Así se están cargando el cine tal y como lo conocíamos
Cómo la política algorítimica de la plataforma hizo que todas sus películas se parecieran entre sí. Claves estéticas y económicas del rodillo uniformador que cambió las reglas del negocio
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Las plataformas de streaming han comprado tanto contenido los últimos años que parece mentira que a nadie se le haya ocurrido esta trama: Fontanero de Tomelloso —rudo, pero con buenos sentimientos— va a desatascar unas tuberías a la sede madrileña de Netflix. Dos horas después, y debido a un absurdo malentendido, el hombre sale del edificio con un contrato para dirigir tres películas para la plataforma. El fontanero cae preso de la angustia y el pánico ("¿qué cojones he firmado?"), pero, tras entender cómo funciona el negocio, respira aliviado: "¡Si hacen siempre lo mismo!"
Venido totalmente arriba, nuestro héroe debuta con un meta filme titulado: La Típica Película de Netflix. Ficha técnica del filme:
Género: mezcla desahogada de comedia romántica y thriller explosivo.
Sinopsis: Una estirada ejecutiva de consultora vuelve 20 años después a su pueblo en la Castilla profunda; en concreto, al funeral de su abuela, donde conocerá el valor de las pequeñas cosas, pero también el amor, con un excompañero de instituto devenido leñador. Pero, ¡ay!, en un violento giro de los acontecimientos, unos terroristas asaltan la Caja Rural del pueblo. Ningún problema: el leñador se enfrenta a ellos manu militari, libera a los rehenes y besa apasionadamente a la ejecutiva para acabar la función. Moraleja: el odio nunca podrá detener al amor.
Estilo: Alta definición digital, colores saturados, iluminación cegadora, montaje mareante, arbitrariedades de guion, efectos digitales random, himnos épicos de Coldplay y aspecto general de estar todo a medio acabar.
Recepción: éxito planetario.
En su primera semana online, La Típica Película de Netflix llega al número uno en 143 territorios, de Chechenia a Fernando Poo. Pero el éxito no cambiará al fontanero, que seguirá siendo el mismo de siempre... salvo alguna cosa. 1) Se compra un fular, una mansión con piscina rebosante en forma de corazón y una tele de 700 pulgadas (que obliga a tirar el techo y reconstruir la casa). 2) Pide diecisiete helicópteros, siete enanos y un tráiler de cocaína para rodar La Típica Película de Netflix 2. 3) Inicia un fogoso romance con la influencer Regina Coconut (esa historia, si eso, ya la contamos otro día…).
"Cuanta más información retenga Netflix sobre sus visionados, mayor será su poder sobre la comunidad creativa"
En efecto, si tienes la impresión de que la última película que viste en Netflix se parece sospechosamente a la penúltima, quizá no estés loco.
Hablamos de muchas cosas que se repiten, por ejemplo, los géneros. Desde hace tiempo, todas las plataformas apuestan fuerte por los thrillers y las comedias. Como la guerra del streaming sigue siendo (en parte) por acumular (cualquier contenido), en 2024, las plataformas estrenaron varios thrillers españoles, algunos descabellados, como Reina Roja (Prime Video). Inenarrable
En la silla del dentista
Más allá de los géneros, la estética de La Típica Película de Netflix es bien reconocible.
La iluminación nunca es lo suficientemente brillante en Netflix, según Josh Rosenberg, del Esquire estadounidense, que compara el nivel de brillos con “el fulano que en lugar de comprarse una lámpara de Ikea de diez dólares, ilumina su casa con grandes luces de dentista. En ese piso es donde vive Netflix”.
Luz agresiva, por supuesto, no significa buena fotografía. La mezcla de iluminación saturada y cámaras de alta resolución, al comprimirse al portátil, hace que “Netflix sea el primer estudio de la historia de Hollywood en hacer que la luz del día luzca mal constantemente”, según un kilométrico reportaje sobre Netflix del ensayista estadounidense Will Tavlin, con el que ahora hablaremos.
