La hija de Gisèle Pelicot: "Quise mucho a mi padre antes de descubrir su monstruosidad"
Caroline Darian analiza en 'Y dejé de llamarte papá' (Seix Barral) el dilema terrible de ser a la vez hija de la víctima y del monstruo agresor. Publicamos en exclusiva un fragmento del prólogo
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Ser hija de la víctima e hija del agresor es una carga terrible.
Desde hace cuatro años intento inventarme una nueva existencia, despojada de todas las certezas sobre las que me he construido. En un instante, mi vida ha dado un vuelco vertiginoso. Se ha borrado el pasado, pero ¿qué me depara el futuro? ¿Qué puede seguir existiendo cuando el destino asesta un golpe tan duro a tu vida cotidiana? Nuestro naufragio familiar es como un laberinto en el que, durante casi dos años, cada paso adelante ha abierto una nueva puerta a otras sórdidas revelaciones, fragmentos de casos muy anteriores al nuestro. Con su interminable flujo de preguntas sin respuesta.
He intentado en vano descubrir y comprender la verdadera identidad del hombre que me crio. Incluso hoy sigo preguntándome por qué no vi ni sospeché nada. Nunca perdonaré lo que hizo durante tantos años. Sin embargo, aún conservo la imagen del padre al que creí conocer. A pesar de todo, sigue anclada en mí y forma un telón de fondo.
No tengo ningún contacto con él desde el 2 de noviembre de 2020. Pero, a medida que nos acercamos a la fatídica fecha del juicio, cuando consigo dormir algunas horas, sueño con él. Me habla, nos reímos, estamos juntos. Cuando me despierto, vuelvo a la pesadilla: ahora. Y echo de menos a mi padre. No al hombre que comparecerá ante los jueces, sino al que me cuidó durante cuarenta y dos años. Sí, lo quise mucho antes de descubrir su monstruosidad.
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Entonces, ¿cómo puedo prepararme con calma para el enfrentamiento? ¿Cómo gestionar la mezcla de rabia, vergüenza y empatía por un padre? Me entero de que, en los últimos cuatro años, ha sido trasladado tres veces de una prisión a otra. Conozco su historia carcelaria: la cárcel de Le Pontet (en Aviñón), luego la de Les Beaumettes (en Marsella) y, por último, la de Draguignan (en el Vaucluse). Hasta el aislamiento. Mi primer pensamiento es: ¿habrá sido capaz de adaptarse? ¿Sufre por nuestra ausencia, por la soledad o la violencia del aislamiento? Una segunda voz chirría: es solo justicia, cuando ves el daño que nos ha hecho. A mamá, a nosotros, a nuestra familia. Que ese pervertido se las arregle solo, que coseche lo que ha sembrado.
Mi padre es un criminal y voy a tener que aprender a vivir con esa despiadada realidad. Aceptar el doloroso desgarro entre mi necesidad de justicia, de verdad, y el amor que he podido sentir por él.
A veces surge un sentimiento de abandono. Me invade, me abruma. Papá, ¿por qué estás tan lejos de nosotros? Creía que ya había llorado la pérdida de mi padre. La verdad es que este juicio está despertando a la niña que hay en mí. La que todavía no ha conseguido acabar con la imagen paterna. Y temo que no consiga odiarlo. Quizá este juicio me ayude a aceptar de una vez por todas el duelo. Mi padre está vivo, es cierto, pero quizá nunca podré mirarlo a los ojos y decirle que se ha llevado, ha arruinado, parte de mi vida, que ha apagado la chispa que tenía antes, que ha pisoteado la confianza instintiva que yo tenía en los hombres.
"Echo de menos no al hombre que comparecerá ante los jueces, sino al que me cuidó. Lo quise mucho antes de descubrir su monstruosidad"
Nuestra historia habrá revelado al menos un fenómeno social que sigue estando ampliamente subestimado en Francia. La sumisión química en la esfera intrafamiliar y social está mucho más extendida de lo que pensamos. Este modus operandi es el arma preferida de los depredadores sexuales. Por el momento, seguimos sin disponer de datos estadísticos fiables que lo demuestren. Ni que decir tiene que, en 2020, cuando detuvieron a mi padre, ¡nadie hablaba de ello!
Difícil de precisar, aún mal identificada, insuficientemente cuantificada, mal diagnosticada y, por lo tanto, con escaso apoyo institucional, afecta a un amplio abanico de personas, desde mujeres y a veces hombres hasta niños, incluso bebés y ancianos, y de todos los estratos sociales. Conocemos el GHB, la llamada droga de la violación, pero ¿qué persona podría imaginar que alguien cercano pudiera abusar químicamente de ella, con fármacos del botiquín familiar?
