Robo, asesinato, delitos contra natura... Los grandes de la literatura que acabaron entre rejas
En 'Condenados a escribir' Daria Galateria, profesora de Literatura Francesa de la Universidad de La Sapienza en Roma, repasa las pericias carcelarias de algunos relevantes autores
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La famosa Encyclopédie, la obra magna de la Ilustración, se abre con una dedicatoria al conde d'Argenson, el jefe de la policía que arrestó a Diderot como autor de unos textos considerados subversivos y que posteriormente le dejó en libertad precisamente para que pudiera completar la titánica tarea que supuso la Enciclopedia. François Truffaut fue llevado a rastras con 16 años a comisaría por su padrastro, quien, harto de tener que pagar los pufos que el chaval iba dejando con el cinefórum que había montado, le acusó de robo y endeudamiento y pidió su internamiento en un centro de menores, cosa que logró. Oscar Wilde —es bien conocido— fue encarcelado por "delitos contra natura", que en el Código Penal inglés de la época figuraban en gravedad justo por debajo del de asesinato. Apollinaire fue a prisión siendo inocente: le acusaron de haber sido cómplice de su secretario, Géry Píéret, y de robar en agosto de 1911 del Museo del Louvre La Gioconda (al final el ladrón resultó ser el italiano Vicenzo Perugia).
El "desprecio público a la Santa Religión" fue lo que llevó a Giacomo Casanova a dar con sus huesos en una celda de la prisión veneciana de Los Plomos, aunque logró escapar de ese presidio en una fuga espectacular. El poeta Dino Campana fue detenido tres veces en Italia durante la I Guerra Mundial porque, con su cara rosada y sus cabellos rubios, tenía aspecto de alemán. Y cuando una noche de 1945 sonó el timbre de la casa de Celine en Copenhague, el escritor llamó inmediatamente a la policía, sin sospechar que era precisamente la policía la que tocaba a su puerta para detenerle por colaboracionismo con el régimen nazi.
A lo largo de la historia, son muchos los literatos que han acabado en prisión. Por motivos varios: robo, difamación, atraco a mano armada, conspiración, composición de poemas elegiacos a la muerte de Hitler… Daria Galateria, profesora de literatura francesa en la Universidad La Sapienza de Roma, ha recopilado en
Galateria, que ya anteriormente había publicado en Impedimenta
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También Jean Genet se estrenó entre rejas como escritor: cuando en 1933 estaba en la cárcel, empezó a escribir en el papel marrón con el que debía de confeccionar saquitos para el pan. Cada vez que los vigilantes se daban cuenta, le confiscaban los manuscritos, pero él empezaba de nuevo. "En cierto momento", asegura Daria Galaterie, "estaba escribiendo cinco novelas a la vez", entre las que se encontraba Querelle de Brest.
"Sería duro si por la noche no tuviera la alegría de poder escribir", aseguró el alemán Hans Fallada cuando estuvo recluido en la cárcel de Greifswald. "La prisión es una escuela formidable", en palabras de Curzio Malaparte. Y durante su encierro en el campo de concentración de Czestochowa, Giovanni Guareschi se reafirmaba diciendo: "Yo no me muero ni aunque me maten".
Lo que está claro es que el paso por prisión marcó de un modo u otros a todos los autores retratados en Condenados a escribir. A Verlaine, por ejemplo, lo transformó hasta el punto de dejar atrás una vida disoluta y abrazar con fervor el cristianismo. "Lo que a mí más me ha sorprendido es que para todas las mujeres la cárcel fuera una liberación, porque no debían ocuparse del marido, de los padres y de los hijos y tenían tiempo para ellas mismas, así que escribieron sus memorias de su paso por la prisión".
"Las pocas horas de reposo que he encontrado en mi vida han sido en la cárcel, solo ahí", llega a afirmar en sus Memorias la poeta y escritora Louise Michel, una de las principales figuras de la Comuna de París. La italiana Goliarda Sapienza, por su parte, llegó a ir a la cárcel por voluntad propia, como radical acto de protesta existencial y también para llamar la atención y conseguir que por fin se publicara su obra, sabiendo que a los editores les encanta la mala prensa.
"Para todas las mujeres la cárcel fue una liberación porque no debían ocuparse del marido, de los padres y de los hijos"
Solo un único español, Jorge Semprún, se encuentra en la galería de 43 autores que componen Condenados a escribir, donde se da cuenta de su encierro en el campo de concentración de Buchenwald. "Semprún es uno de los más sensibles y sentimentales, uno de los que más sufren la situación carcelaria y padecen más nostalgia", subraya Galateria. Semprún contrasta en ese sentido fuertemente con escritores con Václav Havel, a quien durante su encierro en Hermanice por parte del régimen comunista se le prohibió mandar cartas con el más mínimo atisbo de humor. "Pero, ¿cómo se puede hablar de un lager si no es con algo de humor?", argumentaba Havel, que recurría a una prosa absolutamente nebulosa para saltarse la censura.
