El suicida que necesitó 14 tiros para matarse (y otros casos reales del forense superventas)
El belga Philippe Boxho, médico forense desde hace 30 años, ha vendido un millón de ejemplares solo en el mercado francófono de los libros con sus historias verídicas. 'Los muertos tienen la palabra' (Plaza & Janés) llega ahora a España.
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Philippe Boxho es un forense belga que desde hace 30 años se dedica a la medicina legal. Profesor de Medina Forense y Criminología y director del Instituto de Medicina legal de la Universidad de Lieja, siempre le ha sorprendido el enorme interés que la gente mostraba por su profesión al enterarse de cómo se ganaba la vida. Así que un buen día decidió sentarse y escribir un libro contando algunos de los casos más relevantes de su carrera.
El libro, publicado en 2023 en una pequeña editorial, se convirtió inmediatamente en un descomunal éxito de ventas. Hasta el punto que Boxho escribió del tirón otros dos libros, siempre con casos reales de su vida profesional. Los tres libros llevan ya vendidos un millón de ejemplares, se han convertido en las obras de no ficción más vendidas de toda la historia de la Bélgica francófona y han copado durante semanas las listas de libros más vendidos de Francia. En agosto pasado, por ejemplo, los tres libros de Boxhe acaparaban ellos solitos los tres primeros puestos en las listas de bestsellers en Francia. Toma ya.
PREGUNTA. ¿Por qué decidió hacerse forense?
RESPUESTA. Fue por azar. Siendo estudiante de Medicina estaba realizando unas investigaciones en el ámbito de la anatomía y necesitaba un aparato de radiografías para analizar unas muestras de tejidos. Y resultó que el aparato más cercano estaba en el Instituto de Medicina Legal, así que pedí autorización para usarlo y comencé a ir allí regularmente. Un día, mientras estaba en la sala, empezaron a realizar una autopsia. Me invitaron a quedarme y, como estudiante de Medicina, me dieron la oportunidad de participar. La experiencia me fascinó. A partir de ahí, hice prácticas en medicina forense y, poco a poco, me di cuenta de que aquello era lo que realmente quería hacer. Sin embargo, al optar por esa especialidad tuve que enfrentarme a un dilema. Al dedicarme a la medicina forense, perdía el aspecto curativo de la medicina, algo que para mí era importante. Durante dos años estuve debatiéndome entre continuar con la medicina terapéutica o dedicarme por completo a la medicina forense. Al final, decidí seguir este camino y convertirme en médico forense a tiempo completo.
P. Dice en su libro que, a diferencia de lo que nos muestran muchas series de televisión, son muy pocos los crímenes que se resuelven en el laboratorio. De los más de 2.600 casos en los que ha trabajado, ¿cuántos se han resuelto gracias a los análisis de laboratorio?
Respuesta: Cuatro casos en realidad. Las series estadounidenses, aunque interesantes y entretenidas, no reflejan con precisión la realidad de nuestra profesión. Por ejemplo, muestran a los forenses en la escena del crimen con ropa de calle, lo que es un fallo. En la vida real, llevamos ropa especial que protege tanto la escena como a nosotros mismos. Las series también se inventan a veces técnicas que no existen. Recuerdo un episodio en el que unos expertos de Miami reconstruían un crimen basándose en las vibraciones de unas plantas frente a una cámara que solo tenía un sistema de grabación visual y sonoro, algo que es pura invención. Pero lo más engañoso es la idea de que todas las investigaciones se resuelven gracias a indicios o rastros. La realidad es que estas evidencias constituyen solo un elemento dentro de un caso, y a menudo son más circunstanciales que determinantes.
P. ¿Puede contarnos algunos de esos cuatro casos en los que los indicios hayan sido realmente cruciales para resolver un crimen?
R. Recuerdo un caso en el que un cabello encontrado en el cadáver permitió identificar al asesino y violador de un niño. En otro caso, fueron cruciales las fibras de unos vaqueros mal cosidos mezcladas con fibras rojas de una colcha de Ikea. Estas fibras se encontraron en el lavabo del autor y en sus víctimas. Sin esos rastros, habría sido imposible identificar a los culpables. Pero insisto: eso es algo excepcional, algo muy poco frecuente. La mayoría de los casos no se resuelven únicamente con los resultados del laboratorio, aunque es verdad que pueden ser una pieza importante dentro del conjunto de la investigación.
