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Lo siento, pero tu trabajo sí es tu vida
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Héctor G. Barnés

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Lo siento, pero tu trabajo sí es tu vida

Creemos que separar por completo el trabajo y nuestra vida privada es emancipador, pero solo nos engañamos a nosotros mismos. No podemos dejar de ser personas 8 horas al día

Foto: Las heridas no desaparecen al salir del trabajo. (AppleTV)
Las heridas no desaparecen al salir del trabajo. (AppleTV)

Si le ofreciesen la posibilidad de olvidarse de todo lo que le ha ocurrido en el trabajo al salir por la puerta de la oficina, ¿lo aceptaría? ¿Estaría dispuesto, a cambio, a no pensar ni un segundo en su familia, amigos o asuntos personales mientras está trabajando? ¿Le encantaría no tener que llevarse trabajo a casa porque, directamente, no sabría ni de qué trabaja? ¿No recibir llamadas fuera de hora ni perder un segundo de sueño en preocupaciones laborales? En definitiva, ¿le gustaría separar por completo el trabajo y el resto de su vida?

Así planteado, cual capciosa pregunta del CIS, estoy seguro de que responderá que sí. Una de las grandes ambiciones del trabajador moderno es intentar, en la medida de lo posible, separar todo lo posible ambos ámbitos: la tan ambicionada conciliación familiar y laboral. Hoy está mal visto tener amigos solo en el trabajo y pasar tu tiempo libre con la gente de la oficina. ¿Qué pasa, que no tienes casa? El triunfo pasa por tener una plena vida familiar y éxito laboral: que lo personal y los negocios no interfieran entre sí.

Severance, la serie de Dan Erickson que acaba de estrenar su segunda temporada en AppleTV, sugiere una tesis totalmente opuesta: que esa aspiración a separar por completo ambos ámbitos no es una utopía, como nos podría parecer, sino pura distopía. En Lumon, la empresa retratada en la serie, han separado vida personal y laboral consiguiendo, mediante un implante, que los trabajadores se olviden de su otro yo al entrar (o salir) de la oficina.

Más allá de la crítica a la deshumanización de la empresa moderna, Severance sugiere que escindir nuestra vida en dos (o más) compartimentos sin comunicación es alienante. Un "yo" que trabaja, un "yo" que hace… el resto de cosas. A los personajes que se someten a ese proceso de "separación" no les va bien. Poco a poco, de forma inconsciente al principio y más explícita más tarde, lo que les ocurre en el trabajo termina influyendo lo que ocurre fuera de él. La mejor metáfora es esa tirita que cubre la brecha del protagonista tras un carpetazo a mala leche de su nueva ccompañera. Las heridas no desaparecen al salir por la puerta.

Cada vez más jóvenes (y no tan jóvenes) entienden el trabajo como mera transacción

Solemos considerar la separación entre vida y trabajo como una forma de garantizar nuestra salud mental y de poner límites. Es una reacción más o menos reciente a esa visión empresarial impuesta por el modelo Silicon Valley en la que la empresa es tu familia –y, como tal, tu principal proveedora emocional-, que debemos participar en los ritos del afterwork para reforzar los lazos con nuestros compañeros y considerar nuestro trabajo un juego. Frente a la frialdad de la cadena de montaje, la empresa moderna intenta estimular las emociones y afectos de sus trabajadores. Como explicaba Dan Lyons tras su paso como infiltrado en una startup, "si eras parte de ese culto casi divino y te creías lo de que estabas cambiando el mundo, tu experiencia podía ser maravillosa, pero a mí todo aquello me parecía ridículo".