Lo que también queda claro es que el asesinato (o intento de asesinato) de la mujer es uno de los delitos más frecuentes entre los escritores. Quizás, como señala la propia Daria Galateria, porque los autores tienden a pasar mucho tiempo en casa, escribiendo, y eso acaba generando casi inevitablemente conflictos, broncas y peleas.
El caso es que el 10% de los literatos de los que se ocupa Condenados a escribir acabaron entre rejas por intentar matar a su pareja o por llegar efectivamente a asesinarla. Es el caso por ejemplo del alemán Hans Fallada, quien pasó por la cárcel por apropiación indebida primero, después por un campo de concentración nazi por conspirar contra la persona del Führer y finalmente por un manicomio tras haber disparado a su mujer. El matrimonio se encontraba en una granja de Carwitz con sus tres hijos, la suegra y varios evacuados por los bombardeos de la II Guerra Mundial cuando un día, borracho, el escritor disparó contra su mujer. Contaron que había sido un accidente, pero un fiscal celoso en exceso decidió que el autor fuera interrogado y Fallada acabó en el psiquiátrico. Paul Verlaine, por su parte, fue a parar a la cárcel por disparar contra su amante, el poeta Arthur Rimbaud. Pero a Mathilda, su mujer, la maltrató a conciencia: le quemó el pelo, golpeó a su hijo recién nacido contra una pared e intentó estrangularla.
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Qué decir de Norman Mailer: quería ser alcalde de Nueva York y en junio de 1960 organizó un fiestón para 300 personas para anunciar su entrada en campaña electoral. Entre los invitados había boxeadores, críticos y escritores, políticos de poca monta… Los personajes influyentes de la ciudad brillaron por su ausencia, y eso ya puso de mala uva a Mailer, quien tuvo encontronazos con varios invitados. La fiesta fue un desparrame absoluto y a eso de las 4:30 el escritor subió a su apartamento con un ojo morado. "Es como si llevaras maquillaje", le comentó Adele, su mujer. Mailer sacó un cuchillo de siete centímetros y le asestó dos golpes: uno en la espalda y otro que le rozó el corazón. Aunque ella inicialmente aseguró a la policía que se había herido al caer sobre los restos de un vaso de cristal roto, acabó admitiendo que había sido obra de su marido, justificándolo con que "estaba deprimido". Mailer solo pasó una noche encarcelado por esa agresión, pero, como subraya Daria Galateria, iría a prisión en 1967 por participar en una marcha pacifista contra la guerra de Vietnam.
Y luego está el caso de William S. Burroughs, archiconocido pero siempre estremecedor. Gran amante de las armas y siempre corto de dinero, en 1951 el escritor beat decidió vender una automática Star 380, de la que se quejaba "que disparaba bajo". Mientras esperaba junto a un grupo de amigos la llegada del comprador, decidió que era "hora de jugar a Guillermo Tell". Su mujer se colocó una copa de cristal en la cabeza y Burroughs, que era un excelente tirador, apuntó y disparó. Cuando Joan, de 27 años, llegó al hospital, solo pudieron constatar que estaba muerta. Burroughs fue a prisión, pero, tras 13 días, su abogado logró que le dejaran libra aduciendo que había sido un accidente.
"Con frecuencia vemos buenos escritores que son malas personas, aunque, por supuesto, no es necesario ser mala persona para ser un gran escritor", concluye con su habitual sentido del humor Daria Galateria. "La literatura tiene un componente muy fuerte de imaginación, de sueños, así que muchos de los que se dedican a ella no pueden estar demasiado atados a la realidad y tienen que tener la capacidad de romper las reglas".
La famosa Encyclopédie, la obra magna de la Ilustración, se abre con una dedicatoria al conde d'Argenson, el jefe de la policía que arrestó a Diderot como autor de unos textos considerados subversivos y que posteriormente le dejó en libertad precisamente para que pudiera completar la titánica tarea que supuso la Enciclopedia. François Truffaut fue llevado a rastras con 16 años a comisaría por su padrastro, quien, harto de tener que pagar los pufos que el chaval iba dejando con el cinefórum que había montado, le acusó de robo y endeudamiento y pidió su internamiento en un centro de menores, cosa que logró. Oscar Wilde —es bien conocido— fue encarcelado por "delitos contra natura", que en el Código Penal inglés de la época figuraban en gravedad justo por debajo del de asesinato. Apollinaire fue a prisión siendo inocente: le acusaron de haber sido cómplice de su secretario, Géry Píéret, y de robar en agosto de 1911 del Museo del Louvre La Gioconda (al final el ladrón resultó ser el italiano Vicenzo Perugia).