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Este es el asturiano que llevó a la fama mundial a Julio Iglesias y a Rafaella Carrá
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Este es el asturiano que llevó a la fama mundial a Julio Iglesias y a Rafaella Carrá

Manolo Díaz fue compositor, cantautor y alto ejecutivo de diversas discográficas. La periodista Belén Carreño ha escrito su biografía, 'Ayer tuve un sueño', de la que publicamos un extracto

Foto: Manolo Díaz junto a Julio Iglesias hacia 1980. (Cedida por la autora del libro)
Manolo Díaz junto a Julio Iglesias hacia 1980. (Cedida por la autora del libro)

Julio Iglesias nos había presentado y Monique, que lo admiraba muchísimo, me había abierto las puertas de todo París, gracias también a que supe ganármela y forjar con ella una relación muy estrecha. No dejaba de maravillarme de aquel golpe de suerte: en un momento en el que Europa miraba por encima del hombro a los españoles, yo desfilaba por París como en un paseo triunfal, en algo muy parecido a un sueño.

La reunión con los Carpentier era clave para lograr que Julio tuviera un éxito aplastante en Francia. Ellos producían un programa de televisión musical titulado Numéro Un ("número uno"), que consagraba cada emisión a un artista que interpretaba las canciones de su repertorio en dueto con otros colegas. Monique se había enterado de que una de las siguientes emisiones estaría dedicada a Dalida, la cantante italoegipcia, y estaba decidida a introducir a Julio Iglesias como invitado, ya que sus voces empastaban a la perfección.

Convencer a los Carpentier no fue difícil. Éramos un tándem engrasado. El entusiasmo de Monique por Julio, sumado a mi papel de ejecutivo hipersonriente, nos permitió salir de aquel ático haussmaniano con la promesa de que mi representado participaría en el programa.

placeholder Ayer tuve un sueño', de Belén Carreño.
Ayer tuve un sueño', de Belén Carreño.

El magnetismo de Julio arrasó en las ondas y al poco tiempo los Carpentier programaron una edición con él como protagonista absoluto. Hasta dos veces en 1980 y otras tantas en 1981 —el programa se dejó de emitir un año más tarde—, Julio Iglesias fue el artista consagrado. Esas apariciones dispararon su popularidad y nos llevaron a vender cientos de miles de discos.

La prueba irrefutable del éxito que consiguió gracias a la televisión me la dio la portera del edificio donde yo vivía en ese momento, en el boulevard de La Tour-Maubourg, un piso modesto, pero que me permitía ver desde la cama la tumba de Napoleón iluminada.

"Lo vi en la televisión y compré el disco. No lo puedo escuchar porque no tengo tocadiscos"

Una noche se fue la electricidad de mi casa y bajé al sótano a buscar a la portera, madame Dupont, con la que tenía una relación cordial. No habíamos hablado antes de mi ocupación laboral. Me invitó a pasar a su apartamento porque tenía algo en el fuego y me dejó esperando en un comedor con unos muebles enormes. El lugar era diminuto, lo que obligaba a desplazarse por las estancias de forma lateral.

Sobre la mesa estaba el disco de Julio Iglesias Emociones, que en francés se tradujo como À vous les femmes.

Cuando regresó de la cocina le dije:

—Qué buen disco, ¿verdad?

Ella, sin saber a lo que yo me dedicaba, me replicó con una voz temblorosa por la emoción:

—Sí, monsieur Díaz, lo vi en la televisión y compré el disco. No lo puedo escuchar porque no tengo tocadiscos. Pero lo veo en la carátula y es tan guapo. Canta bellísimo.

Sentí que había logrado vender peines a calvos, y que aquello debía de ser lo más parecido al éxito total.

Julio era un trabajador infatigable, cada día me llamaba y preguntaba: "¿Novedades?"

Julio era un trabajador infatigable, cada día me llamaba y preguntaba: "¿Novedades?". Así que cada jornada tenía que dar un paso más en nuestro plan de marketing.

