos de los que es imposible salir y las espirales.
Sísifo puede tener así una lectura muy ligada a los problemas recurrentes de los jóvenes: acceso a la vivienda, desencanto laboral, problemas de salud mental y ausencia de futuro. Sísifo es el veinteañero que aunque compatibilice dos trabajos no es capaz de independizarse. Sísifo sabe que, ocurra lo que ocurra, el día siguiente va a ser exactamente igual. Sísifo seguramente necesite un poco de terapia para aguantar otra jornada empujando rocas. Y seguramente Sísifo no sea capaz de pensar en una alternativa a su labor diaria. Realismo capitalista sisífico.
No solo se repite la jornada laboral, sino los fines de semana de fiesta
Pero Sísifo aparece no solo como personificación de las expectativas truncadas, sino como ese tipo de autosabotaje tan generacional del que prefiere que ocurra cualquier cosa, aunque sea mala, a enfrentarse a una realidad despiadada y competitiva. "Yo lo que quiero hacer / aunque no lo quieran ver / es entrar en una espiral de autodestrucción y acabar fatal", cantan Malamute en La espiral. "Toda la vida igual, toda la puta vida igual", repiten sin parar VVV [Trippin' You] en Zugwang. "Repite, repite, repite, repite / Aprender a gestionar tu fracaso con nosotros", añaden La Trinidad. Hasta Mourn traducían al inglés "vamos a romper este bucle infinito".
También en el ámbito internacional: Charli XCX cantaba en brat sobre "enamorarse una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez". Pero quizá el mejor ejemplo sea el de Casa Kira, la canción de Carolina Durante, grupo emblema de la escena, con Orslok: "Si al final siempre es lo de siempre / quedamos y bebemos y nos drogamos y nos queremos y nos quedamos y bebemos". Así, unas cuantas veces: lo que se repite ya no es solo la jornada laboral, sino cometer los mismos errores una y otra vez y volver a empezar, más cansado, más triste y más frustrado.
El mito de Sísifo contiene así un reconocimiento tanto del absurdo del gris día a día de unas generaciones que ya no encuentran en el trabajo convencional ni en la vida de sus padres (casa, familia, vacaciones en la playa) un modelo viable, sino también un impulso hedonista que busca salir como sea de ese ciclo infinito, aunque sea haciéndose daño. Entre el aburrimiento de las semanas laborales y las noches interminables del fin de semana, en las que se quedan hasta que cierre el bar por si ocurre algo.
"El mito de Sísifo se presenta ya no como algo que viene dado, que no está buscado, sino en el que se cae consciente y activamente por un deseo de autodestrucción", escriben los autores. "Como no se puede poner remedio a esa frustración, tan solo queda hacer gala de ella, hasta la vergüenza o el ridículo". A diferencia de otras frustraciones generacionales (desde la generación X, todas tienen la suya), esta tiene un componente de baile en el fin del mundo, como resume Alicia Ros, de Cariño y El Buen Hijo: "Me lo voy a gozar mientras todo a mi alrededor se desintegra".
Albert Camus también ofreció su visión bien existencialista sobre el mito de Sísifo en 1942, que para eso es el libro en el que escribió que el único problema filosófico realmente serio es el suicidio. El filósofo proponía en el ensayo una respuesta interesante sobre cómo se podía superar ese absurdo con la que tal vez se identificarán los jóvenes de la generación Sísifo: acumular experiencias. O, como el propio francés escribía, "reemplazar la calidad de las experiencias por la cantidad". A tope siempre.
"Si no consigues el éxito de forma explosiva, ya no lo vas a hacer"
Camus recuerda en el texto que "los tristes tienen dos motivos para estarlo: ignoran o esperan". El más listo es Don Juan, que "sabe y no espera": el sabio en la época del absurdo. La actitud de esta generación Sísifo, en el fondo, no deja de ser semejante a esa acumulación de experiencias de quien ya no espera nada y conoce los límites de su existencia. Es el FOMO, el miedo a perderse cosas, la cultura del eventillo y el no parar de unos urbanitas que no dejan de ser clase media (media-baja o media-alta, qué más da) y que encuentran en la música su medio de expresión.