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En las últimas dos décadas, hemos visto muchos making off de rodajes en los que un actor brinca enloquecido frente a una pared verde (el croma) que los efectos digitales convertirán luego en la Estatua de la Libertad en llamas, en una invasión alienígena en Burgos o en lo que haga falta. Esto puede quedar más o menos realista en posproducción. O convertirse en un truco al que se le ven las costuras. “Resulta cada vez más obvio donde comienza la pantalla verde en las películas de Netflix”, escribe Rosenberg.
Sigue Tavlin sobre cómo sería la película arquetípica de Netflix:
“La Típica Película de Netflix nunca rechaza meter efectos digitales, aunque la toma no los necesite”.
“A falta de puesta en escena, La Típica Película de Netflix recurre a melodías reconocibles de artistas caros para crear atmósferas, como el uso vacío del Let's Dance de David Bowie, de fondo en Un deseo irlandés, fantasía despiadadamente aleatoria sobre el intercambio de cuerpos en la que Lindsay Lohan planea casarse con un rico novelista irlandés que vive en un castillo”.
La era de la dispersión
Tavlin habla sobre altos directivos de Netflix que dan “luz verde a los proyectos sin leer una sola línea de guion”, en contraste con las prácticas históricas de Hollywood. Pero no es solo un asunto estético o temático, la política algorítmica de empresa tendería a la uniformidad. “La Típica Película de Netflix cubre todos los nichos de interés y categorías identitarias existentes. Han hecho una película sobre una chica alta, Tall Girl, pero también Horse Girl, Skater Girl, Sweet Girl, Lost Girls y Nice Girls. Optimizados para las búsquedas en Google los títulos de Las Típicas Películas de Netflix anuncian exactamente lo que son, ya sea una comedia romántica sobre un ejecutivo vinícola (Un maridaje perfecto) o una película sobre un asesinato misterioso llamada Asesinato misterioso”.
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En efecto, si para Godard un travelling era una cuestión moral, y no hay pelea buena de John Woo sin su ralentí, el gran ejercicio de estilo netflixiano sería la redundancia. O los subrayados narrativos como reflejo de una época en la que el espectador está más disperso que nunca.
Un poco de contexto histórico antes de ir al grano. Como quizá recuerdan los más viejos del lugar, el cine comenzó siendo mudo. Los cineastas fundacionales tenían que contarlo todo con imágenes. Desde la llegada del sonoro, comenzó una lenta pero inexorable tendencia a la verbalización (que en su exceso gratuito, algunos críticos asocian a la pereza visual). O la tentación de sobre-explicar con diálogos lo que pasa en pantalla. Netflix sería la fase churrigueresca de este fenómeno.
La vida moderna es una batalla épica contra las distracciones. La guerra por la atención es constante. Con la retirada de Rafael Nadal, quizá no quede nadie en Occidente capaz de concentrarse en una sola cosa más de cinco minutos. Hay gente en el Metro viendo series de Netflix en el móvil, mientras alguien pasa rapeando para ganarse unos eurillos y la megafonía anuncia la llegada de la estación: Vodafone Sol Adolfo Suárez. Más tarde, puedes seguir viendo la serie en casa en mejores condiciones, pero con la concentración igual de precaria, mientras cocinas unos guisantes, compras unas luces de Navidad en Amazon o das de comer al gato, imponderables asumidos por Netflix, siempre atenta a las necesidades del suscriptor disperso…
En efecto, algunos guiones de Netflix parecen escritos por y para personas con déficits de atención. Lo cuenta Tavlin: “Varios guionistas de Netflix me contaron que es habitual que los ejecutivos pidan que los personajes cuenten en pantalla lo que están haciendo en cada momento para que los espectadores con la tele de fondo puedan seguir la historia sin perderse”.
