Así transforma la música tu cerebro y ralentiza tu envejecimiento y hasta el Alzheimer
El fisiólogo y músico canadiense Michel Rochon es una de las personas que más sabe de la relación que se establece entre la música y las áreas cognitivas. Esta es una charla muy distendida con él a partir de su libro 'El cerebro musical'
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Cuando Michel Rochon se sienta al piano e improvisa su cerebro entra en trance. Se siente poseído. En vez de las regiones frontal y occipital, normalmente asociadas a la música y a la actividad racional, se activa una zona parietal relacionada con los estados de meditación y flujo. Después, asegura, se siente calmado y en paz, con todas las tensiones liberadas. Puede parecer una boutade de gurú, pero Rochon no habla por hablar. Sabe lo que ocurre porque se sometió a pruebas electromagnéticas en su cerebro para comprobarlo. "Sí, la improvisación musical, para mí, es una forma de meditación activa, una experiencia que no solo beneficia al cerebro, sino también al alma", manifiesta.
Rochon es un fisiólogo y músico canadiense que lleva años estudiando y escribiendo sobre la relación entre la música y el cerebro. Y es un auténtico tótem en este tipo de conocimientos. Se acaba de publicar en español su libro
Comenzamos: ¿hasta qué punto y cómo transforman las notas musicales nuestro cerebro? Rochon señala que no tenemos un cerebro estrictamente musical, pero sí que cuando escuchamos música se activan hasta 30 regiones de esta máquina tan curiosa. "Además, cuanto más escuchamos música, más se enriquece nuestro cerebro. Este proceso fortalece las conexiones neuronales, promoviendo lo que se conoce como neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse y reorganizarse", comenta. Otra cosa que sucede es que se empieza a liberar un torrente de dopamina, la famosa hormona del placer, que comienza a generar endorfinas. Por eso cuando escuchamos música que nos gusta —y aquí el músico afirma que no hay música buena ni mala para esto, sino la que le guste a cada cual, como si es pura distorsión—, nos sentimos tan bien. Y lo mejor es que es un efecto prolongado en el tiempo. No es como observar un cuadro que cuando dejas de mirarlo se acaba el placer. "La música, al desarrollarse de forma continua en el tiempo, genera un placer estético más prolongado. Escuchar música durante una o dos horas tiene efectos que pueden extenderse mucho más allá de ese periodo", mantiene.
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Esta capacidad, que es fundamentalmente humana, la desarrollamos antes de nacer. En el útero de nuestra madre, justo en los dos o tres meses antes del nacimiento, ya tenemos una capacidad auditiva similar a la de los adultos. Se puede escuchar casi perfectamente lo que hay ahí afuera. Así lo cuenta Rochon y por eso sí aconseja a las madres a escuchar música durante el embarazo. La que sea, porque esto ya moldeará el gusto musical del bebé. También insiste en que es crucial la escucha de música durante la infancia, puesto que contribuye al desarrollo cognitivo y tiene enormes beneficios. Eso sí, advierte, "el gusto musical no termina de consolidarse hasta la adolescencia, influido por padres, amigos y el entorno social", remacha.
Nadie es más inteligente con la música
Sin embargo, uno de los mitos que Rochon tira por tierra completamente es que la música te haga más inteligente. Tampoco le da ninguna pátina política. No te hace ni de una ideología ni de otra. Por eso los nazis podían escuchar a Wagner y después pegar tiros en un campo de concentración y organizar la Solución Final. "Y eso no convierte a Wagner en responsable de las atrocidades cometidas por el dictador. Al final, la música, en su esencia, no es política. Una cosa es la intención del compositor y otra, cómo cada persona la recibe o la interpreta", ratifica.
Con respecto a la inteligencia, hace años hizo fortuna la expresión "el efecto Mozart". De hecho, hubo un boom de venta de su música por eso. Y todo, dice, fue por una mala praxis periodística. Todo comenzó en 1992, cuando en la Universidad de California un investigador llevó a cabo un estudio con la intención de explorar cómo la música clásica podía ayudar a mejorar la concentración de los estudiantes. Diseñó un experimento en el que dos grupos debían realizar una tarea de papiroflexia, es decir, doblar objetos en el espacio. A uno de los grupos se le hizo escuchar música de Mozart mientras trabajaban, y al otro no. El resultado fue que el grupo que escuchó a Mozart mostró una mayor capacidad de concentración durante aproximadamente diez minutos mientras realizaba la tarea espacial. Esa fue la conclusión inicial del estudio: la música de Mozart parecía ayudar en tareas específicas relacionadas con la concentración y la percepción espacial. ¿Y qué hizo un periodista con esto? Titular: "Mozart te hace más listo".