Del feminicidio al incesto, los escándalos de los últimos años muestran que los casos de violencia sexual suelen implicar dinámicas de poder que transforman incidentes aislados en prácticas sistémicas. Por desgracia, la sumisión química no es una excepción a la regla: la mayoría de las víctimas son mujeres, y casi en el 70% de los casos registrados se trata de agresiones sexuales. La esfera privada es la primera implicada en este tipo de violencias.
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Basta con echar un vistazo a los resultados del estudio realizado por la Agencia Nacional de Seguridad de los Medicamentos y Productos Sanitarios francesa (ANSM). De una muestra de 727 informes transmitidos en 2021 por la policía a través de las denuncias presentadas, se notificaron 82 casos de sumisión química, lo que permite hacerse una idea general de las víctimas: en su mayoría mujeres (69,5% de estos casos, pero todo hace pensar que esta proporción es aún mayor) de edades comprendidas entre los veinte y los treinta años. Las sustancias utilizadas son mayoritariamente medicamentos: antihistamínicos, ansiolíticos, somníferos, opiáceos (56% de los casos) o MDMA (es decir, éxtasis, 21,9%), y muy poco GHB, la famosa "droga del violador" (4,8%). Por último, el agresor suele ser alguien cercano (41,5%) que actúa en un contexto privado (42,6%).
Medicamentos como los hipnóticos, los antialérgicos o los antitusígenos, que se suponen curativos, son por consiguiente mal utilizados por sus propiedades sedantes y miorrelajantes. Hay otra especificidad importante que debe tenerse en cuenta. A menudo, las víctimas no son conscientes de su estado, como le ocurría a mi madre. No tienen ninguna idea de lo que les ocurre. A la dificultad a la hora de hablar o actuar, que caracteriza sobre todo a la violencia intrafamiliar, se añade el hecho de que no recuerdan claramente ni la agresión ni al agresor. La sumisión química es engañosa, apenas detectable. Proporciona a los agresores una sensación de impunidad, de modo que pueden pasar meses, incluso años, sin que nadie se dé cuenta de nada.
En numerosos casos, la estrategia del pervertido sexual consiste en hacer que su víctima sea incapaz de reaccionar, del mismo modo que se apaga una lámpara. Se convierte en algo inerte, una marioneta a merced del agresor. De hecho, algunos expertos analizan el uso generalizado de la sumisión química como una ilusión desculpabilizadora, puesto que la víctima no sentirá y no recordará nada cuando se despierte.
Pues bien, la víctima no lo olvida todo. Su cuerpo y su subconsciente llevan consigo los estigmas de la brutalidad. Además, sufre los efectos secundarios de la medicación administrada a sus espaldas. Ya es muy difícil presentar una denuncia cuando se ha sufrido una violación; si, además, los recuerdos son borrosos y no se tiene conciencia de la agresión, solo queda el silencio, el desasosiego y la infamia.
"A menudo, las víctimas no son conscientes de su estado, como le ocurría a mi madre. No tienen ninguna idea de lo que les ocurre"
Las víctimas callan, apenas convencidas de serlo. Su salud se deteriora. Se preocupan sin comprender realmente lo que les sucede, y entonces comienza un nuevo sufrimiento: la errancia terapéutica. Porque el hecho es que los médicos no están formados para reconocer la sumisión química, por lo tanto, nunca se contempla. El cansancio anormal, los lapsus de memoria, las caídas, las náuseas no se consideran relacionadas con el consumo excesivo de medicamentos (¡ya que la paciente certifica al médico que no toma ninguno!).
En los pocos casos en los que existe una sospecha de dependencia química, el tratamiento en el hospital se convierte en un diagnóstico sin salida. Los análisis toxicológicos, los únicos capaces de revelar la presencia de sustancias sospechosas, desgraciadamente no están integrados de facto en el tratamiento. Aquí comienza un nuevo viacrucis: la búsqueda de pruebas costosas, pagadas por las víctimas. La trampa del aislamiento se cierra y, a medida que se prolonga el esfuerzo por reunir pruebas, se desvanece la posibilidad de presentar una denuncia.
Aquí reside la clave del problema: ¿cómo proteger a las víctimas sin dotar a los profesionales de proximidad de los medios necesarios para detectar este tipo de violencias? ¿Cómo fomentar la denuncia ante los tribunales sin reforzar los vínculos entre la justicia y la asistencia sanitaria?
Volver a situar la atención a las víctimas de la sumisión química en el centro sigue siendo vital. Lejos de ser una noticia, este tipo de violencia es un verdadero problema de salud pública. Caídas, comas, problemas de memoria, trastornos del sueño, pérdida de peso, síndrome de abstinencia..., pero también embarazos no deseados, accidentes en la vía pública y trastornos de estrés postraumático son algunos de los riesgos evitables identificados en la encuesta nacional sobre la sumisión química. Las autoridades sanitarias, el poder judicial, las fuerzas del orden, las organizaciones asociativas: el problema presenta múltiples facetas y la responsabilidad es compartida.