O los ejecutivos de Netflix guiando al espectador empanado como un perro lazarillo a un ciego. Hablamos de diálogos tan subrayados como los de los amantes de Un deseo irlandés: Ella: “Pasamos un día juntos. Admito que fue bonito, con vistas crepusculares y lluvia romántica, pero eso no te da derecho a cuestionar mis elecciones de vida. Mañana me casaré con Paul Kennedy”. Él: “Bien. Esto será lo último que sepas de mí: tras terminar este trabajo me iré a Bolivia a fotografiar un lagarto en peligro de extinción”. Basta con una neurona en mal estado para procesar esta conversación.
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Tras ingerir un cochinillo y media botella de vino, echar una cabezadita mientras veías un documental de animales era una simpática licencia costumbrista, salvo que ahora se habría extendido a cualquier producto audiovisual de plataforma. En efecto, el “vistazo casual”, “habitualmente reservado para reality shows o documentales de animales, se ha ampliado ahora a todo el catálogo de Netflix”, repleto de películas que “funcionan mejor cuando no estás prestando atención”, según Tavlin.
En una crítica a Atlas, película de ciencia ficción de Jennifer López, The Hollywood Reporter contó: “Otra película de Netflix hecha para ver a medias mientras pones la lavadora”.
Los vistazos casuales van a misa en Netflix: basta con que un espectador vea dos minutos de una película para que contabilice como vista en los datos de audiencia de la compañía (“datos” por llamarlos de algún modo).
Deprisa, deprisa
Hablamos con John D. Connor, profesor de cine de la School of Cinematic Arts (Universidad del Sur de California) sobre las condiciones industriales de la estética Netflix:
“Desde los primeros tiempos, ha habido recortes significativos en los presupuestos de localizaciones y diseños de producción. ¿Qué significan a nivel creativo? Encuadres más estrechos, reducción de la profundidad de campo, tendencia a resaltar solo a los actores mejor pagados. Hay algunas excepciones, como Stranger Things o Los Bridgerton, pero, en general, el diseño de producción de las series actuales de Netflix no resiste comparación con Mad Men, Better Call Saul o Juego de Tronos”.
"La sensación con las películas de Netflix es que, cuando se llega al 80% del proceso de elaboración, alguien dice: ¡estrenémosla ya!”
“Muchas producciones se parecen entre sí por cuestiones logísticas: personas talentosas trabajando rápido y con presupuestos limitados, tienden a encontrar las mismas soluciones a los problemas narrativos. Rebel Ridge, la película de Netflix más exitosa de 2024, se parece muy mucho a la serie Reacher de Amazon”.
“El proceso de producción de Netflix se ha estandarizado. La plataforma dio luz verde a una enorme cantidad de películas y series a nivel global. Ni ellos (ni nadie) tenían capacidad ejecutiva suficiente para hacer un seguimiento mínimo de calidad de todos los proyectos. La regla era hacerlos rápido. Todos los guionistas tenían plazos parecidos, todas las producciones se rodaban con cronogramas similares… Los plazos ajustados propician necesariamente una narración formulada, esto no es exclusivo de Netflix, ya ocurría con los westerns de Hollywood en los años treinta, salvo que hay diferencias. Las películas de los grandes estudios, hasta cuando son malas, parecen trabajadas hasta la muerte, como una masa que alguien amasó demasiado tiempo. Por contra, la sensación con las de Netflix es que, cuando se llega al 80% del proceso de elaboración, alguien dice: ¡estrenémosla ya!”, zanja Connor.
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Venta al kilo
En Hollywood, un filme sin público siempre ha sido signo de fracaso, en Netflix… ancha es Castilla. “La plataforma parece disfrutar enterrando sus películas tan pronto se estrenan, arrojándolas al fondo y haciendo lo menos posible para distinguir unas de otras”, según Tavlin. Más allá de fenómenos mundiales con promoción a la carta (El juego del calamar, La casa de papel), los estrenos de Netflix se devoran entre sí. Ejemplo de los últimos días: ¿quién se ha enterado del estreno de la última serie (Asura) de Hirokazu Koreeda, maestro del cine japonés?