Intenté replicar este triunfo televisivo en Italia con el lanzamiento de un álbum grabado en italiano, titulado Sono un pirata, sono un signore, por lo que le pedí al presidente de CBS Italia que me preparase un plan de marketing. Él me dijo que sería imposible promocionar a Julio Iglesias en los medios de comunicación italianos. "Im-po-si-ble". Inmediatamente, pude identificar al enemigo: éramos nosotros, la propia compañía discográfica.

Decidí entonces hacer una estrategia de guerrilla, tipo Tupamaros.* No me rindo fácilmente, y recordé que Julio me había dicho que en un festival de canciones en Italia el presentador, Pippo Baudo, le había ofrecido su apoyo si alguna vez quería conquistar el mercado nacional.

Baudo presentaba en ese momento uno de los programas más populares de la RAI , titulado Domenica In, que aún sigue emitiéndose en 2024, y le pedí a mi secretaria, Ana Bouchet, que me pusiera al habla con él diciendo que la llamada era de parte de Julio Iglesias.

Media hora más tarde, Ana me llama y me dice: "Tengo al señor Baudo al teléfono".

Pronto, Giulio, come stai?

Molto bene, e tu?

Senti, quando vieni a cantare a Domenica In?

Yo, en mi macarrónico italiano, muy similar al que hablaba Julio, le dije:

—Pippo, he grabado un álbum en italiano dedicado a ti. Se titula Sono un pirata, sono un signore.

—¿Puedes venir a roma el 13 de enero?

—Sin falta.

Tu sei grande.

—Yo soy tu discípulo.

—Nos vemos en enero.

Él me dijo que sería imposible promocionar a Julio Iglesias en los medios de comunicación italianos. "Im-po-si-ble"

Julio Iglesias tuvo un enorme éxito en aquella actuación y vendió más de un millón de unidades, una cifra que nunca antes había alcanzado un artista extranjero.

El viaje a la inversa, de Italia a España, lo hice con Raffaella Carrà. Tanto Julio como Raffaella eran animales de televisión. De alguna forma creaban una simbiosis con el medio al tener una fuerte presencia en el escenario. El mundo de la música no es un mundo de cantantes o de actores, es un mundo de comunicadores. De eso depende el éxito, y Julio y Raffaella comunicaban con cada poro de su piel.

Promocionar a Raffaella tampoco estuvo exento de complicaciones. Meses antes de llegar a París —y por encargo de Tomás Muñoz—, adapté el tema Tanti auguri y lo reconvertí en Hay que venir al sur. Muñoz me había pedido que lograra un éxito internacional, después de que Raffaella ya comenzara a triunfar con Fiesta. Con la mención del sur, mi intención era alcanzar un éxito en cualquier sitio que se considerase "al sur" de algo: España, Italia, Latinoamérica…

Raffaella me había pedido que hiciera una letra "libre" y la versión le encantó, a ella, a CBS y al público, que durante décadas la ha bailado con pasión y sin descanso al sur de algún lugar.

En este caso fue la CBS de Argentina la que puso trabas a la expansión de Raffaella en el país. Los directivos locales se encargaron de difundir que los promotores argentinos que llevaban a la Carrà de gira por Argentina eran tratantes de blancas. Fuimos a Buenos Aires y los senté a unos frente a otros en una reunión para confrontar esas acusaciones disparatadas. La directiva local se replegó rápido, incapaces de sostener unos argumentos tan pueriles frente a los representantes de la italiana, y tuvieron que dejar paso a su entrada en el país.

Mi intención era alcanzar un éxito en cualquier sitio que se considerase "al sur" de algo: España, Italia, Latinoamérica…

Además, la dictadura censuró la letra de la canción y tuve que readaptarla como "Para enamorarse bien hay que venir al sur". Ni el Gobierno ni los empresarios locales consiguieron evitar que Argentina fuera uno de los mercados de Iberoamérica donde la intérprete vendió más discos. En ocho meses vendimos alrededor de 700.000 álbumes.