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P. Supongo que son muchos los mitos falsos que rodean a la muerte…
R. Sí. De hecho, para mi cuarto libro, estoy preparando un capítulo sobre ese tema, en el que abordaré ideas totalmente erróneas, como la de que alguien puede estar vivo dentro de un ataúd después de haber sido enterrado o el mito de que las personas ahorcadas experimentan una erección y una última eyaculación. La realidad es que en un ataúd enterrado es prácticamente imposible vivir más de 15 minutos debido a la falta de oxígeno. Y lo de la eyaculación de los ahorcados es otro mito sin ninguna base científica. Otro mito bastante extendido es pensar si alguien abre el ataúd de una persona que lleva tiempo enterrada y respira el aire que contiene, morirá inmediatamente. Es absolutamente falso.
Estoy recopilando un catálogo con todos estos mitos y leyendas sobre la muerte, y planeo incluirlo en mi próximo libro. Será un capítulo breve, de unas diez páginas, donde destruiré estas creencias explicando por qué no son ciertas. Creo que es importante desmitificar estas ideas y ofrecer información basada en hechos reales.
P. ¿Por qué nos fascina tanto la muerte?
R. Creo que se debe a que la muerte es uno de los pocos misterios que aún no podemos explicar. Hoy en día somos capaces de enviar satélites al espacio y de analizar lo infinitamente pequeño, pero lo que hay más allá de la muerte sigue siendo un enigma. Y aunque no sabemos mucho sobre la muerte, sí sabemos que todos, tarde o temprano, nos enfrentaremos a ella.
P. Ha realizado más de 2.600 autopsias a lo largo de su carrera. ¿Hay alguna que le haya marcado especialmente?
R. Las autopsias en general no me perturban, ni siquiera la forma en que alguien ha fallecido. Quizás sea algo particular en mí, pero veo cierta paz en el hecho de que los muertos ya no sufran. Lo más difícil son las autopsias de niños. Son duras, muy duras. En la sala de autopsias suele haber un buen ambiente, y entre nosotros incluso compartimos bromas o hablamos de nuestras familias. Pero cuando se trata de la autopsia de un niño, hay bastantes que prefieren no asistir a menos que sea obligatorio.
He tenido casos difíciles, como las autopsias de víctimas de atentados yihadistas o de catástrofes como el hundimiento de un edificio. Son experiencias que no se olvidan. Sin embargo, la mayoría de las historias que incluyo en mis libros reflejan la medicina forense cotidiana, no casos excepcionales. Aunque, por supuesto, también hay algunos casos únicos. Mi objetivo era mostrar la medicina forense tal y como es en el día a día, con sus casos reales y humanos. Creo que eso es lo que hace que estas historias conecten con el público: no son exageradas, sino un reflejo honesto de nuestra profesión.
P. Sin embargo, en su libro hay un caso que sin duda es absolutamente único e insólito: el del hombre que tuvo que dispararse 14 tiros para lograr suicidarse…
R. Se trata de uno de los casos más extraordinarios de mi carrera. Ocurrió en 1992, cuando llevaba solo un año como médico forense. El protagonista fue hombre, en una zona rural, que decidió a acabar con su vida usando una carabina del calibre 22, una escopeta de pequeño calibre. El hombre no lograba alcanzar el gatillo mientras apuntaba directamente a su corazón, así que se vio obligado a inclinar el arma ligeramente, lo que hizo que los disparos fueran oblicuos y no letales. Disparó 14 veces, recargando el arma dos veces, porque el cargador tenía capacidad para solo seis balas. Algunas balas atravesaron el cuerpo; otras se quedaron alojadas en su interior, causándole un sufrimiento inmenso.
Cuando llegué al lugar, todo estaba cerrado desde dentro. No había señales de entradas forzadas ni ventanas rotas. Todo apuntaba a un suicidio, y además el hombre había dejado una carta. Aunque parecía imposible, las evidencias confirmaron que se trataba de un suicidio. Hoy uso ese caso para mostrar que, en ocasiones, lo improbable puede ser la única explicación.
"En un ataúd enterrado es prácticamente imposible vivir más de 15 minutos por la falta de oxígeno"
P. En su libro cuenta también el caso de un marido al que su mujer drogaba para poder estar con su amante. En cierta medida, me ha recordado al caso Pelicot, el de la mujer drogada por su marido para que fuera violada por otros hombres.
R. La historia que yo viví ocurrió hace unos 25 años. Un marido cuyo mujer había dado a luz recientemente vino a verme, me comentó que con cierta frecuencia se quedaba dormido frente al televisor. Al principio pensé que era algo trivial, pero mientras hablaba con él, me di cuenta de que había algo más. Me contó que algunos días se despertaba a las 5 o las 6 de la mañana con un fuerte dolor de cabeza que le duraba todo el día. De inmediato pensé en la posibilidad de que su mujer pudiera estar drogándolo, aunque no se lo dije. Le sugerí que analizáramos el café, lo único que él tomaba y su esposa no. Le di unos recipientes marcados con los días de la semana y le pedí que recolectara muestras de orina. Cuando analicé el contenido, encontré somníferos en el café.