En Cinemanía explcan así el koreedadicidio: “Netflix ha comenzado 2025 planteando un desafío a sus suscriptores: adivinar si han estrenado una serie que sería el plato principal de cualquier otra plataforma de streaming… No todo el mundo puede presumir de contar con el nuevo trabajo de Koreeda… ganador de la Palma de Oro. Pero quizás solo Netflix puede permitirse el lujo de sepultarla en su catálogo sin decir nada. Porque así, sin aviso ni prevención, es como apareció Asura… Desapercibida y fuera del radar de la comunidad cinéfila conocedora de Koreeda, a la deriva en un panorama dominado por la tercera temporada de Machos alfa y aún con resaca de la segunda de El juego del calamar”.
La presencia de Koreeda, en realidad, habla más del pasado que del presente de Netflix. Hubo un tiempo en la que la plataforma puso un cheque en blanco a los grandes autores del cine mundial, en búsqueda de visibilidad y prestigio mientras luchaba con Hollywood para cambiar el statu quo del audiovisual mundial. Pero luego se centró en “un producto más seguro y uniforme que podría producirse en casa y replicarse adaptándose a los gustos de sus enormes bases de suscriptores”, según Tavlin. ¿El último ejemplo? Los obituarios de David Lynch destacaron que Netflix rechazó la que podía haber sido última película del director.
Maldito algoritmo
La apuesta por la uniformización, por ejemplo, afectó a los documentales, volcados en los géneros masivos (famosos, deportes y true crime), poco exigentes (salvo excepciones curradas) y apenas conflictivos para una audiencia global (las hagiografías de celebrities campan a sus anchas en las plataformas).
Con Netflix estrenando varios productos al día, empezó a gestar un estilo propio, que Tavlin describe como “anticine adormecedor”, o “La Típica Película de Netflix”, “diseñada con algoritmo para agradar a cada uno de los dos mil grupos por gustos que la plataforma utiliza para segmentar sus productos”. En efecto, Netflix ha ordenado las preferencias de sus 280 millones de suscriptores mundiales en 2000 micro comunidades, de las que se sabe poco (la opacidad de la plataforma con sus datos es legendaria), pero algo se ha publicado estos años. Por ejemplo: una de las mayores comunidades de gustos de Netflix, “Cluster 260”, agrupó a los suscriptores fans de Perdidos, Atrapado en el tiempo y Black Mirror, según la revista New York.
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"A primera vista, si piensas en Atrapado en el tiempo, Perdidos y Black Mirror, es posible que no encuentres una similitud obvia. Pero cuando las miras en conjunto —un hilo común uniendo mundos sobrenaturales o extremos— cobra más sentido”, contó un directivo de Netflix a New York.
Las películas de Netflix se parecen tanto entre sí como los hijos de Zidane y Raúl a sus padres
“Las comunidades por gustos muestran cómo los suscriptores interactúan con la programación. En lugar de agrupar a los miembros por edad o país, Netflix rastreó los hábitos de visualización hasta identificar 2.000 microgrupos. Era su versión de las tradicionales clasificaciones demográficas de las industrias televisivas y publicitarias, solo que más evolucionada”, contó la publicación sobre un método en el que el género o la edad daban paso al historial de visionados para decidir qué serie recomendar o producir para agradar al suscriptor.
Tras pasar por el sofisticado algoritmo, entrenado para gustar a una ama de casa de Wichita, pero también a un conductor de autobús de Toulouse, las películas de Netflix se parecen tanto entre sí como los hijos de Zidane y Raúl a sus padres.
Lo dijo Quentin Tarantino en el penúltimo festival de Cannes: “Dicen que Ryan Reynolds ha ganado 100 millones de dólares con dos películas para Netflix. Bien, sin duda es bueno para su cuenta corriente, pero esas películas no existen en el zeitgeist. Es casi como si no existieran”, contó sobre el pozo sin fondo de Netflix.