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En septiembre de 2022, unos meses después de la publicación de este testimonio literario, decidí rodearme de las mejores fuerzas vivas. Menos de un año después, lanzamos un movimiento de sensibilización y prevención llamado #MendorsPas: Stop à la soumission chimique ("NomeDuermas: Stop a la sumisión química"). Fue una oportunidad para iniciar una nueva batalla, para hablar en nombre de las víctimas invisibles, y no solo de mi madre.
Debo decir que tuve mucha suerte al tomar esta iniciativa. Me beneficié del apoyo y la movilización excepcionales de una serie de personas, a las que estoy inmensamente agradecida. Entre esos encuentros decisivos de estos dos últimos años figura el que mantuve con la doctora Leila Chaouachi, farmacéutica y experta en farmacovigilancia del Centro de Vigilancia de las Adicciones de París. Ella es la responsable de la encuesta anual de la ANSM y una de las mayores expertas francesas en el tratamiento médico de las víctimas de la sumisión química. En parte gracias a ella me di cuenta de que mi historia familiar no era un caso aislado.
Además, estaban mis aliados desde el primer momento, sin los cuales nunca me habría permitido reunirme con decenas de personalidades mediáticas para pedirles que me ayudaran a transmitir este movimiento de alerta e información en las redes sociales. Sin mi amiga Arielle y todo su equipo, nunca habría sido tan activa en los medios de comunicación y probablemente nunca habría llegado a registrar la asociación #MendorsPas en septiembre de 2023. El objetivo de esta innovadora campaña de sensibilización era arrojar luz sobre las consecuencias de la sumisión química en el ámbito privado. Hicimos un llamamiento para un amplio programa de formación destinado a los profesionales de la salud, así como para la creación de un grupo de trabajo interministerial que agrupara a la mayoría de las partes interesadas con el fin de mejorar la forma en que se atiende a las víctimas, en particular en términos de atención ambulatoria.
"La agresión puede provenir de un compañero de despacho. También un amigo puede drogarte"
El 14 de noviembre de 2023 salió a la luz el caso Joël Guerriau. Este senador habría intentado drogar a Sandrine Josso, entonces diputada del departamento del Loira Atlántico. Con el pretexto de celebrar su reelección al Senado, la invitó a su casa. Sandrine dice que le sorprendió que no hubiera más invitados y que Joël Guerriau vertió una dosis de droga en su copa de champán sin que ella se diera cuenta. Mareada y con náuseas, al principio cree que está sufriendo un infarto. Encuentra fuerzas para escapar...
Aunque el taxista se alarma por su estado, es Sandrine quien toma la iniciativa y alerta a los servicios de emergencia. Llega al hospital con los típicos síntomas de una ingestión de estupefacientes: pupilas dilatadas, boca seca, alteración del estado general. Los análisis toxicológicos confirmarán la presencia de éxtasis en la sangre. Joël Guerriau fue acusado de "administrar a una persona, sin su conocimiento, una sustancia capaz de alterar su discernimiento o el control de sus actos con el fin de cometer una violación o una agresión sexual". Se enfrenta a una pena de hasta cinco años de prisión.
El caso de Sandrine aún no ha llegado a juicio. Pero ya apunta a una hipótesis escalofriante: la agresión puede provenir de un compañero de despacho. También un amigo puede drogarte. Por primera vez, el tema de la sumisión química irrumpe en la esfera política, focalizándose en una mujer que no teme hablar alto y claro. Inmediatamente decido ponerme en contacto con Sandrine y pedirle que se convierta en madrina y portavoz de nuestra asociación. Este mecanismo iba a cambiarlo todo: iba a transformar un trauma personal en una lucha colectiva. Rápidamente decidimos unir nuestras fuerzas. Nuestro objetivo sigue siendo escuchar, creer y ayudar a las víctimas, pues ¡no todo el mundo tiene acceso a los medios de comunicación!
Antes de la disolución de la Asamblea Nacional el pasado 9 de junio, Sandrine dirigía una misión gubernamental, promovida por Gabriel Attal. Aún no sabemos si se mantendrá dicha misión.