Pero no era verdad. Los investigadores, entre los que estaba Rochon, lo comprobaron y descubrieron que lo que el estudio original midió no fue un aumento en el coeficiente intelectual, sino un incremento temporal en la capacidad de concentración al realizar tareas espaciales. También que este efecto no era exclusivo de la música de Mozart: otros géneros musicales, como el rock, también podían tener un efecto similar en la concentración. Tampoco encontraron pruebas sólidas de que la música por sí sola aumentara nuestro coeficiente intelectual. "Esto depende de muchos factores, especialmente entre los 5 y los 20 años, como el entorno, la educación, la genética y las experiencias de vida. Es muy difícil aislar un único factor que haga una diferencia significativa", argumenta el fisiólogo.
Ralentizar enfermedades neurodegenarativas
Ahora bien, lo que sí está comprobado es que, sobre todo, tocar un instrumento ralentiza nuestro envejecimiento e incluso la aparición de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. Esto tampoco es cosa de gurús. Hay pruebas médicas contundentes.
"Existen numerosos estudios que demuestran que la música, especialmente tocar un instrumento, tiene un efecto neuroprotector significativo. Se han realizado investigaciones con pacientes de Alzheimer y se ha observado que aquellos que tocaban música experimentaban un inicio más tardío de la enfermedad, entre dos y tres años después, en comparación con pacientes que no tocaban ningún instrumento. Esto se debe a que tocar música implica un nivel de actividad cerebral mucho mayor que simplemente escucharla, aunque escuchar música también tiene beneficios", comenta el músico.
Estudios con pacientes de Alzheimer prueban que los que tocaban música tenían un inicio más tardío de la enfermedad
¿Qué sucede entonces en el cerebro cuando tocamos? Muchas cosas. El cerebro comienza a trabajar con muchísima intensidad, activando múltiples áreas al mismo tiempo: coordinación motriz, memoria, atención y percepción auditiva, entre otras. Esto genera una retroalimentación positiva que fortalece las conexiones neuronales y contribuye a la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse y desarrollarse a lo largo de la vida. Además, nuestra capacidad para tocar no se acaba. "No, nunca es tarde porque nuestro cerebro tiene una notable plasticidad y, al igual que un músculo, cuanto más lo ejercitamos, mejor funciona. Por el contrario, si no lo usamos, tiende a atrofiarse. Cuando doy conferencias, especialmente dirigidas a personas mayores, siempre les animo a que prueben a tocar un instrumento, sin importar la edad. No es necesario plantearse metas inalcanzables, como interpretar un complejo concierto, pero sí empezar con pequeños objetivos que sean accesibles y motivadores. Los beneficios son enormes, tanto a nivel cognitivo como emocional", sostiene.
El calor de la voz humana
Hay más beneficios de la música. Por supuesto, la compañía que nos hace. Es pura biología porque tiene que ver en gran parte con que es nuestro primer lenguaje.
"Hace unos 100.000 años, el Homo Sapiens Sapiens ya utilizaba la música como una herramienta esencial para la cohesión social. Vivían en grupos pequeños de 20, 30 o 40 individuos y comenzaron a emplear sus cuerdas vocales, el primer instrumento humano, para generar sonidos y ritmos que los unieran como comunidad. El segundo instrumento que desarrollaron fue la percusión, utilizando objetos y el entorno para marcar ritmos. Producían sonidos y ritmos repetitivos para generar energía y ánimo antes de enfrentarse a tareas exigentes, como la caza. Estos ritmos no solo servían para coordinar y motivar al grupo, sino que además activaban hormonas como el cortisol y las endorfinas, que incrementaban la concentración y la resistencia necesarias para la caza", explica Rochon, que añade que, "con el tiempo, la música se incorporó a otros rituales, como los de paso a la adultez, cortejo, amor y celebraciones. Es la base emocional y melódica sobre la que se construyó el lenguaje tal y como lo conocemos hoy".
De hecho, si usted ha estado alguna vez en un concierto sinfónico, se habrá fijado en que lo que más nutren las orquestas son los instrumentos de cuerda. Violines, chelos, violas etc. Eso, dice Rochon, es porque "instrumentos como el violín y el chelo se parecen mucho a la voz humana, especialmente el chelo. Cuando uno escucha este instrumento, da la sensación de que 'nos habla'. Por ejemplo, al escuchar las suites de Bach para chelo, se percibe algo profundamente emocional, casi como si estuviera comunicándose en un lenguaje universal. Como el lenguaje de las madres, que es un lenguaje sin palabras. Es esa cualidad vocal lo que hace que estos instrumentos tengan una conexión emocional tan fuerte con nosotros. Por otro lado, instrumentos como la tuba o la trompeta no se asemejan en absoluto al sonido de la voz humana y, por tanto, generan una respuesta diferente".