Como respuesta, y añadiendo a la ecuación la crisis de la trampa de la vocación, la actitud de muchos jóvenes (y no tan jóvenes) está siendo la de entender su relación con el trabajo como una mera transacción económica. Yo te presto mi fuerza de trabajo durante ocho horas al día, yo recibo un sueldo que me permita sobrevivir, e intentaré evitar todo aquello que pueda impactar negativamente en mi vida personal, de la que cuanto menos se sepa, mejor. El empleo tan solo debe cubrir nuestras necesidades materiales, no las psicológicas y emocionales.

placeholder Una oficina vacía. (Reuters/Peter DaSilva)
Una oficina vacía. (Reuters/Peter DaSilva)

Esta visión que se tiene por emancipadora no deja de ser una solución individualista y escapista a nuestra complicada relación con el trabajo, un lugar donde pasamos alrededor de una tercera parte (o más) de nuestra vida consciente. Lo que conseguimos al pensar que trabajo y vida fuera de él son círculos totalmente distintos es despersonalizarnos y fragmentarnos, como le ocurre a con los personajes de la serie. Al fin y al cabo, (casi) todo trabajo nos obliga a relacionarnos con gente –aunque la ambición de algunos parezca ser eliminar todo contacto con los demás-, y relacionarnos con otras personas siempre nos afecta. Si no es así, lo siento: usted es un robot.

Pretender que el lugar donde pasas al menos ocho horas al día solo te proporciona dinero nos obliga a replegarnos sobre nosotros mismos y a convertirnos de forma voluntaria en un engranaje de la máquina. Primer mandamiento: no sentirás. Segundo mandamiento: nada de lo que ocurra es tu responsabilidad. Pero tan peligroso es el exceso como el defecto, y tan dañino resulta buscar en el trabajo nuestra realización personal y estructurar nuestra vida alrededor de él como pretender que no tiene ningún impacto en nuestra vida supuestamente "real". Pensar que somos dos personas totalmente distintas dentro del trabajo o fuera de él es puta disociación. El mito del ogro en el trabajo y un santo en el hogar es, eso, un mito.

Como explicaba en un viejo artículo de Susan Rosenthal, el capitalismo ha perfeccionado el arte de hacer que las cosas parezcan distintas a como son realmente, y este es uno de los mejores ejemplos. "Parece que el trabajo y la vida son dos esferas diferentes", escribía. "La esfera económica del trabajo en la que colmamos nuestras necesidades materiales; y la esfera personal de la familia, la amistad, el amor, los intereses personales y los hobbies donde saciamos nuestras necesidades emocionales".

Desde el siglo XIX compartimentamos cada vez más nuestra vida: trabajo, familia, ocio

La autora se remonta a las sociedades agrícolas para recordar que, durante la mayor parte de la historia del ser humano, el trabajo y la vida personal estaban íntimamente ligados, como tantas otras esferas de nuestra vida. No es que viviésemos con quien trabajábamos, sino que trabajábamos con quien vivíamos. Con el paso del tiempo, especialmente a partir de la revolución industrial, hemos empezado a compartimentar cada vez más nuestra existencia: trabajo, ocio, hogar, familia, amigos. La modernidad y la división del trabajo han dado lugar a nuestras concepciones parcelarias sobre la vida íntima, el tiempo libre o el ocio, al mismo tiempo que nacían nuestros ritmos modernos impuestos por el reloj. Todo tiene su espacio, todo tiene su lugar.

El mejor ejemplo es la invención del fin de semana en la Inglaterra industrial del siglo XIX y su posterior desarrollo durante el fordismo, cuya división de la semana en cinco días laborables y dos festivos aspiraba a separar de manera aún más clara esos dos ámbitos. Es decir, un invento plenamente capitalista, en el que el fin de semana para desconectar se pone al servicio de la productividad de la semana laboral. El tiempo libre solo se entiende como el negativo del trabajo.