"Mi madre se forjó una fuerza mental de acero. Nunca se doblega. Adora la vida, ya le depare buenas o malas sorpresas"
No puedo concluir este prólogo sin saludar a la mujer más fuerte y admirable que conozco. Mi madre. Ahora tiene setenta y dos años. Vivió momentos difíciles y de desesperación absoluta a una edad muy temprana, mucho antes que yo. Perdió a su propia madre cuando solo tenía nueve años. Fue en pleno invierno, en enero de 1962, "como consecuencia de una larga enfermedad", como se decía entonces. Cáncer generalizado, como se lo llama hoy más sucintamente. Es evidente que esta pena deja una huella indeleble en la vida de una niña y cambia su futuro. Mi madre se forjó una fuerza mental de acero. Nunca se doblega. Adora la vida, ya le depare buenas o malas sorpresas.
Tras conocerse los hechos, mi madre abandonó el domicilio conyugal casi sin derramar una lágrima. De repente, cincuenta años de vida en común cuestionados... La vi abrir cajas, seleccionar muebles, vaciar armarios, descolgar fotos, con una dignidad increíble. Frágil, agotada, pero pudorosa, resistente. No tenía elección. Tenía que irse. Dejar el pueblo, su barrio, sus amigos, la garriga y las montañas que tanto amaba para seguir con su vida sola, sin saber siquiera dónde. Somos muy diferentes. Yo soy un libro abierto: me resulta difícil ocultar mis emociones. Ella parece una reina medieval. Cuello recto, barbilla alta y ni una queja. Ella es la verdadera heroína, de pie en medio de las ruinas.
En los últimos dos años, mamá se ha convertido en la gran figura de nuestra unidad familiar. Sin embargo, ella es la primera víctima. Ella, la que fue drogada, lesionada y luego arrojada a unos desconocidos, como a los lobos. Se ha tomado tiempo para hablar con sus hijos, para escucharnos. Cuando, algunas mañanas, me resultaba imposible levantarme de la cama, abrumada por la rabia o la desesperación, mamá siempre me animaba a salir, a moverme, a ver gente, a vivir la vida.
"No la hemos visto derrumbarse. Ni el día en que se enteró de que un violador era seropositivo. Y ¡nunca la hemos oído denigrar a nuestro padre!"
Eso es lo que ella ha hecho por los suyos. Se trasladó a otra región donde no conocía a nadie, aprendió a vivir sola, a volver a conducir, a mantener una casa, a ocuparse del papeleo administrativo..., actividades que antes dependían de mi padre. Ha entablado nuevas relaciones, ha conocido a personas que se han convertido en amigos, sin detenerse nunca en los detalles de su vida de antes; sus actividades culturales y físicas... Es luminosa, divertida, dinámica. Su objetivo final era reconstruir una vida normal, tomar las riendas de su propio destino, lejos de miradas indiscretas. Nunca la hemos visto derrumbarse. Incluso el día en que se enteró de que uno de sus violadores era seropositivo... Y, para colmo, ¡nunca la hemos oído denigrar a nuestro padre!
En estos últimos meses, mamá me ha presionado mucho para que me proteja. Me había lanzado de lleno a la lucha contra la sumisión química en Francia. No siempre es fácil salir a la luz y exponerse en los medios de comunicación. Y el papel de denunciante también puede tener sus inconvenientes.
Saqué fuerzas de un mantra muy personal de mi madre: "Sigue creyendo en la vida y en las cosas más hermosas que te ofrece". ¿Es ingenuo? Al contrario: me ha mantenido en pie.
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Fue mi madre quien decidió que el juicio no se celebrara a puerta cerrada. Por lo tanto, será público. Justificó esta elección por los cincuenta hombres implicados en el caso, con el fin de exponerlos a la mirada colectiva. El procedimiento a puerta cerrada habría sido demasiado cómodo. Tendrán que responder de sus actos ante el gran público. Lo hemos hablado largo y tendido juntas. Es su elección y la respeto. Aunque temo el momento en que nuestra historia familiar salga a la luz en los medios de comunicación. Seguro que habrá detalles o mentiras que se harán públicos. ¿Cómo prepararse para el descuartizamiento y la exhibición de la propia intimidad? ¿Para el sentimiento de desposesión, de vergüenza?
Mi madre, en cambio, se siente liberada, según sus palabras. Y esto es en parte gracias a mi acción mediática. Dice que no se puede querer ayudar a las víctimas si uno mismo se avergüenza de serlo. Lo dice de esta manera: "Caroline, gracias por todo lo que has hecho por las víctimas de la sumisión química en el ámbito privado. Voy a mostrarte el mejor ejemplo de tu lucha".
En medio de la carnicería, la mano de mi madre siempre está en la mía.
Esta es la carnicería.
*Caroline Darian es hija de Gisèle Pelicot, cuyo ex marido fue condenado en diciembre de 2024 a 20 años de cárcel por drogarla, violarla y reclutar a más de 50 hombres para abusar sexualmete de ella durante al menos 10 años. En '
Ser hija de la víctima e hija del agresor es una carga terrible.