El éxito de Raffaella nos condujo incluso a Japón, donde la acompañé en una de sus giras. Raffaella había sonado en el archipiélago asiático con su tema "California" y representó a Italia en el Festival de Música de Tokio con la canción Drin Drin, alcanzando el segundo puesto. Durante los ensayos, tuve un fuerte altercado con Joe Morita, el heredero del imperio de Sony, que estaba empeñado en que la italiana hiciera una coreografía y se comportara de una forma que le hacía sentir incómoda. La discusión casi nos lleva a las manos, pero conseguí que Raffaella no hiciera el ridículo en el escenario y ante las cámaras de televisión.

La intensidad de la campaña promocional nos llevaba a pasar mucho tiempo juntos y la prensa italiana del corazón hizo especulaciones sobre si manteníamos un romance, algo que nunca fue verdad. Nuestra relación era excelente, pero no llegué a tener el control sobre su carrera (como sí lo tuve con la de Julio), y el tiempo nos fue distanciando.

Ella era una trabajadora incansable, ambiciosa y lista. Y también muy obsequiosa, hacía muchos regalos caros. Era generosa con su tiempo y le preocupaba mucho la gente. Los vecinos le decían: "Raffaella, hay un socavón en mi pueblo", y llamaba al alcalde para que lo arreglaran. Esa simpatía y naturalidad la llevaron a tener ese triunfo con varios programas de televisión en Italia y España, entre ellos el mítico ¡Hola, Raffaella!

Foto: Raffaella Carrà, en una imagen de archivo. (Getty)

Además de su carisma personal, uno de los ingredientes que propulsaban a Raffaella y a Julio a internacionalizarse era la cuidada adaptación que hacíamos de sus canciones a otros idiomas. El respeto por el idioma local era la mejor tarjeta de presentación para nuestros cantantes.

Adaptar una letra a otro idioma es muy difícil, las nuevas palabras tienen que acompañar el ritmo y respetar las pausas, los acentos. Los letristas franceses son reconocidos por su destreza al traducir, pero en Italia estábamos teniendo problemas para encontrar un profesional a la altura de Julio. La suerte quiso que en 1975 el cantante se embarcara en un crucero por el Caribe, donde conoció a Gianni Belfiore, el director de espectáculos de la compañía naviera, que le pidió una oportunidad para traducir alguna canción de su repertorio, que se conocía al dedillo.

Los vecinos le decían: "Raffaella, hay un socavón en mi pueblo", y ella llamaba al alcalde

La primera prueba fue con "Si me dejas no vale" que resultó magnífica, y a partir de ahí se inició una colaboración que llevó al cantante a interpretar más de ochenta canciones en italiano, según dice Belfiore en su propia biografía. Las letras eran espectaculares, mejores incluso que las originales en español.

A principios de los ochenta, los artistas que me había adjudicado la CBS se comían el mundo y yo no paraba de trabajar como un loco para intentar superar que mi primera pareja, Katia Brunner, me hubiese abandonado un par de años antes llevándose consigo a nuestra hija, Vanessa. Con todo, Katia me había regalado el conocimiento del francés, con el que me defendía holgadamente.

En 1980, Julio me invitó a pasar unas vacaciones en su casa de Indian Creek, en Miami, de forma que Vanessa podía jugar con sus hijos mientras nosotros trabajábamos en su nuevo disco. El compositor Tony Renis nos había mandado una melodía a la que había que poner una letra y pese a contar con la brillante colaboración de Ramón Arcusa estábamos bastante bloqueados.

Vanessa no tenía aún siete años y yo la observaba crecer con tristeza. Durante años he sentido un enorme dolor por no haber podido ser mejor padre. Me desperté una mañana y estuve un rato contemplando con melancolía cuánto había crecido.

placeholder Manolo Díaz (derecha) junto a Massiel en 1966. Acababan de ganar en el Festival de Mallorca con la canción 'Rufo el pescador'. (Cedida por la autora)
Manolo Díaz (derecha) junto a Massiel en 1966. Acababan de ganar en el Festival de Mallorca con la canción 'Rufo el pescador'. (Cedida por la autora)

Julio y yo tuvimos poco después una conversación sobre la nostalgia de ver a nuestras hijas crecer y surgió así la idea que se convirtió en la canción De niña a mujer. Chábeli, que era al menos tres años mayor que mi hija, era la primogénita de Julio y en ese momento la que más brillaba. Había puestas muchas expectativas en ella. Ramón y Julio escribieron una preciosa letra que pasó a ser uno de los temas más intimistas de su repertorio, y también de los más vendidos.