"El chelo se parece mucho a la voz humana. Cuando uno escucha este instrumento, da la sensación de que 'nos habla'"
¿Qué está pasando ahí a nivel cerebral? Que se está activando el sistema límbico, el de nuestras emociones. Como son sonidos que se asemejan a la voz humana, este es un timbre con el que respondemos de manera emocional. Por eso, continúa Rochon, escuchar un violín o un chelo puede tocarnos profundamente, evocando sensaciones similares a las que provoca una voz humana cargada de emoción.
Un efecto de esta activación del sistema límbico lo observamos claramente en la pandemia. La música se convirtió en salvaguarda de mucha gente. Muchos salieron al balcón a cantar 'Resistiré'. "Muchos artistas compusieron canciones que hablaban de resiliencia, esperanza y conexión, reflejando las emociones colectivas de la época. Al mismo tiempo, hubo una explosión de creatividad, con músicos y cantantes reuniéndose en proyectos virtuales, donde hasta 40 o 50 intérpretes colaboraban desde sus hogares. La música se convirtió en un refugio emocional, una herramienta para aliviar el estrés y reconectar con los demás, aunque fuera a distancia", rememora este investigador.
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Además, añade, cuando finalmente llegó el momento de salir del confinamiento, hubo un gran impulso por recuperar experiencias colectivas: bailar, asistir a conciertos y disfrutar de la música como ritual compartido. En Canadá ocurrió, como en Madrid y en todas partes, una tendencia que prosigue: hay conciertos continuamente que se llenan, incluso en formatos enormemente grandes.
No solo la música en vivo. Se ha comprobado que escuchamos más música que nunca. "Estudios recientes han analizado las tendencias musicales durante ese periodo. Por ejemplo, un análisis realizado en el otoño de 2023 constató que, según las listas de reproducción y los hábitos de Spotify, nunca antes se había escuchado tanta música como en esos años. De hecho, la música superó incluso a plataformas como Netflix o la televisión en términos de consumo. Fue el recurso más importante para encontrar consuelo y compañía. En el plano personal, la música estimula y regula nuestras emociones; a nivel colectivo, fomenta la cohesión social, ayudando a formar comunidades más unidas y resilientes", mantiene Rochon.
"La música superó incluso a plataformas como Netflix o la televisión en términos de consumo"
Por todos estos motivos (y beneficios), este médico y músico, que puede estar hablando horas y horas con pasión de la música, se lamenta de que cada vez tenga menos espacio en los currículos escolares de Primaria y Secundaria. Así sucede en Canadá, pero no es el único sitio. "Hoy en día, las actividades extracurriculares como el deporte han ganado mucho protagonismo, lo cual es fantástico y tiene sus propios beneficios, pero sería ideal equilibrarlo con una mayor presencia de la música. Tocar un instrumento no solo fomenta habilidades cognitivas, como la concentración y la memoria, sino que también mejora la coordinación y la expresión emocional, algo que difícilmente se puede sustituir con otras actividades", apostilla.
Y alerta de otro factor ya no tan incipiente: la música generada por Inteligencia Artificial, que ya está teniendo consecuencias en la propia industria musical. "Ahora es más fácil pedirle a una IA que componga o interprete una pieza musical. Sin embargo, esta facilidad tecnológica no sustituye los beneficios personales y emocionales de aprender y tocar un instrumento. Estamos entrando en una nueva era en la que debemos esforzarnos por dar la batalla para que la música y los instrumentos sigan siendo una parte importante de la formación. Si logramos mantener su presencia en los planes de estudio, estaremos invirtiendo en una sociedad más creativa, empática y emocionalmente rica", remata una conversación que fue un verdadero placer. Como escuchar una suite de Bach.
Cuando Michel Rochon se sienta al piano e improvisa su cerebro entra en trance. Se siente poseído. En vez de las regiones frontal y occipital, normalmente asociadas a la música y a la actividad racional, se activa una zona parietal relacionada con los estados de meditación y flujo. Después, asegura, se siente calmado y en paz, con todas las tensiones liberadas. Puede parecer una boutade de gurú, pero Rochon no habla por hablar. Sabe lo que ocurre porque se sometió a pruebas electromagnéticas en su cerebro para comprobarlo. "Sí, la improvisación musical, para mí, es una forma de meditación activa, una experiencia que no solo beneficia al cerebro, sino también al alma", manifiesta.