El libro también aborda la frustración y el miedo ocasionados por no disfrutar del éxito instantáneo, lo que lleva a muchos de ellos a aceptar pactos con el diablo (las discográficas, las marcas de cervezas y ropa, los talent shows) que habrían sido impensables para otras generaciones. Como resume en el libro Anabel Lee: "Existe esa presión constante de que si no lo haces tú alguien te va a quitar la oportunidad", resume el grupo barcelonés. "Nos han metido eso en la cabeza y si no consigues el éxito de una manera explosiva ya no lo vas a hacer". Eso también define a la generación Sísifo: todos los días viven bajo la presión de empujar una roca que, si no llega a la cumbre pronto, te va a aplastar. Sentirse fracasado a los 25.
¿Hay que inventarse dramas?
Ombliguismo, mentiras, autodestrucción y tristeza; mala vida, dormir poco, mala hidratación y seguramente unas cuantas drogas, enumera Joderse la vida, la canción que abre el último disco de Carolina Durante. Un trabajo muy interesante en cuanto que plantea la hipótesis que probablemente le esté sobrevolando la cabeza a cualquier lector: ¿y si no es para tanto? ¿No hemos tenido todos que empujar nuestra propia roca de Sísifo? ¿Enfrentarnos al aburrimiento y la monotonía? ¿Cuántas generaciones llevan sintiéndose la última generación perdida? ¿No tiene demasiado de victimismo, autocompasión y exhibicionismo?
La enseñanza final es que no somos tan importantes, que nada es tan importante
Quizá todo este drama no sea más que la necesidad de que ocurra algo, lo que sea (otro de los temas recurrentes del libro: qué nos ha pasado si nunca nos ha pasado nada). Lo deja entrever con inteligencia Temerario Mario, guitarrista de Carolina, cuando el cantante Diego Ibáñez recuerda que hay "una gran crisis existencial entre los jóvenes". "Ese punto irónico y cínico de las letras viene de ahí, la gente está todo el rato hablando de sus problemas, cuando en realidad el verdadero problema está en ti mismo, porque el resto son conflictos menores: no te vas a quedar sin casa, sin dinero, sin comida", le responde su compañero.
"Es muy fácil hacer una caricatura y quejarse con victimismo. Si, de pronto, sufres un drama real, como que tu hermano ha matado a nosecuántas personas, entonces ya no se reiría nadie, ni el autor ni el público", añade. Quizá por eso ha tenido tanto éxito Hamburguesas, la canción que cierra conceptualmente el disco y que es la némesis de Joderse la vida. Un tema que reivindica las cosas pequeñas y bonitas de la vida como las "hamburguesas, el fútbol, mi madre". Los inviernos al sol, los cafés, las mañanas, las olas, los paseos y las putas gaviotas. Esas pequeñas cosas que te permiten salir del bucle.
Como canta Diego al final de la canción: "Confío en salir de este hoyo / Sísifo me come la polla". Quizá ese sea el gran aprendizaje final del disco, que a su manera sintetiza la experiencia más o menos generacional de un grupo (tal vez reducido) de jóvenes que acaba de cruzar la barrera de los 30 años y que se han dado cuenta por fin de que no son tan especiales. Que ninguno lo somos, y que quizá lo único que hayamos hecho es hacernos trampas al solitario pensando que hemos inventado el drama generacional. Que no somos tan importantes y que, en realidad, nada es tan importante.
Siempre ha habido Sísifos musicales en generaciones anteriores, como el de José Ignacio Lapido ("aquí estoy un día más entre la cumbre y el abismo, es mi castigo hasta la eternidad"). Pero quizá mi preferido sea el de Rafael Berrio, porque solía ver las cosas con profundidad y tenía corazón de boomer tardío. En la preciosa Sísifo releva a Sísifo, el cantante gipuzcoano aborda el sufrimiento del rey caído como un sinsentido profundo, sí, pero no menos profundo que "el brío que lo impulsa a recomenzar". Lo importante no es alcanzar la cima inalcanzable, sino volver a empezar cada mañana. La enseñanza que han aprendido los Carolinos.
Sísifo es un personaje de la mitología griega que, según cuenta Homero en La Odisea, recibió un castigo ejemplar por parte de Zeus: fue obligado a empujar día tras día una roca por una ladera empinada hasta su cumbre. Cuando estaba a punto de llegar a la cima, la roca rodaba hacia abajo y tenía que volver a empezar. Una vez. Y otra. Y otra. Y otra. Aun ciego y viejo, tendría que seguir con su tarea sin llegar a cumplirla jamás. Cada día, la misma pesada roca, y cada día, estar a punto de conseguirlo, pero sin llegar nunca a hacerlo.