La soledad con la que llegué a París no dejaba de ser un buen activo para la compañía, ya que trataba de olvidar el fin de mi relación trabajando día y noche y me apuntaba a cualquier evento que hubiera en marcha. Tenía el corazón roto, tenía insomnio y tenía ganas de comerme París.

Quienes me conocían, incluido mi jefe Alain Levy, creían que yo era algo así como el gigoló de Monique, pero nunca fue cierto. Éramos una pareja sin serlo y ella me llevaba como acompañante a sus diferentes compromisos. Aún me sorprendo de verme a mí mismo en el cumpleaños de Johnny Hallyday, contratado por la competencia, que era algo así como el Elvis francés, al que solo invitaba a una decena de personas. Y ahí estaba yo.

Gracias a la amistad de Monique con la familia propietaria de la sala Olympia, los Cocatrix, siempre estábamos en las mejores filas de los conciertos imprescindibles con los cantantes del momento. El Olympia era como un templo por el que había que pasar para consagrarse en Francia. No solo para los artistas nacionales, sino también para los internacionales, como Leonard Cohen, al que estábamos promocionando en ese momento.

Aún me sorprendo de verme a mí mismo en el cumpleaños de Johnny Hallyday, contratado por la competencia

Mi vida profesional iba literalmente sobre ruedas, porque yo había visto la moda de ir en patines al trabajo en un viaje a Nueva York y así llegaba a la oficina que teníamos en Franklin Roosevelt. Muchas mañanas me acompañaba la nueva directiva que acababa de llegar de Nueva York, Bunny Freidus, una de las pocas grandes ejecutivas mujeres en la industria de la música y de cualquier sector en aquel momento. Freidus me llamaba al salir de su casa por las mañanas con la bicicleta, y nos encontrábamos a medio camino para ir juntos en ese tándem sobre ruedas a la oficina. La mayor parte de la plantilla era extranjera, excepto Levy, un francés educado en Estados Unidos, otro de los mentores que ha marcado mi trayectoria. Llegar a aquella preciosa oficina, pasando casi volando entre los viandantes y viendo sus caras de vértigo, me producía cierta satisfacción.

Gracias al talento de los artistas que me dieron, en tres años cumplí mis objetivos en el puesto. Y, cuando ya estaba corriendo el peligro de empezar a aburrirme, algo que me sucede periódicamente en el trabajo cuando lo he exprimido intensamente, me ofrecieron ir a la oficina de Miami, ya que la compañía tenía problemas con el marketing en Latinoamérica. Cuando me hicieron la oferta, tuve ganas de contestar: "¿Cuánto hay que pagar?".

París me dio lo que yo más necesitaba en ese momento de mi vida. Pero, una vez que me fui, no miré atrás y corté el contacto con Monique Le Marcis.

* Belén Carreño es periodista y ha trabajado en diferentes medios españoles e internacionales. Este 6 de febrero publica 'Ayer tuve un sueño. Manolo Díaz: sesenta años de música pop en español' (Debate), la historia de Manolo Díaz, compositor, cantautor y alto ejecutivo de diversas discográficas que llevó a la fama mundial a artistas como Julio Iglesias, Rafaella Carrá, Carlos Vives o Juanes, entre otros muchos.

Julio Iglesias nos había presentado y Monique, que lo admiraba muchísimo, me había abierto las puertas de todo París, gracias también a que supe ganármela y forjar con ella una relación muy estrecha. No dejaba de maravillarme de aquel golpe de suerte: en un momento en el que Europa miraba por encima del hombro a los españoles, yo desfilaba por París como en un paseo triunfal, en algo muy parecido a un sueño.

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