Al final descubrimos que su mujer lo drogaba para recibir a su amante en casa, ya que no quería salir y dejar al bebé solo. Recuerdo que, cuando todo salió a la luz, el hombre me lo agradeció enormemente. No le cobré nada, pero le sugerí que realizara un test genético al niño. Resultó que el bebé no era suyo, sino del amante. Su vida cambió por completo después de eso.
P. También da cuenta en su libro del caso de un hombre que había enviudado recientemente y al que le comunican que su hija, que se había ido de viaje sin rumbo concreto, había muerto. El padre la llora, la entierra… hasta que un día recibe una llamada por teléfono de su hija, que no sabe nada del asunto y está viva. ¿Es común que ocurran este tipo de errores en la ciencia forense?
R. Ese es un caso excepcional, y precisamente por eso lo incluí en mi libro. A raíz de esta historia, en Bélgica se creó un equipo especializado en la identificación de víctimas de catástrofes. Hoy en día, ese equipo interviene en cualquier situación donde haya más de tres fallecidos y es necesario identificar a las víctimas. Pero en aquel entonces, las cosas eran muy diferentes. La medicina forense no tenía el rigor que tiene ahora, y las identificaciones se hacían de manera menos científica. Este caso sucedió antes 1996, cuando el ADN comenzó a utilizarse como método de identificación. En esa época, nos basábamos en huellas digitales y registros dentales, aunque en este caso ni siquiera se revisaron los dientes.
Cuando yo intervine, comparé los registros dentales y pude identificar que el cadáver era de otra persona que también había desaparecido, y entregar el cuerpo a su verdadera familia. Ese error nunca debería haber ocurrido, porque detrás de estos fallos hay personas que sufren. Aquel caso marcó mi carrera, al subrayar la importancia del rigor en nuestro trabajo. La ciencia forense ha evolucionado mucho desde entonces, y me enorgullece comprobar que hoy somos mucho más precisos y respetuosos con las víctimas y sus familias.
P. Lo de la identificación de un fallecido es más difícil de lo que a priori se podría pensar. En su libro cuenta que, pasado un tiempo, no se pueden obtener huellas dactilares de un cadáver y también que en muchas identificaciones visuales los familiares no reconocen a sus seres queridos.
R. Es un fenómeno profundamente psicológico. Alguien que no quiere aceptar que un ser querido ha fallecido es probable que, al presentársele el cuerpo, no lo reconozca. Hay que tener en cuenta además que con la muerte un rostro cambia drásticamente: pierde tonicidad, el color rojizo de la piel desaparece porque ya no hay circulación sanguínea, y todo eso afecta la apariencia que asociamos con la persona viva. Reconocer a un ser querido fallecido puede requerir un pequeño esfuerzo y tiene tambien un componente importante de disposición emocional. En el proceso de duelo, la negación es el primer paso. Cuando se informa a una persona de la muerte de un ser querido, lo primero que suelen decir es: "No puede ser verdad, no es posible". Es una reacción universal. Y a veces, esa negación llega al punto de que la persona se niega a aceptar que el cadáver que tiene delante sea el de un ser querido. En el libro relato el caso de una madre que al ver el cadáver de su hijo simplemente dijo: "No, no es él". El cadáver tenía el tatuaje de un delfín exactamente en el mismo sitio en que lo tenía su hijo, y cuando se lo hice notar a la madre, esta respondió: "No, ese no es un tatuaje de un delfín. Mi hijo tenía un tatuaje de delfín, y eso es un pez". Estaba en un estado de negación tan profundo que tuvimos que recurrir a psicólogos para ayudarla a procesar la situación y a enfrentar la realidad.
En otra ocasión, ocurrió algo distinto pero igual de interesante. Una madre vino a identificar a su hijo, pero al abrir el cajón frigorífico me lie y le mostré accidentalmente el cadáver equivocado, el cadáver de una niña. Sorprendentemente, la madre proyecto la imagen de su hijo en el rostro de esa niña y aseguró que era él. Esto demuestra lo complejo que es el proceso psicológico detrás de las identificaciones.
"Lo más difícil son las autopsias de niños. Son duras, muy duras"
P. En ‘Los muertos tienen la palabra’ narra asimismo el caso de un espeleólogo desaparecido cuyo cadáver tardaron 25 años en encontrar. ¿Hay algún caso que todavía no haya logrado resolver y que lo atormente?