La pregunta inquietante es: ¿Le importa esto a alguien? ¿Le importa a Netflix? No mucho mientras el negocio siga creciendo. ¿A sus suscriptores? Bastante tienen con aguantar despiertos mientras ven una peli un jueves a medianoche. A Quentin Tarantino, sí le importa. ¿Y al resto del mundo? Ya veremos.
Cuando da todo igual
Hablamos con el ensayista estadounidense Will Tavlin sobre las tripas de la maquinaria Netflix.
PREGUNTA. ¿Cuándo y por qué empezaron las películas de Netflix a parecerse entre sí?
RESPUESTA. Durante la transición entre adquirir películas de autor y apostar por la producción propia. En lugar de comprar las películas a los estudios o en los festivales, se pasó a desarrollar internamente los proyectos. No solo fueron ellos. Otras plataformas apostaron por la producción propia para ser más eficientes y tener más control sobre el producto final, evitando así ciertas controversias. De ese control del producto desde la base, nació el estilo visual característico de Netflix.
P. ¿Las películas de género del Hollywood clásico no tenían también un aire común? ¿No era visto eso como algo bueno?
R. Sí, los filmes de los grandes estudios de Hollywood también se parecen entre sí, por ejemplo, las producciones de Metro-Goldwing-Mayer (MGM) de los años treinta tenían un look reconocible. Si ves películas de la época, puedes adivinar si eran de Warner o de MGM. Pero eso no era algo necesariamente malo, sino un signo de distinción.
P. ¿No lo tiene Netflix?
R. El problema de Netflix es que la forma en la que sus películas se parecen entre sí es… una auténtica basura. Muchas tienen un aspecto terrible. Por varios factores. Se prioriza el uso de determinadas cámaras de alta resolución digital, gran parte de la imagen se compone en posproducción, hay demasiado CGI [efectos generados por ordenador]. Todo ello da como resultado unos colores terribles, muy verdes, con un rango dinámico muy pequeño. Colores que están, al mismo tiempo, hipersaturados y descoloridos. Por una mezcla de decisiones creativas y técnicas: la información que Netflix transfiere a los portátiles es limitada, se sacrifican muchos datos por el camino del streaming, la imagen comprimida que ves en tu tele es mucho peor que la de cualquier cine.
P. ¿La estética Netflix ha involucionado?
"Netflix no necesita que los suscriptores vean sus películas, les basta con que paguen por ellas"
R. A medida que subió el negocio del streaming, el número de suscriptores, la mentalidad de las plataformas cambió. Antes, eran mucho más atrayentes para los creadores, al ser un modelo de suscripción sin la presión de hacer taquilla, podían ir a por todos los nichos. Pero según fueron creciendo, sobre todo Netflix, convertida en un conglomerado mediático cualquiera, el objetivo cambió, había que ser lo más masivo posible, cuenta más gente hablara de tu serie o tu película, mejor. La nueva mentalidad la plasmó un ejecutivo de Netflix en la revista New York, donde dijo que ya no valía hacer algo para un par de millones de personas, tenías que ir a por 25 o 50 millones. Sí, sonaba al típico pensamiento corporativo ridículo de toda la vida, pero tuvo implicaciones creativas serias, simplificó las historias que las plataformas rodaron a partir de entonces. Los documentales, por ejemplo, cayeron en el común denominador: un producto debía ser lo suficientemente básico como para gustar al mayor número de espectadores posibles.
En los primeros años, era importante para plataformas como Netflix contar con Martin Scorsese y Alfonso Cuarón, autores de prestigio internacional para legitimar el negocio. Pero una vez miraron de tú a tú a Hollywood, alcanzada la mínima legitimidad cultural, dejaron de lado a la mayoría de esos cineastas.
