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Culturalmente Occidente está apagado: hay más diversidad en Corea del Norte
¿No estamos viendo cada vez más productos culturales parecidos fabricados al albur de lo que ha funcionado anteriormente? Entre tanto thriller, tanta saga y tanta secuela, a mí ya todo me parece igual
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Tanto escuchar y leer sobre The Brutalist que fui a verla sin que me intimidaran las casi cuatro horas ni los quince minutos de intermedio. Todo eran buenas referencias: es muy ambiciosa, es muy completa, es puro cine… Pues la vi, no me aburrió, no fue una pesadez, pero sí que tuve la sensación de que esta película la había visto ya. En un formato más corto ya me habían contado lo mismo: la víctima del Holocausto que resurge de sus cenizas en los EEUU del sueño americano. O al menos lo intenta con más o menos suerte. Y si le pones la cara traumatizada de Adrien Brody, el déjà vu es total.
No es, ni mucho menos, una mala película. Seguro que muchos espectadores la van a disfrutar. Pero es casi como ver la segunda o tercera parte de una saga de superhéroes. Que puede tener hasta una buena factura y que te puede gustar, pero de originalidad, nada de nada. Eso sí, funcionar entre el público, funciona. Y eso es lo que me hizo reflexionar: ¿no estamos viendo cada vez más productos culturales parecidos fabricados al albur de lo que ha funcionado anteriormente (el boom de las sagas, secuelas y precuelas es impresionante)? ¿No nos estamos convirtiendo en una tribu cada vez más homogénea, que consume lo mismo repetidas veces? ¿No somos una tribu a la que le llegan amplificados a través de redes y publicidad el mismo tipo de cine, series, música, libro, ropa? Todos vemos lo mismo, todos leemos lo mismo, todos nos vestimos igual. Como dice a modo de provocación un amigo, porque la frase no es mía, pero ya me gustaría: hay más diversidad en Corea del Norte.
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Por supuesto, me dirán, desde que existe el marketing cultural, esto ha sido siempre así. Y además, psicológicamente hablando, nos cuesta mucho salir de lo convencional. Nos gusta formar parte del grupito porque fuera hace mucho frío. Sin embargo, las nuevas tecnologías, la posibilidad de cuantificarlo todo, de medirlo todo, ha dado a esto una vuelta de tuerca. Ahora sabemos más y mejor qué se ve, qué se escucha, qué se lee, cómo, cuándo, con quién. A ver si es que estamos empezando a tener demasiados datos. Por saber, sabemos casi cuánto gana nuestro vecino y hasta a quién vota (con todos esos mapas que ahora podemos consultar a golpe de clic). La incertidumbre está casi dejando de existir y hay algo en eso que me entristece. Porque quizá, y esto es solo una teoría, también esto tiene que ver con estas estrategias políticas tan esquizofrénicas que vemos últimamente…
A ver si es que estamos empezando a tener demasiados datos. Por saber, sabemos casi cuánto gana nuestro vecino y hasta a quién vota
Volviendo al terreno cultural. Entro en una librería y me encuentro con un aluvión de thrillers entre los libros más vendidos. Son todos el mismo. Hasta tienen el mismo tipo de portada. Normalmente hay una protagonista que es oscura, misteriosa (mala), que sabe más que el resto y que te la puede jugar. Y luego están las víctimas que no se enteran de nada hasta que se la han colado pero bien. La mano que mece la cuna repetida cinco mil veces. Y pensarás, si siempre es lo mismo. Pues sí, pero es que vende. Y eso la industria editorial lo sabe muy bien. No se escamen, por tanto, cuando vean temáticas repetidas - la maternidad, el feminismo, la memoria histórica, la ecología, el mundo rural…— o que los premios se los llevan determinados perfiles de escritores/as. Como decía una profesora de Física y Química en una frase que me sigue pareciendo genial: nada surge por generación espontánea. Ay, muchas veces yo lucho por creer que existe el libre albedrío…
Miremos el wrapped de Spotify de lo más escuchado, Cuando llegó el listado el diciembre, aparte de que a Spotify hay que cogerlo con pinzas porque ya no está claro cómo suben o bajan las escuchas de los artistas, decidí reproducir las canciones más escuchadas "mundialmente" (ojo). Todas me sonaron muy parecidas. Música urbana, reguetón, tu coche, mi noche, mi cadena de oro, tu trasero etc. Ok, acepto que ha pasado el tiempo del rock (aunque siempre nos quedará algún guitarrero por ahí), pero me resultó inquietante que todos los cantantes (ellos y ellas) fueran casi calcados. Por no hablar del estilismo: lo dicho, los uniformes de Corea del Norte son más diversos.
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Empezaba este texto con The Brutalist que, con todo, es infinitamente más aceptable que las películas que se están haciendo a paladas para las plataformas. Thrillers policiales iguales (aquí pasa como con los libros), películas románticas cortadas por el mismo patrón (también ocurre lo mismo con las novelas) y series que ya han repetido el mismo argumento veinte mil veces (y no, no todas pueden ser la serie del año). No creo que este comentario alarme mucho a los que fichan este tipo de contenido: saben que todo esto, que es exactamente igual, se consume. Y muchísimo. Y cuando el dinero entra por la puerta… todo lo demás puede salir por la ventana.
Se puede aducir que el cine comercial, la literatura comercial o la música comercial (por no meternos en el terreno del arte con todas esas exposiciones inmersivas o las dedicadas siempre a los mismos pintores) siempre ha existido. Y que entre lo comercial hay productos excelentes. Y es verdad: que algo tenga mucho público no significa que sea malo de por sí. A mí Spielberg, Scorsese, Eastwood, por ejemplo, casi siempre me han gustado. O Bruce Springsteen. A Pérez-Reverte le leí muchísimo con El capitán Alatriste o El Club Dumas. Gustar a mucha gente también requiere de magia. Tampoco me regodeo en ese cine de autor que solo disfrutan cuatro entendidos, no.
Todo lo que se hace en Occidente me parece igual. Mucho más lo que llega desde el otro lado del océano Atlántico donde está hiper medido
Lo que insisto es que ahora casi todo lo que se hace en Occidente me parece igual. Mucho más lo que llega desde el otro lado del océano Atlántico donde todos los productos están controlados hasta la última coma. Europa todavía mantiene cierta capacidad de arriesgar, todavía juega con otros parámetros (a mí me sucedió con la peli francesa Emilia Pérez, que sé que también tiene muchos detractores, pero que me parece muy diferente a otro tipo de cine). También creo que sigue existiendo cierta originalidad en el mundo del teatro (es donde más me sorprendo).
¿Qué está ocurriendo? No lo sé. Lanzo un pensamiento al aire: ¿no lo estamos midiendo y cuantificando todo demasiado? ¿Cuándo se produjo el triunfo de la estadística por encima del puro placer de crear?
Tanto escuchar y leer sobre The Brutalist que fui a verla sin que me intimidaran las casi cuatro horas ni los quince minutos de intermedio. Todo eran buenas referencias: es muy ambiciosa, es muy completa, es puro cine… Pues la vi, no me aburrió, no fue una pesadez, pero sí que tuve la sensación de que esta película la había visto ya. En un formato más corto ya me habían contado lo mismo: la víctima del Holocausto que resurge de sus cenizas en los EEUU del sueño americano. O al menos lo intenta con más o menos suerte. Y si le pones la cara traumatizada de Adrien Brody, el déjà vu es total.