R. Sí, hay casos que permanecen sin resolver. Los llamamos cold cases. Uno en particular me sigue dando vueltas: es un cadáver que encontramos hace 15 años, ahogado y con múltiples cuchilladas. Es un caso especialmente difícil porque se trata de una persona en situación irregular, que no cosnta en los registros oficiales. Durante 15 años mantuvimos su cuerpo en la cámara frigorífica mientras intentábamos identificarlo, pero no logramos ningún avance. Finalmente, hace un año, logré convencer a la fiscalía de que ya habíamos agotado todos los recursos posibles y que era el momento de enterrarlo. Conservamos su ADN, registros dentales y huellas dactilares, por si algún día un familiar lo busca y tenemos la posibilidad de identificarlo. Pero, por ahora, sigue siendo un misterio sin resolver.
P. Usted ha sido testigo de importantes avances en las técnicas forenses. ¿Qué avance, que aún no existe, le gustaría ver?
R. Sin duda, una técnica que permitiera determinar con precisión el momento exacto del fallecimiento, incluso después de transcurridas las primeras 24 horas de la muerte. La técnica actual, basada en la temperatura del cuerpo, fue desarrollada por alemanes a finales de los años 80 y sigue siendo válida solo durante las 24 horas siguientes a la muerte. Más allá de esas 24 horas, recurrimos a métodos como la entomología, que estudia las moscas que colonizan los cadáveres.
P. ¿De verdad estudian las moscas de un cadáver para tratar de determinar cuándo se produjo la muerte?
R. Sí. Esta técnica tiene raíces históricas fascinantes. Fue explorada por primera vez en 1851 por un veterinario francés llamado Mégnin, quien publicó el estudio La fauna de los cadáveres. Sin embargo, en aquella época no existía una medicina forense estructurada, por lo que el avance quedó relegado hasta mediados del siglo XX. Bélgica, de hecho, desempeñó un papel importante en revivir esta técnica gracias al trabajo de Marcel Leclerc, un experto en ese campo reconocido mundialmente.
El avance más reciente en la medicina forense ha sido el ADN, implementado en 1987 y ampliamente adoptado en Europa a partir del año 2000. Hoy existe una instancia supranacional para compartir bases de datos genéticas entre países como Francia, Alemania, Bélgica y Holanda. Lo emocionante de la ciencia forense es que nunca sabemos cuál será la próxima gran revolución. En el pasado hemos visto avances como la fotografía en 1870, las huellas digitales en 1912 y el ADN en los años 80. Nadie sabe qué vendrá después, pero estoy seguro de que cambiará nuestra especialidad por completo.
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P. Después de tantos años viendo cadáveres, ¿qué ha aprendido sobre la muerte?
R. Nada. Para aprender algo sobre la muerte tendría que morir. Y, aun así, si la muerte es el final absoluto, mi cerebro ya no tendría riego sanguíneo, ni oxígeno, ni consciencia de nada. Quizás la muerte sea simplemente la ausencia de vida, algo que nunca podremos comprender realmente mientras estemos vivos. Es una incógnita que tal vez nunca resolvamos.
P. El gigantesco éxito de sus libros, ¿puede generar interés por estudiar medicina forense?
R. Lo espero, porque hay una gran demanda de profesionales. En Bélgica necesitamos médicos forenses urgentemente, en la Universidad de Lovaina y en Bruselas se necesitan varios asistentes. Sin embargo, el problema principal es la falta de recursos. Bélgica se enfrenta a una situación económica muy complicada, y la medicina forense no es una prioridad para el Estado. Europa llamó la atención a Bélgica hace unos años debido a que en mi país solo se realiza autopsia al 2% de los fallecidos, cuando la media europea es del 10%. Yo a veces bromeo al respecto y digo: "Si quieres cometer un crimen, hazlo en Bélgica; aquí es difícil que te atrapen".
Había un proyecto para crear cinco centros de medicina legal en Flandes, Bruselas y otras regiones, con financiación adecuada, pero todo quedó en punto muerto. Como ya sabrá, nuestro ministro de Justicia tuvo que dimitir tras un incidente surrealista: fue detenido completamente alcoholizado mientras meaba sobre un coche de policía. Desde ese suceso, conocido como el pipigate, no hemos tenido avances en ese proyecto ni un ministro que lo lidere. Bélgica es un país peculiar, a veces surrealista. Esperemos que lleguen días mejores para la medicina forense.
Philippe Boxho es un forense belga que desde hace 30 años se dedica a la medicina legal. Profesor de Medina Forense y Criminología y director del Instituto de Medicina legal de la Universidad de Lieja, siempre le ha sorprendido el enorme interés que la gente mostraba por su profesión al enterarse de cómo se ganaba la vida. Así que un buen día decidió sentarse y escribir un libro contando algunos de los casos más relevantes de su carrera.