Lo que perdemos de vista es que la separación perfecta entre trabajo y vida familiar para quien es beneficiosa es para la empresa, que así consigue que los problemas personales no tengan ningún impacto en el rendimiento del trabajador. Me da igual que tu madre esté enferma, que tu hija tenga fiebre o que se haya muerto tu padre. Como señala otro artículo sobre Severance de la doctora Ayesha Khan, "nos han socializado para convertirnos en trabajadores que dejan su vida personal en la puerta. Ni siquiera nos cuestionamos el concepto de conciliación laboral, que ha sido normalizado, glorificado y glamourizado. Se considera un objetivo 'saludable' que debemos perseguir para ser considerados individuos exitosos en la sociedad".

placeholder La típica empresa alienante.
La típica empresa alienante.

Hoy en día el trabajador obsesionado por su empleo está muy mal visto, incluso dentro de la propia empresa, porque ha contravenido ese principio por el cual debe mantener su vida personal totalmente separada del trabajo. La persona que llega el primero y se marcha el último resulta sospechosa. ¿No tiene vida o qué? ¿Qué trama pasando tanto tiempo con todos nosotros? ¿No estaremos funcionando como su familia sin pretenderlo, verdad?

El ideal del trabajador robotito

Cada vez hay más críticos que ponen en duda que esa separación entre la esfera del trabajo y la personal (reducida en ocasiones a "familiar") sea emancipadora. En realidad, puede ser aún más alienante ya que obliga al trabajador a que renuncie a su lado humano durante horas. Como explica Khan en su artículo, la empresa (tal y como aparece retratada en Severance) está diseñada para convertirnos en objetos obedientes, "sin mente, emociones ni agencia".

"Para sobrevivir, puede que tengamos que apagar todo por completo, deshacernos de nuestros sentimientos", recuerda. "Sin embargo no es posible por mucho que lo intentemos. Termina cobrándose su precio y, aunque pensemos que estamos bien, no funciona". Apagar nuestras emociones, convertir todas nuestras relaciones (con compañeros, pero también con clientes u otras personas que se crucen en nuestro camino) en meramente instrumentales y forzar a que nada de lo que ocurre en la oficina nos afecte ni emocional ni moralmente (¿no son vasos comunicantes?) es represión autoimpuesta.

La intimidad ha adquirido prestigio como el único lugar donde somos nosotros

Por mucho que intentemos olvidarlo, somos seres humanos en todo el momento, en el dormitorio y en la oficina, en el bar y en la iglesia. No podemos dejar de sentir, pero tampoco podemos deshacernos de nuestras responsabilidades. El prestigio de la intimidad como el lugar privilegiado en el que de verdad somos nosotros (el único lugar donde realmente somos nosotros) provoca que relativicemos la importancia de esos espacios entre lo público y lo privado donde también entran en juego la moral, los sentimientos o la lealtad. Ya sabemos que no existe una separación entre el mundo virtual y un hipotético mundo "real". Ahora tenemos que reconocer que no la hay entre el trabajo y "lo otro". Nunca nada es solo sexo, nunca nada es solo negocios.

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¿Qué queda, entonces? Tiene que haber un punto intermedio entre la empresa que trata a sus empleados como bebés en el jardín de infancia y la despiadada cadena taylorista que los convierte en engranajes deshumanizados de una cadena, pero también entre entender el trabajo como la única vía de realización (y la oficina la única forma de socialización) y el desapego absoluto hacia todo lo relacionado con el trabajo, al menos hasta que se produzca su abolición total (risas). Nadie se cura de sus heridas al salir por la puerta de la oficina, nadie deja de ser humano al traspasar la puerta de casa.

Si le ofreciesen la posibilidad de olvidarse de todo lo que le ha ocurrido en el trabajo al salir por la puerta de la oficina, ¿lo aceptaría? ¿Estaría dispuesto, a cambio, a no pensar ni un segundo en su familia, amigos o asuntos personales mientras está trabajando? ¿Le encantaría no tener que llevarse trabajo a casa porque, directamente, no sabría ni de qué trabaja? ¿No recibir llamadas fuera de hora ni perder un segundo de sueño en preocupaciones laborales? En definitiva, ¿le gustaría separar por completo el trabajo y el resto de su vida?

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