P. ¿Por qué oculta Netflix sus audiencias?
R. Es una cuestión de poder. Los datos son información y la información es poder. Cuanta más información retenga Netflix, mayor será su poder sobre la comunidad creativa. Que nadie sepa si sus trabajos se ven o no, protege a Netflix del escrutinio de Hollywood y de los periodistas. Ese es otro de los motivos por los que no les gusta estrenar sus películas en salas, no vaya a ser que sepamos cuánta gente las ve en realidad, crearía un peligroso precedente para La Típica Película de Netflix. ¿Qué pasaría si se estrenara en cines la última película navideña de Lindsay Lohan para Netflix? La realidad es que la plataforma se alimenta de Las Típicas Películas de Netflix, completamente efímeras y olvidables, condenadas a desaparecer en el fondo de su catálogo. Películas que nunca funcionarían bien en un cine porque no fueron hechas para el cine, sino para ponerse de fondo en la tele de casa.
P. ¿A Netflix no le importa si sus películas se ven o no?
R. Sí y no. Es una paradoja extraña. Lo que le preocupa a Netflix es su modelo de negocio. Mientras la gente se siga suscribiendo, no importa cuántos vean en realidad sus películas. Netflix hace dinero con las suscripciones, son muy buenos haciendo negocio con eso, hasta se burlan de sus rivales por no lograr beneficios. No obstante, necesitan incentivar a la gente para que se suscriba a Netflix, con películas y series atrayentes. Pero lo verdaderamente innovador es cómo lograron que la gente pagara por un servicio que no está claro que usen, o al menos usen de un modo significativo. Para Netflix es importante convencer a los artistas de que sus trabajos tienen éxito en la plataforma, y que los inversores crean eso también. Pero, al contrario que Hollywood, una industria obsesionada con que la gente vea sus películas, Netflix no necesita que los suscriptores vean las suyas, les basta con que paguen por ellas.
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Un millón para el mejor
En su libro sobre el primer Netflix, la periodista Gina Keating contó que la fijación con el algoritmo viene de finales de los noventa, cuando la compañía era solo un videoclub online con ínfulas y libraba una batalla sin cuartel con Blockbuster por la hegemonía del sector.
Reed Hastings, fundador y presidente de Netflix, vivía ya entonces obsesionado con afinar las recomendaciones a los usuarios del videoclub: "La idea de reducir el comportamiento y los gustos humanos a un conjunto de ecuaciones le fascinaba: ¿Era realmente posible capturar tanto caos dentro unos límites numéricos? Hastings admitió luego que su obsesión con el algoritmo se apoderó de su tiempo libre: durante unas vacaciones familiares para esquiar, pasó la Navidad encerrado con su portátil en su chalet de Park City trabajando en Cinematch [nombre del algoritmo de recomendación esos años], mientras su esposa, Patty, se quejaba de que ignoraba a sus hijos y desperdiciaba sus vacaciones”.
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Con Netflix incapaz de desarrollar más el algoritmo, en 2006, apelaron a la comunidad científica con un caramelito: un millón de euros a aquel que fuera capaz de mejorar un 10% la capacidad del algoritmo para clavar los gustos del usario. El experimento fue un éxito mediático y empresarial.
“El concurso dio como resultado un sistema tan sofisticado que podía leer los gustos cinematográficos de la gente a partir de pautas de comportamiento… La herramienta discernía, por ejemplo, qué noche entre semana vería un suscriptor cierta comedia, cuándo se metería un atracón de capítulos de un thriller los fines de semana o el momento en el que rebobinaría para volver a ver una escena concreta de un actor”, según Keating.
Dos décadas después, el algoritmo es ahora una bestia fuera de control que ha ido mucho más allá de la mente de los suscriptores para cambiar la manera de hacer cine tal y como la conocíamos.
Las plataformas de streaming han comprado tanto contenido los últimos años que parece mentira que a nadie se le haya ocurrido esta trama: Fontanero de Tomelloso —rudo, pero con buenos sentimientos— va a desatascar unas tuberías a la sede madrileña de Netflix. Dos horas después, y debido a un absurdo malentendido, el hombre sale del edificio con un contrato para dirigir tres películas para la plataforma. El fontanero cae preso de la angustia y el pánico ("¿qué cojones he firmado?"), pero, tras entender cómo funciona el negocio, respira aliviado: "¡Si hacen siempre lo mismo!"